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Reportajes

10 de Febrero de 2024

Megaincendio en Viña del Mar: historia, fuego y resurrección de la población El Olivar

Fotos: Sebastián Olavarría

Una de las poblaciones más afectadas por la emergencia del pasado fin de semana, es un ejemplo de comunidad orgullosa de su origen trabajador y sentido de pertenencia. Levantada en dictadura, protege hasta las últimas consecuencias sus reservas naturales que se integran con el vecino Jardín Botánico, también arrasado por el fuego. Esta es la historia de El Olivar.

Por Marcelo Contreras, desde Viña del Mar

Daniel López hace una pausa en el relato sobre cómo sigue con vida. Levanta los brazos marcados por el fuego, cruzando las manos tras la nuca. Toma aire, exhala, las ojeras sobresalen en el rostro tiznado, la mirada se torna vidriosa por las lágrimas. Parece un soldado de las trincheras bajo efecto postraumático, que acaba de salvarse por un pelo mientras los suyos caían. Los alrededores de casas y edificios de departamentos devastados de la población El Olivar, en el límite entre Viña y Quilpué, semejan un escenario de guerra. 

Los recuerdos de la tarde del viernes 2 de febrero estremecen a este hombre de 40 años. “Se me pone la piel de gallina -dice mirando a la nada-, nunca había abrazado a la muerte. Es terrible”.

Daniel fue a regar plantas a la casa de sus padres -que partieron de vacaciones al sur- cuando vio, a lo lejos, el incendio en la reserva de Peñuelas. En poco rato, entre las 17 y 18 horas, el fuego avanzó hasta el sector de El Salto -zona de almacenaje y fabril como resabio del pasado industrial viñamarino-, y del Jardín Botánico, uno de los principales pulmones verdes de la ciudad. Como si se tratara de un bombardeo, llamaradas y pavesas alcanzaron El Olivar cruzando el Troncal, la arteria que une Viña con el interior del Gran Valparaíso. 

En cuestión de minutos, Daniel se ahogaba en medio de un huracán de aire caliente y material incandescente. “No pude hacer nada -alude sobre la casa de sus padres-. Era una lengua de fuego, una llamarada gigante”. 

Abordó su auto huyendo hacia lo alto, en dirección a la Villa Independencia. Arriba, donde las calles se estrechan por un diseño que jamás contempló a pobladores con vehículo propio -una necesidad por la mala movilización antes que un lujo-, Daniel quedó atrapado. Resignado, mandó mensajes de despedida a su pareja y a su hija. Alrededor suyo, la muerte se solazaba cobrando la vida de personas al interior de sus automóviles. Sólo cabía esperar su turno.

La imagen de una mujer mayor quemándose en la calle le hizo reaccionar. Daniel se bajó con el suelo ardiendo, tomó el cuerpo en llamas -de ahí las quemaduras en sus brazos-, y metió a la mujer como pudo al vehículo. Aceleró entre el fuego -“la decisión que me salvó”-, y escapó sin saber cómo rumbo al hospital. 

El sábado fue a ver las casas de sus tíos. “Somos un clan”, dice esbozando una sonrisa. Murieron cuatro y otros están desaparecidos. A uno de ellos lo encontraron calcinado abrazando a tres niños de 4, 6 y 8 años. Su casa y las de todos sus parientes -padres, hermanos y tíos- son restos humeantes. 

“El panorama familiar es espantoso”, resume Daniel.

El Olivar y la vivienda mínima

Hasta mediados de los 80, el sector de El Olivar no era más que cerros. Viña del Mar parecía concluir con las poblaciones de Limonares y Canal Beagle, entre el remate de la avenida 1 Norte y el empalme del Troncal. El camino avanza en una cuesta que los conductores suelen cubrir, como si estuvieran marcando tiempos para una clasificatoria tuerca. Sólo a la altura de la Villa Dulce, una población levantada en 1963 para trabajadores de la Compañía de Refinería de Azúcar de Viña del Mar -la recordada CRAV-, surgía nuevamente un atisbo de asentamiento urbano. Desde ahí, el camino serpentea entre cerros y vegetación con el tráfico siempre en alta velocidad, hasta llegar a Quilpué. Hoy, parte importante de esa zona es solo tierra quemada.  

“Toda esta historia -explica el arquitecto y urbanista Iván Puduje, sobre los orígenes de la población El Olivar- tiene que ver con el Troncal, una vía que se construye el año 60”. 

Hasta ese momento, la conexión de Viña del Mar y el interior era a través del tren, o por el camino de El Olivar cruzando el Jardín Botánico. “Una arteria muy mala”, sentencia Poduje, conocedor de la zona en su calidad de viñamarino. 

