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Entrevistas

11 de Noviembre de 2022

Cecilia Vicuña y su rescate más personal: “Destruí muchas de mis obras cuando todos consideraban que no tenían ningún valor”

A sus 74 años, es la artista chilena viva de mayor renombre internacional. Tras convertirse en la primera latinoamericana en ganar el León de Oro en Venecia y exponer en el Guggenheim de Nueva York, su 2023 será igual de intenso y significativo: volverá al Museo Nacional de Bellas Artes con su primera muestra individual en Chile desde 1971, prepara otra en Estados Unidos, un documental de su vida dirigido por su hermano y además acaba de constituir la Fundación Arte Precario, que preservará su obra y archivo. Desde Londres, donde exhibe su monumental instalación Brain Forest Quipu en la Tate, Vicuña analiza el “interés repentino” en su trabajo, habla del proyecto de rescate de sus obras perdidas en los 70 y reafirma su lugar en los márgenes: “Nunca me sentiré una figura del oficial ni del establishment del arte”, asegura.

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Ha vuelto a pasar una extensa temporada en Londres después de 50 años y le ha tocado presenciar el momento de mayor inestabilidad en la historia reciente del Reino Unido. Vio a los ingleses despedir a la reina Isabel II, la proclamación y ascenso de Carlos III, la entrada y salida en tiempo récord de la exprimera ministra Elizabeth Truss y el nombramiento de Rishi Sunak. Cecilia Vicuña comparte el recuerdo vivo de otra noticia que la conmovió profundamente y le mostró el verdadero rostro de la crisis: era un video publicado en The Guardian en que aparecía una anciana de 80 años protestando en la calle ante la nula acción de las autoridades y la desinformación intencionadas en torno a la crisis climática.

“Me emocionó lo maravilloso del estado de protesta de esa mujer mayor y con dificultad para caminar, dispuesta con su cuerpo a ser arrestada e incluso acallada por sus ideas”, comenta a The Clinic la artista via videollamada desde la capital británica, donde hasta abril próximo exhibe en la Turbine Hall del Museo Nacional Británico de Arte Moderno su monumental y comentada instalación Brain Forest Quipu (“Quipu cerebro del bosque”), basada en un arte ancestral y un lenguaje en nudos de nuestro continente con 4.500 años de antigüedad. 

Como una trenzadora de diversas técnicas y saberes, Vicuña despliega en la Turbine Hall dos imponentes esculturas textiles de 27 metros de altura color blanco hueso, bautizadas por la artista como Madre e Hija. Están hechas de lana, fibras vegetales, cuerdas y cartones, intercaladas con objetos encontrados –pequeñas pipas de arcilla, fragmentos de cerámica y otros– que fueron recolectados de las orillas del río Támesis por una comunidad de mujeres latinoamericanas. “Misteriosa y conmovedora”, decía una reseña de The Guardian sobre la concurrida obra de la también poeta y activista chilena nacida en 1948 en Santiago.

“Es como un cuerpo que llora, un cuerpo que está en duelo, un cuerpo destrozado, que sufre y que es el cuerpo de los árboles de la Tierra”, dice Vicuña. Su instalación forma parte de una muestra anual comisionada desde el año 2015 entre la Tate Modern y Hyundai Motors, por la que han pasado grandes artistas internacionales, como Ai Wei Wei, Tania Bruguera, Olafur Eliasson y Anish Kapoor. Cecilia Vicuña es la primera chilena del selecto listado. 

¿Cómo fue tu acercamiento con el arte del quipu?

-Sucedió cuando yo era una adolescente, pero no tengo una idea exacta de cómo sucedió. El quipu era poco conocido en Chile hace dos años atrás, imagínate cómo lo habrá sido hace 60, cuando yo era adolescente. He deducido que en la casa de mi tía Rosa Vicuña, escultora, había una biblioteca excepcional. Yo hojeaba esos libros siempre y me imagino que vi en alguno de ellos un quipu porque hay poemas míos escritos en esa época en los que ya hablaba de ellos. Entonces, esa niñita tenía ya el concepto del quipu que ahora vive en la Tate.

