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Opinión

21 de Julio de 2023

Columna de cine de Cristián Briones | Oppenheimer: Christopher Nolan, el tiempo y la perspectiva

"La apuesta es una estructura enorme, asfixiante y grandilocuente. Es un trabajo de ingeniería tal como el aparente tema central que nos atañe", escribe el comentarista de cine y TV Cristián Briones, dueño de la Tienda Fílmico, sobre el estreno de "Oppenheimer". "Es muy probablemente la mejor fusión del juego de manos de Nolan, con su incesante tema en las últimas dos décadas", añade.

Por Cristián Briones

La “Teoría del Autor” es un término que se ocupa para catalogar a un cineasta cuyo control de los elementos colaborativos de la obra se vuelven reconocibles y puestos siempre al servicio de sus inquietudes temáticas. Una teoría que lleva unos 70 años en la mesa crítica, y más o menos los mismos siendo disputada por aquellos que creen que algo así, simplemente, no puede existir en Hollywood. Veamos si podemos usarlo como parte de la conversación sobre Oppenheimer.

Christopher Nolan tiene un tema: la perspectiva. Más precisamente, el cuestionamiento de ella. Memento es la historia de Teddy (Joe Pantoliano) tratando de que Leonard (Guy Pearce) deje de insistir con su visión del mundo. Insomnia es la historia de Walter Finch (Robin Williams) encontrando la oportunidad para que Will Dormer (Al Pacino) abandone, de una vez, la forma en que ve el mundo.

En Batman begins, Ra’s Al Ghul quiere convencer a Bruce Wayne de que su mirada del mundo es errónea. En The dark knight, el Joker quiere convencer a Batman de que su perspectiva es una auténtica locura.

Inception puede (o no) ser un cuestionamiento de un mundo que nos empecinamos en soñar. E Interstellar es derechamente dos miradas opuestas sobre el Mundo, si vale la pena salvarlo o no. Y TenetTenet hasta llega al punto de irrumpir el tiempo, espacio y vida de los personajes, para cambiar esa óptica.

La primera vez que llegué a este ensayo sobre la filmografía de Nolan, me fascinó ver que incluso decidía usar escenas en que el antagonista hacía que el protagonista tuviera, literalmente, que cambiar su perspectiva. Lo usa en casi todas, pero a modo de ejemplo, que Cooper (Matthew McConaughey) deba girar su cabeza para ver la nave espacial en Interstellar.

Christopher Nolan tiene fórmulas narrativas muy reconocibles: los tiempos. Incluso se argumenta (de manera válida y muy bien elaborada) que su tema es en realidad el tiempo. Pero, en lo personal, siento que los usos del tiempo son recursos narrativos. Para realmente hablar de la perspectiva sobre el mundo. Historias con saltos expositivos, un montaje que sirve tanto para hacer trepidante esa disputa de los protagonistas con su mirada de la sociedad, como para tensionar sus relatos. Es el juego de manos…pero el truco es otro.

Podemos saber qué será y cómo será una película de Christopher Nolan: un “ahora lo ves, ahora no lo ves” con el tiempo, para que el auténtico truco sea construir un relato acerca de si estamos errados en nuestra perspectiva de la humanidad.

¿Pretencioso? Quizás. ¿Pero no es todo artista un pretencioso hasta que efectivamente consigue aquello que pretende? Lo que nos lleva a Oppenheimer. El Destructor de Mundos. El Prometeo Americano. Aquel que robó el fuego a los dioses, y fue castigado por ello.

Pido desde ya disculpas por usar esta analogía, pero no puedo ver este abordaje de Nolan como si fuera otra cosa que el vengativo Bugs Bunny en el episodio de los Looney Tunes de Leopold: entra con toda la pompa de sus recursos ya probados, levanta la mano y sin miramiento alguno, se lanza a conducir la orquesta de sus mecanismos cinematográficos a toda máquina. La fotografía ultradetallada de Hoyte Van Hoytema. La omnipresencia de Ludwig Göransson con una banda sonora que solo te regala un (1) silencio, y es a traición. El montaje de Jennifer Lame, sobre-exigido e indispensable en la cadencia de cada acto. El nivel de las interpretaciones, que es muy probablemente la mejor suma de toda la filmografía de Nolan. Y su propio ritmo inexorable, exprimiendo, obligándote a la estridencia y la tensión en la butaca, hasta llevarte a la nota más alta, insistir hasta que te falte el aire y que un poco antes de cerrar, el edificio se venga abajo por el peso de una obra colosal.

El ejercicio es agotador, sin duda. Pero es tan solo el aspecto en la ejecución. Son los detalles temáticos los que hacen crecer esta película cuando sientes que puedes descansar de ella. J. Robert Oppenheimer es un físico cuántico que lidera el proyecto que construye la Bomba Atómica. Pero esta no es sólo la historia de la Ciencia que derivó en la muerte de 220.000 personas. Es, explícitamente, la parábola de Prometeo y El Fuego. La Ciencia como el mayor logro de la humanidad. Y sus triunfos como una luz enceguecedora que se refleja en nuestros rostros, justo antes de que el ruido de sus consecuencias nos alcance. No hay dioses castigando eternamente, eso sólo nos corresponde a nosotros. A nuestra toma de perspectiva.

