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Opinión

30 de Junio de 2022

Bienvenides al tren

Gargarella, experto constitucional argentino, al leer el borrador de la nueva Constitución diagnosticó que no hacíamos nada más y nada menos que subirnos al tren de Latinoamérica. Aprobemos o no el texto constitucional, ya no hay adiós posible a Latinoamérica. Por llegar tarde nos toca subirnos a tropezones entre vagón y vagón.

Rafael Gumucio
Rafael Gumucio
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Nadie lo explicó mejor que el profesor Gargarella. El experto constitucional argentino, al leer el borrador de la nueva Constitución, diagnosticó que no hacíamos nada más y nada menos que subirnos al tren de Latinoamérica. “Pero si ustedes son eso, Latinoamérica”, le respondió un experto de Chicago ante un profesor chileno que se quejaba de que nuestra nueva Constitución se iba pareciendo más a la de Bolivia y la de Ecuador que a la de Alemania o España.

 ¿Qué es ser “Latinoamérica” para el profesor gringo? Hablar español, ser profundamente desigual y tener demagogos en el poder, cosas que los Estados Unidos comparten con la mayor parte de los países del sur del continente. Lo que diferencia a Latinoamérica de los Estados Unidos es justamente ese tren del que habla el profesor Gargarella: después de la Revolución Mexicana, la única auténticamente popular que llegó al poder en el mundo, México abandonó el proyecto liberal eurocéntrico, que desde los libertadores en adelante gobernaba al continente. A falta de una ideología sólida de reemplazo, se adoptó el nacionalismo. Este tenía como ventaja ser tan anticlerical y ateo como el liberalismo, pero adopta una mística ancestral que podía dar abrigo a la soledad de un pueblo que necesitaba de la fe.

Pero si ustedes son eso, Latinoamérica”, le respondió un experto de Chicago ante un profesor chileno que se quejaba de que nuestra nueva Constitución se iba pareciendo más a la de Bolivia y la de Ecuador que a la de Alemania o España.

El nacionalismo, ese narcisismo colectivo que se nutre de las heridas que sana sólo para infligir otras, fue la fórmula mágica con que Mussolini logró también en Italia hacer la revolución sin hacer la revolución. Hitler fue más lejos y llevó al sistema de pensamiento nacionalista hacia su ruina evidente: la necesidad de un enemigo, primero interior (los judíos y los socialistas) y exterior después (el mundo entero), con la cual conseguir la cohesión nacional al precio de la guerra permanente.

Es imposible entender la política boliviana, la argentina o la peruana sin el componente nacionalista mussoliniano-zapatista, a veces hitleriano, otra casi marxista. Que Baradit y Warnken sean ambos admiradores de Miguel Serrano explica muchas cosas inexplicables.

El nacionalismo simplifica lo complejo y complejiza lo simple. Afirma derechos esenciales necesarios de la manera más barroca posible. Estos los junta con un sistema político altamente impracticable, que sólo pocos pueden entender,  y que pueden ocupar los más pacientes o los menos escrupulosos. Autoritarismo a la Mussolini, derechos a lo Emiliano Zapata. Cuando el sistema colapsa, otro nacionalista reemplaza al que se gastó en el intento. Al principio -Perón, Paz Estenssoro, Castro, Alan García- la ampliación de los derechos que luego estos mismos líderes van negando para quedarse solo con el poder. En el intertanto los privilegiados cambian de apellidos, pero son siempre los mismos.

Es imposible entender la política boliviana, la argentina o la peruana sin el componente nacionalista mussoliniano-zapatista, a veces hitleriano, otra casi marxista. Que Baradit y Warnken sean ambos admiradores de Miguel Serrano explica muchas cosas inexplicables.

Chile no se subió a ese tren, porque como a muchos trenes llegamos demasiado temprano y luego demasiado tarde. En rigor nos subimos en 1928 con Carlos Ibáñez del Campo y nos bajamos cuando nos dimos cuenta de que se nos habían olvidado las maletas. Arturo Alessandri Palma tuvo el año 25 la oportunidad de comprar todos los boletos, pero se acordó que era liberal a la chilena, es decir liberal autoritario. El Partido Socialista chileno, encargado de este ramal del tren, le salió en Allende un maquinista ambivalente. Alguien que nació admirando este tipo de revolución popular y uniformada de los años 30, pero que sentía orgullo de su tradición liberal-conservadora de la que venía de modo sanguíneo, es decir inevitable. No se decidió nunca y esa indecisión fue la señal de su tragedia, es decir, de su grandeza.

Pinochet fue la última oportunidad en el siglo XX de subirnos al tren. Entre los que lo llevaron al poder no faltaban los nacionalistas de Patria y Libertad. A su manera, más franquista que mussoliniana, lo era también Jaime Guzmán. Pero Pinochet, como Ibáñez del Campo, no tuvo ni la gracia, ni el coraje de ser un Perón o un Getúlio Vargas. Bajo Pinochet, Chile se abrió a las exportaciones de todo tipo, incluida la democracia posmoderna de la que vamos saliendo ahora camino a la estación.

La cita con la historia de un continente disparejo, triste y maravilloso, llega recién hoy, ciento y tantos años después de Emiliano Zapata. Lo trajo una rebelión popular, que no tomó el poder, pero lo asustó lo suficiente para que abandonara su pretensión de gobernar y ganar plata al mismo tiempo. La soberbia con que mirábamos los golpes de estado blandos de nuestros vecinos, sus dólares blue, su narcojudicatura; como la envidia antes sus universidades gratuitas, y su vocabulario ancho y ajeno, son historia hoy. Aprobemos o no el texto constitucional, ya no hay adiós posible a Latinoamérica. Por llegar tarde nos toca subirnos a tropezones entre vagón y vagón.

La cita con la historia de un continente disparejo, triste y maravilloso, llega recién hoy, ciento y tantos años después de Emiliano Zapata. Lo trajo una rebelión popular, que no tomó el poder, pero lo asustó lo suficiente para que abandonara su pretensión de gobernar y ganar plata al mismo tiempo.

La nueva Constitución no es sólo nacionalista, sino que plurinacionalista, pero dentro o fuera del texto el nacionalismo, en su versión New Age y en la otra, es un invitado que no podemos evitar. Xenofobia y orgullo étnico serán ahora parte de nuestra confusión. Pero al menos estamos en el tren, pasan las estaciones, no sabemos dónde vamos, pero sí, que ya no estamos solos. Viajamos con viejos amigos y antiguos enemigos que nos quieren y comprenden mejor que nadie. El paisaje es lindo, por lo menos.

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