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Opinión

22 de Octubre de 2023

Columna de Carolina Urrejola | Caos climático y empresas: que parezca verde

Carolina Urrejola: empresas, caos climático y situación ambiental The Clinic

En su columna semanal, la periodista Carolina Urrejola escribe sobre el fenómeno del greenwashing practicado por las empresas. "En el último tiempo ha surgido una tendencia que preocupa al mundo ambientalista: un cada vez más intenso lavado verde de imagen, en que se utiliza el lenguaje del mundo ambiental en campañas de publicidad y marketing destinadas únicamente a evitar nuevas restricciones y seguir con las actividades productivas como hasta ahora", plantea.

Por Carolina Urrejola

Las empresas contaminantes en Chile saben que si no introducen criterios de sostenibilidad, tarde o temprano su negocio caerá. El problema es que, en general, no están haciendo cambios sustantivos, sino más bien acciones de marketing para “verdear” sus actividades, pero sin un compromiso real. Todo, en medio del caos climático que ya llegó, como sentenció el secretario general de la ONU hace algunas semanas.

El mundo de los negocios tiene un nuevo concepto fetiche al hablar de compromiso ambiental: los ESG (o criterios de gobernanza social y medioambiental, por sus siglas en inglés), que ha desplazado otros términos como sostenibilidad o responsabilidad social empresarial. Si detrás de estos últimos había una cierta idea de altruismo, hoy impera el pragmatismo económico puro y duro. Los ESG tranquilizan las conciencias y los balances de los tomadores de decisiones, porque permiten cumplir con un mínimo del compromiso ambiental sin arriesgar demasiado la captura de las rentas.

Las memorias anuales de las empresas chilenas son reflejo de lo poco sistemáticos que son los esfuerzos en materia ambiental. Plantar algunos árboles o implementar un programa comunitario de desconocido impacto se consideran parte del aporte, en un tema donde no hay obligación ni mandato, no hay registro profesional ni parámetros. Lo que hagan en esta materia no es más que una raya en el agua. Mientras no se exija por ley, el panorama no va a cambiar. Obvio que nunca faltarán excepciones a la regla general y existen empresas comprometidas de verdad con los cambios, pero son una rareza.

La semana que termina se realizó el Tercer Encuentro de Áreas Protegidas, en que se celebraron los avances en materia de biodiversidad. Fue un encuentro vibrante y de avances concretos gracias al aporte de ciudadanos y autoridades. Pero faltó un actor: el mundo privado. 

Es más, a pesar de la profundidad de la crisis climática, en el último tiempo ha surgido una tendencia que preocupa al mundo ambientalista: un cada vez más intenso lavado verde de imagen (“greenwashing“), en que se utiliza el lenguaje del mundo ambiental en campañas de publicidad y marketing destinadas únicamente a evitar nuevas restricciones y seguir con las actividades productivas como hasta ahora.

Pasa en la industria de la salmonicultura, por ejemplo, cuyas plantas siguen operando en medio de parques nacionales de aguas protegidas. A pesar de los intentos de diálogo para generar un calendario de retiro gradual, las campañas de su asociación gremial son conocidas por su dureza. Frente a los cuestionamientos, reaccionan con el argumento de que se perderán miles de fuentes laborales si es que hay cualquier modificación.

Mientras el Ministerio de Medio Ambiente termina de preparar el instructivo de buenas prácticas en la industria -de cara a la nueva ley SBAP del Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas-, Salmón Chile avanza con sus bien financiadas campañas y acciones de lobby que soslayan los impactos objetivos de la actividad. Es más, los productores han profundizado una línea de marketing que usa la estética y el lenguaje de la protección de la biodiversidad, con mensajes como “salmón patagón de las aguas prístinas del fin del mundo”. Todo sea por verdear, pero sin hacerse cargo.

Otro ejemplo de “verdeo” de actividades de impacto ambiental corre por cuenta de algunas inmobiliarias. A partir de la nueva ley de Derecho Real de Conservación (DRC), compran grandes extensiones de terreno -especialmente en la Patagonia- y se ofrecen como una oportunidad para conservar ecosistemas, cuando en la práctica se lotean parcelas de 5 mil metros como en cualquier otro proyecto. De este modo, se viola el espíritu de una ley que en su reglamento no hizo explícita la prohibición de subdividir. Frente a este vacío, las empresas han aprendido rápidamente que la conservación es sexy y que los compradores enganchan, sin saber lo que hay detrás.

¿Otro flanco abierto por el que podría entrar el lavado verde de imagen? El financiamiento del Fondo Naturaleza Chile. Esta es una fundación que lleva adelante la importante tarea de recaudar fondos públicos y privados para financiar la conservación y protección de la biodiversidad. Su creación es un avance significativo, pero hay aprensiones sobre quiénes pueden donar. Un ejemplo: la minera canadiense TECH es una de las aportantes. Vale la pena preguntarse si es correcto que una empresa dedicada a este rubro, por modernos que sean sus estándares, califique para este fondo. El riesgo de captura no es menor y, por lo tanto, consensuar criterios se hace urgente para no perjudicar las confianzas en el sistema.

Si hay algo que hemos aprendido tras décadas de posiciones irreconciliables, es que el desarrollo económico y la protección de nuestros ecosistemas deben ir de la mano. No existe uno sin el otro. Por eso, los criterios comunes son importantes y todos los actores deben acordarlos pensando en un solo norte, con un liderazgo claro de las autoridades del nivel central y local. Sostener visiones que niegan la realidad, que siguen defendiendo intereses particulares y que le dan la espalda a la evidencia económica sólo nos asegura retroceso, pobreza e injusticia climática.

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