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10 de Febrero de 2024

Por qué a algunas personas les cuesta tanto decir “te quiero” (y aún más un “te amo”)

Personas que no dicen te amo Ilustración: Camila Cruz

En ocasiones es porque no lo sienten, otras por miedo a que no sea correspondido. A veces, no lo encuentran necesario y a veces, simplemente, no les nace. Tanto crecer en familias que no dicen “te quiero” o “te amo”, como en otras que lo dicen en exceso, puede generar interferencias en el entendimiento del significado de aquello que configura gran parte de los vínculos humanos: el amor. En medio del auge de la necesidad por descubrir “nuestro tipo de apego”, tres personas cuentan por qué se han relacionado prescindiendo de la frase. “Es sano verbalizar cuando hay una coherencia entre lo verbal y lo no verbal, la comunicación no la podemos dividir solo si es que se verbaliza o no se verbaliza”, afirma la psicóloga clínica de adultos y parejas. “Lo ambiguo es lo que nos enferma, necesito saber en qué rol tú me posicionas para saber cómo comportarme contigo. Hay todo un símbolo también en estas palabras que no podemos desconocer”.

Por Paula Domínguez Sarno

“Él nunca me dijo que me amaba. En tres años y medio de relación. Nunca. Y yo tampoco, nunca”. A ocho años de haber terminado su relación, son amigos y, de vez en cuando, la recuerdan en conversaciones en las que, ahora sí, hablan de lo que sienten. “Conversando, él me dijo a mí que siempre me amó, pero él tenía sus propios temas, inseguridades y cosas que no le permitían verbalizar esta situación. Lo pienso ahora, reflexiono y claro, decidí quedarme en esa relación, aunque yo sí quisiera escuchar ese ‘te amo’, que decirle yo ‘te amo’, espantarlo, qué sé yo… miedo al rechazo. Estuve tres años en una relación donde, obviamente, lo amaba, pero mi miedo al rechazo era más grande”, cuenta Javiera Zurita (30).

La joven admite que, a pesar de que decir la frase no es algo que se le haga fácil, necesita que se la digan constantemente en una relación de pareja. Cuando pololeaba con su ex de tres años, él le decía a todos sus amigos y amigas más cercanas que las quería, incluso que las amaba, pero no a ella. “Y yo en ese momento, en conversaciones, me imagino súper poco maduras, porque finalmente no funcionaron -se ríe-, le preguntaba por qué podía decírselo a todos, menos a mí”, comenta Y ella, por su lado, tampoco lo decía.

“Es sano verbalizar cuando hay una coherencia entre lo verbal y lo no verbal, la comunicación no la podemos dividir solo si es que se verbaliza o no se verbaliza”, afirma la psicóloga clínica de adultos y parejas de Chile Psicólogos, Constanza Ruz Wiznia. Explica que, si bien puede no expresarse literalmente el cariño o el amor en una pareja, es necesario que ambos entiendan que lo no verbal significa lo mismo, por ejemplo. “Lo ambiguo es lo que nos enferma, necesito saber en qué rol tú me posicionas para saber cómo comportarme contigo. Hay todo un símbolo también en estas palabras que no podemos desconocer”, agrega y advierte que, a pesar de que es relativo, no poder decir ‘te amo’, a pesar de sentirlo, puede significar un problema.

“Yo creo que ese nivel de autorregulación, de control, de no verbalizar algo que estoy asumiendo que siento, pero que no quiero verbalizarlo, habla de que hay un conflicto. El conflicto puede ser desde lo emocional, desde el miedo a ser lastimado, el miedo a vincularse… las relaciones de pareja se intencionan, no son espontáneas y duran en el tiempo porque yo invierto en ella y trabajo”, explica.

Los “te quiero” de la infancia y los apegos

En la casa de Fabián López (34) nunca se pronunció un “te quiero”. O así lo recuerda él. “Quizás alguien alguna vez lo dijo, pero no lo recuerdo. Así, tratando de recordar, no recuerdo ni una vez”, cuenta. Su madre lo tuvo a los 22 años, su padre nunca estuvo presente y lo criaron sus abuelos. Ambos del sur -y de familias con precariedad económica-, llegaron en la década de 1960 a Santiago para darle mejores oportunidades a sus hijos. Ella fue criada en un ambiente machista, es la mayor de siete hermanos y le tocó hacerse cargo del cuidado de ellos, años antes de tener a sus propios hijos. Él es carabinero.

