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Crónica de una selva fría: durmiendo en las calles de Santiago en las noches con las temperaturas más bajas del año

La semana partió con la muerte de un hombre en situación de calle en San Bernardo durante la noche más fría del año, un día después de la activación del Código Azul en la Región Metropolitana. El frío logra que las calles del Gran Santiago queden vacías y quienes habitan en la vía pública, pasan de la invisibilidad y anonimato, al protagonismo sobreviviendo, recordando sus historias y soñando con algo que para muchos se da por sentado: un techo. Aquí, algunas historias de quienes duermen en las calles de Santiago.

Por Paula Domínguez Sarno
Kevin Covarrubias afuera del Metro UC
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La mañana del lunes 12 de junio, sobre el pasto escarchado de una de las plazas de San Bernardo y al costado de la carpa donde vivía, amaneció el cuerpo sin vida de Pedro. El hombre, cercano a los 60 años, vivía a los pies de un árbol y había pedido durante la noche a una vecina –también en situación de calle– un poco de alcohol para pasar el frío de Santiago.

La noche anterior, el Ministerio de Desarrollo Social y Familia había activado el Código Azul por las bajas temperaturas en la Región Metropolitana, y uno de los dispositivos pasó exactamente por esa plaza, pero a esa hora Pedro no estaba. “Es un hecho bien triste, porque era una persona que había estado en albergues”, cuenta Lorena Estivales, Seremi de Desarrollo Social y Familia de la Región Metropolitana. “Tenía una trayectoria larga en la calle”, añade.

Su caso se suma a la muerte por hipotermia de una persona en Temuco, donde las temperaturas bordearon los -5º C, el recién pasado 31 de mayo.

El Código Azul no recorre las calles y plazas intentando llevar a albergues o residencias a personas en situación de calle. Este plan de emergencia fortalece rutas para entregar abrigo, alimento y tomar signos vitales a personas que viven a la intemperie en la vía pública.

“Todo lo que estamos activando son acciones que buscan acoger la necesidad urgente de abrigo y alimentación durante el invierno”, asegura la Seremi. “Este fin de semana se desplegaron 6 equipos en rutas desde las 5 pm hasta las 1 pm del día siguiente en puntos críticos”, agrega Lorena Estivales.

El domingo pasado se registraron las temperaturas más bajas del año en la Región Metropolitana, llegando a -3,4º C en la comuna de Pudahuel. La ola polar se extendió hasta mediados de la semana, cuando las temperaturas mínimas comenzaron a subir sobre los 4º C.

Santiago Centro en la semana más fría del año

En la esquina de Portugal con Diagonal Paraguay, afuera de la Posta Central, descansan cinco carpas con personas durmiendo dentro de ellas. Este martes, se cerraron a la medianoche y no se volvieron a abrir hasta que la luz del sol del miércoles comenzó a elevar un poco la temperatura.

Una cuadra hacia la Alameda, afuera del Metro Universidad Católica, viven dos personas más. Uno de ellos es Kevin Covarrubias (60), un hombre de rasgos caucásicos que siempre está con una polea del Club Deportivo Universidad Católica. Cuenta que cuando tenía 11 años iba a las canchas de San Carlos de Apoquindo y Alberto Fouillioux lo hacía jugar junto a otros chicos de la edad. Después se fue a jugar a Audax Italiano y no habla mucho del tramo entremedio hasta el día de hoy. “Soy alcohólico, mija”, cuenta sobre la razón por la que duerme en la calle.

Durante la noche, se acurruca en unos cartones y no se tapa. Solo rodea sus rodillas con sus brazos e intenta dormir. A veces, sale a beber alcohol con otros “chicos” de la zona. A veces, llora.

Al otro lado de la Alameda, a las 4 de la mañana, la calle José Victorino Lastarria parece sacada de un cuento de Edgar Allan Poe: los 3º C hacen que el bohemio barrio esté completamente vacío y silencioso, y el único movimiento viene de la luminaria pública, que apunta titilante los suelos de adoquín. Desde la Alameda, la calle se estrecha y curva y, en la segunda intersección, llega a la calle Villavicencio. Casi al final, está escondido un albergue para personas en situación de calle, el cual tiene un cartel pintoresco en su fachada, pero las altas puertas de madera están completamente cerradas.

