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Reportajes

2 de Marzo de 2024

Vivir un episodio humillante de manera pública: historias de secuelas emocionales que quedan tras el ataque, la huida y el congelamiento

Trauma_en_Público_Web Ilustración: Camila Cruz

Hay momentos en los que nos encontramos de frente al éxito y al fracaso. Sólo un paso nos distancia de los vitoreos y un momento humillante en público. Es una situación tan universal como tartamudear en una disertación y que los demás se burlen, como fallar un penal decisivo frente los ojos de todo un país o ser pifiado en un evento que mira la mitad del país, como le ocurrió a la comediante Javiera Contador en el Festival de Viña. La psicóloga Francisca Pesse plantea que “los seres humanos podemos ser completamente diferentes cuando estamos en un grupo grande, y podemos actuar de manera descarnada y brutal en contra de otra persona. Pero la persona que está en el escenario lo puede vivir como una agresión”.

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Hay momentos en los que nos encontramos de frente al éxito y al fracaso. Sólo un paso nos distancia de los vitoreos y un momento humillante en público. Es una situación tan universal como tartamudear en una disertación y que los demás se burlen, como fallar un penal decisivo frente los ojos de todo un país. 

Le ocurrió a Carlos Caszely en el 82, cuando Chile jugaba en el Mundial de España contra Austria. La selección perdía 1-0, y en el minuto 26, el entonces goleador fue derribado y provocó que el árbitro del partido cobrara un penal a favor de Chile. Caszely pateó su tiro, pero la pelota apenas tocó el palo derecho del arco. Así, para el país y el jugador, el incidente significó la derrota. Un momento que no han dejado de recordárselo a lo largo de cuatro décadas.

Una nueva versión de esta experiencia vivió este lunes Javiera Contador. La comediante, que empezó su rutina con el eco ensordecedor de las pifias del público, aguantó más de 30 minutos antes de bajarse del escenario. En la conferencia de prensa que dio una vez terminó el espectáculo, la comediante dijo entre lágrimas: “Estamos en un momento de mucha odiosidad”. 

En esos casos, la humillación o el fracaso fue público. Pero todos hemos vivido episodios así, donde los recuerdos permanecen y pueden seguir siendo dolorosos. Valentina Sepúlveda (23) aún recuerda las burlas, los flashes de las cámaras y la vergüenza que sintió arriba del escenario, a pesar de que hayan pasado muchos años. 

Tenía seis años y estaba bailando en un acto folclórico que su colegio hacía todas las semanas. Si bien en un principio se sintió tranquila, la situación cambió cuando se dio cuenta que cientos de personas la estaban mirando y seguían cada uno de sus pasos. En cuestión de segundos, se encegueció con los flashes de las cámaras y los nervios de la situación la aturdieron. De repente, un fierro apareció en su camino y chocó directamente con él. La gente comenzó a reír.

“Quedé paralizada, miraba a la gente cómo se reía, se me fue todo en blanco. Creo que me puse roja, porque sentí mucho ardor en la cara. No sabía si salir corriendo o seguir bailando. No sabía si llorar, no sabía”, recuerda Sepúlveda. 

Para Francisca Pesse, presidente del Colegio de Psicólogos de Chile, estas situaciones donde se sufre un momento humillante, públicamente, generan crisis psicológicas. “Es un evento que genera una desestabilización en el fondo en la persona y un fracaso también en el cómo enfrentar esta situación, porque todas las personas tenemos herramientas para enfrentar las situaciones críticas, las vamos desarrollando a lo largo de la vida”, explica la presidenta del Colegio de Psicólogos de Chile. “Producto de este fracaso, entonces, la persona reacciona como puede”. 

Mariella Norambuena es psicotraumatóloga, Directora Nacional del Colegio de Psicólogas y Psicólogos de Chile y Directora del Instituto Chileno de Trauma. Según ella, cuando las personas se enfrentan a situaciones potencialmente traumáticas, el cuerpo tiende a actuar de tres maneras posibles. Ellas son el ataque, la huida y el congelamiento. Esta última es “es donde la persona se queda simplemente paralizada y no puede hacer absolutamente nada. En mi opinión, esa respuesta es la más peligrosa porque nadie se da cuenta que tú estás en trauma”, dice Norambuena. 

Esta fue la respuesta de Sepúlveda al chocar con el fierro. Aun así, soportó el dolor y la angustia, y siguió bailando. Sin embargo, a medida que pasaba la música y los demás bailaban, escuchaba el eco del público riéndose. Eso último hizo que bajara del escenario. 

“Ya terminando el baile, me fui corriendo hacia mi abuela. Y ella se reía y se reía, y yo más lloraba porque me daba vergüenza”, cuenta Sepúlveda. “Con los años mi abuela siempre me lo recuerda y a mí me da mucha vergüenza, me sigo poniendo roja”. 

