Opinión
14 de Noviembre de 2024Gladiador 2: “¿Acaso no están entretenidos?”
En su columna, Cristián Briones escribe sobre "Gladiador 2", que acaba de estrenarse en Chile y a nivel mundial. Sobre la cinta de Ridley Scott, sostiene que "es una secuela solo en el papel, pero, en rigor, es un remake. Aunque quisiera arriesgarme y decir que es más bien un intento de perfeccionar, si eso era posible, 'Gladiador'".
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Le apodamos “el sub-género Mel Gibson”: Un hombre con extraordinarias habilidades para la violencia y la estrategia bélica, pero que sólo desea una vida cultivando la tierra junto a su familia, se ve traicionado por aquellos decadentes en el poder, pierde un ser querido y se lanza en un desenfreno sangriento que hará tambalear un imperio. De eso se tratan ‘Corazón Valiente’ (Braveheart, 1995) y ‘El Patriota’ (The Patriot, 2000). Y es la misma trama de ‘Gladiador’ (Gladiator, 2000).
Un general romano (Russell Crowe) que solo quiere volver a su hogar a pasar las manos por los campos de trigo, a quien las maquinaciones de un patético emperador (Joaquin Phoenix) lo terminan convirtiendo primero en un esclavo, y luego de la mano de un explotador a quien no mueve nada más que la ambición (Oliver Reed), en un gladiador que terminará en la arena del Coliseo desafiando al Imperio Romano y haciéndolo tambalear. Ganadora de cinco Óscar y una de las películas que más hondo caló en la cultura popular de fines del siglo pasado.
24 años después, volvemos a esa misma Roma. Con el mismo Ridley Scott que repite como director. ¿La trama? Paul Mescal solo quiere vivir en su hogar enterrando las manos en las vasijas con trigo, pero las maquinaciones despiadadas de unos patéticos y decadentes emperadores (Joseph Quinn y Fred Hechinger) terminan convirtiéndolo primero en viudo, luego en esclavo, y después, de la mano de un explotador a quien no mueve nada más que la ambición (Denzel Washington), en un gladiador que terminará en la arena del Coliseo desafiando al Imperio Romano y haciéndolo tambalear.
Como podrán notar, Gladiador 2 es una secuela sólo en el papel, pero en rigor, es un remake. Aunque me quisiera arriesgar y decir que es más bien un intento de perfeccionar, si cabía, Gladiador. Pareciera que todo lo dicho anteriormente es para restarle méritos a Scott, pero muy por el contrario, es para reconocerle el arrojo de que los guiones, lisa y llanamente no le importen. Sir Ridley no está aquí para competir en originalidad. Está detrás de las cámaras para llenar la pantalla con épica, grandiosidad, grandilocuencia, aspectos que pese a los presupuestos, escasean demasiado en el cine de estos días.
Todo es decididamente doblar las apuestas. Desde aspectos simplones, como que ya no sea uno, si no dos emperadores perversos y patéticos. O que no sean tigres en la arena de los gladiadores, sino que tiburones. O que incluso el protagonista de la original, acá esté dividido en dos personajes: Paul Mescal y Pedro Pascal, como el General Acacius. Que también tiene de interés romántico a Connie Nielsen, también porta el sueño de Marco Aurelio, y también tiene a sus hombres esperando en Ostia. Pero más allá de empecinarse en las sincronías, la clave para apreciarla está en la escala. En dónde decide Scott poner el foco. Casi alejando la cámara para que todo se vea aún más imponente. En que en cada momento en que uno suspira por la lastimosa coincidencia con la primera película, la pantalla vuelve a explotar.
Hay un mérito en lograr que un espectáculo consiga dejar satisfecho a una sala completa mientras está en la butaca, aún a sabiendas que mientras más se digiere, menos se quedará. Es lo que las audiencias le piden al cine hoy en día. Evasión encapsulada, con los tintes necesarios de nostalgia para llevarnos a otro momento en que también fuimos felices en una sala oscura. Ridley Scott lo sabe, y es eso lo que está dispuesto a entregar a la muchedumbre que llene los auditorios.
