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Opinión

22 de Junio de 2022

Papá Ricardo y mamá Michelle

La imagen muestra a Rodrigo Mayorga frente a Ricardo Lagos y Michelle Bachelet

En tiempos de álgida discusión constituyente como los que hoy vivimos, no es raro que figuras como las de Lagos y Bachelet se vuelvan relevantes e incluso sean utilizadas políticamente por los distintos bandos en disputa.

Rodrigo Mayorga
Rodrigo Mayorga
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Quizás sean demasiado jóvenes para recordarlo, pero hubo un tiempo en que se hablaba de Ricardo Lagos como de un papá y de Michelle Bachelet como una mamá. Había muchos estereotipos de género en esto: Lagos representaba al progenitor duro y severo, que guiaba con mano firme, mientras que Bachelet era la madre cariñosa y contenedora, que esperaba a sus hijos con la comida caliente y un abrazo apretado.

¡Si hasta las palabras que se usaban para nombrarlos eran distintas! Uno era “el padre”, mientras la otra, “la mami”. No creo, por cierto, en estas imágenes tradicionales de la paternidad y maternidad. Sin embargo, sí veo cierta obsesión en nuestro país con estos dos ex mandatarios; una obsesión que, por no encontrar una mejor palabra, solo puedo describir como “filial”.

El último ejemplo de lo anterior se vio en las últimas semanas, en el contexto del actual proceso constituyente. Primero, fue el anuncio del regreso de la ex presidenta Bachelet a Chile. Los partidarios del Apruebo celebraron con euforia, como si se tratara de la aparición de la Capitana Marvel en Avengers: Endgame, mientras que los defensores del Rechazo reaccionaron indignados, como si se tratara de la aparición de la Capitana Marvel en Avengers: Endgame (pero ellos fueran secuaces de Thanos).

Le siguió a esto la carta de Lagos declinando asistir a la entrega de la propuesta de nueva Constitución. Con más interpretaciones que el final de Lost, la misiva fue vista por algunos como un “Pato Yáñez” elegante a la Convención, por otros como un respaldo a su trabajo y, para los demás, como una muestra del ego del ex presidente. Al igual que con el final de Lost, no tengo claro cual interpretación es la correcta aquí, pero el punto es que, al igual que con Bachelet, nadie quedó indiferente. Y no, no es esto algo que ocurre con todos nuestros ex mandatarios: la carta de Frei excusándose de asistir a la misma ceremonia picó menos que La Torre de Mabel, y respecto Sebastián Piñera, digamos que nadie considera como buena noticia que este salga apoyando a la misma opción que defiende uno.

¡Si hasta las palabras que se usaban para nombrarlos eran distintas! Uno era “el padre”, mientras la otra, “la mami”. No creo, por cierto, en estas imágenes tradicionales de la paternidad y maternidad. Sin embargo, sí veo cierta obsesión en nuestro país con estos dos ex mandatarios; una obsesión que, por no encontrar una mejor palabra, solo puedo describir como “filial”.

¿Por qué ocurre esto con Lagos y Bachelet, entonces? Parte de la respuesta es, sin duda, estratégica. La derecha, por un lado, ha visto en Lagos la expresión de una centro izquierda moderada y dispuesta a negociar con ellos, un “dique” contenedor pasar usar ante una izquierda que avanza con cada vez mayor fuerza. Basta con recordar aquel debate de las primarias de Chile Vamos el año pasado, en que los cuatro candidatos elogiaron la labor del ex presidente socialista (el mismo al que su coalición acusó de llevarnos de vuelta a la UP cuando era candidato en 1999), a la vez que buscaban distanciarse lo máximo posible de Sebastián Piñera, aún siendo todos ex ministros de éste.

En menor medida, lo mismo ocurre con Bachelet, cuya propuesta constitucional presentan hoy como una ‘alternativa moderada’ al texto de la Convención, a pesar de haberla obstaculizado con uñas y dientes y declarar, en palabras del entonces ministro Andrés Chadwick, que “no queremos que avance”. Desde la izquierda, la estrategia es similar: a pesar de haber estado entre los principales críticos de Lagos, Bachelet y los gobiernos de los “30 años”, la actual fragmentación política del país y la necesidad de apelar a grupos reformistas más moderados, han llevado a una aparente revalorización de sus gobiernos desde estos sectores, con menciones destacadas en la cuenta pública presidencial incluidas.

¿Obedece entonces la relevancia actual de Lagos y Bachelet solo a razones pragmáticas? Considero que no. Hay también razones simbólicas importantes tras esto; tienen que ver con que los gobiernos de Lagos y Bachelet fueron los únicos que cuestionaron directa y sustantivamente la legitimidad de la Constitución de 1980.

Lagos lo hizo en relación a su parte orgánica (la que define el cómo se organiza el Estado), intentando erradicar los denominados “enclaves autoritarios” que había dejado la dictadura. Bachelet, por su parte, apuntó a la parte dogmática del texto (en la que se definen, entre otros temas, el cómo se entienden los derechos), buscando, a través de reformas y derogación de leyes orgánicas constitucionales, una nueva manera de concebir la relación entre el Estado y la ciudadanía. Si bien no bastaron para hablar de una “nueva” Constitución, ambos tuvieron logros destacables (las reformas constitucionales de Lagos el 2005 y la reforma educacional de Bachelet en 2017), lo que ningún otro mandatario del período puede decir sobre su presidencia.

Los gobiernos de Lagos y Bachelet fueron los únicos que cuestionaron directa y sustantivamente la legitimidad de la Constitución de 1980.

En tiempos de álgida discusión constituyente como los que hoy vivimos, no es raro que figuras como las de Lagos y Bachelet se vuelvan relevantes e incluso sean utilizadas políticamente por los distintos bandos en disputa. Ello es posibilitado por su directa relación con la historia de la Constitución que el actual proceso podría llegar a reemplazar.

Pero ante ambos, como ante nuestros padres y madres, es necesario adoptar una visión que sea crítica y, a la vez, ponderada. No la del niño que ve a los progenitores como héroes ni la del adolescente que los culpa de todos sus males, sino la del adulto que finalmente entiende las complejidades enormes que conlleva criar a otro ser humano. Si esa misma actitud podemos llevarla también a las últimas etapas de nuestro actual proceso constituyente, saliendo de las trincheras y buscando los caminos más productivos aunque sean los más difíciles, estaremos un paso más lejos de la crisis y más cerca de construir un orden nuevo, en el que valga la pena vivir juntos.

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