Opinión
25 de Marzo de 2022Columna de Montserrat Martorell: La oscuridad de Elena Ferrante
Sin duda Elena Ferrante es una de las voces más singulares de la literatura contemporánea y cuyo libro, La hija oscura, fue adaptado por la directora Maggie Gyllenhaal y llevado a la pantalla grande. Léanla y véanla. Es una historia dramática e intensa. Real hasta el dolor.
Compartir
“Anónimo era una mujer”, escribe Virginia Woolf y yo pienso en las hermanas Brontë, en Louisa May Alcott y Amantine Aurore Dupin y Mary Anne Evans y Karen Blixen y Mary Shelley y Winétt de Rokha y Rosario Orrego y Teresa Wilms y tantas otras escritoras que en una o muchas épocas escondieron sus nombres. Podría detenerme ahí. Ustedes saben que me interesa esa capa invisible que nos ha rodeado siempre a las narradoras, pero no puedo, tengo que seguir. Hay trece letras que no me dejan quieta y una pregunta: ¿Quién es Elena Ferrante?
Sin duda una de las voces más singulares de la literatura contemporánea y cuyo libro, La hija oscura, fue adaptado por la directora Maggie Gyllenhaal y llevado a la pantalla grande. Léanla y véanla. Es una historia dramática e intensa. Real hasta el dolor. Que pone en cuestionamiento lo profundo: el mandato patriarcal. “Soy una madre antinatural”, dice Olivia Colman, su protagonista. ¿Y saben? Quizás este domingo sea precisamente la obra de Ferrante una de las grandes ganadoras de los Premios Oscar. ¿Qué hace que la autora de La amiga estupenda, Los días del abandono y La vida mentirosa de los adultos nos genere tanta adicción? ¿Por qué uno no debería perderse La invención ocasional, Las deudas del cuerpo o La niña perdida? Aquí una hipótesis: sus tramas son bellas y terribles y miserables, los paisajes, esos que va construyendo, con mucha autoconciencia y subjetividad, nos lleva a ese abismo vulgar que habitamos todos. Sí, sí. Elena Ferrante bautiza a nuestros demonios, a nuestra soledad, a la locura que no queremos compartir con nadie.
Cito un párrafo de La frantumaglia, libro donde se publican cartas y entrevistas que la escritora ha concedido:
“Al principio siempre me cuesta mucho, el relato se resiste a arrancar, ningún comienzo me parece de veras convincente; después la historia se encamina, las partes ya escritas cobran energía y de repente encuentran la manera de acoplarse; entonces escribir es un placer, las horas son un tiempo de intenso gozo, los personajes ya no te dejan, tienen su espacio-tiempo en el que están vivos, cada vez más nítidos, están dentro y fuera de ti”.
¿Qué hace que la autora de La amiga estupenda, Los días del abandono y La vida mentirosa de los adultos nos genere tanta adicción?
Y cuando uno la lee sabe que existe eso. Que hay un amor por las palabras, por las criaturas que va creando, por el tiempo que la desborda, pero que la ordena. Quizás sea su humanidad, tan inexacta, la que nos acerca a su prosa. También sus miedos. Su ansiedad. Creo que no me equivoco si asevero que es una escritora que piensa y repiensa su propia escritura, que está obsesionada, como la gran mayoría de los autores, con el lenguaje, con las palabras, con esa fuerza que toca a sus lectores, removiéndolos lentamente porque trabaja con el dolor, con la culpa, con la angustia, con las mentiras. Y lleva más de 30 años en ello.
Dicen que nació en 1943, que vive en Turín, que contesta las entrevistas vía correo electrónico, que detrás de la escritora se esconde un nombre, el de la traductora italiana Anita Raja, que se ha ganado premios, que no los ha ido a buscar.
Cito:
Lamento decirte que no consigo responder a las preguntas de Annamaria Guadagni. No es una limitación de las preguntas, que, por el contrario, son buenas y profundas, sino mía. Resignémonos y de ahora en adelante evitemos prometer entrevistas que, de hecho, no concedo. Tal vez con el tiempo aprenda, pero doy por sentado que, con el tiempo, a nadie le quedarán ganas de entrevistarme, así que el problema quedará resuelto de raíz.
¿Qué la llevó a buscar otro nombre? ¿A ocultarse durante tanto tiempo? ¿A dejar esos espacios vitales en blanco que rellenaba siempre con la literatura? ¿Contribuyó su fantasma a la creación de ese mito llamado Elena Ferrante? Probablemente todas estas interrogantes nos importen poco cuando estamos frente a un monstruo, a una narradora avezada, hábil de técnicas narrativas, que es capaz de construir atmósferas, armar y revestir a los personajes de soledad, de desesperación, de abandono, de caos. Y nunca caer en el cliché que podrían traer esos quiebres mundanos.