Entre todas las reacciones posibles ante su obra, las que más le interesan y la han cautivado –continúa Vicuña– han sido las de los bebés. 

“Las guaguas para mí siempre son decisivas como críticas de arte: no hay engaño, no hay nadie quien las instruya ni les diga esto sí, esto no, y tienen una reacción física instantánea. Muchas mujeres llegan con sus coches y ver esos rostros, verlos cantar con la obra y con esa actitud de maravillamiento total y absoluto, es para mí lo máximo. Llegan también los estudiantes, y dibujan mapas cósmicos al pie del quipu, se acuestan ahí y viajan, como quien dijera, por otros mundos. Eso es el quipu, una presencia de otro mundo posible dentro de este mundo catastrófico en que estamos”, agrega. 

¿Cómo has visto la reacción del público de la Tate ante tu obra?

-Ha sido absolutamente increíble. Lo más hermoso que tiene la Turbine de la Tate es que es un espacio público y gratuito, y antes de que abran ya hay una multitud afuera esperando entrar, como cuando la gente en Chile espera que abra el mall (ríe). Estar ahí en ese momento y ver tantas bocas abiertas y tantas cabezas levantando la vista e intentando apreciar eso tan inmenso, que es un esqueleto, un templo de la muerte y de la amenaza en que estamos nosotros los seres humanos, ha sido maravilloso para mí. 

-Te reencontraste además con Londres, donde viviste en los 70, y en un momento particularmente crítico. ¿Cómo has visto todo lo que sucede allá? 

-Mientras más se sabe de la catástrofe económica, que en Inglaterra es impresionante, con Brexit y más de 8 millones de personas con hambre, menos se entiende que los ingleses y en el mundo sigan votando por los conservadores. Es incomprensible, al igual que en Chile: cómo es posible que el 80% del pueblo chileno pidiera una nueva Constitución y luego el 60% la rechazara. Yo creo que el plan es el mismo, a pesar de las increíbles diferencias entre Inglaterra y Chile: es el deseo de ser engañados, el deseo de creer que los que están en el poder saben más, el deseo de creer que el statu quo es lo mejor que hay a pesar todos sus defectos. Hay estudios de gente iluminada que demuestran que esa capacidad humana de creer cualquier barbaridad y afiliarse a esa creencia como si fuese una verdad, es la cosa más peligrosa que existe y gracias a eso vamos derechamente a la catástrofe.  

RECONOCIMIENTO TARDÍO A CECILIA VICUÑA

Su paso por la prestigiosa Tate viene a cerrar con broche de oro el año más relevante en su carrera: en abril pasado, Cecilia Vicuña se convirtió en la primera mujer y artista latinoamericana en recibir el León de Oro a la trayectoria en la Bienal de Venecia y en exponer en la rotonda del Museo Guggenheim de Nueva York, donde vive desde 1980. Su arte precario –como ella misma lo define–, así como su adelantado discurso feminista, de conciencia planetaria y defensor de los derechos de indígenas y pueblos originarios, tardó 50 años en ser escuchado y acogido por las grandes cúpulas del arte. Para muchos se trata de un merecido aunque tardío reconocimiento. 

“La obra entera de Cecilia Vicuña funciona hoy como una generosa advertencia formulada hace décadas y desde entonces larga y minuciosamente desoída”, escribió recientemente el escritor chileno Alejandro Zambra. 

Criada entre artistas, Cecilia Vicuña comenzó a escribir poesía y a realizar sus primeras acciones performáticas a los 16 años. En una playa de Concón ideó el concepto de “Lo Precario”, materializado en sus obras como pequeñas “basuritas”, obras en miniatura hechas a partir de desechos, y en una serie de instalaciones fugaces que comenzaban y se fundían en la naturaleza. 

