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Opinión

9 de Septiembre de 2022

No ganaron, nosotros perdimos

no-ganaron-nosotros-perdimos-texto-constitucional Agencia Uno

No estamos en presencia de una derrota de la radicalidad, pues en ningún caso es imputable seriamente al texto. Una gran parte del juicio del Rechazo es, más bien, a lo que pretendió ser su representación política.

Carlos Ruiz y Sebastián Caviedes
Carlos Ruiz y Sebastián Caviedes
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Para algunos que suscribíamos la necesidad de aprobar para abrir un escenario de transformación, lo sorprendente de los resultados del plebiscito de salida no es el triunfo del Rechazo, sino su enorme magnitud y transversalidad. Una heterogeneidad social y política empuja esta opción, que abraza mayoritariamente la juventud popular, las mujeres y las localidades con mayoría de población proveniente de nuestros pueblos originarios, sólo reduciendo su fuerza —ello sí sorprende— entre los grupos de mayores ingresos. El Apruebo logra una votación similar a la de Boric en segunda vuelta y se acerca a la obtenida por esta opción en el plebiscito de entrada, pero es arrasado por un aluvión de nuevos votantes que se definen por impugnar el texto propuesto.

¿Por qué este respaldo al Rechazo, incluso de personas que aprobaron al inicio? Es indiscutible que incidió el deterioro del escenario socioeconómico popular tras la pandemia, el rápido agotamiento de la novedad del gobierno —fenómeno ya de larga data en Chile— y la debilidad mediática para enfrentar la proliferación masiva de interpretaciones abusivas sobre el texto. Sin embargo, el fracaso principal del intento del pasado domingo es la incapacidad del texto, y de la Convención Constitucional, para interpretar las aspiraciones sociales que emanan desde la revuelta popular y el rodaje más largo que le precede. El resultado: un pueblo que no hace suya la propuesta.

Dicho lo anterior, en la hora de su triunfo, las fuerzas conservadoras han salido rápidamente a asociar esto con la radicalidad de los contenidos ofrecidos. No obstante, no es la radicalidad del texto lo que vuelve al proceso incapaz de conectar con los orígenes de la crisis chilena —relacionada con nuevos conflictos que buscan su reconocimiento y procesamiento en una nueva institucionalidad política—, sino su deriva particularista.

Muchos convencionales llegan al hemiciclo como expresiones de múltiples luchas sociales, pero el resultado no logra superar la agregación de reivindicaciones y escalar a un texto representativo de las distintas fracciones y espacios sociales que sostuvieron la revuelta popular, más allá de sus meras identidades. La transversalidad de la derrota alerta sobre esto, sobre todo dentro del mundo popular. Así las cosas, si para la derecha el “proyecto revolucionario” tras el texto es el problema, su supuesta inventiva dispuesta a atropellar la tradición constitucional chilena, para nosotros es la falta de un proyecto político articulador.  

No estamos en presencia de una derrota de la radicalidad, pues en ningún caso es imputable seriamente al texto. Una gran parte del juicio del Rechazo es, más bien, a lo que pretendió ser su representación política. El nuevo pueblo chileno, que surge de las contradicciones de la inédita expansión neoliberal sobre la vida social, reaccionó, de modo visceral, como ha ocurrido en todas las elecciones del último trienio, sin dejar espacio para la duda.  

De ahí que ningún actor político puede suponer que el amplio triunfo del Rechazo lleva agua a su molino. Antes, con el triunfo del Apruebo y la elección de Boric, sectores de Apruebo Dignidad y del Socialismo Democrático ya lo hicieron. El Rechazo a la propuesta constitucional, por supuesto, favorece en lo inmediato a la derecha, y al conjunto de las fuerzas conservadoras, que corren a atribuirse la victoria masiva. Pero, justamente esa masividad popular inesperada impide atribuírsela. No es el resultado de una conducción popular de la derecha. Esos 7,8 millones de votos constituyen un voto negativo, que no afirma nada.

A diferencia de aquel “No” de 1988, este voto rechazo no afirma ninguna dirección de avance político claro. Lo que hace es bloquear, sin ofrecer nada al país a cambio, salvo la ventaja de una franja política para redefinir los términos de un nuevo ensayo constitucional. En consecuencia, el Rechazo apabullante no es endosable todo a la cuenta corriente de la derecha que, aunque se vistiera con ropajes “ciudadanos” en la campaña, hoy no puede evitar que asome la propensión autoritaria que contradice esta estrategia.

Hace tiempo hemos venido insistiendo en observar la reorganización de la derecha. Los resultados de su primaria, las elecciones presidencial y parlamentaria, se insertan en una reconfiguración en detrimento de la UDI y RN, sus partidos históricos. Hoy está capturada por fuerzas que apuestan a desestabilizar al gobierno. De este modo, en la actual coyuntura, el riesgo es que se imponga su facción obstruccionista, que ha crecido entre los sectores más reactivos a los cambios sociales, y que aún piensa que la revuelta popular fue producto de una conspiración. Un obstruccionismo que no hará más que alargar la crisis e incluso remitir a la aparición de otras formas de protesta.

Por otro lado, el resultado del domingo tampoco demuestra que se haya generado un espacio para reconstruir la “socialdemocracia”, en clave concertacionista, como ha señalado Lagos, ni para reconstruir el “centro”, en las mismas coordenadas. La crítica gigantesca que se ha expresado sella, de hecho, el fin de la historia de esos intentos por volver a la política de la transición (y su manoseada invocación a una socialdemocracia efectiva).

Es así que el giro del gobierno sólo puede entenderse como una mala copia del original, cuando apuesta a algo muy parecido a ello, dejando que sus adversarios definan los términos de la derrota electoral, que si bien lo afecta, no es responsabilidad propia. La originaria impronta refundacional del Frente Amplio hacia la política de la transición, se debe mayor espacio, exigencia y proyección. La acusación conservadora de falta de experiencia no puede significar el retroceso a las recetas —claramente impugnadas— de los últimos treinta años.  

La falta de representación política que aún marca la experiencia de la mayoría de los chilenos, que está detrás del triunfo del Rechazo y que indica la persistencia de la desconexión entre la sociedad y la política, pone nuevamente en la palestra el peligro de reducir la actividad política a la política institucional. La cultura predominante, que empuja a una sobreburocratización de los espacios políticos, tiende a opacar las dinámicas de los diversos espacios sociales. Ello no niega el valor de la política institucional, el problema estriba en que la política transformadora se reduzca a esto.

El proceso histórico que vivimos en Chile no será corto, lineal ni existen atajos. Los discursos exitistas que han contribuido a suponer lo contrario deben superarse. Más aún, después de la reprobación popular del domingo. Intentar avanzar careciendo de un proyecto político, reaccionando a los ascensos sociales episódicos, no permite el avance firme de un proyecto de transformaciones. La derrota del Apruebo, indica cómo este curso histórico acelerado choca de nuevo contra el vacío político. Las fuerzas y voluntades políticas, comprometidas con las transformaciones, no hemos encontrado las coordenadas para enrumbar este curso. Aun así, el proceso sigue abierto.

*Carlos Ruiz y Sebastián Caviedes son académicos de la Universidad de Chile.

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