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Opinión

1 de Enero de 2024

Columna de cine de Cristián Briones | Godzilla Minus One: Lo que el cine era, lo que el cine es

El columnista Cristián Briones, "Fílmico", escribe sobre el estreno en Chile de la nueva película "Godzilla Minus One", del director Takashi Yamazaki. Briones describe esta obra como "cine, en su estado más puro", y destaca que es un "melodrama que nos compromete porque más allá de cualquier barrera idiomática y cultural, transmite las emociones de la manera más profunda que se puede". Y agrega: "Es una de las mejores películas del año".

Por Cristián Briones

A estas alturas es un tanto majadero volver a insistir sobre la casi infranqueable distinción entre el aspecto artístico y la mecánica industrial de, bueno, una industria artística como el cine. En tiempos en donde los números de la taquilla, las ganancias, y sobre todo las pérdidas del Hollywood, ocupan tanto o más espacio que el debate sobre las cualidades narrativas de sus obras, es un muy buen momento para apuntar que ambos apartados pueden conseguir cotas altas en sus propias arenas de batalla.

Los “parques de diversiones” pueden ser una fórmula que entregue entretenimiento gratificante, aunque vacío, y las “obras maestras” pueden ser una experiencia trascendental, aunque agobiante. O todo lo contrario. De igual manera, las aproximaciones para abordar estas diferencias tienden a divergir cada vez más y pareciera que hemos olvidado que aquellos cineastas de antaño, buscaron el equilibrio entre estas fuerzas que hoy parecen opuestas en la industria y eso se hizo parte en que fueran quienes instalaron sus nombres en la historia del cine.

El mejor ejemplo de esto es Stanley Kubrick. Supervisaba las piezas de marketing para cada mercado, enviaba notas a los proyeccionistas para que en cada sala en el mundo sus películas se vieran igual, llamaba a diario para estar al tanto de la taquilla e incluso abandonó su proyecto de Napoleón cuando fracasó otra película llamada “Waterloo“, y vio que no era el momento para la audiencia. A Kubrick le preocupaba que sus películas fueran exitosas, y que fueran vistas por la mayor cantidad de gente posible. Que fuera tanto un negocio para los inversionistas como una palestra para sus obras. Y nadie podría negar que era un artista con el talento cinematográfico para poner en pantalla su mirada del mundo. Porque eso es el cine en su estado más puro. Una mirada del mundo puesta en una pantalla.

Y eso es “Godzilla Minus One“. Cine. En su estado más puro.

Cuando en el Japón post Segunda Guerra Mundial, el Estudio Toho puso a un actor con un disfraz de lagarto gigante a arrasar detalladas maquetas, consiguió una de las películas más trascendentales de la historia del cine japonés y mundial. Una obra con una profunda carga política, que hablaba del horror nuclear que habían desencadenado los Estados Unidos sobre su ahora ignominioso Imperio y la falla fundamental de sus instituciones. Todo mientras entregaba el inicio de una franquicia que impulsaría un género completo (kaijus), tendría 38 secuelas, y finalmente cruzaría el Pacífico para llegar a Hollywood en dónde está actualmente siendo abordada por inversionistas multimillonarios. Pero su comentario social, ese drama profundo del terror a ser arrasados por una fuerza imparable y a sus propias responsabilidades en el monstruo que despertaron, fue quedando en el camino. Y hoy, 70 años después, es recuperado en gloria y majestad.

“Godzilla Minus One” es un drama bélico antes de ser una película de monstruos que pueden pisotear edificios. Versa más sobre el regreso de un soldado a su hogar natal, cargando consigo el espanto de una guerra y la vergüenza de la derrota. Es el intento de una nación de iniciar un proceso de reconstrucción de su propia moral, que tanto como sus viviendas, se encuentran en el suelo, a nivel cero, y un monstruo gigantesco llega para llevarlos al menos uno. Es la historia de la impotencia, magníficamente expuesta en pantalla, frente a un trauma todavía más grande que el leviatán que llega a arrasar sus ciudades. El relato del oprobio que sólo puede llegar tras caer del más elevado orgullo. De la necesidad de expiación, aunque cuando el pecado esté más allá de su comprensión.

Es 1945. Koichi vuelve a casa sin haber podido servir como piloto kamikaze. Noriko vive en las calles de un Tokio devastado. Ambos comienzan a criar a una huérfana en la destruida casa familiar de Koichi. Cada avance en reconstruir sus existencias se da en el trabajo agotador y el sacrificio personal. Pero Koichi arrastra pesadillas de las cuales ni su incipiente formación familiar ni sus éxitos laborales pueden sacarlo. No haber estado a la altura cuando debió enfrentarse a una monstruosidad bélica. De no ser capaz de salvar a sus compañeros porque fue engullido por el pavor. Todo su grupo tiene la misma carga. Ninguno ha vuelto realmente de la guerra. Incluso aquellos personajes que no pudieron portar un arma, están definidos por esa lucha: “la oportunidad de luchar por su país”.

