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Opinión

23 de Junio de 2022

Ese discreto cínico francés llamado Michel Houellebecq

benjamín galemiri

No es sino hasta que publica la triste y a la vez absurdamente cómica novela “Les particulles elementaires” (“Las partículas elementales”) que Houellebecq comienza a convencer a los críticos de su país, a los de Europa, y de pronto, un autor “maudit”(“maldito”) y a veces inauditamente original se transforma en un “betseller´s man” europeo primero y luego mundial.

Benjamín Galemiri
Benjamín Galemiri
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Si hay un personaje singular en el mundo de la literatura europea, ese es Michel Hoeullebecq. Nacido como Michel Thomas, este gran novelista francés adoptó el apellido de su abuela en homenaje a ella, la mujer que lo crió luego de que sus padres. Como dice con algo de amargura cínica el mismo Houellebecq, “mis padres perdieron todo interés en mí siendo muy niño y me entregaran a mi abuela”.

Nuevamente debo hacer un homenaje a mi novia francesa, la arrebatada aunque muy dulce parisina Constance, que me envió el último libro de Houellebecq en el hermoso idioma francés, y que me permitió conocer su última entrega mucho antes de ser traducido al español. Se trata de la novela número ocho de Houellebecq, “Aneantir”.

Conozco a Houellebecq  en mis gloriosas primeras estadías en la ciudad luz Paris, en lo  llamado “bouche a bouche” (boca a boca) cuando sacó  su remota novelita “Ampliation du champ de bataille”, demasiado deudora de esa gigantesca y hermosa novela del por siempre admirado Albert Camus, “El Extranjero”. Es más de lo mismo, pero sin la suficiente artillería filosófica y sofisticación de Camus.

Houellebecq es un escritor vitriólico, deudor de la novela romántica, poesía vernacular de Baudelaire, aunque él insista en no reconocerlo, y que incluso tiene sus momentos más peaks cuando roza la pornografía. Sin duda algunos de sus impulsos escriturales más deliciosos, aunque algo neo-pervertidos. 

Houellebecq sabe muy bien como contornear el alma del siglo XXI de la Francia llamada cómicamente “insoumise”(insumisa). Houellebecq, claro está, le da duro a los “insumisos”, pero parece interesarse en flagelar más a los neo-hippies, los ex -garçons (niños) del Mayo del 68, durante mucho tiempo hicieron derramar “beaucoup d´encre dans les medias française” (derramar mucha tinta en todos los medios franceses).

No es sino hasta que publica la triste y a la vez absurdamente cómica novela “Les particulles elementaires” (“Las partículas elementales”) que Houellebecq comienza a convencer a los críticos de su país, a los de Europa, y de pronto, un autor “maudit”(“maldito”) y a veces inauditamente original se transforma en un “betseller´s man” europeo primero y luego mundial.

Hoeullebecq es un escritor vitriólico, deudor de la novela romántica, poesía vernacular de Baudelaire, aunque él insista en no reconocerlo, y que incluso tiene sus momentos más peaks cuando roza la pornografía. Sin duda algunos de sus impulsos escriturales más deliciosos, aunque algo neo-pervertidos. 

Un novelista que habla de las tardanzas del amor, de la vejez con espíritu ponzoñoso… Es curioso que venda doscientos mil ejemplares en Francia y otros tanto en tantas traducciones.

Claro, sus operaciones literarias son sabrosas, se pasea con una pluma arrogante a veces, y le da duro a los políticos tan versallescos de su a veces confusa patria Galia. También le interesa el sexo a Houellebecq, como no, y como todo buen cínico que enmascara su bravo romanticismo, son quizá los momentos más bellos en sus novelas cuando abre las puertas de par para dejar que sintamos esos arrebatos eróticos y amorosos a mil kilómetros por hora.