Dicen que nació en 1943, que vive en Turín, que contesta las entrevistas vía correo electrónico, que detrás de la escritora se esconde un nombre, el de la traductora italiana Anita Raja, que se ha ganado premios, que no los ha ido a buscar.
Ferrante construye una literatura de la sospecha, de la intriga y nos enseña a vivir, a desenvolvernos en historias que son también muy hostiles: relaciones de madres con hijas, vínculos familiares ambivalentes -ya lo decía Anne Carson: todo contacto es una crisis-, situaciones confusas, viejas costumbres, felicidades que se fracturan, que se desarman, que se rompen, personas buenas que pueden ser muy malas. Y Nápoles y la rabia y ese odio que uno puede sentir por los otros, por sí mismo. Cito:
“Mi madre me ha dejado un término de su dialecto que usaba para decir cómo se sentía cuando era arrastrada en direcciones opuestas por impresiones contradictorias que la herían. Decía que tenía adentro una frantumaglia. La frantumaglia la deprimía. Era la palabra para un malestar que no podía definirse de otro modo, que se refería a una multitud de cosas heterogéneas en la cabeza, detritos en el agua limosa del cerebro. La frantumaglia era misteriosa, causaba actos misteriosos, era el origen de todos los sufrimientos no atribuibles a una única razón evidente”.
Su escritura responde a esa idea y es punzante y es directa y nos atrapa y nos salva porque aquello que triunfalmente consideramos nuestro pertenece a los demás. Elena Ferrante escribe de la mano de la oscuridad. Elena Ferrante es rápida y eficaz y feroz. Es inteligente, es entretenida, es incómoda. Y puede ser tremendamente erótica. Sabe evocar, sabe que una escena se cuenta con arte. Que sus diálogos siempre orgánicos, a veces siniestros, conocen el peso de una buena historia:
—También tu madre era así. Somos una raza que no se envilece. Cuando era pequeña, se lastimaba continuamente, pero no lloraba; nuestra madre nos había enseñado a soplar sobre la herida y a repetir: enseguida se me pasa. También cuando trabajaba, y se pinchaba con la aguja, le había quedado esa costumbre de decir: enseguida se me pasa. Una vez la aguja de la Singer le agujereó la uña del índice, salió por el otro lado, volvió a salir y entró de nuevo, tres o cuatro veces. Bueno, detuvo el pedal, luego lo movió apenas para sacar la aguja, se vendó el dedo y siguió trabajando. Nunca la vi triste.
Ni las repeticiones de este fragmento nos molestan porque hay una naturalidad en la voz del personaje que también puede vincularse con la existencia, con la angustia, con la pena sumergida, con esa vocación de escritora que termina siendo un viaje hacia adentro:
No había querido o no había logrado arraigar a alguien en mí. Después de un tiempo, también había perdido la posibilidad de tener hijos. Ningún ser humano se separaría de mí con la angustia con la que yo me había separado de mi madre solo porque no había logrado adherirme a ella definitivamente.
Elena Ferrante escribe de la mano de la oscuridad. Elena Ferrante es rápida y eficaz y feroz. Es inteligente, es entretenida, es incómoda. Y puede ser tremendamente erótica.
Elena Ferrante ha dicho que todas las mañanas se pone a escribir con la ansiedad de no saber si va a seguir adelante, que publicar sin aparecer le genera una tremenda libertad creativa, que si la despojaran de su anonimato se sentiría empobrecida. Que no es capaz de relacionarse con personas que le generan emociones intensas, que la escritura es para ella una seducción prolongada, que las mentiras son también parte de su eje, que las considera saludables, que recurre a ellas para protegerse.
“Para tolerar la existencia mentimos y, sobre todo, nos mentimos. A veces nos contamos bonitas fábulas, a veces nos decimos mentiras mezquinas. Las mentiras nos protegen, atenúan el dolor, nos permiten evitar el espanto de reflexionar en serio, suavizan los horrores de nuestro tiempo, incluso nos salvan de nosotros mismos. Pero nunca hay que mentir cuando se escribe. En la ficción literaria es necesario ser sinceros hasta lo insostenible, so pena de que las páginas sean vacuas”.
Quizás eso es lo que hace que Elena Ferrante vuelva a nacer con cada libro. Su última publicación, En los márgenes, editada por Lumen, vale la pena porque nos encontramos con la mujer detrás de la narradora que señala que ha escrito por amor a Dante, a Beatriz, que conecta pasajes alejados entre sí y que el desafío, como indica en una de sus páginas, es aprender a utilizar con libertad la jaula en la que nos encontramos encerradas. Yo le creo y ella le cree a Emily Dickinson y a Virginia Woolf y a Jane Austen y a Gertrude Stein. ¿Volamos con Elena? ¿Volamos con Anita? ¿Volamos con esas dos mujeres que son probablemente la misma máscara? Tú decides. Yo me lanzo. Y ojalá que La hija oscura tenga su reconocimiento.
También puedes leer: Columna de Montserrat Martorell: Mujeres deseantes