Es esto último lo que da forma al enfoque de Takashi Yamazaki, guionista, director y director de efectos especiales de “Godzilla Minus One”. Que los ciudadanos deben entender el peso de lo que ese título implica. Que no pueden esperar a que las instituciones funcionen, deben hacerlas funcionar ellos mismos. Este hecho hace eco al momento histórico en que Gojira vio la luz. Un momento en donde los japoneses se dieron cuenta de lo que llegó a ocurrir cuando confiaron ciegamente en un emperador que, cuando vino literalmente a dar la cara, la nación ya no existía.

Yamazaki arma su película para comentar sobre ese Japón. Uno que necesitaba volver a ser. Evaluar lo que significaba ser una sociedad. Ser una familia. Lo que siempre valió más en las películas de Godzilla: la perspectiva humana. No el monstruo, este sólo representa algo. En el gran orden de las cosas, es una amenaza desoladora, tan incomprensible como pasajera. Pero es desde el “dónde” es visto lo que realmente importa. Incluso en la versión hollywoodense de Gareth Edwards este enfoque es uno de los puntos más altos. La forma en que se filma al titán: desde la mirada de humanos aterrorizados, contemplando una fuerza implacable. Yamazaki lleva esta perspectiva un paso más allá, y se dedica a construir ese horror en el Japón arrasado. Gojira no necesita tanto tiempo en pantalla cuando este aspecto está tan bien construido. Pero cuando aparece, es cuando podemos verlo en todas sus dimensiones.

“Ya, pero, ¿Godzilla qué es?”, me pregunta un amigo al salir de la función. “¿Es bueno o es malo?”. “Godzilla es”, le contestamos varios al unísono. No es un dios que pueda ser sometido a escrutinios morales. Es una fuerza de la naturaleza que emerge como un designio. Y este es un cineasta que hace imagen esa premisa. Cada segundo en que se presenta es abrumador. Creo nunca haber visto un Godzilla que llenara de forma tan potente cada espacio de la pantalla. La música que produce escalofríos en cada una de sus entradas épicas y mantiene la tensión allí donde se convierte en sutileza.

Un montaje que lleva a la película tan rápido desde al acto a la consecuencia, porque el director nunca descuida el hecho de que Godzilla es tan enorme como la grandeza de los personajes que sufren de su paso. Y esos personajes son gigantescos. El Doctor. El Mecánico. El Capitán. El Jovenzuelo. El Piloto. Godzilla se ve imponente porque esos personajes se nos incrustan en la piel y podemos verlo a través de ellos. En batallas épicas en dimensiones y en narración. En donde la fuerza de cada impacto es inversamente proporcional a la exigua esperanza a la que los protagonistas deben aferrarse, no sólo para enfrentarse al monstruo, si no para sobrevivir.

Y luego está el entorno. Descrito con precisión exquisita. Cada referencia en la destrucción, la fuerza que arrasa con todo a su paso, los contadores Geiger para evocar Hiroshima y Nagasaki, el techo con los periodistas, el relato de la caída de un teatro venerable, la agudeza en los vestuarios para dejar entender la ocupación americana, hechos históricos redimensionados, y un etcétera que da gusto evocar.

Tuvieron que pasar 70 años para que Godzilla volviera al lugar que lo vio nacer. Un Japón sumido en el deshonor. Arrasado por la brutalidad de la guerra y traumado por el horror nuclear. En el proceso de volver a forjar una identidad que había sido aplastada por las bombas y el orgullo nacionalista. Cada uno de esos temas puestos en la pantalla. Un comentario social vivo gracias al cine. Presentado con oficio narrativo.

Un melodrama que nos compromete porque más allá de cualquier barrera idiomática y cultural, transmite las emociones de la manera más profunda que se puede. La definición más destilada de “melodrama”: donde los sentimientos reciben el acento, para que la temática permee a las audiencias. Lo que una gran película es: una mirada del mundo que muchos puedan contemplar, ojalá en una pantalla gigante. “Godzilla Minus One” es una de las mejores películas del año. No “una de las mejores películas de monstruos”, o “con efectos especiales” o “blockbuster”. Una de las mejores películas del 2023. A secas.

“¿Terminó finalmente tu guerra?”.

Y las pisadas retumban en nuestros esternones.

Y el rugido nos ensordece.

Cine. En su estado más puro.

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