La apuesta es una estructura enorme, asfixiante y grandilocuente. Es un trabajo de ingeniería tal como el aparente tema central que nos atañe. Y ahí están sus puntos más altos y también sus flancos más vulnerables.

Esta película tiene sus puntos bajos en esa frialdad. Pero las carencias se suplen con disciplina. Y Nolan es un estudioso. Lo que David Lean hacía desde sus entrañas a punta de instinto, Nolan lo prepara y esquematiza hasta el más mínimo detalle. Es un cineasta completamente consciente de sus falencias al momento de entregar emoción. Así que busca suplir aquello aderezando la construcción, tratando de que resulte cada vez más compleja. Y ahí puede pecar de impostado. Puede hasta pecar junto con su protagonista que, al enfocarse tanto en la minucia de su obra, pierda el foco final de su lenguaje.

Pero, y esto viene de alguien que no está en los listados de aficionados a su filmografía, esta vez logra que los ademanes para distraer a la audiencia previa a la gran revelación (al Prestige) funcionen como un vehículo del relato. Y, aunque entiendo que algunos vean en El gran truco un yerro en el cierre, en lo personal, creo que es su marca. Que de todas maneras lo usaría en la obra en que mejor están siendo estampados sus temas y su diégesis. Y que, en su inevitabilidad, se convierte en aquello que busca en su protagonista, teniendo que cambiar su perspectiva cuando ya no queda más que la revisión histórica. Es cineasta, forma y fondo grabados a fuego nuclear.

Y consigue ello bajo el viejo adagio de que el Diablo está en los detalles. Saltarse la matemática, para que esta no sea un película que, en perseguir los aspectos científicos, se pierda en su narración. Son los egos heridos cuando aquellos genios excepcionales pasan uno al lado del otro, sin medir las emociones, que no pueden expresarse en una pizarra.

Es Emily Blunt. La esposa de Julius Robert Oppenheimer que sobrevive. Con una petaca en la cartera y el coraje hirviendo hasta el último gesto. Es Robert Downey Jr. como Lewis Strauss. El ego. El poder. El antagonista que cree ser quien va a forzar el cambio en el panorama, pero cuya revelación se convierte en uno de los momentos más satisfactorios de la película.

Son Benny Safdie y Josh Harnet. Son Matt Damon y Casey Affleck. Son todas las fuerzas que implosionan una y otra vez sobre un protagonista que siempre está a cargo de la historia. Tan a cargo como puede estarlo un humano en su vida. Con un margen de error “casi nulo”. Es Cillian Murphy como Oppenheimer. Quizás en el papel de su carrera. Un vacío que nos hunde en la tragedia. Una mirada en aparente desconcierto, pero que no es más que nuestro propio reflejo. Es la transfiguración de la toma de perspectiva.

Es el comunismo. Esa palabra sucia. La otra mirada de la sociedad que comenzaba a sacudir al planeta mientras arreciaba la guerra. Es imposible dejar pasar, en esta revisión, la conversación interna de la película con la decisión norteamericana al respecto de la amenaza roja a su forma de vida. Y cómo el fascismo tiene tal facilidad para inmiscuirse cuando hay intereses desde las alturas y el miedo gobierna la sociedad. El McCarthismo y su prédica de “esto es lo más peligroso que nos ha ocurrido”. Hay un punto político ahí.

Nolan no es sutil en su postura. La carrera armamentística que tuvo (y tiene) en vilo al mundo como consecuencia de hombres ególatras, irresponsables y asustados está troquelada en la película. Citar la huída de los Judíos de Europa, la Guerra Civil Española, Japón como un enemigo derrotado, las apariciones presidenciales, etcétera, no dejan espacio a la comodidad de la mirada triunfante.

Basta notar a Florence Pugh. Siempre de rojo, incluso cuando no lleva ropa, incapaz de aceptar flores, porque simplemente ella(s) ya no sería(n) eso. Los atrevimientos de Nolan con el personaje de Jean Tatlock son un zarandeo de sutilezas y arrojos impropios en él, pero que se entiende en el reflejo de personajes que se unieron menos en la coincidencia ideológica y más en la poesía, en verso y física. Y un solo plano para dejarte la duda de por qué llegó esa imagen torturadora a la mente de Oppenheimer. Literal, en una mano negra. Curiosa que la coincidencia con JFK no sea sólo estilística, considerando lo lejanos que se ven en el espectro Nolan y Oliver Stone.

En la temáticas de Christopher Nolan, Oppenheimer es, como siempre, el tiempo y la perspectiva. Es el éxito como el mayor de nuestros objetivos. Y de como el triunfo cada vez lo es menos, cuando el tiempo te da la posibilidad de mirar atrás y darle una mirada a las consecuencias.

Oppenheimer es, muy probablemente, la mejor fusión del juego de manos de Nolan, con su incesante tema en las últimas dos décadas. Está por verse si la audiencia aceptará que el horror es un reflejo en nuestros rostros, y que seguirá existiendo aun cuando resistimos el estruendo del ruido posterior. O si la efervescencia será como cualquier otra medalla en tiempos de paz.

*Cristián Briones, comentarista de cine y TV, dueño de la Tienda Fílmico.

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