Es cierto que Houellebecq habla poco de las mujeres en sus novelas, pero cuando las saca del papel de reparto, y las deja ser protagonistas, insufla una cadencia  genuina pura y hasta a veces -que curioso, ¿no?- amor. Sí, esta estúpida cosa llamada “amor”, pero ahí están los post-solitarios personajes de Houellebecq, anhelando a la novia que maltrataron en forma estúpida, es cierto, con mucho de cobardía, porque si hay algo bien escrito en sus novelas es la”lachete des hommes envers les femmes” (la cobardía de los hombres frente a las mujeres que “aman”).

Y ahí está toda la arrebatada  y seductora maquinaria tecnológica de su escritura. Sus novelas entonces por arte y magia del oficio se “humedecen” al decir del Bardo de Avon Shakespeare, y todo, todo, cobra un voraz contra-sentido, el desprecio social, los tontos prejuicios raciales y de género, la fría relación familiar, el padre y la madre abandonadores, la Francia inepta en la politica,l “gauche et la droite” ( la izquierda y la derecha” de la que somos muy deudores en Chile)… Y es entonces que ese amor a la mujer tan idealizada, que surge como la respuesta total frente a lo que el rudo viento trae silbeante, aparece.

Por eso, quizá que para mí su novela “Sumisión” es su obra maestra. Porque tiene anclado todo el destino de su literatura en esa tres sad “suite de l´amour”, aunque pareciera que son los temas del poder, de la religión, la farsa de una sociedad que todavía no se sacude del reinado inútilmente versallesco que aun vive en el corazón y cuerpo de los parisinos, que si tú las ves caminando por Champs Elyesee, las lindas parisinas por ejemplo, uno termina creyendo que ellas  se creen en una pasarela real, los hombres, que te prohíben tutearlos, “todo debe ser vouz vouz”( usted usted), reyecitos ridiculos. 

Un novelista que habla de las tardanzas del amor, de la vejez con espíritu ponzoñoso… Es curioso que venda doscientos mil ejemplares en Francia y otros tanto en tantas traducciones.

Unas pocas palabras a su última novela “Aneantir”: es una novela “capital” en apariencia, pero demasiado preparada. De hecho, hace más de 20 años que hablaba ya de la melancolía de no haber podido escribir una novela como muchas otras grandes novelas voluminosas (Aneantir versión Francia tiene 700 y tantas hojas), como “La Montaña Magica” de Thomas Mann, “avec de parties ennuyeuses“ (con partes aburridas) como dijo entre irónico y inocente con mucho charme él mismo, con una ligera sonrisa “canaille” (canalla) en un programa Talk Show de la televisión pública francesa… Seguro que quiere estar en la patética lista de espera del Nobel (que es inmensa como el mar).

Pero es seguro que los miembros de la Academia no van a caer tan fácilmente en la astuta pero también neo-infantil trampa de Michel Houellebecq.

***

De todas maneras esta columna me recuerda a mi novia francesa Constance y todos esos regalos que me siguen llegando “porte a porte” (puerta a puerta)desde París vía FNAC/AMAZON at home.

También recuerda a la periodista franco-libanesa Lea Salamé entrevistarlo por la muy agobiante e ineficaz televisión pública francesa, con expresión de total y entregado enamoramiento.

Sus manos un poco temblorosas como las de una dulce amante casi sin atreverse a mirar a su objeto amado, un tipo común y corriente, para nada atractivo, pero por arte y magia de la escritura, transformado en una especie de falsario impostado muy buen mozo tipo Alain Delon de las novelas.

Bueno, no me extraña. Yo mismo desde niño me consagré a la literatura para enamorar a las brillantes y bellas mujeres. Yo quería tener un metro ochenta y cinco, y seguí cuanto curso para crecimiento y, por cierto, ninguno resultó. Al final mi escritura me permitió amar y admirar a mujeres extraordinarias.

Por cierto, compararme con Houellebecq es “tres pathetique” (muy patético) pero es la pura y santa verdad.

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