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19 de Abril de 2022

Una ucraniana en Plaza Italia: El viaje de Tetiana desde Kharkiv a Santiago  

Tetiana

A sus 55 años Tetiana Mishyna fue testigo de la guerra que echó abajo a gran parte de Kharkiv, la ciudad ucraniana donde vivía a tan sólo 57 kilómetros de la frontera con Rusia. Los bombazos la obligaron a huir junto a su hijo menor. El destino: un departamento en la Plaza Italia. The Clinic reconstruyó la travesía que ambos hicieron y el reencuentro con Olga, su hija mayor, quien vive en Santiago hace cinco años.

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Tetiana Mishyna es ucraniana, tiene 55 años y llegó el 31 de marzo a Santiago junto a su hijo menor, huyendo de la guerra. Aquí se instaló en el departamento de su hija Olga Tolmachova (30) ubicado a metros de la Plaza Italia, donde además vive su esposo chileno.

En el departamento, que estaba acondicionado para una pareja, los cuatro se acomodan como pueden. Algunos duermen en sillones a la espera de una cama extra que compraron por una multitienda en internet y que se supone llegará en unas semanas. 

Tetiana se instaló en Chile sin entender una palabra de español y conociendo poco del país. Su hija, quien vive hace cinco años en Santiago, intenta enseñarle y adaptarla poco a poco a las costumbres locales. Olga dice, por ejemplo, que su madre ya dejó de hacer muecas al ver la palta molida y que ahora incluso la pide a la hora del desayuno. También dice que no ha salido mucho de casa. 

Pero el primer viernes de abril, a las 10 de la mañana, ambas caminan en dirección a un café en Manuel Montt en donde Tetiana dará esta entrevista acompañada de su hija, quien oficiará de traductora.

En el trayecto verá micros, árboles, asfalto, restaurantes, edificios, perros callejeros y pájaros. Y todos esos otros elementos que conforman una ciudad. Durante su caminata por Providencia también verá los semáforos rotos, los rayados y las tibias manifestaciones que se concentran cerca de su lugar de alojo, pero nada de eso será parecido al ambiente de la ciudad y el país que dejó. “Nada”, repite, es igual en una ciudad que vive la guerra, un concepto que aún procesa y que le cuesta describir con exactitud. 

Mientras camina por Santiago, Kharkiv, su ciudad, reconocida como una localidad universitaria y cosmopolita dentro de Ucrania y donde antes de la guerra vivían 1.4 millones de personas, se convirtió en un paisaje atestado de edificios semidestruidos, de escombros, ruidos de armas, aviones y bombas. Como Tetiana ,y según datos entregados en el último reporte del Alto Comisariado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), 4.736.471 ucranianos han salido del país en los últimos 50 días.

Tetiana entiende que las cosas en Ucrania no serán como antes en mucho tiempo. En su barrio una bomba cayó en un edificio colindante al suyo, donde vivían amigos, y presume que es cosa de tiempo para que pueda ocurrir lo mismo en su hogar. Otro ataque aéreo afectó un centro comercial ubicado a unas cuadras y los bombardeos también destruyeron parcialmente el departamento de la abuela de Olga, un edificio de 5 pisos y donde las explosiones mataron a uno de sus vecinos.

Así quedó un departamento en el edificio de la abuela de Olga.

 

Las bombas en Kharkiv también dañaron la universidad y el colegio donde estudió Olga. En su celular la joven muestra las imágenes de las aulas donde estudió llenas de polvo y cascotes de cornisa. La guerra les duele a ambas porque los ataques rusos también borran día a día parte de su historia. 

“En esa sala estudié y mira como está destruida”, se lamenta Olga mostrando su teléfono. 

Universidad de Olga.

Sentada en el café, Olga dirá que desde que llegó a Santiago su madre volvió a fumar cigarrillos. También que el estrés le ha significado cambios físicos a Tetiana, una mujer atractiva, de aspecto cuidado y que se ha dedicado casi toda la vida a la industria de la belleza. Ese cambio es un mechón de pelo cano que crece entre la partidura de su cabellera. “Mi madre nunca ha tenido canas, le salieron con todo lo que vivió”, asegura Olga.