Comenzó a pintar durante su paso por Arte en la Universidad de Chile, en paralelo fundó el grupo de poesía Tribu No –donde conoció y se emparejó algunos años con el poeta Claudio Bertoni–, publicó varios libros, varios de ellos imposibles de encontrar en Chile hoy, como Palabrarmas y Sabor a mí, expuso con solo meses de diferencia dos muestras en el Museo Nacional Bellas Artes de Santiago en 1971 y un año después partió becada a Londres, donde la pilló el golpe de Estado. 

Desde entonces no ha vuelto a vivir ni a exponer en Chile.

Lleva puesto su habitual suéter de lana rojo y su cabello largo y completamente canoso separado en dos trenzas idénticas. Tiene un aire a Patti Smith, aunque más chamana que rockera, y su forma de hablar –dulce, armoniosa, a ratos como un susurro cariñoso– produce un efecto magnético. Es el mensaje, en cambio, el que ruge a través de sus palabras. 

Convertida en la artista chilena de mayor renombre internacional a sus 74 años, Vicuña analiza el año más relevante en su carrera y atribuye el “interés repentino” en su trabajo al nuevo poderío femenino y al silencioso trabajo de curadores e investigadores que abordaron su obra desde los 90. Asegura también que no se deja engatusar por el establishment, le hace el quite al estatus de figura pop que hoy despierta su nombre en la escena del arte y anuncia lo que viene, incluida su primera muestra individual en Chile después de medio siglo. 

¿Cómo evalúas lo que ha sido este año y el momento que estás viviendo? 

-Todo comenzó con la sorpresa del León de Oro, que es la primera vez que se le da a una mujer latinoamericana, y luego mi muestra en el Guggenheim, que por primera vez también le abrió las puertas a una artista como yo. Es impresionante no solo por mí, sino por lo que dice de la cultura norteamericana y occidental. Gabriela Mistral y José Martí vivieron también en Nueva York, ¿y hubo alguien que se enterara de eso? No. La presencia cultural latinoamericana ha sido ignorada completamente en este lado del mundo por más de un siglo. Entonces, por más que todo indica que hay una cerrazón a los cambios que hacen falta para dar una chance de supervivencia a la humanidad, la fuerza del movimiento de las mujeres en este momento es avasalladora, una fuerza cuyo potencial no se manifiesta en términos políticos totalmente, aunque dicen que en Chile Boric ganó gracias al voto de las mujeres jóvenes del norte. Eso es muy maravilloso y podría ser el indicio de lo que sería posible si las mujeres se manifestaran. Yo interpreto este interés repentino en mi trabajo como eso, un efecto del poderío de una nueva intelectualidad y sentimiento de las mujeres. 

-El interés repentino que mencionas vino acompañado también de un trabajo silencioso de difusión de tu trabajo dentro del mundo del arte, ¿no? 

Precisamente. Cuando hablo del nuevo poderío y empoderamiento de las mujeres, estoy pensando en eso, en las jóvenes historiadores del arte y curadoras que han venido escribiendo sobre mi trabajo. El primer libro que se escribió sobre mi obra lo hizo una mujer excepcional, Catherine de Zegher (The Precarious: The Art and Poetry of Cecilia Vicuña, de 1997), y fue completamente ignorado. Después salió otro, también curado por mujeres jóvenes, igualmente ignorado. Hay todo un catálogo de libros y varias publicaciones que vienen siendo igual de invisibles que mi trabajo, pero están ahí, existen. Yo misma he publicado 30 libros en mi vida, que nadie ha leído. Todo eso va dejando un rastro como el de las babosas, que es transparente pero luminoso, transparente pero iridiscente. Algo queda dentro de todo lo que se esfuma y desaparece, y lo que queda es esa pasión de las mujeres por otra forma de conocimiento, otra forma de sentir. Mi arte no sería posible si no hubiera sido por ellas, además varios hombres y otras personas iluminadas de géneros autodefinidos.

