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Reportajes

9 de Diciembre de 2023

Entre los grandes trajes, el calor, las burlas y el anonimato de un oficio muy particular: ¿Cómo es trabajar de corpóreo?

Fotos: Felipe Figueroa

Dos treinteañeros que trabajan como corpóreos del Doctor Simi en el centro de Santiago cuentan cómo es el oficio donde sus caras no son reconocibles y que entre las exigencias está el que no pueden hablar con la gente. Un fabricante de corpóreos en el barrio Yungay devela las técnicas de cómo hacerlos. Un trabajo que implica soportar el calor, grandes trajes, las bromas de la gente y que, tras el fenómeno de Fiú -corpóreo estrella de 2023-, ha vuelto las miradas sobre quienes han hecho de ese trabajo una fuente de ingresos, por el que pueden llegar a ganar $600 mil mensuales por jornadas de tres horas.

Por

La anatomía de un corpóreo es desmesurada, exuberante, desproporcionada. Sus movimientos son monocordes, disminuidos por el cansancio y el calor abrasador en una ubicación hostil —un paseo, una esquina, en la mitad de una plaza y siempre al costado del tránsito del tumulto—.

Algunos se mueven con exageración, estimulados por la atención, los gritos y los saludos de la gente, quienes reaccionan a la ternura disruptiva de sus pasos de baile en medio del tedio del día. Pero quien se mueve no es el corpóreo, claro está, sino que un hombre, una mujer, “una actriz recién titulada, llorando”, como dice la canción del músico chileno Diego Lorenzini.

Porque la anatomía de un corpóreo es, ante todo, hueca. Y dentro, un hombre, una mujer. En este caso, un joven. Tiene 31. Se llama Javier Bustos, y está dentro del cuerpo del Doctor Simi, vestido con ropa de viejo pascuero. Baila reggaetón y cumbia en la esquina de Ramón Corvalán con la Alameda, bajo la sombra de un liquidámbar.

El cemento sobre las veredas es extenso. Son las 12.30 de un lunes, y el pronóstico del tiempo dice que la temperatura subirá sostenidamente, por lo menos, hasta las 16.00 y llegará a los 29 grados. Las personas que caminan por la Alameda a esta hora se acercan, lo miran, lo saludan, se sacan fotos. Una señora se acerca a bailar. Javier, quien dirá que es profesor de educación física de profesión y que disfruta del baile, le sigue los pasos. Hace un movimiento con la cintura del corpóreo, lo llaman ‘el tiritón’. La señora se ríe. Un grupo de turistas brasileños se acercan a sacarse una foto. “¡Cágate de calor!”, grita alguien desde alguna parte. Javier tiene prohibido hablar. Una risa se desvanece. “Grande, Simi”, le dice un hombre mayor a la pasada. El Doctor Simi levanta su pulgar. Por un momento, deja de pasar gente.

—¿Cómo voy? —pregunta Javier.

—Bien, bien. Pero no te matís bailando. Ándate de a poco nomás, acuérdate que son tres horas.

Quien responde es Bastián Tapia. Tiene 33 años. Está al lado del árbol, con un parlante del cual sale la música y su voz, amplificada con el micrófono. Tiene el pelo largo, tomado y recortado a los costados, usa bigote, los brazos tatuados y un aro septum en la nariz. “Aprovecha de hacer tus compras hoy y te estarás ahorrando unas luquitas. Además, podrás conocer y compartir con nuestro Simi navideño, sacarte una selfie, sacarte un bailecito. También tenemos algunos regalos para ti… Simi, eres un viejo sabroso”, dice Bastián cuando el flujo de gente vuelve a aparecer, con un tono impostado de animación. Simi responde con un movimiento sensual.

Bastián ha sido Simi innumerables veces. También corpóreo de otras marcas. Hoy se dedica a animar las “Simi fiestas”, como se llaman las activaciones de la farmacia con presencia del Doctor. “Ya, estamos”, le dice Bastián a Javier. La música se detiene. Bastián toma el parlante y caminan hacia la farmacia.