“Son vidas más duras y se entiende que como que no existían las muestras de afecto”, explica López. “Era una educación muy retrógrada, de que el hombre tiene que saber hacer de todo, arreglar de todo, me acuerdo tener siete años y con una sierra de verdad y eso era normal. Eran como machistas, mi abuela era la que cocinaba. Llegaba el hombre de la casa y se le esperaba con un plato de comida”, relata.

Cuando piensa en su infancia, las escenas que se le vienen a la cabeza son las de él pudiendo estar horas sin hacer nada en la sala de clases o estar su pieza “haciendo las tareas, viendo la tarde, sin ningún ruido”. “Tengo súper pocos recuerdos de mi infancia”, cuenta. “Recuerdo haber jugado tenis, fútbol… me obligaba a jugar en la cancha con gente que no conocía. Y quizás, algunas cosas, de grande, no me gustan por lo mismo. Me carga hacer algo a lo que te obligan, que no te nace”, sigue.

A pesar de que sus abuelos no eran cariñosos con las palabras ni muy evidentes con las acciones, ante la pregunta de si cree que lo querían, él responde que sí. “Él me enseñaba a ser más independiente, sobre todo desde chico y ser responsable. De esa forma me imagino que él creía que era una buena crianza. Me imagino que creía que era una buena forma de cariño. Mi abuela me decía: ‘Cuídese mucho’. ¿Cachái? Ese tipo de cosas”, expone.

A los 14 años volvió a vivir con su mamá, pero allí las relaciones no eran de jerarquía y respeto, sino más bien horizontales. Desde que tiene memoria que se iba caminando o en transporte público al colegio, desde El Bosque hasta Santiago Centro. “Andaba solo para todas partes”, recuerda. “Ahí, mi mamá sí me hacía demostraciones de cariño. Ahora más grande he hablado con mi mamá y me cuenta que sufría cuando se separaba de mí”, comenta sobre su relación y agrega: “Y probablemente sí. Probablemente. Según lo que me dice, pero no lo veo. No lo recuerdo para nada”.

“Tengo apego ansioso, que es un tipo de apego inseguro”, dice Javiera Zurita. Después de cinco años, volvió a la universidad y ahora va en segundo año de Psicología. “Y este apego lo que hace es sentir la necesidad constante de la aprobación de la otra persona. Entonces, cambio quién soy, me adecúo y hago todo este tipo de cosas solamente por el miedo al abandono”, dice.

En su casa sí se decía “te quiero”, incluso “te amo”. Estas demostraciones de afecto provenían, principalmente, de su papá y de su familia del lado paterno. Si bien su mamá en ocasiones lo decía, era mucho menos frecuente, cuenta Zurita. Pero cuando tenía 13 años, sus padres se divorciaron, junto a sus hermanos se quedaron con ella y él dejó de estar presente. “A ese tipo de abandono me refiero, como que no es que haya desaparecido de la noche a la mañana, solo no hay relación”, explica. ”Cuando me veía, nos decía que nos quería, que nos amaba… pero después no lo veía haciendo ninguna hueá, ¿cachái? Y desde ahí, básicamente, ningún tipo de relación para mí puede vivir desde el decirte ‘te amo’ todos los días”, agrega.

Al niño no se le puede engañar emocionalmente, sabe quién lo ama genuinamente y quién no”, afirma la psicóloga Constanza Ruz. Explica que esto se debe a que los niños solos se relacionan en un lenguaje no verbal y cuando se van desarrollando cognitivamente para entender el lenguaje verbal, esta contradicción les genera conflicto. “Ahora, en otro caso, ese niño puede sentirse amado, pero entonces el conflicto no está ahí, están en el ‘¿por qué a mí me aman así y a él lo aman asá?’, ‘¿por qué a mí no me lo dicen y a ellos sí?’”.

