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Opinión

18 de Julio de 2022

Los titulares de la prensa y la vuelta a clases

Agencia UNO

Las escuelas están cruzadas por distintas violencias, reproducen otras tantas y producen las suyas propias. Las violencias en plural —porque son muchas, diversas en su origen y en sus formas de manifestarse—, involucran a todos los actores de las comunidades educativas.

Mónica Peña, Isabel Toledo y Paula Mena
Mónica Peña, Isabel Toledo y Paula Mena
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Era esperable la expectación e incertidumbre post confinamiento. Desde el año pasado se avizoraba un escenario complejo en varias esferas de la vida; también en el ámbito educativo. Respecto de este último, con la llegada de marzo la especulación mutó en preocupación y rápidamente encontró un titular de prensa que se filtró en nuestras conversaciones. La noticia fueron los episodios de violencia en los establecimientos escolares. Como todo titular, se trata de una idea condensada, donde las reglas gramaticales son prescindibles, al igual que la posibilidad de análisis.

Independientemente de que pudiera haber un aumento estadístico de ciertas conductas (no lo sabemos), aceptar el titular de la violencia sin más comporta cierta renuncia a la comprensión y el desplazamiento de la atención de los fenómenos que subyacen a la tarea educativa, lo que, a su vez, dificulta el manejo de la violencia. Y dado que “’lo urgente’ le quita urgencia a lo importante”, seguimos relegando la formación ciudadana y la inclusiva educativa. En su lugar, insistimos en patologizar el conflicto y en la fantasía de que la hiperespecialización resolverá nuestros problemas.

En primer lugar, nadie nace violento o violenta. La violencia explícita, esa que se nos presenta una y otra vez en imágenes mediatizadas, se alimenta de violencias silenciosas que muchos no desean reconocer. Las escuelas están cruzadas por distintas violencias, reproducen otras tantas y producen las suyas propias. Las violencias en plural —porque son muchas, diversas en su origen y en sus formas de manifestarse—, involucran a todos los actores de las comunidades educativas. No son la responsabilidad de unos o de otros, son resultantes de formas de relacionarse que generan faltas de reconocimiento y que niegan las identidades, las necesidades, los miedos, las injusticias y las desigualdades. 

Dentro de esta lógica simplista, concedemos acríticamente el conflicto como algo negativo que debe ser eliminado. Por el contrario, el desafío es reconocer la existencia de conflictos y concebirlos como una oportunidad. Asumiendo que la escuela es la llamada a generar aprendizajes y nuevos saberes que hagan posible la reconstrucción del tejido social, los esfuerzos deben centrarse en restablecer el diálogo. No cualquier diálogo, sino aquel que persigue derrumbar los prejuicios y el temor al otro que se presenta ante mí como un desconocido o diferente. Esto último solo se desmonta cuando se establece un contacto directo, cara a cara, y cada uno puede presentarse ante los demás con sus diferencias e identidades, así como también con todo lo que compartimos. 

La violencia explícita, esa que se nos presenta una y otra vez en imágenes mediatizadas, se alimenta de violencias silenciosas que muchos no desean reconocer.

La política pública ya ha instalado las bases para ir construyendo democracia en las escuelas: los consejos de delegados de curso, los centros de estudiantes, los consejos escolares. Lo que evidencia la investigación es que cuando los estudiantes establecen relaciones sociales igualitarias al interior de la escuela o en torno a ella, producen conocimientos, participan y se forman como ciudadanos, ya no en los sermones del cumplimiento de normas y la promoción de valores, sino en una forma de vida que los reconoce como sujetos de derechos en su vida cotidiana. En resumen, hoy la legislación permite que las escuelas sean organizaciones democráticas y participativas, sin embargo, esa normativa todavía no se aplica y, cuando se materializa, no pasa de ser una formalidad. Para muestra un botón: los consejos escolares, los consejos de profesores y los centros de estudiantes quedan arrinconados y no toman decisiones sobre los asuntos sustantivos de la escuela.

En segundo término, la inclusión educativa en Chile propicia la consolidación de comunidades educativas. La evidencia indica que más que iniciativas aisladas de esta índole, debemos pensar en la construcción de una cultura inclusiva. El desarrollo del documento “Orientaciones para la construcción de comunidades inclusivas” (2016) fue un avance en ese sentido, pero aún no se da el paso fundamental orientado a pensar la construcción de comunidades como una estrategia activa, en la que se reconozcan las necesidades contextuales y las culturas escolares propias.

Los Proyectos de Inclusión Educativa (PIE), que son el caso más claro de política inclusiva en Chile, son un recurso que puede hacer posible la construcción de comunidades diversas en las escuelas. Aquello que logran incluir exitosamente a la diversidad de estudiantes que asisten a las escuelas, cuentan con mayor tiempo para analizar los casos, mayor diálogo con los profesores regulares, más participación e incidencia en los consejos escolares, así como posturas más centradas en los derechos que en los déficits de los y las estudiantes.

La política pública ya ha instalado las bases para ir construyendo democracia en las escuelas: los consejos de delegados de curso, los centros de estudiantes, los consejos escolares.

Las palabras también son prácticas y las prácticas son una forma de diálogo. Qué mejor que concentrar esfuerzos en la construcción de una educación inclusiva anclada en lo comunitario, más que en la creación de estructuras e intervenciones profesionales especializadas que muchas veces están desconectadas de los afanes cotidianos del resto de los estamentos, ya sea por autoimposición o porque se los relega al papel de servicio anexo. 

También es relevante preguntarse qué ganamos con tratar de delimitar una comunidad educativa dentro de las paredes de un establecimiento. Se hace evidente la necesidad de repensar el concepto de comunidad: dejar de considerarla como un conjunto de virtudes encarnadas en quienes comparten una forma de vida homogéneas, de prácticas, de ideales, donde no hay lugar para lo distinto; y avanzar hacia una donde la participación de todos los actores de la escuela se oriente a la convivencia en la diversidad. Las comunidades se nutren de la diversidad, del hacer con y para los otros, del diálogo y del encuentro.

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