Cada una hora de baile, tienen 20 minutos de descanso. Desde las 12 hasta las 15 horas. En términos económicos, alguien que trabaja como corpóreo por tres horas diarias, durante 20 días -es decir, de lunes a viernes- puede ganar entre $500 mil y $600 mil al mes. El chofer de una micro toca la bocina y abre las puertas de adelante. “¡Simi! ¡Simi! ¡Simi!”, grita el hombre, que graba desde la micro. Simi se da vuelta con la torpeza de un cuerpo prestado y saluda. Bastián dice que espera poder dedicarse a la animación, y ya no tanto a ponerse el traje de un doctor, de un chancho, de la mascota de un dentífrico o de un hospital, de un logo. Para Javier, en tanto, este es su primer día como corpóreo.

***

Tachuris rubrigastra es el nombre científico del pájaro de siete colores, ave que inspiró a la mascota de los Juegos Panamericanos, Fiu. Pero no fue la referencia al pájaro, la caricatura ni la animación digital lo que encantó a la gente, sino que el desplante en el mundo real, físico, tangible interpretado por alguien dentro de ese traje redondo y azul. En otras palabras, el enamoramiento fue con un corpóreo. Y Fiu es un eslabón más en la cadena de corpóreos y la extraña relación que tenemos con estos disfraces: bizarra, entrañable, absurda, tierna.

—No cualquiera le da vida a un corpóreo estando adentro, digamos.

Sobre la mesa del taller de Aldo hay herramientas, una tabla de corte, una pantalla, una lámpara; en la pared, reglas y escuadras colgadas. Hay, también, una cabeza.

—Hace poco estuve en Orlando y me obsesioné con hacer a algún personaje de Disney. Y el Pato Donald salió casi igual.

Aldo Santander tiene 29 años. Es de estatura media, tiene el pelo largo, usa lentes. Está sentado en la silla del escritorio en su taller de calle Cueto, en el barrio Yungay. Ahí opera: corta pies, manos, brazos, saca cabezas, abre cuerpos en el abdomen y los forra por dentro, les pone o les saca pelo, cejas, ojos, orejas, nariz. Y siempre les deja una hendidura, una pequeña abertura para que quien vaya adentro pueda ver. Aldo se hace llamar Aldin Art Props, y al menos hace dos años se dedica a tiempo completo a fabricar corpóreos.

—Empecé porque fui corpóreo harto tiempo, y a esos trajes siempre les encontraba fallas. La espuma por dentro se deshacía, o era muy caluroso, no tenía ventilaciones, era difícil sostenerlos. Al principio les sugería que hicieran cambios, y con el tiempo empecé yo a meter mano y arreglarle detalles.

Durante seis años, Aldo trabajó en productoras y empresas de cumpleaños como corpóreo, años en los que entre partículas de espuma en los ojos y sofocos, conoció el oficio por dentro. Literalmente.

—Empecé como Buzz Lightyear. Cuerpo de espuma y cabeza de fibra de vidrio. Pero los cuerpos estaban sin forrar. Fui Woody. Fui Mickey Mouse en más de una ocasión. Olaf, de Frozen, también. Y había trajes que tenían demasiado espacio para la cabeza, o demasiado reducido. Y a veces, cuando nos pedían promocionar restaurantes en la carretera, era aguantarte esas tres horas en la carretera, a todo sol, con descansos cada hora y media, invitando a los autos a entrar. Era sacrificado, pero era necesidad.

En ese tiempo, especialmente en cumpleaños infantiles, Aldo también se topó con el cliché máximo de los corpóreos.

—La visibilidad es reducida, y trabajar para niños se complica porque no es fácil mirar hacia abajo, como para no pasarlos a llevar en un mal movimiento. Y típico los empujones o alguno que te pega. Pero tenía más problemas con los papás o los tíos, que se ponen a tomar en el cumpleaños y se ponían pasados pa’ la punta. Jugosos, tratando de abrazar de más al corpóreo, las señoras dando agarrones, con los niños ahí, ¿cachai? -recuerda

—Se da mucho esta falta de respeto a la persona que está dentro del personaje, se da mucho, y es algo que sigue pasando. Por ejemplo, tengo colegas que trabajan como cosplayers de Spider Man, y los confunden mucho con Sensual Spider Man, y como él es permisivo con la gente que lo abraza y lo toma y la agarra el poto, el resto que cree que tiene la misma confianza con ellos. Sé que ellos pasan problemas por eso, los pasan a llevar por eso.