En frente, vislumbra una luz que hace parecer que hay, por fin, alguien despierto en Santiago. En un espacio rectangular de menos de tres metros cuadrados, inserto en una de las paredes de la calle, frente a un estacionamiento, está René Zúñiga (44). Para acondicionar el lugar, atravesó un alambre grueso de lado a lado a 1.70 metros del suelo e instaló un cubrecamas y una alfombra como cortinas. Allí, protegida del frío, tiene su cama.

El consumo de drogas, problemas familiares y antecedentes penales lo llevaron a sobrevivir en las veredas, cuenta. Hace unos años trabajaba como contratista, pero ahora gana dinero cuidando y limpiando los autos que se estacionan frente a su cama en la intemperie. Entre distintas condenas, alcanzó a estar 15 años preso y, cuenta, cuando era pequeño vivía con su mamá y robaba por necesidad.

“A mí me da vergüenza contar eso igual, son cosas malas que hice. Pero si pudiera volver el tiempo atrás, lo haría”, reflexiona. “Porque perdí la juventud preso”. Quiere volver a trabajar en la construcción, pero, sin una ducha y una cama fija, se le hace difícil comprometerse con un trabajo. Mientras piensa en su futuro, añora poder tener una pieza y le parece un sueño imposible la casa.

Para refugiarse del frío de Santiago, todas las noches se pone pijama y se arropa con frazadas que le ha regalado la gente que pasa. “Me abrigo bien igual, tengo buenas tapas, quedo bien abrigado”, asegura. René se acomoda en su cama y al despedirse bendice y agrega: “Se me cuida”.

Al bajar por la Alameda, a las 5 de la mañana, aún permanecen vacías las calles, salvo por algunas micros y transfers con pasajeros. Y en las veredas deambulan dos hombres, también en situación de calle: uno hacia el poniente, por la vereda norte, a la altura del Museo Gabriel Mistral, y otro hacia el oriente, por la vereda sur, a la altura de San Francisco. Ambos zigzagueantes, sin destino.

Afuera de la Estación Santa Lucía duerme en una de las veredas, apoyado en una pared, Roberto. Está rodeado por una sola frazada, en posición fetal y esperando a que pase un poco el frío para pedir algo de dinero y poder tomar una micro a un albergue en San Miguel. “En los de acá no hay cupo y ahí pago dos mil y me dan desayuno y ducha”, cuenta. “Además, allá ya me conocen”, agrega.

Son las 5:40 de la mañana y el olor a calle se mezcla con el olor a fritura de los carros de sopaipillas y empanadas que se instalan afuera de la estación de Metro. En menos de 20 minutos, la concurrencia aumenta exponencialmente: los paraderos pasan de estar vacíos a tener 12 personas en cada uno, ya se instalaron cuatro carros, dos personas más vendiendo sándwiches y otras dos tendieron en el suelo sus manteles para vender gorros, bufandas, calcetines y chalecos. Ese momento marca el término de la noche y personas como René y Roberto dejaron de ser los protagonistas de las calles.

En el bandejón central de la Alameda, entre las calles Amunátegui y Teatinos, duermen cinco hombres: tres en el suelo y dos en las bancas. Uno de ellos es Luis Eduardo Echeverría.

A pasos de la Posta Central de Santiago.

El Segundo Catastro Nacional de Personas en Situación de Calle (2017) fue el último realizado por el Ministerio de Desarrollo Social y estimaba que existían cerca de 12 mil personas en situación de calle en Chile. De acuerdo a la investigación “Ni cuándo ni dónde: el aumento de personas viviendo en la calle que no se ha podido cuantificar”, según los datos del mismo ministerio, hasta el año pasado, se estima que las personas en esta situación superan las 19 mil, de las cuales el 84% son hombres y el 16% mujeres.

Luis duerme en el suelo sobre tres capas de cajas de cartón desarmadas. Durante la fría noche de Santiago, permanece con el cuerpo y cara tapados por una frazada y un plumón, moviéndose cada 20 minutos: primero se apoya sobre su brazo derecho y, luego, se da vuelta para apoyarse sobre su brazo izquierdo y así. Se “despertó” cerca de las 7 de la mañana, ya que cuando se la pregunta si se despertó por el frío en la noche, la respuesta es que logró dormir a ratos.

