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Opinión

6 de Junio de 2022

Efemérides gastronómicas

La imagen muestra a Álvaro Peralta frente a un completo

El Día del Completo en la actualidad o el pastel de choclo más grande del mundo de los años noventa poco y nada le dejan al país como agente promotor de su gastronomía. Ya es hora que la promoción de nuestras comidas y bebidas se haga de buena manera, tanto interna como externamente.

Alvaro Peralta Sáinz
Alvaro Peralta Sáinz
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Desde hace ya una década o tal vez más, nuestro calendario se ha llenado de una serie de efemérides que podríamos calificar como gastronómicas. Me refiero a ese largo listado de “día de” que celebran completos, barros lucos, chacareros o hamburguesas; así como también al vino, el pisco, la piscola e incluso el gintonic.

Lo cierto es que recordar completo este calendario no es fácil, porque además de extenso va sumando nuevas fechas cada año. Ahora bien, hay que reconocer que algunos de estos días de celebración tienen su origen en hechos históricos como es el caso de las jornadas del pisco o el vino. Y también es bueno recordar que algunas de estas fechas son internacionales, tal como sucede con la celebración de -por ejemplo- la hamburguesa.

Sin embargo, la gran mayoría de estas “efemérides gastronómicas” responden a una acción de marketing de quienes están involucrados en la producción y comercialización -justamente- de estos productos. Así las cosas, lo que de verdad pasa con estas fechas es que el día del tal o cual preparación no es más que una gran jornada (o dos) de promociones y descuentos que involucran al producto en cuestión. Incluso más.

En las celebraciones más oficiales, como la del pisco por ejemplo, también es posible observar que el grueso de las actividades celebratorias no son más que actividades comerciales como ventas dos por uno, descuentos y promociones -en este caso- de pisco. ¿Hay algo de malo con todo esto? En rigor, no. De hecho, queda claro que cada uno de estos “días de” funciona muy bien en lo que a subir las ventas se refiere. Y de muestra un botón.

La semana pasada se celebró el Día del Completo, que tuvo dos jornadas, y bastaba darse una vuelta por cualquier cadena de venta de completos esos días para ver largas filas de personas esperando su turno para comer la promoción del día. E incluso más. En locales que no hicieron oferta alguna con sus completos igual se quedaron sin stock hacia el final del día. Incluso se supo de una cadena de minimarkets que a eso de las ocho de la noche de uno de los días del completo ya no tenía pan para -justamente- completos. Es decir, la gente celebró consumiendo este emparedado en todo tipo de locales -con o sin promociones- e incluso en su casa. Todo indica que para los locales favorecidos con el aumento de ventas en estos días especiales, estas efemérides vienen muy bien, sobre todo considerando los prácticamente dos años de pandemia que tanto golpearon al rubro gastronómico.

Sin embargo, la gran mayoría de estas “efemérides gastronómicas” responden a una acción de marketing de quienes están involucrados en la producción y comercialización -justamente- de estos productos. Así las cosas, lo que de verdad pasa con estas fechas es que el día del tal o cual preparación no es más que una gran jornada (o dos) de promociones y descuentos que involucran al producto en cuestión. Incluso más.

Ahora bien, todas estas celebraciones alimenticias tan de moda por estos días me recuerdan a una moda más antigua y que se dio fuerte por los años noventa en el país. Eran los años de la reciente vuelta a la democracia y donde muchos de los debutantes alcaldes electos -tras el receso de la dictadura, donde se funcionó con alcaldes designados hasta incluso el año 1992- no se resistieron a la tendencia de esos días a la hora de celebrar: el récord Guinness gastronómico.

¿De qué se trataba esto? De sendos platos más o menos tradicionales que los municipios -por lo general rurales, pequeños o costeros- elaboraban en proporciones gigantes a modo de celebración en lugares públicos como plazas de armas, gimnasios municipales, estadios, playas e incluso medialunas. Eran celebraciones bastante masivas en lo que a cocineros respecta y sobre todo en comensales, porque cuando la comida estaba lista media comuna llegaba a buscar su ración. Y como estas cosas solían hacerse en días domingo, feriados o durante las vacaciones de verano, la prensa -sobre todo la televisión- se desplegaba por el país en busca de estas masivas comilonas para así llevar “la noticia” al resto del país.