Eso, todos los fines de semana. Pero para Aldo, el hecho de ser corpóreo, más que un trabajo que puede ser buscado por descarte o encontrado por casualidad, era volcarse a reminiscencias del pasado, de esa generación que creció viendo corpóreos en la televisión. Era, dice, tocar aquello que siempre vio y que creía intangible.

‘Ya Somos Amigos’, ‘Pipiripao’, ‘Los Bochincheros’, ‘Cachureos’, ‘Guru Guru’, ‘Zoolo TV’ y diversas campañas y publicidades cuyo rostro era una mascota (un personaje, animal u objeto humanizado), son parte de un imaginario en que los corpóreos eran una cuestión cotidiana y que hoy están más bien emparejadas con el ridículo y como remanentes de algo antiguo, susceptible a ser viral por las dificultades que implica moverse con un traje o por romper con el curso monótono de la realidad.

—Mucha gente lo mira como un trabajo que “oh, pobrecito, está cagado de calor, pobre tipo al que metieron ahí a aguantar el calor”, y no sé qué. Pero si el monito es animado, se mueve bien, es simpático, como pasó con Fiu por ejemplo, se genera esta cercanía. Que si no son los niños, son los jóvenes de mi generación o de papás jóvenes que crecieron con ‘Cachureos’ o el ‘Profesor Rossa’ y que al tiro conectan con eso cuando ven un corpóreo.

Hoy, Aldo ha profesionalizado su oficio. Estuvo en el programa de Chilevisión ‘¿Quién es la Máscara’, dentro del staff de diseño de los corpóreos, y ahí conoció a quien hoy es su socio en la edición, que modela los trajes en 3D para que Aldo imprima los moldes y los pase al material. Cerró su primer trato internacional hace unos días, hace corpóreos que él mismo viste para premieres de películas -el costo de un corpóreo va entre los $500 mil y un millón de pesos, dependiendo de si solo es la mitad de un traje o incluye una cabeza- y le da un sentido de dignidad a un oficio que era precario específicamente en la confección de los trajes.

—Me gustaría seguir en esto, profesionalizarme todavía más. Ha sido como… Ver todos esos monos que miraba cuando chico, y hoy día poder hacerlos yo, tocarlos, ha sido muy bonito.

***

—Yo fui primero Doctor Muelitas, el conejo de Colgate. Fui Segurito. Fui el chanchito del Mayorista 10. Fui el logo de Paris, que era súper fome. ¿Qué es eso? Una cuestión azul, nomás. Tenía que mover las manos y nada más. Lo mismo el de Santa Isabel. Fui el elefante del Jumbo. Y terminé siendo Doctor Simi, que es el que más tiempo hice.

Son las 16.00. Bastián y Javier están sentados en el pasto de un sector del Parque Bustamante, bajo la sombra de un árbol, después de terminar su turno. “Otro día, otro dólar, nomás”, dirá Bastián sobre este trabajo. Para Javier, “una experiencia bizarra pegarse el show en la Alameda”. Ambos son de La Florida, y se conocen hace unos ocho años. Tienen un amigo en común que los presentó, quien también trabajó un tiempo como corpóreo de Doctor Simi.

Bastián cuenta que en 2013 aproximadamente entró al rubro de los corpóreos gracias a su hermano, quien trabajaba en una productora de eventos, masivos y para empresas. En los eventos cerrados, requerían gente para la imagen de la empresa, y para eso, la nobleza de un corpóreo era la manera.

—Recuerdo con harto cariño haber sido el Doctor Muelitas, porque fue la primera pega fija como corpóreo, es decir, más de un mes. Y eran buenas lucas, que me ayudaron para irme a vivir solo.