Ante el frío, a las células les falta sangre y se vuelven quebradizas. En ese momento, el cuerpo comienza a sentir dolor: primero en los dedos de las manos y pies, nariz y orejas. Al mantenerse expuesto a bajas temperaturas, la del cuerpo sigue bajando y los órganos vitales como los pulmones, cerebro y corazón comienzan a funcionar de forma limitada. Si la temperatura corporal baja dos grados más de lo normal, entonces, se produce hipotermia. Ante esto, el cuerpo se esfuerza por entrar en calor, comienza a temblar y pide movimiento.

Con 60 años, Luis Echeverría ha vivido en la calle la mayor parte de su vida. Ha transitado por distintos albergues durante su vida y también tiene antecedentes. Cumplió condena por hurtos desde 1981 hasta 1997, con 17 años estuvo en prisión preventiva en Colina esperando su primera condena. Durante la dictadura estuvo en Punta Peuco cuando, antes de ser un centro penitenciario de detención de militares condenados por crímenes de lesa humanidad, era una correccional rural.

“Ahí me escapé dos veces, era fácil, era como una casa grande de campo”, cuenta. Una de esas veces, alcanzó a estar nueve meses prófugo. Además de los problemas que le traen sus antecedentes delictuales, tiene problemas en las articulaciones y le cuesta levantar peso.

“La calle te envejece”, afirma Isabel Lacalle, directora ejecutiva de la Corporación Nuestra Casa. “Hasta 20 años. Muchos dicen (sobre las personas en situación de calle): ‘Tiene 55, que trabaje’. Pero la verdad es que vive en un cuerpo de 70, 75 años”.

Luis recuerda que, cuando era adolescente, dormía en los tubos de la construcción de la Estación Los Héroes del Metro de Santiago en la década del 70. “Y es que yo tengo mi historia”, explica. Intermitentemente, su vida tuvo periodos de cierta normalidad y estuvo casado con Juana, una mujer 10 años mayor, quien falleció en 2010, después de estar diez años enferma por cáncer al útero y a los huesos. “Eso me llevó a sacar la tarea, a cumplir. A no dejarla”, cuenta. “Y eso me traumó también”.

Luis Echeverría en el bandejón central de la Alameda, en Santiago, el miércoles 14 de junio.

La vida en la calle es hostil. “Evito las agresiones. Porque no me gusta que sean agresivos conmigo”, cuenta Luis, y explica que hay veces que no se puede evitar. “Pero también, como hombre, sé defenderme”, agrega. Reflexiona: “La calle es calle, te chupa. Y es una selva”.

La salida: una casa

Actualmente, hay 24 albergues estatales disponibles en la Región Metropolitana y cada uno tiene cupos para 20 personas. Estos permanecen cerrados a los medios de comunicación para proteger la dignidad de las personas que se ven en la necesidad de pasar sus noches allí. “En la región vive el 40% de la población de Chile”, afirma Lorena Estivales, Seremi de Desarrollo Social y Familia de la Región Metropolitana.

Con las más de 19 mil personas que viven en situación de calle en el país, se estima que cerca de la mitad viven en la capital. Por lo tanto, los 480 cupos que suman los albergues estatales se hacen menos que poco al momento de intentar satisfacer la demanda de un techo en este otoño. Así, el trabajo de las organizaciones de la sociedad civil se vuelve fundamental para reducir el daño en la realidad de las personas en situación de indigencia en el país.

Este fin de semana, cuenta Estivales, lograron dar con familias en situación de calle, donde habían menores de edad. “Afortunadamente, son muy poquitos los que se encuentran. Son la prioridad, siempre, para ingresar a albergues familiares o residencias familiares”, afirma. “Se resolvió muy rápidamente su ingreso a un dispositivo de protección”.

Además, se suman a los límites estructurales las burocracias de los sistemas municipales. Desde distintas organizaciones, afirman que la limpieza de los municipios recogen muchas veces cartones y frazadas de personas en situación de calle, las mismas que repartieron en las rutas del Código Azul.

