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Sudor, sexo, electrónica y una muerte: viaje al interior de las fiestas Dame 

Dame es el nombre de la fiesta que se realiza en el Teatro Caupolicán desde 2019. Esta semana hizo noticia por la muerte de un carabinero que trabajaba como guardia de seguridad privado afuera del evento. Aquí, asistentes cuentan cómo son las noches de Dame -y cómo vivieron la noche que terminó en tragedia afuera del recinto-, mientras José Antonio Aravena, dueño del Caupolicán, dice a The Clinic que conocía a los guardias, que no cerrarán y que contratarán a una empresa de seguridad única para todos los eventos. "Lo que pasa adentro está todo bien. Lo que está afuera, está mal".

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La fila que ocupa la calle San Diego y sus dos cuadras adyacentes para entrar al Teatro Caupolicán dura mínimo 40 minutos. A veces dos horas, sin exagerar. La gente espera mirando los trajes, el maquillaje y la propuesta estética que muchos han preparado durante días para ir a la fiesta Dame. Otros aguardan conversando e incluso se intercambian números de teléfono.

Toda espera vale la pena, porque según los fanáticos de la fiesta y de la música tecno entrevistados para esta crónica, “Dame es, por lejos, la mejor fiesta de Chile”.

Al llegar a la entrada del teatro hay ocho filas separadas para la revisión de seguridad. Los guardias piden el ticket, el carnet y revisan con sus manos todos los cuerpos para verificar que nadie traiga algún arma u objeto peligroso. Detector de metales no hay, “no hemos querido ponerlo”, dice José Antonio Aravena, dueño del Teatro Caupolicán. Por lo mismo, las latitas de bolsillo que a veces van con M, éxtasis o marihuana pasan sin problema. 

Lo primero que se ve en la galería que recibe a más de 3.000 personas cada dos meses —tiempo promedio en que los organizadores de Dame hacen una fiesta— es un espejo gigante. Parece un cuadro plástico perfecto, una foto sacada de la final de Ru-Paul o de un festival queer de gogó dancers en Europa, pero con propuestas más diversas. 

Mujeres trans con injertos de córneas blancas en los ojos. Cuernos de diablo o monstruos saliendo por distintas partes del cuerpo. Tacones de 14 centímetros para una bailarina que mide 1.90. Mujeres con sostenes que tiran fuego. Y poleras negras con cadenas. Muchas de ellas. Porque Dame se trata de tres cosas fundamentales: bailar música tecno, lucirse y desinhibirse. 

“Acá uno se viene a lucir, a sentirse sexy e inalcanzable”, dice Alejandro (41), que estuvo en la fiesta Dame del pasado sábado 24 de agosto. Vestido con una polera de transparencia, llegó con su pareja y una amiga heterosexual a quien quería mostrarle la fiesta que frecuenta. Dice “adorar” el lugar, porque siente que es su forma de liberarse después del trabajo. Nunca ha sentido miedo, dice. Salvo ese día, en que por primera vez en el historial de sus noches vertiginosas —e incluso difuminadas por los efectos de la droga M—, quedó atrapado en sí mismo por lo que escuchó. 

“Todos estábamos disfrutando de la DJ principal en la pista central. La gente estaba contenta, gozando, la música estaba exquisita. Aquí nunca había pasado nada, en Dame la gente ni siquiera se molesta o se pelea adentro de la fiesta”, cuenta. 

A Alejandro le gusta sacarse fotos en el espejo con las drag queens en la entrada y después, empezar a pasearse por el teatro. O perderse. Dame tiene más de cinco escenarios con artistas que tocan distinta música electrónica. “Dame fuerte”, “Dame oscuro” o “Dame suave”, que es uno de los baños del Caupolicán que transforman en pista de baile con electrónica más tranquila que en otros sectores. La parte de los lavamanos está repleta de gente bajo la luz congelada de un baño de teatro cualquiera, pero bailando. Atrás, realmente, está la parte del baño. 

“Pero no huele mal. Dame nunca huele mal”, advierte Alejandro. Al preguntarle la diferencia con otras fiestas o disco gay, dice: “Nunca huele a ala. Pasa mucho que en las fiestas más chicas hay olor a copete. En estas fiestas no, pasan olores a dulces, o a agua, o a energética. Es más dulce”. Le encanta el perfume de las gogó dancers que alcanza a oler cuando se acerca a pedirles una fotografía. O el olor a dulce que tienen las pastillas. Y, sobre todo, le gusta el olor a poliéster plástico de la ropa Shein que algunos se compran para ir a la fiesta.