La ruta se construye para habilitar terrenos fiscales “y ahí empiezan a aparecer las poblaciones”. “La última -agrega- es El Olivar”. 

Aún así, en la cresta de los cerros del sector, ya había tomas al frente de la Villa Dulce. Entre ellas, se configuró el populoso campamento Manuel Bustos -en algún momento el más grande de Chile-, que hasta el incendio del fin de semana albergaba a 1.600 familias. 

“Lo que hace Pinochet es sacar a esa gente con la idea de relocalizar y urbanizar todo el campo de El Olivar”. La intervención, detalla Poduje, implicó 70 hectáreas, “grande para un proyecto”. 

Eran 2.500 viviendas programadas para 10 mil personas en dos etapas, entregadas entre 1987 y 1989. “Se construye con un modelo que combinaba casa con departamento -explica-, algo que se hizo siempre en este sector”, tendencia que venía en proyectos aledaños levantados en el gobierno de Eduardo Frei Montalva, en la década del 60. 

Según Poduje, se relocalizaron algunas familias de las tomas en la flamante población. El carácter que distingue al conjunto habitacional, subraya el arquitecto, tiene que ver con “un barrio de origen obrero planificado”. Así, a El Olivar llegaron empleados públicos junto a suboficialidad de las Fuerzas Armadas y Carabineros. 

El arquitecto, docente e investigador de la Universidad de Valparaíso Gonzalo Abarca, matiza algunos aspectos de la población El Olivar. “El problema es que se redujo todo al mínimo”, explica. “Los pasajes que alimentan la estructura vial principal son extremadamente pequeños, apenas cabe un vehículo; si hay un auto estacionado a un lado, no pasa otro”. 

“Hay una condición de vivienda mínima”, agrega. Las residencias apenas superaban los 30 metros cuadrados.  

“No es malo per se -continúa Abarca-, pero es la reducción de la superficie construida en función de la unidad familiar. Son claramente más pequeños en El Olivar que en otros conjuntos de Viña como Empart, Gómez Carreño, Villa Dulce o Canal Beagle”. 

Gonzalo Abarca suma el hecho de que muchas de las viviendas fueron ampliadas de forma irregular. “Hay una cáscara de material incombustible, un tronco originario de ladrillo; pero las ampliaciones son mayoritariamente en materiales combustibles que no cumplen con las normas de seguridad, determinadas por la ordenanza de construcciones”.  

Un pueblo fantasma

El jueves 1 de febrero, día previo al incendio en El Olivar, el tema de conversación en la comunidad era el calor “seco y envolvente”, según recuerda el diseñador gráfico Claudio Osorio. Como muchos en la población, es oriundo de Valparaíso. Con 18 años de residencia, describe el lugar como un espacio armónico. “Las típicas discusiones entre vecinos las hay -relata-, pero nada que unas chelas no puedan arreglar”. 

“Nos cuidamos entre todos -continúa-; se te puede quedar el auto abierto, y al otro día amanece tal cual. La gente es solidaria y presta a ayudar en lo que sea: arreglar una puerta, limpiar patios, alimentar mascotas ajenas, ese tipo de cosas”.  

Al momento del incendio, Claudio Osorio bajó a El Salto a buscar a su esposa, que trabaja en el sector, en tanto el fuego devoraba el Jardín Botánico y parte de las instalaciones de pinturas Tricolor (ver video de cómo atravesó el fuego en el video más abajo).  

En su ausencia, los vecinos se percataron que su casa podía incendiarse por el lado que colinda con el cerro. “Entre todos apagaron el fuego”, cuenta. 

“Salvaron mi casa -subraya-, como también es cierto que si hubiera prendido, el pasaje estaría contando otra historia. Pero eso no quita el mérito de los vecinos”.

“Si me preguntas si confío en ellos, categóricamente digo que sí”.

El martes 6, en la principal sede vecinal de El Olivar, la actividad es frenética. Se reparte ayuda, vecinos y voluntarios piden carretillas y chuzos, como se acercan conductores de camiones pidiendo instrucciones para sacar escombros, extraviados entre las calles empinadas y estrechas. 

Un par de vecinas hacen recuerdos de los inicios de El Olivar a fines de los 80, cuando el general Augusto Pinochet inauguró la población. Una de ellas apunta una casa ubicada en una esquina. “Ahí estuvo -indica con el rostro iluminado-, le pude dar un besito en la cara”. 

Felipe Glaser es el presidente de la Agrupación de Juntas de vecinos de El Olivar. Llegó a los 12 años desde el centro de Viña del Mar. Se involucró en la dirigencia en 2018 “para darle una vuelta a esto, porque muchas veces se trata más de egos que de ayuda”. Glaser describe a El Olivar como “gente de esfuerzo, muchos funcionarios públicos orgullosos porque, dentro de todo, ha sido un sector bastante protegido de tomas y se han mantenido áreas verdes”. 