Cuando recibiste el premio en Venecia dijiste que ese reconocimiento afectaría tu vida y tu muerte. ¿Sientes que cambió tu lugar dentro de la escena al ser acogida y abrazada por el establishment artístico? 

-Dudo rotundamente que vaya a pasarme al establishment porque es una maquinaria de poder tan infinita que por más que a una mujer sudamericana de pronto le den un espacio, eso no garantiza absolutamente nada. Nunca me sentiré una figura oficial ni del establishment del arte. Yo pienso que mi obra creció desde abajo, como las piedras, y que seguirá en ese camino de ir por donde, quién sabe, nadie más quiere ir. El arte y la poesía no van nunca por donde uno quiere, sino por donde el arte y la poesía quieren ir. Yo sigo esa voluntad, que es propia de ellas. 

REGRESO MAGISTRAL Y UN REGALO PARA EL FUTURO

Tenía apenas 23 años cuando Cecilia Vicuña fue invitada en 1971 a presentar dos muestras individuales en el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago. Para la primera de ellas, Otoño, la artista llenó uno de los salones de la pinacoteca con hojas secas que recogió con la ayuda de los jardineros de los parques Forestal y Quinta Normal; la segunda, en tanto, Pinturas, Poemas y Explicaciones, exhibió por primera y única vez su obra visual en Chile. 

“Esas dos fueron mis últimas muestras allá. Luego, en 2014, se expuso mi archivo en el Museo de la Memoria pero no era una muestra sobre mi trabajo sino en torno a lo que había reunido junto a cientos de artistas que trabajaron conmigo en el Movimiento de la Solidaridad con Chile durante la dictadura, pero pasó desapercibida en la realidad local”, recuerda y lamenta la artista. 

A 50 años de esa última exposición en nuestro país y en plena consolidación internacional de su carrera, Cecilia Vicuña regresará al Museo Nacional de Bellas Artes entre mayo y agosto de 2023 con Soñar el agua, una selección de 70 obras del acervo del museo y de otras colecciones públicas y privadas que recorren buena parte de su trabajo, desde los 60 hasta la actualidad, y que dan cuenta de su accionar político y medioambiental. Curada por Miguel A. López, contará además con el apoyo del Área de Artes Visuales del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. 

“La exposición es una especie de retrospectiva del futuro de mi obra, no solo del pasado y del presente, sino del regalo que será para la cultura de Chile”, explica Vicuña. 

El año pasado fuiste postulada al Premio Nacional y no lo ganaste. En esta misma entrevista nombraste a Gabriela Mistral, te sumo a Violeta Parra, dos creadoras fundamentales y que fueron reconocidas en el extranjero antes que en nuestro país. ¿Te sientes unida a ellas por ese mismo hecho?

-Claro que sí. Yo creo que cada mujer sufre de esa realidad que domina buena parte del planeta desde hace por lo menos 5 mil años. Esa definición de la humanidad como masculina, en la cual la humanidad de las mujeres no existe. Cuando te hablaba de los 30 libros que yo he publicado, esos 30 libros fueron publicados en Chile pero ¿quién los ha visto? ¿Han estado alguna vez en una librería en Santiago o de otra ciudad? Nadie los ha visto nunca. Si existen, a lo mejor están adentro de una caja, en cualquier parte. Y esa historia no es una historia solo de Cecilia, es una historia de todas las autoras. Eso es lo que hay que tomar en cuenta: es la historia de la mitad de la humanidad la que ha sido ignorada. 

Vicuña prepara otra nueva muestra individual en Estados Unidos, para el Museo de Arte Contemporáneo de Tucson, Arizona, donde “existe una comunidad indígena maravillosa a la que yo estoy honrando con mi exposición”, cuenta. También está siendo filmada por su hermano, el director de televisión Ricardo Vicuña –responsable de varias teleseries y éxitos del pasado como La Represa y Bellas y audaces–, para un documental que también podría estrenarse el próximo año y que recorre su vida y sus 60 años de incansable trabajo. 