Una vez que la situación pasó, sus compañeros de clase le recordaban el accidente y se burlaban. Así, Sepúlveda relata que ya no se sintió la misma. Cuando los profesores hacían una pregunta en clases, ella trataba de no responder y si es que lo hacía, esperaba con todas sus fuerzas a no equivocarse. “Yo era muy participativa, pero ahí comencé a sentir mucha vergüenza”, dice Sepúlveda. 

Las herramientas ante un trauma

De acuerdo con Francisca Pesse, no todas las personas que hayan sufrido de humillaciones públicas van a recordar el momento como un trauma. Esto depende de la personalidad de la persona. “No es solo lo que te pasó, lo que te provocó el trauma y te hizo cambiar. Sino que es que yo vengo con una historia, y ella es lo que a mí me permite tener recursos o no para ver cómo yo enfrento las situaciones”, dice la psicóloga Norambuena. Entonces, si en un inicio no se tienen las estas herramientas, la persona es más propensa a traumarse. 

Además de esto, las características del evento y cómo el entorno responde a él son cruciales para determinar si la situación será traumática. “Si el entorno reacciona de manera amorosa, de manera que da soporte a esa persona, que la valida en su reacción y la comprende, puede que esto se resuelva y no se instale como un trauma en su biografía”, indica la psicóloga Pesse. “Pero si más encima se ríen, se puede generar ese quiebre. Y entonces la persona dice, ‘bueno, yo viví esto, y de ahí en adelante mi vida cambió’”. 

Una situación parecida le ocurrió a Nicole Sandoval (23), quien también sufrió una humillación pública. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió con Sepúlveda, la situación no le marcó de manera tan traumática. 

La experiencia de Sandoval comenzó cuando tuvo que salir a cantar al frente de todo su colegio por las alianzas. En la presentación, al igual que los demás, ella debía imitar a un cantante famoso. En su caso, debía entonar una canción de Adele. 

Así, subió al escenario y comenzó a cantar al frente de cerca de mil personas. Pero a medida que se daba cuenta de la cantidad de personas que la estaban viendo, la letra de la canción comenzó a hacerse cada vez más difusa en su mente. Así, llegó un momento en el que se detuvo y todo el salón quedó en silencio. Se paralizó. “Yo sentí cómo todos me estaban mirando”, dice Sandoval. “Me tuve que ir, y me dio mucha vergüenza”. 

“Nadie se rió de mí, me dijeron: ‘pucha, no importa’. En verdad todos me recibieron súper bien. Pero a mí sí me marcó, porque después me daba mucha vergüenza volver a exponerme”, cuenta Sandoval. De hecho, la joven cuenta que antes de la experiencia, participaba en bailes o competencias de canto. “Después me retraía un poco de eso”. 

Si bien cuenta que la situación no la traumó, sí cree que es un recuerdo doloroso. “Como que siento que hay algo que me quedó. Es un momento muy feo en mi vida”. 

La psicóloga Francisca Pesse indica que al vivir una situación potencialmente traumática, la persona puede tomar tres vías. “El primero es el camino que tenían en la vida antes, siguen haciendo su vida, pero cuando recuerdan el evento, lo recuerdan como un evento doloroso. Y al recordarlo va a haber algo de re-experimentación, o sea, vamos a sentir un poco del malestar que sentimos cuando lo vivimos”. Para la psicóloga, este es el 80% de los casos. 

El otro camino es la enfermedad, en el que las personas “quedan con malestar psicológico, con sintomatología”. En estos casos, los que experimentaron la situación pueden llegar al punto de sufrir estrés postraumático. Y la tercera opción es la recuperación, en la que la persona puede adquirir nuevas herramientas a pesar de lo que vivió. 

Desconfianza en las personas 

Carlos -quien prefiere no dar su apellido-, tenía 15 años cuando se emborrachó por primera vez. Era la fiesta de su cumpleaños, y entre la mezcla de vodka negro, vino y tequila, se embriagó rápidamente. La combinación de los tragos hizo que, en menos de tres horas, vomitara al frente de todos los invitados y se desmayara. Ahí, uno de sus amigos, le sacó una foto y la difundió durante el fin de semana. 

Así, cuando llegó el lunes, Carlos sentía cómo las personas lo miraban de manera distinta. Si bien no le dijeron nada directamente, sabía que sus compañeros hablaban de lo que pasó en su fiesta. Incluso, sus profesores. Su mayor miedo era que se burlaran de él, que lo juzgaran, que pensaran que él era irresponsable. 