Así las cosas, durante buena parte de los años noventa vimos con frecuencia en televisión y leímos en los diarios acerca del pastel de choclo más grande del mundo, el brazo de reina, el curanto, el mariscal, el asado, el pastel de choclo y un largo etcétera de banquetes kilométricos. ¿El resultado? Alegría popular, comida de discreta calidad y -por lo que se supo después- pocazo rigor a la hora de registrar la hazaña ante el Guinness. Al final, la cosa era celebrar, pasarlo bien y probablemente ganar puntos para la próxima elección. Tal vez, lo único que realmente importaba y que quedaba tras esas jornadas de cocina, comida y engullimiento masivo. Masivo como las filas de la gente para comprar completos dos por uno y aprovechar ofertas varias durante este tipo de celebraciones. Y nada, nada más.

¿A qué viene todo lo anterior?  A que en Chile no son pocos los que están tratando de empujar al país en lo gastronómico. Es decir, en subir el nivel de la actividad en general, en poner en valor nuestros productos y nuestras preparaciones -tradicionales y contemporáneas- y por sobre todo ojalá poder posicionar a nuestra gastronomía en el exterior al nivel de otros productos criollos como el vino y las frutas.

Lo único que realmente importaba y que quedaba tras esas jornadas de cocina, comida y engullimiento masivo. Masivo como las filas de la gente para comprar completos dos por uno y aprovechar ofertas varias durante este tipo de celebraciones. Y nada, nada más.

No es una tarea fácil, es algo ambicioso además, pero en algún momento debe hacerse como corresponde. Sin embargo, si uno observa lo que se hace hoy con estas “efemérides gastronómicas” y lo que se hizo en los noventa con esa verdadera obsesión por los Guinness, la verdad es que da la impresión es que al menos en este ámbito no le apuntamos a una. Y es lamentable, porque queda claro que en la gente hay entusiasmo por participar en estas y otro tipo de iniciativas que tienen que ver con nuestra gastronomía.

Por lo mismo, habría que estar mal de la cabeza para pensar en prohibir o eliminar esta suerte de nuevo calendario gastronómico que ahora tenemos, pero sí podríamos aprovechar el impulso para fomentar otras preparaciones que bien necesitan una ayuda. Estoy pensando en recetas tradicionales que ya no vemos tanto, como las papas con mote, los pejerreyes falsos o el chupe de guatitas, por solo mencionar tres ejemplos.

Sería lindo un “día de” con este tipo de cosas. Aunque claro, no esperemos colas en los restaurantes para consumirlos. Primero, porque cuesta encontrar lugares donde preparen estas recetas y, segundo, porque es altamente probable que el entusiasmo de parte de la población sea menos palpable que en el caso de completos, barros lucos o piscolas. Pero ojo, para eso está la Junaeb y todos los almuerzos que diariamente entrega en los colegios. Ahí están las reparticiones púbicas -incluido el Palacio de La Moneda– donde todos los días se cocina para centenares de funcionarios.

Tal vez el ejemplo o estos “días de” podrían partir por ahí, desde el Estado, aunque esto -como siempre- asuste a algunos. Me parece que tenemos demasiados sabores, productos y recetas espectaculares como para seguir dando palos de ciego tanto en nuestra cocina interna como en nuestros afanes de mostrarnos afuera como potencia agroalimentaria, país de sabores únicos o productores de buenos vinos a módicos precios. Hay que apuntarle a una alguna vez. O mejor dicho, hay que comenzar a hacer las cosas de otra manera porque la competencia externa y las expectativas internas (incluyendo lo que quieren comer y beber nuestras nuevas generaciones) es una pelea despiadada y en la que puede ganar cualquiera. Aún así, me parece que todavía estamos a tiempo como para enmendar el ritmo. Pero hay que hacerlo bien y a alto nivel, nada de medias tintas ni cosas pichiruche.

*Alvaro Peralta es cronista gastronómico. Autor de “Recetario popular chileno” (2019) y “25 lugares imprescindibles donde comer en Santiago” (2016).

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