Lo cual no quita que haya un discurso en Gladiador 2. Uno un tanto plano y hasta caduco ya en estos días. El “sueño de Roma que sólo se puede susurrar” es explícito y hasta atosigante en su repetición. La idea de que los príncipes y los potentados dejen el poder en manos de los servidores públicos, en vez de simplemente entregar pan y un circo beligerante y sangriento a las masas para mantener el control, estaba obsoleta ya en ese tiempo. El Poder sabe preservarse a sí mismo. Roma dio cuenta de ello hasta su decadencia y caída. Y sin arruinar el magnífico desarrollo del personaje de Macrinus (Denzel Washington, lo mejor de la película), es quien más claro lo tiene, el asunto es con cuchillo al cuello.
Es bastante notorio que Scott acá sí tuvo la oportunidad de hacer cumplir al personaje espejo de Proximo, que en la primera tuvo que parchar porque Oliver Reed, como los titanes de antaño, salió del escenario de los vivos dejando una cuenta impaga de 600 dólares en cerveza, ron y whisky y que yace enmarcada en un bar de Malta. Es una de las tantas concurrencias, lo de Proximo y Macrinus. Una de las pocas que se aleja de la original y cuenta algo distinto. Una de las que funcionan. Pero hay demasiadas que no lo hacen.
La otra vida en blanco y negro. El gladiador / curandero con marcado acento norafricano. Connie Nielsen maquinando por aquello perdido en la disputa entre Imperio y Senado, de nuevo derramando lágrimas por los hombres en su vida, de nuevo traicionada, y un demasiado extenso etc. Es un tanto agotador. Y eso sin ahondar en aspectos de la trama que rivalizan con momentos telenovelescos, con herederos perdidos y revelaciones de paternidades ilegítimas e infidelidades ocultas. Saber de antemano las decisiones que los personajes tomarán, porque lo vimos hace 24 años, o 16 según la narración, termina haciendo a la obra en su totalidad, carente de peso dramático. Y quizás por ello, mientras más se cavila, menos se abraza.
Porque con todos los méritos estéticos, de ritmo y pulso en el relato, con un muy buen manejo al entregar personajes y dejar que sus intérpretes los desarrollen, este es el traspié de Scott: a pesar de que en lo formal pareciera no importarle, en el fondo no deja olvidar que estamos, una y otra vez, reviviendo el legado de un personaje que definió toda esta historia. Y es complejo asumir que todo quedó en pausa para hacer supuestamente importante repetir el ciclo. Porque Scott insiste en que lo recordemos. Es una ambivalencia majadera. Con gestos como recoger la tierra y empolvarse las manos, con citas “que resuenan en la eternidad”, mostrando la armadura, con los sonidos de la dupla de Hans Zimmer y Lisa Gerrard, que no son los músicos de esta ocasión, si no que es Harry Gregson-Williams el responsable de evocar constantemente.
Como si la audiencia fuera a olvidar a Maximus Decimus Meridius, Comandante de los Ejércitos del Norte, General de las Legiones Félix, leal servidor del verdadero emperador, Marco Aurelio. Padre de un hijo asesinado. Esposo de una mujer asesinada. Y que tendría su venganza, en esta vida y en la próxima. Ese es el gran lastre que carga Gladiador 2. Y que curiosamente su director decide colmar una y otra vez hasta convertirla en un ancla. Esta es una de esas obras que no hubiera funcionado 5 años después de la original, pero hoy sí. Porque ante la anemia que diluye el cine hollywoodense, repetir un cuento que tiene casi un cuarto de siglo, pero tener el talento para inyectar potencia hasta desbordar la proyección es, a falta de una expresión intermedia, lo suficientemente valioso.
Los momentos altos no están sólo definidos por la brutalidad y la violencia, y aunque las cualidades interpretativas están un tanto desequilibradas, en líneas generales, el rendimiento es sobresaliente. Mescal sigue en su camino de convertirse en uno de los mejores actores de su generación, Denzel Washington es una leyenda y Pedro Pascal logra no verse opacado, lo cual no es poco. Y aun cuando el relato peca muchas veces de intentar sorprender, sin muchas herramientas, el desarrollo no queda opacado por la pirotecnia. Puede que sea una muletilla al final, pero es el deslumbrar a la audiencia lo que sostiene la narración.
Hay una conclusión clarísima, y bastante innegable. A sus 87 años, Scott vio la posibilidad de sacarle 300 millones de dólares a un estudio para financiar un proyecto con el que no quedó conforme la primera vez, y ahora convertirlo en algo gigantesco. Y es exactamente lo que consigue. Gladiador 2 es enorme. Uno de esos espectáculos imperdibles en una pantalla de cine. Una película grande. Falta saber si el tiempo y el público la considerará una gran película.
Pero no todavía. No todavía.