La experiencia afectó cómo se relacionaba con los demás. De hecho, empezó a dudar de las intenciones de sus amistades. “Ahora, tengo gente en la que confío mucho, en la que sé que puedo contar para todo. Pero de repente, cuando revivo este tema, igual me hace repensarlo, desconfiar”, cuenta Carlos. “Ese sentimiento de sentirse humillado, que los profesores me miraran con una cara distinta, me ha dado desconfianza. No solamente en mis relaciones interpersonales, también en mí”. 

Asimismo ocurrió con Valentina Sepúlveda, quien chocó con el fierro en medio del acto. Ese suceso junto con otros más, hicieron que desarrollara ansiedad social. En su caso, cuando estaba con mucha gente, no podía evitar sentir vergüenza. Entre los 15 y 16 años, le daba pánico salir a la calle. “Siempre estaba en la casa, porque me daba mucha vergüenza salir a la calle”, dice Sepúlveda.

Mariella Norambuena explica que las fobias sociales generalmente vienen de situaciones que la persona vivió en su infancia, en el ámbito escolar o en el ámbito familiar de haberse sentido muy humillado o avergonzado. “Y en un momento, en la adultez, esto se puede gatillar y puede emerger una fobia social”, explica la experta. 

Así, la experiencia humillante no solo afecta en cómo las personas se ven a sí mismas, sino también en cómo se relacionan con los demás. “Podría deteriorar la relación con los otros. Porque, eventualmente, en algunas personas podría generar una desconfianza en las otras personas”, dice la psicóloga Francisca Pesse. 

Esto, según la especialista, puede ser explicado desde el vínculo que las personas forman con su primer cuidador, como lo es una madre o un padre. Si la experiencia con ellos es buena y de confianza, la persona se aproximará a la vida pensando que los demás también son así. 

“Eso, de alguna manera, te permite tener una cierta confianza básica en los seres humanos. Te permite moverte, no vivir atemorizado, no considerar que todas las otras personas son una potencial amenaza”, explica Pesse. Entonces, esta creencia se rompe una vez que las personas son humilladas por otras. “Cuando tú vives desde ahí la experiencia, entonces sin duda el impacto es mucho mayor, e incluso, podría dejarte en este lugar de desconfianza. Eso es parte del trauma”. 

Una cultura burlesca

Cuando Jani Dueñas se presentó en el Festival de Viña de 2019, los malos augurios comenzaron un poco antes de su presentación. De acuerdo con lo que comentó en el podcast Entre Broma y Broma de Luis Slimming, la comediante tuvo que salir 20 minutos antes al escenario, y en el camino a él, su corsé se rompió. Todo eso mientras escuchaba las pifias que el artista anterior, Marc Anthony, dejó después de irse del escenario.

La comediante comenzó su rutina, pero el abucheo no demoró en hacerse presente. Si bien Dueñas trató de soportar las pifias siguiendo con su libreto, el público gritaba cada vez más. Así, duró cerca de 35 minutos. “A mí me costó mucho no solo volver al escenario, sino también confiar en las personas. Solo podía estar en mi casa, con mis amigas. Te queda ese trauma de que te van a hacer algo en la calle, de que te van a decir algo (…) Ese es un estrés muy grande”, comentó Dueñas en el podcast.

“Para un adulto, todo lo que tiene que ver con la exposición al ridículo, las descalificaciones, el maltrato público, la humillación en general, mirado desde la psicotraumatología, probablemente esa persona va a desarrollar cierta sintomatología post-evento”, explica la psicóloga Norambuena. Y agrega: “Es muy fuerte exponerte a tanta gente, a la vez manifestando tanta violencia y maltrato, porque esto no es solo un abucheo”. Además, explica que la persona que pase por la experiencia puede vivir trastornos de ansiedad o depresión.

Para Norambuena, la sociedad chilena “es propensa a la envidia”, en la que no hay una cultura de reconocer al otro, de felicitarlo. En la burla “te quedas solo. Nadie te defiende. No tienes a quién acudir. Entonces es una situación, en términos sociales, muy compleja, porque está normalizada. Es una sociedad que tiene normalizada y sociabilizada la descalificación, la humillación, el maltrato, la violencia”.

La psicóloga Francisca Pesse indica que “el chileno es contradictorio”: si bien puede ser solidario en tiempos de crisis, también puede ser parte de este fenómeno del abucheo. “Yo diría que los chilenos y las chilenas somos poco contenedores, poco amables. Yo encuentro que este fenómeno de El Monstruo de Viña del Mar es parte del show. Es la parte donde el público es incorporado al show, pero también se convierte en una especie de Coliseo Romano”, apunta la psicóloga. “Los seres humanos podemos ser completamente diferentes cuando estamos en un grupo grande, y podemos actuar de manera descarnada y brutal en contra de otra persona. Pero la persona que está en el escenario lo puede vivir como una agresión”.

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