“Entonces, cuando surge el abandono de mi papá, ahí empecé a querer que mi mamá me dijera que me quería, ese refuerzo constante, de aprobación, y solo lo lograba llamando mucho la atención”, recuerda. “Siendo que las personas que más han estado en mi vida, son las personas que menos me dicen y por las que hoy día sí me siento querida”, reflexiona.

El padre de Catalina Santana (29), por ejemplo, fue cariñoso en su crianza y su mamá, aunque un poco más tarde, según recuerda, también. “Tengo muchos recuerdos de mi papá diciéndome ‘te amo’ y como demostrando afecto. De mi mamá empezó un poco más grande eso”, cuenta. “Pero, en verdad, no siento que me haya hecho falta cariño en la infancia. Sí sentía que lo que decían era real y me hacía sentido, sí se condecía con otros actos”, agrega. Al igual que Javiera y Felipe, Andrea tampoco es muy demostrativa verbalmente y la palabra encuentra para describir la sensación que le da decir “te quiero” o “te amo”, es “incomodidad”.

Sentirlo y no decirlo. O no sentirlo y no decirlo… o, a veces, sí

“Por ejemplo, si me dicen diez veces te quiero, yo digo dos”, reflexiona Santana. “Y, aparte de sentirme incómoda, me siento expuesta. Me siento que no soy yo, me da vergüenza, incluso, la vergüenza que me genera es un poco como adolescente”, añade.

A pesar de que es un esfuerzo para ella, el solo hecho de pronunciar la “t…“, a veces, se anima y lo dice. Por lo general, en su formato “yo también”. “Y lo digo en situaciones en las que puedo intuir que la persona lo necesita o si es que estamos como terminando un proceso medio tenso. Más allá de sentirlo, sé que puede como ser útil o puede ser práctico para el momento que se está atravesando”, admite. Pero la incomodidad con la verbalización de sus afectos, no se da solo con sus parejas, sino que con sus amigos y familiares también. De hecho, es en el contexto de relaciones sexoafectivas cuando más demostrativa es.

A Javiera Zurita le pasó con una pareja con quien estuvo hace unos años, que él le dijo “te amo”. “Y yo no fui capaz de decirle de vuelta. Y fue como: ‘Jaja, gracias, qué lindo’”, cuenta. “Yo creo que porque no sabía si lo amaba o no. Y después, al tiempo, me volvió a decir ‘te amo’ y yo sé que le dije ‘yo también’, pero se lo dije porque no quería que me lo dejara de decir o no quería que dejara de sentir eso”, sigue. “Entonces, le dije yo también para no cagarla, para que todo siguiera igual. Porque si no le digo ‘te amo’ ahora, no me lo va a decir nunca más”, expresa.

En su relación de tres años, por ejemplo, ella recuerda que cada detalle que se modificaba en la conducta de su pareja, le generaba inseguridades que la llevaban a la pregunta última: “¿Ya no me quiere?”. “Ah, ya no me dice que me veo bien cuando salgo, ya no me dice tan seguido que le encanto…”, dice que eran los pensamientos que venían a su cabeza intentando analizar la situación. Y, si bien, en otras relaciones respondió con un “yo también” a chicos con los que salió por quienes no sentía el cariño que le declaraban, en esos 36 meses nunca se le salió un “te amo” con el hombre del que estaba enamorada.

Sin embargo, busca constantemente en sus relaciones, soluciones a la necesidad de recibir demostraciones de cariño con frecuencia. Sobre todo porque ni ella misma puede expresarlo. Por esto, aunque nunca es la primera en decir literalmente “te quiero” o “te amo”, acordó con su actual pareja un método de tres preguntas para disminuir la inseguridad en la relación y dar solución a los momentos que pueden resultar más conflictivos. “Cada vez que uno de los dos esté mal, nos podemos hacer tres preguntas: la primera es ‘¿quieres hablar del tema?’; la segunda, ‘¿quieres distracción?’; y la tercera, ‘¿quieres espacio?’. Y, dependiendo de la respuesta, defino qué hago yo al respecto”, explica.

¿Son las acciones los bioequivalentes a un “te amo”?