El dirigente detalla que por El Olivar pasan las vertientes que alimentan el Jardín Botánico. “De hecho, hace un par de años tuvimos una intervención en una construcción de 19 torres, donde se pusieron los recursos de protección porque, en estricto rigor, mataban la vegetación y los cursos de agua hacia el Jardín”. 

Así, cuenta Glaser, la acción que defendió un bosque de bellotos -una especie protegida- ante un proyecto público, “pudo visibilizar las irregularidades que habían respecto de los permisos que, por lo demás, no existían”. 

Para el dirigente, la reconstrucción de El Olivar se avizora compleja, “porque los bloques, mayoritariamente, son de cuatro casas”. “Por lo tanto -continúa-, si hoy en día se entregaran casas de emergencia podríamos parar dos, pero las dos de arriba, dónde. Lo más seguro es que la gente va a tener que optar a subsidios de arriendo mientras se construye igual, o plantear una forma arquitectónica diferente”. 

En la opinión de Felipe Glaser, el proceso que viene se ve “súper complejo tanto para las personas que se van a mover como para los que quedamos, porque de las 3.500 casas, podemos estar cerca de las 1.800 quemadas, generando un pueblo fantasma”. 

El dirigente cuenta que su vivienda sufrió daños menores en el patio y rejas, gracias a la acción de sus vecinos. “Bomberos no llegó”, afirma. 

Glaser asevera que tampoco recibieron alarma de fuego y evacuación en El Olivar. “Llegó a Villa Independencia y sectores colindantes, pero acá nunca”. 

Otra oportunidad

“Reconstruir en estas zonas de catástrofe es la primera alternativa”, explica la doctora en Estudios de planificación Beatriz Mella, directora del Centro CIUDHAD -Centro de Investigación Urbana para el Desarrollo, el Hábitat y la Descentralización- de la Universidad Andrés Bello. Para la especialista, en el caso de El Olivar se deben considerar ciertos mínimos en el proceso. “Hablamos de una zona que tiene ciertas condiciones que lo acercan ante la interfase urbano rural”, explica. “Hay que ver los códigos de construcción, temas de materialidad, de distribución de las casas, vías de evacuación”, agrega.

En paralelo, la doctora Mella enfatiza lo que denomina “gestión de riesgo”. Si las precipitaciones aumentan el próximo invierno “podríamos tener deslizamientos”. En el listado de medidas, menciona cordones de cortafuegos, muros de contención y la introducción de especies nativas con propiedades distintas, menos combustibles que los abundantes eucaliptos del sector. 

Iván Poduje plantea lo que no hay que hacer para reconstruir El Olivar. “Un plan de reconstrucción súper atómico -dice-, con la última generación de sustentabilidad y diseños espectaculares, que a los arquitectos nos encantan y que terminan en nada”. 

“Te demoras como cuatro años en hacerlo -prosigue-, termina el gobierno, y la gente queda por mientras con la mediagua que le pusieron de emergencia”. 

El urbanista cree que ante esta tragedia surge la oportunidad de reorganizar el territorio con calles más amplias, colegios y servicios. “Parece algo modesto, pero si se hace vas a generar un cambio significativo en la calidad de vida. El Olivar no tuvo eso. Fue construido de manera más precaria, con criterios más economicistas. Pero hoy tenemos otra capacidad como país”.    

El arquitecto Gonzalo Abarca considera que estamos ante un desafío mayor. Las urbes no pueden seguir creciendo en extensión, advierte, “sino que hay que redensificar la ciudad”. 

“En El Almendral de Valparaíso, un terreno extenso -ejemplifica- residen 7.700 personas. O sea, nada, en un área donde podrían vivir 200 mil con calles pavimentadas, servicios de agua, electricidad, transporte colectivo y colegios”. 

Daniel López enjuga las lágrimas mientras hace recuerdos de la población donde creció. Nacido en el Puerto, llegó a los cinco años a El Olivar. Recuerda vagamente a Pinochet en el acto inaugural de 1989. “Y yo me llamo Daniel López, já”, comenta en alusión a uno de los alias utilizados por el dictador.  

“Era un barrio bien familiar, bien lindo”, dice. Bajo estas trágicas circunstancias, se ha reencontrado con gente que no veía hace años, “todos unidos y trabajando”. 

“Nos quedamos con eso, tratar de salir adelante”, reflexiona. “La vida me dio otra oportunidad, y acá estamos levantando a toda la gente”. 

Daniel López se despide, coge una carretilla, y se encamina a paso firme a limpiar lo que el fuego arrasó, en su población de toda la vida. 

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