Nada, hasta ahora, le había sacado canas, y eso que Tetiana ha sabido lo que es sufrir. 

Crecer en Ucrania

Olga nació en Ucrania en 1992, apenas un año después de que el país se convirtiera en un Estado independiente el 24 de agosto de 1991, tras la disolución de la Unión Soviética. De pequeña creció escuchando las historias por las que pasaron sus antepasados, muchas de ellas ligadas a la guerra, el dolor y la muerte. 

De sus abuelos oyó cómo sus antepasados vivieron la gran hambruna de Holodomor, donde murieron más de 4 millones de ucranianos a consecuencia de la colectivización forzosa de las granjas por parte del dictador soviético Joseph Stalin, quién creó brigadas que iban de casa en casa confiscando la comida con la finalidad de eliminar físicamente a los campesinos que se resistían. También, de reprimir cualquier síntoma de rebrote del nacionalismo ucraniano que se definía como proeuropeo y anti Moscú.

No sólo eso; sobre sus bisabuelas, por ejemplo, le contaron que sufrieron en carne propia los dolores de la Segunda Guerra Mundial. Su bisabuela materna perdió a su hermano y a su esposo en la guerra, lo que significó que tuviera que sacar adelante a su familia. Sobre su bisabuela paterna, escuchó cómo ella tuvo que cocinar obligada a soldados nazis luego de la invasión alemana a la Unión Soviética y cómo escondía cáscaras de papas entre su ropa interior para poder cocinar caldos en su hogar para sus nueve hijos. 

​Y si bien Olga no vivió en la Unión Soviética, de sus padres también escuchó cómo era la vida al interior del régimen comunista. Anécdotas que volverá a escuchar y contar hoy mientras oficia de intérprete de su madre en el café.

Tetiana cuenta que la historia y la vida de su hija Olga comenzó cuando ella conoció a su marido. Ella era aspirante a patinadora artística y él practicaba hockey en hielo. Las historias de amor ocurren de maneras similares en todas partes del mundo.

Tetiana agrega que ella y el padre de Olga crecieron sin mayores concepciones del mundo exterior al régimen. Dice que su vida fue feliz, eso hasta que las crisis económicas comenzaron a afectar su calidad de vida. 

Olga y Tetiana con un distintivo ucraniano

“En la Unión Soviética todo funcionaba en orden. Tú terminas la universidad, te ponen a trabajar por allá, te dicen ‘tú debes trabajar acá, acá, acá’. Tenías tu plata mínima, tu salario mínimo, todo estaba relativamente estable (…) Lo que pasa es que cuando la gente vive de esa forma, no entienden que se puede vivir de otra. Entonces para nosotros lo normal era despertar e ir a hacer filas para un trozo de queso o leche. Ahora eso no es normal para nosotros”, cuenta Tetiana. 

El nacimiento de Olga y la independencia ucraniana a comienzos de los 90, significó una mejora en su calidad de vida, pero el progreso, cuenta, no fue inmediato. “Cuando se independizó Ucrania eso fue inestable, sí, fue difícil también. Pero todas las personas vieron oportunidades y pudieron crecer. Todo fue muy activo y se comenzaron a desarrollar negocios. El país creció, la gente comenzó a tener sus cosas e igual se abrieron las posibilidades”, agrega la mujer.

Mientras Ucrania se re-formaba, Tetiana y su marido se las ingeniaron como pudieron para obtener recursos. Comenzaron a comprar chalecos viejos y “desarmarlos” para obtener lana y confeccionar otras prendas con un diseño más moderno. También teñían y cortaban sábanas con las que hacían camisas de vestir. 

El pequeño emprendimiento textil poco a poco fue creciendo. Con el paso de los años, el padre de Olga pudo arrendar un local y contratar a un par de empleados. La mejor situación permitió al matrimonio poder invertir en un negocio del que Tetiana se hizo cargo: su propio salón de belleza.