Para él, el trabajo no reviste cierta añoranza de alguna época. Es solo eso, un trabajo. Lo empezaron a llamar constantemente para distintas campañas luego de que lo conocieron en la productora. En paralelo entró a estudiar medicina natural y con el tiempo fue papá, por lo que ser corpóreo le funcionaba acorde a sus tiempos: jornadas cortas y pagas de regulares a buenas.

—Hay trajes que son súper incómodos. El de Segurito eran puros cubos, entonces era difícil moverse, articular. Esa pega era estar ahí nomás, porque era en oficina. Pero me pasa que cuando me pongo un traje, me suelto más. Yo igual tengo personalidad así sin traje, pero es diferente, podí hacer como más payasadas. A la gente igual le cae en gracia que un corpóreo esté bailando o haciendo alguna tontería. Yo lo podría hacer sin el traje y no causa gracia, no sé por qué te pones el traje y la gente disfruta.

Estar dentro de un corpóreo también es borrar la identidad propia y dar paso a una nueva, extrovertida, con menos sentido del ridículo, lúdica. Una sensación de libertad enclaustrada en un traje de goma eva, látex y espuma. También, despierta el morbo de lo incógnito: ¿quién está adentro?

—Una vez me pasó que tuve que viajar por un corpóreo a San Antonio. Te mandan con un animador, y nos quedamos en unas cabañas. Un día salimos a trabajar, yo con el traje, y pasó una señora con su hija, que era muy guapa, y yo ahí, haciendo el show, cayendo en gracia. Y yo le hablé a la chica, algo le dije, algo como “estay súper linda” o no sé. Y la señora me dice “pero haber cómo eres po”. Entonces yo levanté el traje, y la señora me se asomó. Algo le dice a la chica y ella se acerca y me da su número. Cambiamos números, en la noche la llamé, al otro día nos juntamos, y bueno.

Bastián se ríe.

Pero también, en otras ocasiones, el corpóreo ha servido para evadir el exterior.

—Hay veces que tenís que sobreponerte a lo malo que estai teniendo en tu vida. Y de repente llega gente a grabarte y están como cinco minutos esperando a que tú bailís los cinco minutos, y esa hueá es imposible. Hay veces que estay todo roto por dentro y tení que ponerte el mono igual, la vida misma nomás es así, pero hay que trabajar. Pero aunque no lo creas te ayuda a sacarte de la fome, te ayuda a relajarte.

Bastián dice que el trabajo no es malo, que la gente tiende a verlo como un trabajo extraño, peculiar y asociado a la precariedad, pero ha viajado por distintas regiones haciendo las ‘Simi Fiestas’ cuando era Doctor Simi.

—No es mala la pega de corpóreo. Yo ahora pensaba, si este loco que hace de Fiu, suponiendo que fuese una sola persona, debe estar recortando de pana. Le deben pagar caleta. Porque yo conozco el mundo de los corpóreos, respecto al pago.

En su experiencia, Bastián dice que la recepción del corpóreo cambia de acuerdo al contexto donde trabaja. Cuenta que el Doctor Simi es furor en las ferias libres: la gente baila, se saca fotos, tira la talla. Hace poco estuvo en el sector de Cantagallo y la gente casi no se acercó.

—No sé qué pensarán, pero ponen esa cara despectiva como de “qué chucha”. Sí interactúan con el corpóreo la gente que trabaja haciendo aseo por ahí, que se nota que no son de ahí.

Javier y Bastián coinciden en que hacia los barrios más acomodados la gente mantiene ciertos prejuicios en torno a los trabajos de carácter más informal, como lo puede ser un corpóreo, a pesar de que están regulados y ajustados a contratos a plazo fijo.

—Es bacán esta pega, en el sentido que le entregai de la nada a la gente un momento de alegría. A alguien que va pasando, alguien que se queda, que te abraza, que te deja una agüita a veces, qué sé yo. Ver que lo pasan bien, que sacai una sonrisa a una persona, a un niñito, entregar un globo, que pa’ un adulto es nada, pero para un niño es un globito po. Pero claro, todo eso se lo lleva el Simi. Y eso está bien igual, es agradable en el fondo para uno como corpóreo. Te dai cuenta que la gente necesita eso, un abrazo.