De mayor y largo aliento será la labor que desempeñará la recién constituida Fundación de Arte Precario Cecilia Vicuña, encargada de preservar y difundir la obra y el archivo de la artista chilena. Será presidida por ella misma y en su directorio figuran nombres locales como Claudia Zaldívar, directora del Museo de la Solidaridad Salvador Allende, y cercanos a Vicuña, como José de Nordenflycht, doctor en Historia del Arte de la Universidad de Granada, y el poeta estadounidense James O’Hern, entre otros. 

“La fundación tiene un propósito doble: por una parte, preservar el legado de mi obra en Chile, y por otra apoyar la creación de proyectos tanto de arte como de educación dedicados a la transformación de la conciencia ciudadana en miras a crear una sociedad fundada en el bien común”, comenta la artista. 

¿Siempre tuviste conciencia de archivo?

-Yo soy archivista desde niña. Recuerdo que tenía 9 o 10 años cuando mi padre llegó a casa con un libro de Jaime Sabartés sobre Picasso que tenía en la parte de atrás una historia de la familia del artista. Yo vi eso y como ya sabía que era artista, entonces dije: hay que guardar la historia de toda la familia. Y empecé, desde niña, a guardar nuestra historia y la de mis amigos y todo lo que a mí me regalaron a lo largo de la vida. Entonces, no es mi archivo, es un tesoro, porque no solamente es la historia de Cecilia y mis escritos y mis obras, sino la historia de quienes han estado cerca mío y los que han tenido relación o vínculo conmigo, las correspondencias, todo eso. Imagino que va a haber dos archivos, uno en Chile y otro en Estados Unidos, pero en la era digital los dos se pueden combinar en uno solo.

RESCATE PROPIO

En el cuadro aparecía un leopardo rodeado de follajes multicolores. Fue una de sus primeras pinturas, y su abuelo, quizás el más orgulloso en la familia de la nieta y pintora novata, quiso comprársela. Cecilia Vicuña no quiso desprenderse de su obra e hizo una copia casi exacta, con apenas algunas imperceptibles variaciones, y esa fue la que finalmente le vendió. 60 años después, duplicar sus obras sigue siendo una práctica habitual en su trabajo. 

“Es muy extraño y divertido descubrir que empecé haciendo dobles de mis pinturas en los 60 y no ahora. El raciocinio de la niña, aunque yo ya era una adolescente cuando hice eso, no ha cambiado en la viejita. Lo que importa es la historia, y lo que implica es una idea de la obra como imagen, como idea, antes que como objeto. Desde la primera obra que dupliqué, que fue la del leopardo, ninguna ha sido igual a su original. Es como en las imágenes que se publicaban en los diarios cuando yo era pequeña y en las que había que buscar las diferencias, así mismo”, dice Vicuña.

¿Qué sentido tiene para ti duplicar tus obras y reproducir esas imágenes?

-Mi afiliación es con la historia oral, la historia que siempre está en transformación, que es continua y discontinua a la vez, que es lineal y no es lineal a la vez. En otras palabras, es una forma totalmente indígena que se manifiesta en mi ser mestizo. Empecé a hacer dobles después de los 60 porque los originales habían sido tajeados o se habían dañado. En 1977, por ejemplo, hice un doble de otro original que se había perdido y ahora está en la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Últimamente he estado duplicando obras mías que se perdieron en los 70, y esos dobles tienen ahora otro sentido, el sentido de la muerte. 

¿Qué quieres decir con eso? 