Desde entonces la mujer se dedicó a la peluquería y a comercializar productos estéticos. El negocio prosperó, Tetiana cuenta que incluso muchas mujeres rusas cruzaban la frontera para atenderse allí, puesto a que su servicio era mucho más barato que en Rusia. 

“En mi ciudad vivíamos todos mezclados. Había parejas entre ucranianos y rusos.  Es como si tú nunca sintieras que algo así podría pasar. Cómo que algo no nos cuadraba”, comenta Olga sobre el inicio del conflicto. Y agrega: “Y no se entiende por qué a Ucrania, si es un país amigable, si tú viajas alguna vez lo vas a entender. Es un país muy amigable, siempre ayuda, entonces para nosotros pelear es como algo anormal. No puedo entender cómo puede pasar eso cuando tú hablas el mismo idioma, cuando todos son amigos, cuando cruzabas la frontera a  diario (…) Yo nunca más voy a volver a Rusia. Nunca más. No voy a pasar nunca más. Muero antes. Cómo dicen, desde el amor hasta el odio hay solo un paso. Eso me pasó porque esa matanza que hacen es imperdonable”.

Huyendo de la guerra

Cuando Olga ya era una adulta, sus padres se separaron pero mantuvieron el contacto. Ella ingresó a estudiar Arquitectura y al terminar la carrera pensó en hacer un magíster en otro país. Sus opciones eran España y Portugal. En ese entonces ella solo sabía la ubicación geográfica de Chile y que en su territorio se encontraba el estrecho de Magallanes. 

Para concretar su salida de Ucrania, Olga comenzó a tomar clases de español por una aplicación online. Su instructor era chileno, Internet hizo lo suyo y ambos terminaron enamorándose. Él le compró los pasajes para que ella viniera a visitarlo a Chile. Aquí afianzaron la relación, se casaron, viajaron juntos a Ucrania donde celebraron otro matrimonio con los familiares y amigos de Olga. De regreso comenzaron su vida como matrimonio en el departamento de Plaza Italia.  

En Chile Olga siguió los pasos de su madre y abrió un salón de belleza en Providencia, asociándose con otra ucraniana llamada Kseniia. El negocio lo abrió cerca del estallido social. Las protestas dice, la afectaron económica y mentalmente.

“Tuve ataque de pánico porque esos autos que tiran gas y todo, eso fue terrible. Yo corría de bombas porque yo caminaba desde la casa al trabajo y ¡pum! llegaban lacrimógenas. Pero ahora con la guerra en Ucrania yo lo veo así como un chiste. Para mí con todo lo que veo en fotos de Ucrania ahora podría decir tírame lacrimógenas y si quieren tírenme un chorro con agua. Yo ahora no tengo miedo de eso”.

El pasado 24 de febrero, día en que Rusia le declaró la guerra a Ucrania, Tetiana y sus cercanos no creyeron que ocurrieran ataques a civiles tan rápido. Se equivocaron. Los primeros bombardeos aéreos se desarrollaron el primero de marzo, afectando a una parte importante de la ciudad.

Tetiana recuerda los bombardeos con dificultad; asegura que comenzaron a eso de las 4:30 de la mañana: “Sentí mucho susto. Es algo imposible de decir. No se puede explicar. Es un miedo… Es un miedo de morir, yo entendí que no podíamos seguir en casa”.

En medio del pánico, Tetiana se organizó con un grupo de familiares y amigos para abandonar la ciudad, partieron siete personas en un auto, entre ellos iba su hijo, su exmarido y su madre. Esperaban volver en un par de días.

“Salimos con lo puesto, ni siquiera ropa interior pudimos empacar”, comenta Tetiana.

La salida de Kharkiv se extendería sólo por unos días, pero ello la intensificación de fuego en la zona hizo imposible el retorno. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en su última estimación indicó que unas 7,1 millones de ucranianos han sido desplazados al interior de su propio país.