Muchas veces, en sus antiguas relaciones, se preocupaba de insistir en que la quisieran de la forma en la que ella quería, pero lleva un tiempo cediendo. Descubrió que, con terapia, ha logrado identificar aquellas expresiones no verbales que le dicen que el vínculo es genuina y recíprocamente afectivo. También los enumera. Y también son tres. “Está la atención, o interés, que es preguntar. ‘¿Cómo te fue? ¿Te dieron el presupuesto que necesitabas en la pega?’ o ‘¡Qué buena, te compraste las zapatillas que querías! Mándame una foto’…”, explica.

“Está el apañe, que acompañarse a cosas, juntas con los amigos, a comprar algo que es importante para él, acompañarse en momentos malos. Tanto cosas sociales como emocionales, ser compañeros, ¿cachái? Y la comunicación. No preguntarse si se aman o decírselo, pero hablar de lo que uno siente, si te hace sentir bien o mal algo que el otro hizo”, expone.

“En general, demuestro el cariño en las relaciones de una manera como más tangible”, explica Catalina Santana, quien añade: “Por ejemplo, mi ex yo creo que me enseñó mucho a amar, me mostró distintas maneras de hacerlo y yo fui encontrando la forma que más me acomodaba”. Un pequeño regalo, la inscripción a un curso que pudiera interesarle, el envío de una publicación que le podría servir para algo en lo que estuviera trabajando o tomarle una hora al doctor si es que se sentía mal, entre otras cosas, eran algunos de los gestos.

“Ese tipo de cosas… con las que me siento tantísimo más cómoda que diciendo ese tipo de palabras”, explica. “Que yo sé que pueden ser necesarias para la otra persona, pero mientras hayan acuerdos y se diga: ‘Mira, me cuesta, pero en el fondo, cuando yo estoy haciendo estas demostraciones de afecto, realmente te estoy diciendo que te quiero o te amo’. Y si la otra persona necesita esas reafirmaciones verbales, obvio que se tiene que trabajar”, agrega.

“La última definición de salud mental que tengo en mi mente, no sé si habrán sacado una nueva, es el constante fluir entre lo normal y lo anormal”, dice Constanza Ruz, psicóloga clínica. “Donde quiero poner el foco es en el ‘fluir’, que es la adaptación. Esa es la clave del ser humano. Quien no se adapta, se enferma”, agrega.

Fabián López, en su adolescencia, descubrió, no por sus figuras paterna y materna, sino por su primera novia, las palabras “te quiero” y “te amo”. Y resultaron no significan mucho para él: cree firmemente que las acciones son más importantes. “Cuando uno es más chico, las dije, pero no porque las sintiera. Después uno madura, a esa edad uno anda embobado”, afirma.

Tiene una pareja con quien lleva cinco años y viven juntos. Ella es extrovertida. Le dice que lo ama cuando se va a trabajar y cuando regresa al departamento, le deja notas del tipo “que tengas un lindo día” y cocina cosas que le gustan. Por cariño. En cambio, él es más bien reservado y no le gusta abusar de la palabra “te amo”. “Es que no me gusta hacer cosas que no me nacen”, dice. “Si me da sorpresas, por ejemplo, el problema es que no me sorprendo. Me pasa que hay gente que puede hacer algo y mi reacción no es la que esperan. Y no es que no lo valore. Si lo hiciste, bacán y qué bacán que lo hayas hecho porque tú querías, no por agradarle al otro”, comenta.

Para López, una relación perfecta es aquella en la que obtiene tranquilidad, logra una conexión con la otra persona y generan proyecciones hacia el futuro. “Como que yo soy más práctico”, dice. “No me gusta hacer cosas solo porque a la otra persona le gusta, me tiene que nacer. Mi pareja dice ‘te quiero’ o ‘te amo’ todo el día, yo no, para mí son más importantes las acciones. Tengo otras formas, quizás no lo digo, pero le doy un besito en la frente, besito en la cabeza”, explica.

Sin embargo, cuando piensa en prescindir de la frase en un contexto familiar, lo piensa un poco más: “Si tuviera hijos, sí, habría que decirlo. Sobre todo para que sea normal. De vez en cuando”.

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