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Yo, madre

7 de Mayo de 2022

Nunca dejas de ser madre, menos cuando te conviertes en abuela

La imagen es alusiva al trabajo de una abuela Patricio Vera

Renuncié a mi trabajo en San Miguel para cuidar a mi nieta. Para ver sus primeros pasos. Para acompañarla en su camino. En ese momento, también Yasna ya tenía sus propios hijos y su propia casa. Era yo, definitivamente, abuela. Seis veces abuela. Y tres de mis nietas vivían conmigo.

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Fui mamá muy joven. Tenía solo 18 años cuando quedé embarazada de mi primera hija, Tana. Todavía vivía con mis papás, en Cartagena, y gracias a ellos pude dedicarme a trabajar para mantener a mi hija. Más tarde pasaría lo mismo con mi segunda niña, Yasna. Ellos, como abuelos, hicieron posible algo que, luego, sin saberlo, se convirtió también en mi destino.

Yo trabajé mucho en mi vida. En fábricas de alimentos haciendo turnos nocturnos; cuidando a otros niños mientras mis propias hijas estaban con sus abuelos; siendo empleada doméstica puertas adentro en Santiago… Todo por mantenerlas, porque, pese al apoyo incondicional de mis padres, los papás de Tana y Yasna no estaban presentes.  

Cuando mis papás fallecieron, y con todos mis hermanos viviendo en otras ciudades, yo me quedé con su casa. Ahí crecieron mis hijas y, cuando la Tana se quedó embarazada -también joven- mis nietas. Primero, Camila. Luego, la Javi. Me convertí en abuela. En súper abuela.

Yo trabajé mucho en mi vida. En fábricas de alimentos haciendo turnos nocturnos; cuidando a otros niños mientras mis propias hijas estaban con sus abuelos; siendo empleada doméstica puertas adentro en Santiago… Todo por mantenerlas, porque, pese al apoyo incondicional de mis padres, los papás de Tana y Yasna no estaban presentes.  

Éramos varias mujeres compartiendo el mismo espacio, aunque yo la mayor parte del tiempo seguía trabajando. Cuando mis nietas ya estaban más grandecitas, yo ya llevaba más de una década puertas adentro como nana en el hogar de una familia en San Miguel. Ahí estaba cuando Tana me contó que esperaba a su tercera hija, Graciela.

***

El día que nació Graciela, salí corriendo del trabajo a tomar el bus hasta Cartagena. Para mí era un día especial, claro, pero no tanto como pensé que podría llegar a serlo. Cuando la vi por primera vez, me enamoré. Fue tan fuerte lo que sentí que estaba segura de que tenía que cuidarla. Tenía que estar ahí para ella.

Y así fue. Renuncié a mi trabajo en San Miguel para cuidarla. Para ver sus primeros pasos. Para acompañarla en su camino. En ese momento, también Yasna ya tenía sus propios hijos y su propia casa. Era yo, definitivamente, abuela. Seis veces abuela. Y tres de mis nietas vivían conmigo.  

Con mis nietos he aprendido que, aunque nunca se deja de ser madre, esto es aún más cierto cuando una es abuela. Y, aunque dejé mi trabajo por la Chela, en ese momento la más chica, la verdad es que tuve que volver a él. Porque, para alguien que no terminó sus estudios, como yo, la única opción es trabajar, trabajar y trabajar. Incluso cuando se es abuela. Limpiando casas, preparando comida, lavando la ropa y lo que sea que me pidieran en San Miguel. A una hora y media de mi propia familia.

***

Hace un par de años, tanto Tana como sus hijas se fueron de la casa. Y, en 2019, mi nieta Javi quedó embarazada. Al igual que su mamá y yo antes de ella, dejó sus estudios para dar la luz. Mi hermoso bisnieto nació en pleno estallido social.

Para alguien que no terminó sus estudios, como yo, la única opción es trabajar, trabajar y trabajar. Incluso cuando se es abuela. Limpiando casas, preparando comida, lavando la ropa y lo que sea que me pidieran en San Miguel. A una hora y media de mi propia familia.

Y luego vino la pandemia. Como muchos, quedé sin poder trabajar. Hice los retiros de fondos -porque mi jubilación no era lo suficiente- y con ellos construí mi propia casa, al lado de la que era de mis papás y luego mía. La hice a mi pinta, con fotos de todos mis seres queridos en las paredes y con una pieza simple, pero muy acogedora para quien quiera quedarse a dormir.

Aunque era mi sueño vivir sola y tener mi propia casa, confieso que de pronto la pandemia me hizo sentir sola. Extrañaba el trabajo, el ruido, conversar con todos y cada uno de mis nietos.

Cuando comenzó a flexibilizarse todo, empecé a recibir a la Javi con mi bisnieto en la casa. A cuidarlo cuando a ella o a su pareja les tocaba trabajar. Yo los apoyo a ellos y también a mis otros nietos con la platita que me hago una vez a la semana, cuando hago el aseo en alguna casa en Santiago.

Aunque era mi sueño vivir sola y tener mi propia casa, confieso que de pronto la pandemia me hizo sentir sola. Extrañaba el trabajo, el ruido, conversar con todos y cada uno de mis nietos.

Las vueltas de la vida hicieron con que también la Chela, mi regalona, y su hermana Camila necesitaran quedarse conmigo para ir al colegio o al trabajo. De una u otra forma, nos reencontramos.

Porque eso hacen las abuelas -y bisabuelas-: siempre buscan una forma de aprovechar a sus nietos, cuidarlos como si fueran nuestros propios hijos. Eso hago yo a mis 67 años. Y eso haré hasta el final de mis días.

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