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2 de Agosto de 2022

Historia personal del centro: Los recuerdos y reflexiones de Samy Benmayor sobre el barrio de su infancia

Crédito: Eduardo Sanzana.

Uno de los pintores más importantes de Chile habla de su primera exposición fotográfica y de sus recorridos callejeros por la zona cero como fotógrafo. “Tenía la sensación de estar dentro de una película. Llegué a la calle Marcoleta, donde había una iglesia quemada, y decidí darme la vuelta hacia al parque. De nuevo no había luz y solo se veían siluetas de gente durmiendo y carpas. Fotográficamente era súper interesante, pero era bien doloroso. Lo que más me impactó fue el Café Literario. ¿Qué daño hace un café literario? Hay como una chifladura que yo no sé de dónde viene".

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“Mi señora me dijo que no hablara de política”, dice Samy Benmayor sonriendo, con los ojos chispeantes, en la penumbra de una tarde invernal en su taller ubicado en el barrio Italia. 

El pintor, y ahora fotógrafo, recibe a The Clinic en su segunda casa e incumple los mandatos de su mujer, la economista Susana Mansilla, a quien conoció hace más de 30 años en la Universidad de Chile.

En esta entrevista Benmayor habla de la primera exposición fotográfica en la que participará en agosto junto a otros sietes artistas, -Playground en Factoría Santa Rosa -, del abandono del casco histórico de la capital, de sus incursiones como fotógrafo callejero, y de cómo ve el país hoy. 

Apenas uno entra al taller de Samy, lo primero que ve es al artista trabajando en unos cuadros con las manos, lo cual refrenda el interés de este artista por el placer de la pintura y la recuperación de las manualidades. 

Desde los parlantes suena el saxo de John Coltrane y el pintor, curioso como un niño a sus 66 años, cuenta que visitó durante tres horas la muestra de uno de sus ídolos: Paul Klee. 

Lamenta la ausencia de ambigüedad en las obras artísticas actuales y cree que en Chile campea el arte político, panfletario, literal. Y también le cuesta entender por qué la muestra de Klee en el Centro Cultural de la Moneda cuesta poco más de luca mientras que la de Bansky vale 15 mil pesos. “Klee es una cosa absolutamente fundamental en el arte, ¿cachai? Y el otro gallo es simpático, y está bien, pero artísticamente no hay ninguna evolución del lenguaje en su trabajo, es una cuestión sociopolítica”. 

En medio de la crisis de seguridad que atraviesa la comuna de Santiago, conversamos sobre el retroceso que significa la depreciación emocional de una ciudad cada vez más violenta, sucia y abandonada. 

-Te criaste en el centro. Y desde 2017 estás tomando fotografías de ese sector de la ciudad. Partamos conversando por ahí. 

-Las primeras fotos que yo empecé a sacar fueron en el centro de Santiago. Ahí caché que soy fotógrafo callejero. Bueno, yo soy de la Alameda. Nací al lado de un circo, entre Amunátegui y San Martín. Después demolieron ese edificio, que tenía seis pisos, y estaba arriba de un mercado. Yo me conocía todo el centro. Sabía que en el edificio Ahumada 1376, en el cuarto piso, tú podías salir al techo y mirar la iglesia que estaba en la calle Agustinas. Cachaba ese tipo de cosas. Me metía dentro de La Bolsa, en los cines, en las galerías, porque me fascinaban y había cosas misteriosas. El mundo estaba en la calle.

Las primeras fotos que yo empecé a sacar fueron en el centro de Santiago. Ahí caché que soy fotógrafo callejero. Bueno, yo soy de la Alameda. Nací al lado de un circo, entre Amunátegui y San Martín. Después demolieron ese edificio, que tenía seis pisos, y estaba arriba de un mercado. Yo me conocía todo el centro”.