A su lado, Javier destaca lo mismo en su primera experiencia como corpóreo. Es profesor de educación física, pero encontró un trabajo en una minera en Calama, del que quedó cesante hace dos meses. A esta altura del año es difícil encontrar trabajo como profesor, por lo que el llamado de Bastián lo tomó como una oportunidad más de trabajo.

—Bizarro pegarse el show en la Alameda, pero entretenido. Además que me gusta bailar, lo paso bien, me gusta moverme.

Por dentro de la cabeza del Doctor Simi, en la parte superior, un ventilador le da aire a quien utiliza el corpóreo. El aire circula por unos orificios en la parte de la espalda, para mantener la temperatura un poco más fresca. Bastián le hizo una inducción sobre los pasos, que no son lo mismo si se hacen sin traje. “Yo puedo hacer un paso, pero con el traje se ve distinto, entonces el Simi tiene sus propios pasos y técnicas para hacerlos”, dice Bastián. Javier aprendió con la práctica, y al final el clásico tiritón del Doctor Simi era tal cual al de cualquier viral. También, a tener resguardos con la visibilidad que tiene el corpóreo. Tanto Aldo como Bastián señalan que es crucial para un corpóreo estar acompañado.

—Todos buena onda. Y eso mismo, la recepción de la gente, salvo esa talla típica del “estay cagao de calor”. Pero muy entretenido. —dice Javier—. Al principio me sentía como tieso, me preguntaba si lo hacía bien, pero al final como nadie te ve ahí te vai soltando más, y ya después no estai ni ahí. Pero me gustó. Mientras tanto, esta pega está bien, porque como es diciembre y enero, vacaciones y después marzo quizás, bien. Pero quiero dedicarme a lo mío. Al principio, cuando me pedían fotos, sonreía, y decía “pa qué sonrío si nadie me ve”

—A mí me gustaría seguir en esto por lo menos todo el otro año, y animando igual. Me gustaría empezar a tirarme más a eso. Pero no sé si me pondría de nuevo el traje, ya no es lo mismo. Tengo una hija de 4 años, tengo otras pegas, y cansa más ahora. Pero si ofrecen buenas lucas, demás. La paso bien.

Aldo, en su taller, señala lo mismo que Bastián y Javier: lo mejor que tiene el oficio del corpóreo es la relación con la gente.

—Me gusta la energía bonita que puede transmitir un personaje a quien lo ve, no solo a los niños. Uno tiene que pensar cómo lo va a ver un niño, pero también cómo lo va a ver un adulto, porque si no le da buena espina, no va a dejar que su hijo se acerque, como lo que pasa con los payasos. He conocido gente que le dan miedo los corpóreos porque no sabe quién está adentro, entonces hacerlo bonito e interpretarlo bonito hace que la gente lo vea diferente. Y así empaticen con quién está dentro del mono. 

—Mi hija le tenía miedo al Simi —dice Bastián en el parque—. Una vez me acompañó y se puso a llorar. Pero hace poco me dijo “papá, ya no le tengo miedo al Doctor Simi”, “ya, qué bueno”, le dije yo, “porque el Doctor Simi es bueno, ayuda a la gente” y la hueá. Me conecto bien con mi hija, no por ser el Simi, pero buena onda con el corpóreo.

La tarde cae de a poco. Bastián cuenta que en las fiestas menciona que es Doctor Simi y genera un revuelo doméstico en ese patio trasero de una casa con música fuerte. Javier encontró similitudes con su antiguo trabajo animando cumpleaños infantiles, en la retribución de los niños con el corpóreo. Ambos son parte de la generación de personas que crecieron con los corpóreos adheridos al inconsciente, de los personajes que figuraban en alguna publicidad o programa de televisión y que hoy están asociados a un espesor absurdo y atemporal como es ponerse un traje de confección casi artesanal, una escafandra con el afuera, cubriendo una identidad que ya es anónima, como una forma ambigua de decir “soy alguien, y aunque no sea yo, estoy aquí”, vestido de algún personaje de esponja forrada, en la monotonía de una ciudad donde todos quieren ser alguien más.

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