Pese a ello, no todos sus cercanos se han ido de Kharkiv, aclara Olga: “El hermano de mi mamá está en un búnker en la ciudad. El hermano de mi papá está moviendo cuerpos en la morgue. Está ayudando a su amigo que trabaja en la morgue como voluntario”, indica Olga, quien se comunicó a través de Telegram con su madre durante su huída.

Tras su salida, Tetiana y el resto del grupo se quedaron por una semana en un pequeña ciudad ucraniana. Allí se organizaron con cercanos para el cuidado de su gata que quedó en casa, además vieron en televisión como los tanques se dirigían a las grandes ciudades del país y escucharon aviones sobrevolando la zona.

“Cuando nos fuimos, pensabámos que íbamos a poder volver por nuestra gata. Afortunadamente hay personas que la están cuidando. Nosotros mandamos dinero para su comida, gracias a Dios alguien podía ir a observar”, comenta Tetiana.

Imposibilitados de volver, el grupo decidió moverse buscando llegar a Polonia, pero la madre de Tetiana prefirió quedarse en Ucrania. Viajaron por tierra en un auto donde también estaba la abuela paterna de Olga, llegaron a la frontera de Ucrania con Moldavia. Allí el hijo menor de Tetiana tuvo que despedirse de su padre que no salió del país.

Al cruzar a Moldavia, la mujer arrendó un auto y atravesó Rumania, parte de Hungría y Eslovaquia para poder llegar a Polonia. Junto a su hijo y su ex suegra fueron recibidos en la casa de un amigo de ella. Eso hasta que a fines de marzo Tetiana y su hijo decidieron viajar a Chile.

La abuela paterna de Olga se quedó en Polonia, un país que desde el comienzo de la guerra ha recibido a cerca de 2,6 millones de personas que huyeron de Ucrania.  En total, la guerra ha obligado a 12 millones de ucranianos a huir de sus hogares, en un país que antes de conflicto tenía 37 millones de habitantes en los territorios controlados por Kiev, lo que excluye la península de Crimea, anexada por Rusia, y las zonas del este controladas por los separatistas prorrusos. 

Viendo la guerra desde Chile

Pese a la alegría que supondría el reencuentro de una madre con su hija después de varios años, la difícil situación en Ucrania amargó la llegada de Tetiana y su hijo el pasado 31 de marzo. Ellos dos no son los únicos ucranianos que han llegado a Chile tras la guerra, esto según información entregada por la embajada de Ucrania en Chile a The Clinic:

“Al 11 de abril a Chile llegaron 25 ucranianos (23 adultos y 2 niños). La mayoría de ellas son mujeres“, indicaron.

“Hay una plataforma creada en Ucrania que ayuda a las personas refugiadas a encontrar un hogar temporal alrededor del mundo. A todos los chilenos y residentes de Chile que quieran ayudar, les enviamos este enlace https://prykhystok.gov.ua/ .Hay voluntarios ucranianos y chilenos que ofrecen clases gratuitos de castellano. También nos escribieron representantes de varias empresas, proponiendo puestos de trabajo para las personas que manejan inglés”, agregaron desde la embajada.

Desde Santiado, Olga y su madre han tratado de tener noticias de sus seres queridos. La mayoría son historias desgarradoras:

“En Mariupol vive una amiga con la que bailabamos tango. Ella estuvo 10 días encerrada en un edificio donde se escondieron de los bombardeos. Tenían que calentar nieve para poder tomar agua y no comieron en días. Cerca de allí hay un teatro que funcionaba como refugio y que fue bombardeado. Más de 300 personas murieron en ese ataque“, cuenta Tetiana.

La mujer agrega que unos familiares de su ex marido fueron capturados por tropas rusas, quienes los habrían encerrado por días en un subterráneo rompiendo sus teléfonos a punta de balazos: “Estuvimos siete días sin conexión con ellos, fue un tiempo muy angustiante”, comenta Tetiana.