Pegado en la infancia

Los padres de Samy Benmayor, dos inmigrantes turcos de origen judío, Nisim y Susana, llegaron a Chile el año 39, arrancando de la Segunda Guerra Mundial. Su papá murió cuando Benmayor tenía dos años y el pintor se crio en una casa muy distinta a la de sus amigos, un lugar fuera del tiempo, proclive a desarrollar la imaginación y la creatividad. “Era una casa solitaria, llena de alfombras, escaleras y lugares misteriosos, y quedaba al frente de la Iglesia San Ignacio, en el barrio Dieciocho”.

Esa infancia felliniana de hijo único hizo que Samy se interesara desde muy chico por “todo lo que no es utilitario. Cuando vi a Fellini me reconocí. El mundo del centro se parecía mucho a eso. La señora del mercado, la de la panadería, el zapatero que se llamaba Adán como el primer hombre. Había negocios de revistas viejas, de filatelia. Me acuerdo que había un oso polar embalsamado frente a una peletería. Y la calle Huérfanos estaba llena de agencias de viaje que tenían miles de letreros luminosos, de todas las líneas aéreas. Yo quedé muy pegado en la infancia. Porque fue una infancia súper solitaria y en un lugar demasiado bonito”.

Cuando vi a Fellini me reconocí. El mundo del centro se parecía mucho a eso. La señora del mercado, la de la panadería, el zapatero que se llamaba Adán como el primer hombre”.

Besos borrachos

Con todo lo que ha pasado a partir del estallido social del 18 de octubre de 2019, ¿cómo ves la situación actual del centro?

-El 19 yo salí a las seis de la mañana al centro y encontré una pareja besándose borrachos debajo de la estatua de Baquedano. Les saqué fotos, pero me salieron malas. Era una escena romántica, bonita dentro de toda esta cagada donde estaba todo tumbado en el suelo. Y al principio no fue tan terrible. Pero a medida que me fui adentrando en el centro caché que la destrucción era de proporciones. Lo que pasa es que la violencia y la destrucción siguió durante mucho tiempo. Entonces ahí me empezó a doler.

¿Por qué te dolió tanto?

-Porque es una ciudad que había hecho muchos esfuerzos por integrarse. Cuando nosotros éramos jóvenes soñábamos con tener una ciudad más integrada, donde hubiera cafés, museos, y la gente de la periferia circulara hacia el centro. Y eso más o menos se había logrado hasta ese momento: en Matucana se creó la Biblioteca de Santiago y el Centro Cultural de Matucana. Se construyó el Museo de la Memoria, el Museo de La Moneda, el museo de la calle Lastarria, el Museo de Bellas Artes había sido arreglado, el GAM tenía un teatro en construcción, se crearon cafés, librerías, y el Café Literario en Bustamante. En fin, todo eso que costó tanto construir durante años se destruyó. La última vez que salí fue bien impactante porque la Alameda todavía está como si fuera una ciudad en guerra.

Incursiones callejeras

Benmayor salió a fotografiar el centro en plena pandemia para registrar con su cámara fotográfica los estragos que dejó la crisis social que sacudió Chile. Cuenta que, en la primera calle de Bustamante hacia el poniente, Arturo Burhle, no había luz. El pintor caminó en dirección a Vicuña Mackenna, y de repente vio un haz de luz que salía de un pequeño restaurante que sólo contaba con una mesa y una silla de plástico. La escena era sobrecogedora: una mamá con su hijo estaban comiendo en silencio.

Luego siguió su marcha por las ruinas de la capital y vio que el Museo de Violeta Parra estaba quemado. Caminando por la avenida Vicuña Mackenna, a la altura del restaurante La Terraza, escuchó voces de unos okupas que estaban carreteando y que se habían tomado la Universidad Pedro de Valdivia, incendiada y saqueada. “Tenía la sensación de estar dentro de una película. Llegué a la calle Marcoleta, donde había una iglesia quemada, y decidí darme la vuelta hacia al parque. De nuevo no había luz y solo se veían siluetas de gente durmiendo y carpas. Fotográficamente era súper interesante, pero era bien doloroso. Lo que más me impactó fue el Café Literario. ¿Qué daño hace un café literario? Hay como una chifladura que yo no sé de dónde viene”.