Bernardita (33) dice que Dame es el único lugar de Santiago donde se siente segura poniéndose una mini falda y unas pezoneras en el pecho. Es parte de la comunidad LGTBIQ+ y escucha música electrónica hace años. “Dame es la mejor fiesta de Chile, porque hoy ya no es solo una fiesta de los gays, lesbianas y homosexuales. Se puede encontrar todo tipo de género, pudiendo vestirnos y desvestirnos como queramos”, dice. 

Ella, como la mayoría de la gente que se ve en la pista de baile central —“Dame Fuerte”—, vuelve al lugar por la cultura que se ha generado, sí, pero sobre todo por la música. Alejandro cuenta lo mismo: dice que además de ser un espacio para lucirse, la cantidad de DJ’s que ha conocido por Dame y que ha agregado a su playlist del día a día es abultada. 

“No todos vienen a tener sexo. Quienes entran a los lugares oscuros es la minoría”, dice Bernardita. “Nunca he visto a la gente tirar en la pista de baile”, agrega Alejandro. “La gente juzga a Dame porque va vestida distinta a lo que se está acostumbrado a ver. Pero la consigna no tiene que ver con eso, sino con que en este espacio, puedes ser quien quieras”. 

Pedro (29) dice que desde que conoció Dame, a finales de 2020, ha tenido la duda de si es gay. “Yo antes de Dame no tenía mucha vida nocturna. En ella conocí la joda, las drogas y me conocí a mi mismo. Soy quien soy gracias a esa primera experiencia”, dice. Hoy se considera heterosexual. En algún momento decía abiertamente que era bisexual. Pero para él ese no es el punto. “Me puedo comer a un hombre sin ningún problema. Es una vida más libre adentro del teatro. Si te gusta, dale; si te gusta, dame. Da lo mismo”. 

Liberación y música en “la mejor fiesta de Chile”

José Antonio Aravena es el dueño del Teatro Caupolicán desde 2004. Ha estado en la palestra pública esta semana, después de la noticia de la muerte de Rodrigo Puga (38), un carabinero que ejercía como guardia de seguridad privado y que esa noche murió a manos de otro carabinero que también estaba de guardia. Su compañero, según la investigación inicial, habría interceptado dos balas en su abdomen por accidente. 

“Nosotros vamos a seguir”, dice Aravena sobre los anuncios de clausura del Teatro Caupolicán tras el accidente fatal. “La ciudad de Santiago es muy aburrida. El mismo Buenos Aires, con todos los problemas que tiene, es mucho mejor en su oferta nocturna. Estas pocas cosas que podemos hacer, como esta fiesta que se está haciendo bien, en orden y en un teatro mítico, me parece perfecto”.

“Pero claro, siempre le van a encontrar la quinta pata al gato”, señala. 

Los videos y fotografías de lo que pasa adentro de la fiesta abundan, pero se presentan solo en privado. La productora no pone stickers en las cámaras de celular antes de entrar, como sí hacen en fiestas europeas del mismo carácter. Pero con el compromiso implícito de que no se graba sin consentimiento.

“A mí me han dicho que no debería subir videos de la fiesta a mis historias de Instagram”, dice Pedro. Lo que se ve en las imágenes es un escenario central con un DJ y bailarines gogó y drag queens bailando alrededor. Del techo alto del Caupolicán, responsable de la buena calidad acústica que hizo a la productora escoger el lugar, cuelgan tres aros gigantescos de luz. 

La puesta en escena impresiona. “Es más un festival, más un concierto que una fiesta”, dicen los asistentes. Esos aros de luz roja miden unos cinco metros de diámetro. El video de Pedro está tomado desde la primera galería del Teatro Caupolicán. Ahí, en ese corredor y hacia el fondo, se dirige hacia “Dame oscuro”. 

Sexo detrás del telón del Teatro Caupolicán

Cuando Pedro llega al final de la galería, se encuentra con un telón rojo largo, como los que cubren los escenarios de los teatros. Al correrlo, siente un cambio de olor, de atmósfera. “Al traspasar la cortina se siente un calorcito humano. Puede que hayan 50 personas adentro, entonces uno entra y se siente más húmedo. Y… se escucha…”, dice imitando el ruido característico del sexo oral. 

Pedro siempre va vestido de negro entero y con una cadena plateada grande alrededor de su cuello. Pero después de que entró a “Dame Oscuro” por primera vez, se le ocurrió comprar un “puti-outfit”, comolo describe. Estaba de viaje en Berlín y aprovechó de adquirir una zunga de cuerina azul para llevar a la fiesta. 

La usa abajo de los pantalones. La mayor parte del tiempo está sin polera en la pista de baile, pero cuando llega al cuarto oscuro detrás del telón, guarda todo en una mochila que trata de dejar cerca de él, porque no se ve nada. 