Sin embargo, la alcaldesa de Santiago, Irací Hassler, afirma que “uno de los objetivos centrales de esta intervención es, precisamente, prestar labor de acompañamiento biopsicosocial”, con el fin de contribuir a la superación de la situación de calle. Además, afirma que trabajan en colaboración con el Ministerio de Desarrollo Social y Familia y las organizaciones de la sociedad civil.

Isabel Lacalle, directora ejecutiva de la Corporación Nuestra Casa, trabaja en una antigua casona en Yungay, en la misma cuadra en la que vive el Presidente Boric. Desde la entrada, un angosto pasillo de paredes blancas y puertas azules lleva al living-comedor de una casa donde viven personas que, antes, estaban en situación de calle. El pasillo sigue hasta el patio trasero, un espacio amplio y limpio con pasto sintético y sillones de mimbre al lado de un tablero de tiro al blanco.

Despensa de “Nuestra Casa”, en Santiago.

El lugar alberga personas en situación de calle que logran tener pequeños ingresos para pagar parte de su estadía y los ayudan a gestionar su vida en función de conseguir un trabajo estable. Este apoyo va desde lo psicológico para el consumo funcional de las sustancias que les causen adicción, hasta los hábitos que han perdido después de años viviendo en la calle y que son necesarios para conservar un trabajo. Para esto, trabajan voluntarios de distintos lugares de Chile y el mundo.

Marcelo Jeldres, uno de los residentes, muestra entusiasta los espacios. Ha pasado intermitentemente por la calle y tiene problemas con el consumo de alcohol, por lo que resalta en la conversación la importancia de la disciplina. Disciplina que le da “Nuestra Casa”. Su sueño es lograr conseguir un trabajo estable en la Construcción e irse a vivir a Chiloé.

Néstor Valencia, uno de los hombres que a las 7 de la tarde está tomando once en el comedor, también está en la misma búsqueda. Se crió en La Pincoya, en Huechuraba, y comenzó a consumir pasta base cuando se fue a vivir a Puente Alto con su mamá, droga que cambió por la cocaína y que está intentando dejar.

“Es difícil, dicen que depende de mí. Pero es difícil”, reflexiona. Es amable, aunque admite que a veces anda de mal humor y, entonces, prefiere estar solo. A los 17 años hizo el Servicio Militar y después cuenta que estudió Publicidad, pero por ahora está buscando trabajos de guardia o, también, en la Construcción. “Quiero conseguir una pega estable, he sido irresponsable. A veces lo logro, va todo bien y caigo de nuevo”, agrega. Él no alcanzó a vivir en la calle, una vez que tuvo que irse del lugar que arrendaba, llegó a la corporación y está a días de cumplir un año.

Dentro de las políticas que promueven, está la de “Vivienda primero”. De acuerdo a la experiencia internacional que ha observado el directorio, una persona en situación de calle aumenta sus posibilidades de salir de la indigencia al poder vivir, primero, en una casa. Y, con la independencia y servicios básicos de esta, pueden conseguir trabajo y hacer, al menos, sus consumos funcionales (en el caso de tenerlos).

De acuerdo a los datos del Ministerio de Desarrollo Social y Familia, la primera causa para vivir en la calle son problemas con la familia o pareja y la segunda es por consumo de alcohol y drogas. De acuerdo a los mismos datos, el 25% de las personas en situación de calle pasaron alguna vez por un centro del Sename.

Una de las paredes de memoria de “Nuestra Casa”.

En el living de “Nuestra Casa” tienen una pared destinada a la memoria de personas en situación de calle que han fallecido. “Para nosotros es importante la memoria. Sobre todo, porque muchos de ellos terminan en fosas comunes”, cuenta Isabel Lacalle.

Desde el Servicio Médico Legal explican que cuando una persona muere en la vía pública y su cuerpo no es reclamado por nadie, este se inhuma de manera transitoria al Cementerio General por un periodo de cinco años, con autorización del juez o fiscal. Transcurridos cinco años, el cuerpo puede irse a una fosa común. Sin embargo, desde la institución afirman que esto es poco común.

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