Apetito de destrucción

Hace pocas semanas salió con una amiga a realizar una nueva incursión fotográfica y llegó a la Iglesia de Carabineros, que fue quemada en dos oportunidades. Pese a que Samy sabía que estaba clausurada hace tres años, les pidió a unos carabineros permiso para hacer unas fotos porque querían dejar un registro. Los policías le dijeron que no podían pasar porque la iglesia ahora es de Bienes Nacionales. Porfiados, Benmayor y su amiga entraron a la mala. “Saltamos una pared y pasamos. Fue impresionante. Ahora no tiene techo, todos los vitrales están rotos, quedan cenizas en el suelo y está todo grafiteado. Se ve que vivió gente adentro porque hay resto de cosas”. 

Le pregunto a Samy si siente que con la destrucción del centro se borraron las huellas de su infancia y me responde: “Absolutamente”. 

Saltamos una pared y pasamos(a la iglesia de Carabineros). Fue impresionante. Ahora no tiene techo, todos los vitrales están rotos, quedan cenizas en el suelo y está todo grafiteado”.

No obstante, el pintor y fotógrafo, sostiene que el abandono del centro de Santiago tiene larga data. “Las clases altas empezaron a abandonar el centro de la ciudad a fines de los cincuenta. Tá cachái que el centro-centro, la calle Castro, dejó de existir cuando se hizo la Panamericana”.  

Dice que hasta ese momento la gente del barrio alto vivía en casonas gigantes, como las que aparecen en los libros de José Donoso. “Ahí empieza el abandono. La gente de plata se escapó de la pobreza”.

Benmayor dice que esta orfandad del centro es una constante en todas las ciudades latinoamericanas. Sostiene que la gente del campo llega a la ciudad, se instala y avanza hacia el centro. Pero a su vez, “los huevones con plata se van arrancando. Vieras Bogotá. Antes tenía un centro histórico espectacular, pero ahora está totalmente abandonada”.  

Este año cerraron el Bar Nacional del centro y se lo llevaron al barrio alto. ¿Qué te pasa con eso?

-Es tremendo. 

-Durante gran parte del siglo 20 Chile miró a París como el gran referente cultural. Después del golpe del estado, el país empezó a mirar a Miami. ¿Ahora hacia dónde miramos los chilenos hoy? 

-Ahora no miramos para ninguna parte. Santiago tiene en su arquitectura cosas europeas, pero también cosas gringas. Por ejemplo, el edificio del Banco de Chile que está en Agustinas es extraordinario. Ese edificio es de los años veinte. Es como un edificio de Nueva York, pero de seis pisos. Y hay otros edificios, por ejemplo, el que está en Estado con Huérfanos (Edificio Oberpaur), que es redondo, moderno, y tiene influencias de la Bauhaus y fue construido por Sergio Larraín García Moreno. 

A ti te gusta mucho la arquitectura. Una vez dijiste que a los únicos personajes que les darías la pena de muerte es a los arquitectos.

-Sí, pero era una broma. Una vez lo dije en Twitter y casi me mataron. Hay gente que se lo toma en serio. La gente no entiende el humor. Ahora hay que ser muy cuidadoso. La arquitectura es una cuestión muy delicada porque hace ciudad. En Chile se hicieron los edificios lustrines, que se ajustan a las rasantes de luz solar, y ahí la arquitectura se fue a la mierda. Crearon edificios monstruosos, sin ninguna proporción con la gente y la ciudad. ¿Por qué hacen esto? Seguramente por plata. 

Desde fines de los 90 se hicieron esfuerzos por mejorar la calidad de vida en la ciudad. ¿Crees que hoy en día no se valora la armonía y la belleza en la convivencia ciudadana?

-Algunas cosas que se pedían en las marchas eran innegables, pero por qué la destrucción. Cuando yo hacía esa pregunta y me lamentaba, me respondían: “pero mucho más violento es la pobreza y la desigualdad”. Ayer vi una manifestación en Buenos Aires donde venía una marcha gigantesca y, como había una plazoleta con plantitas y un pequeño obelisco, los manifestantes rodearon la plaza y siguieron sin romper nada. Y era una marcha tan grande como las del 25 de noviembre de 2019. 