“La primera vez que entré al lugar oscuro se me tiró alguien y me empezó a hacer sexo oral. Como está todo oscuro, le toque la cara y descubrí que tenía barba. Fue súper chocante para mí”, cuenta. Antes, en 2020, había llevado a su polola de ese entonces y a una amiga heterosexual a Dame y en la pista de baile se había besado con tres hombres distintos frente a ellas. 

“Esa noche me drogué y empecé a vivir mi sexualidad. Los gays se me tiraban encima, yo estaba full nuevito, pendejo de 24 años. En ese momento estaba muy ensimismado, muy pendiente de mí. Desencadené y apreté ese botón de ‘modo sexual’ que no conocía”, cuenta. “Es un lado muy bacán, pero que después me hace sentir un asqueroso”, añade.

A Pedro la droga lo deja en un estado sexualizado. No necesariamente con ganas de tener sexo, según cuenta. Pero sí, sintiéndose desinhibido. “Puedo rozar lo acosador y descontrolado. Todo esto bajo los efectos del M o del éxtasis. Aunque uno no ve gente jalando en la mitad de la fiesta. Nunca he visto a nadie así. Es súper respetuoso el ambiente”, asegura. 

Esta dicotomía entre el respeto y el descontrol la vivió en la pista de baile las primeras veces. “Si hay un ‘vamos’, la cosa va a pasar. Lo que no me gusta, y me ha hecho sentir violentado, es cuando me ha joteado un hombre y en un segundo me está metiendo el dedo. O agarramos y me agarra mis partes íntimas. Pero si yo digo que paremos, para al tiro. Es así para todos. Es mucho más seguro que un carrete con copete. Hay mucho menos acoso que si vas a una disco hetero. Mil veces menos”, compara. 

La Ley Dame y la seguridad

A Alejandro lo retaron una vez por entrar al cuarto oscuro con la linterna del celular, pensando que era un baño. Es parte de la “Ley Dame”. Bernardita agradece que no hayan hombres acosándola mientras baila y que pueda disfrutar de la música. Pedro reitera que en Dame hay la libertad “de hacer lo que quieras sin ser juzgado”. Aunque recuerda la noche en que besó a tres hombres frente a la mujer que por entonces era su polola. “No puedes llevar a cualquier persona a esta fiesta”, señala. 

Los tres entrevistados que han asistido a las fiestas Dame lo dicen: “Puedes hacer lo que quieras, pero sintiéndote seguro. Estás fuera de peligro porque todos se respetan”. 

Lo que se ve en la pista de baile central, mientras se escucha el tecno fuerte, son miles de personas bailando en dirección hacia el DJ. Todos están en una especie de contrato implícito de no molestar a nadie. “La gente te pide perdón si te pisa”, cuenta Alejandro. “Es sorprendente, porque es muy distinto a una fiesta con copete, donde todo el mundo es agresivo”. 

“Además, en la electrónica la mayoría de la gente está en su espacio, concentrado en la música, sin mirar a nadie, con los ojos cerrados, disfrutando lo que escucha y lo que sientes”, continúa Bernardita. “Es diferente al reguettón, donde la interacción entre personas es lo que lo hace entretenido”.

Pedro, en cambio, sí es uno que se está fijando en el resto de la gente mientras suena la música “El cortejo es lento. Son 40 minutos mínimo de miradas. Luego, si enganchas y dices ‘ya, se acabó’, te vas, y al segundo le estás dando un beso a otra persona, está perfecto. No es que te hayas portado mal con alguien”. 

Dos balazos y todos al suelo

En Dame hay personajes para todo y para todos. Hay una subcategoría de hombres gay que se hacen llamar “osos”, que son de contextura grande y peluda. “Son la tribu de gays con experiencia”, dice Pedro. Otros personajes son “los cachorros”: hombres con arneses de cuero y con el abdomen marcado. En eso andaba Alejandro el sábado, cuando llevó al lugar de “los cachorros” a su amiga heterosexual “para que disfrutara de la vista”, según cuenta. 

Pero luego fue al baño. Eran cerca de las 4:00 am y estaba tocando la DJ principal, entonces prefirió hacerle prometer a su pareja y a su amiga que no se moverían de ese lugar e iría solo. Como estaban en la parte periférica de la pista, no le costó llegar hasta el cruce de la entrada con el espejo gigante que ocuparía para llegar al baño.

Pero antes de que pudiese seguir avanzando, escuchó un “¡Corran!”: una multitud de gente entrando al Teatro Caupolicán. La gente entraba despavorida, algunas mujeres se cayeron en el camino y se arrastraron por el suelo hasta encontrar refugio detrás de unos cajones que habían en la esquina. Alejandro se dejó llevar por la multitud hasta la puerta de entrada de la pista de baile, donde quedó atrapado y sin poder moverse.