Foto del centro de Kharkiv

Olga también ha recibido noticias desde Ucrania. Su socia en el centro estético le contó que Nastya, una alumna de su madre, perdió sus dos piernas tras un bombardeo en la ciudad Chernihiv. La noticia movilizó a Olga y a parte de la comunidad ucraniana en Chile quien organizó una colecta para ir en ayuda de Nastya y otros ucranianos.

“Nosotras con mi compañera con la que trabajo juntamos más de 3 millones de pesos y queremos llegar hasta 5 millones para mandarlos a un fondo de ayuda humanitaria“, comenta.

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Oksana Tunska, vocera de la comunidad ucraniana en Chile, se refiere a las ayudas que sus compatriotas están recibiendo: “Logramos organizar reuniones con el Servicio Jesuita Migrante y ellos nos ofrecieron todo el apoyo para la inclusión de nuestros compatriotas, quedamos conforme con la ayuda que ellos ofrecieron. Aún no hay una ola de gente que llegue al país sin tener un respaldo aquí, por lo mismo como comunidad organizamos varias jornadas para buscar ayuda monetaria y en recopilación de artículos de medicamentos y artículos de primera necesidad”.

Oksana agrega que ha sido muy difícil poder gestionar los envíos a Ucrania: “Los chilenos son bastante bondadosos y siguen insistiendo que están justando cosas. La cadena de envío es un problema porque es muy caro, estamos buscando cómo poder hacer vuelos, yo estoy hablando con funcionarios de gobiernos porque la gente quiere ayudar y nosotros no podemos decirle que no podemos recibir ayuda. Eso es muy desalentador para esas personas que están entregando cosas desde el corazón. Estamos buscando los caminos para resolver ese problema”.

Volver a levantar Ucrania

A pesar de la ayuda que Olga y sus compatriotas han intentado hacer desde Chile, la mujer vive con un sentimiento de dolor. Cuenta que una vez terminado el conflicto, la intención de ella y su madre es regresar a su país, al menos un tiempo para intentar levantarlo.

“Cuando hablamos de eso, mi madre quiere llorar. Desde el principio nosotros hemos hablado con todos y lo que queremos es ir, reconstruir. Mi mamá lo tiene todo allá. Amigas, trabajo, su hogar”, cuenta Olga, quien además se descarga por la situación bélica en su país.

Yo odio, odio a Putin. Para nosotros es así. No es que diga ‘odiamos a todos los rusos’. No. Yo tengo amigos acá, yo tengo en Canadá conocidos rusos que ayudan y mandan ayuda humanitaria y apoyan y todo. Esa es para mí gente de muy buen corazón. Hay gente en Rusia que van a protestar y terminan en la cárcel. Pero eso son sólo algunos casos, hay muchos rusos que se desentienden del tema“, agrega.

Su madre también entrega su impresión sobre el actuar del Presidente ucraniano Volodímir Zelenski: “Es el primer Presidente del que me siento orgullosa. De verdad. Hubo otro presidente que tuvo que salir en helicóptero, con miedo. Yo creo que nuestra gente lo más probable es que no sabían qué hacer, pero se sintieron bien gracias al Presidente que no se va de su puesto en medio de la guerra”.

La mujer además valora la decisión del gobierno de Gabriel Boric que apoyó la suspensión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU: “Estando aquí me siento muy agradecida de Boric por esa determinación”, comenta.

Tetiana intenta mantenerse al día en cuanto a las decisiones internacionales de Chile. Sabe que el tiempo por el que permanecerá en el país es indefinido, pese a ello se repite una y otra vez que regresará pase lo que pase. Que en Ucrania viven personas que han soportado guerras, masacres y hambrunas, pero que siempre han sabido levantarse:

“Quiero volver. Y yo quiero volver a reconstruir el país y ayudar, pero quiero ir cuando pase. Todos quieren volver y levantar Ucrania. Nosotros tuvimos una muy linda ciudad, toda mi gente ama el país y quiere levantarlo”.

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