-Yo me voy a morir pronto y quiero, durante este tiempo que me queda, reconstruir algo de la historia que me fue robada por la destrucción de mis obras. Casi todos mis amigos, familiares y gente querida, todos destruyeron una obra mía. Yo misma destruí muchas de mis obras cuando todos consideraban que no tenían ningún valor. Para qué las iba a valorar yo, pensaba. Ese sentido autodestructor del cual los chilenos y chilenas somos especialistas, todavía más, es la historia real. Cómo reparar esa voluntad de autodestrucción que tenemos tan fuerte y que es una forma de afiliarnos a la colonización que nos daña. Es por eso que estoy pintando nuevamente esas obras perdidas ahora, como una forma de decirme a mí misma: pucha, qué pena que esta imagen se esfumó. 

La mayoría de esas obras las pintó originalmente entre fines de los 60 y comienzos de los 70, antes de partir al extranjero, puntualiza Vicuña. Traerlas nuevamente a la vida ha implicado un trabajo titánico y un extenuante ejercicio de memoria para la artista. En ocasiones se apoya en fotografías, dibujos y bocetos antiguos, y en otras, cuando no ha hay ni un solo rastro, no le queda más que escarbar entre sus recuerdos. 

Una de las últimas obras extraviadas que volvió a pintar retrata a dos viudas, amigas suyas, cuyos amores desaparecieron en dictadura. 

“Se consolaban y se abrazaban mutuamente en un gesto de cariño infinito y de dolor irreparable, porque ambas enviudaron muy jóvenes, a los 24 años. El original debió haber sido bellísimo pensado desde ahora, pero en su momento yo no lo podía tolerar porque era tan penoso. Volver a pintar esas obras rotas, abandonadas, me provoca una emoción indescriptible”, dice. 

“En la Bienal de Venecia hay dos de esas pinturas dobles y ya ves el efecto que tienen en la Bienal. Han sido reproducidas miles, millones de veces, las personas las convierten en íconos, en símbolos, sin la necesidad de saber que son los dobles de obras destruidas. Lo que reproducen es la imagen que lleva esa historia”, agrega.

-Sigues trabajando intensamente a tus casi 75 años. ¿Qué cambios has detectado con el paso del tiempo?

-Lo que ha cambiado es la posibilidad física de hacer ciertas cosas, pero la posibilidad de imaginar por suerte todavía está ahí. La posibilidad de soñar, está ahí. La posibilidad de mover las manos con la destreza, con la habilidad que pudo tener la niña, eso quién sabe, se está perdiendo. Yo me considero a mí misma como una basurita, entonces las basuritas mientras más destartaladas, más desarmadas, más hermosas son. Creo que hay una forma de envejecer que puede ser considerada como una belleza. Me acuerdo de haber visto una exposición tan hermosa en el Met Museum de Nueva York unos 30 años atrás, sobre la concepción de la belleza femenina en el Egipto antiguo. Mientras más arrugaditas, flaquitas y pasitas eran las mujeres, más hermosas se le consideraban. Yo pensé: ¡qué fabuloso!, y recuerdo que escribí varios poemas sobre esa concepción tan contraria a la occidental. Qué increíble que en el mundo precolombino la gente debe haber pensado igual que en Egipto, por eso el amor por las momias, por los viejitos arrugados. A lo mejor existe otra forma de imaginar una belleza en que la porqueriíta que una es tenga algún significado. 

Dices sentirte cercana a la muerte, ¿cómo es tu vínculo con ella a tu edad?

-Yo aprendí desde niña que la muerte era una dulce compañera, la mejor consejera, y que había que tenerla presente siempre. Pero cuando tienes 74 años esa realidad cambia de sentido porque efectivamente, y sobre todo desde la llegada del covid, todos los que tenemos más de 50 años somos altamente vulnerables. Esa cercanía que siento se refiere a esa temporalidad y a que ahora estoy más cerca de ese momento que del momento de nacer. Me acuerdo de haber leído a Lezama Lima, que decía que un poeta se realiza realmente en la muerte. Yo estoy convencida de que la relación con la belleza de la muerte es tan importante como la relación con la belleza de la vida, y si la vida debe ser bella, pues la muerte también.

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