Bernardita venía bajando del segundo piso. Cuando salió de las escaleras hacia la entrada del gran espejo, los guardias le pidieron que se tirara al suelo. Ella no escuchó los balazos, no entendía que estaba pasando, pero por lo que le estaban pidiendo que hiciera, temía un ataque homofóbico.

Alejandro tardó 10 minutos en encontrar a su pareja y a su amiga. La gente empezó a bajar el ritmo de baile, la intensidad de la música empezó a volverse más suave y de pronto, todos estaban parados mirando sus celulares.

“Mis compañeros estaban empastillados y yo estaba atacado, atrapado y pálido. Estaba demasiado asustado. Todos empezaron a dejar de bailar porque se empezaron a mandar mensajes, a tratar de comunicarse, metiéndose a SoSafe y a Instagram a buscar información. Fue como un momento Gossip Girl, cuando a alguien le llegaba un rumor por mensaje de texto en el colegio y el pasillo de los casilleros estaba lleno de gente mirando el mismo mensaje en el celular”, relata.

Bernardita cuenta que la seguridad logró mantener la situación bajo calma. No hubo un descontrol ni se informó lo que estaba pasando demasiado rápido, lo que según ella, fue para mejor, “porque evitó el pánico que podría haber matado a mucha más gente si estaban todos en estupefacientes y alcohol”.

Cuando Alejandro logró contactarse con un amigo por celular, le dijo: “No salgan todavía, acaban de meter a un hombre ensangrentado al teatro”. Él recuerda que había calma adentro de la fiesta, y que solo cuando lograron salir a la calle San Diego, se encontraron con el caos de gente intentando pedir transportes, muchos carabineros y la cuadra cerrada por cintas rojas.

Caminaron hasta la Alameda hasta tomar un auto. Mientras se devolvían, vieron en Instagram un comunicado de la productora avisando que todo estaba controlado.

Lo que pasó es motivo de investigación policial. Una versión señala que unos asaltantes habrían entrado al Teatro Caupolicán cerca de las 3:30 am a robar celulares. Los guardias privados, que eran carabineros de civil, se habrían enfrentado a los delincuentes y un carabinero de civil terminó disparándole al otro.

“Como productores entregaremos toda la colaboración a las autoridades; nuestro objetivo siempre ha sido organizar espacios de esparcimiento y entretención seguros para todos nuestros asistentes y, especialmente, para la comunidad LGTBQI+”, dice el comunicado de la productora tras las fiestas Dame en sus redes sociales. “Por la magnitud del evento la logística de seguridad al interior del recinto siempre ha estado a cargo de Teatro Caupolicán. Por primera vez en cinco años que sufrimos un incidente de estas características, lo cual nos preocupa y nos obliga a pensar nuevas medidas a implementar para próximos eventos”, añade el comunicado.

José Antonio Aravena dice que conocía a los guardias: “Ellos venían, trabajaban, desarticulaban muchos ilícitos en el entorno y el perímetro. Parejas que venían a un recital y los asaltaban con cuchillo… la mayoría extranjeros, hay que decirlo. Bueno, marchaba todo bien, hasta que ocurrió este accidente fatal que nos enluta”.

Las patentes del Caupolicán están “todas en regla y al día”, advierte la Municipalidad de Santiago. José Antonio Aravena recalca que el Teatro Caupolicán no se va a cerrar. Y que tampoco va a dejar de recibir a fiestas Dame. “Creemos que lo que pasa adentro está todo bien. Lo que está afuera, está mal”, dice.

Aravena señala que la dirección del teatro contratará a una empresa de seguridad privada única para todos los eventos y que los contratos ya se están imprimiendo. “Es nuestra responsabilidad, estamos dispuestos a poner nuestro grano de arena. La respuesta de la municipalidad ha sido muy mala, muy escueta”.

Desde la Municipalidad de Santiago explican que “todas las denuncias que llegan son evaluadas en su mérito y llevadas, según sea el caso, directamente hasta las policías o abordadas en la Mesa Interinstitucional de Seguridad“. Pero hacen la distinción con fiestas Dame, que por ley “su seguridad pública recae en la Delegaciones Presidencial y las policías”.

El delegado presidencial Gonzalo Durán afirma que “no hay lugares ni actividades específicas que constituyan un riesgo”, refiriéndose a un posible veto a fiestas Dame. “De lo que se trata es que se desarrollen con la normativa vigente y que se contraten los guardias certificados que correspondan”.

Mientras tanto, Pedro reflexiona sobre cómo Dame ha cambiado su vida y la falta que le haría en caso de desaparecer. “Es tan surreal, que cuando se acaba, es terrible. Y tienes que aplaudir. Qué rabia. Depende de lo drogado, pero estás tan enojado por tener que ir a acostarte, que prefieres ir a un after solo para alargar la sensación, porque no quieres volver a tu vida de mierda del día a día”, dice él.

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