El fotógrafo Alejandro Olivares me dijo que la gente de la periferia vino a chorizar el centro en 2019. Que instalaron una estética de la pobla. Ahora bien: ¿Por qué crees que en 2022 el centro sigue casi igual? ¿Por qué piensas que para cierta gente rayar un insulto en una pared tiene un valor artístico?

-Yo creo que hay que topar fondo para entender las cosas. Esto se va a demorar un tiempo largo. El otro día leí una reflexión de un sobrino que decía que uno no sabe lo que uno tiene hasta que lo pierde. Y es así. Yo sé que la realidad de la periferia de Santiago es tremenda, pero no creo que Chile sea el país más desigual del mundo. En la India es diez veces peor y esto no pasa. 

A Samy le cuesta entender la pulsión destructiva de los chilenos. “Ha habido demasiada segregación, demasiada violencia. Hay una rabia que no la hemos podido sacar. Y eso explica ciertas cosas. Pero el dolor de la destrucción de una ciudad es una cuestión irrecuperable. Y para qué decir lo que pasó en Valparaíso. 

Yo creo que hay que topar fondo para entender las cosas. Esto se va a demorar un tiempo largo. El otro día leí una reflexión de un sobrino que decía que uno no sabe lo que uno tiene hasta que lo pierde. Y es así”.

Santiago salta al futuro

Benmayor me ofrece una taza de té y sigue evocando recuerdos de la infancia: “Me acuerdo de una exposición el año 68 en la Biblioteca Nacional que yo fui y decía: Santiago salta al futuro. Y yo miraba todas estas maquetas y había esperanza. Porque en el fondo ésa es la huevada. La esperanza de tener una sociedad mejor. Y pudo haber sido, pero se cometieron errores tan graves que no fue. Y eso es lo más nostálgico de todo. Me acuerdo que, en el último año de Lagos, cuando se inauguró el Museo de La Moneda, vinieron amigos míos de afuera y yo les mostraba el museo que hasta tenía cabezas olmecas dentro. ¡Yo no quería más de felicidad! Siempre he pensado que la cultura es la base de la recuperación espiritual de las personas y que la educación es lo más importante”. 

Crédito: Eduardo Sanzana.

Has dicho también que el arte es un alimento que nos permite soportar el peso de la realidad.

-La vida es muy difícil para todos. Existir es muy difícil. Y el arte es lo que te lleva a la comunión, a la comunicación entre espíritus. Te lleva a reconocerte en las historias. Y te hace sentir acompañado. 

¿Existe alguna expresión artística que surgió del estallido social que te interese?

-No. He visto unos grafitis horrorosos, súper fomes. A mí no me interesa ni siquiera Bansky. O sea, me parece insólito que la entrada a Bansky cueste 15 mil pesos y la entrada a Paul Klee 1.500. Klee es una cosa absolutamente fundamental en el arte del siglo veinte. Y el otro gallo es simpático, y está bien, pero artísticamente no hay ninguna evolución del lenguaje en su trabajo, es una cuestión sociopolítica.  

-¿Fuiste a la muestra de Klee?

-Por supuesto. Estuve tres horas y de rodillas. Es un grande porque es sencillísimo. Paul Klee decía que dibujar es sacar a pasear la línea como si fuera un perro. Esa humildad, esa sencillez, de hacer algo creativo con lo mínimo, es sobrecogedora. 

Los hombres cambian

Has sido muy pelado en el mundo del arte chileno. En los 80, en dictadura, fuiste criticado por participar del mercado y porque vendías bien tus pinturas. ¿Crees que ahora, nuevamente, prima el arte político, ideológico, panfletario?

-Yo le digo a mis alumnos que la diferencia ente los mensajes del arte y los mensajes de la publicidad o de la política es que no son unívocos. El mensaje de la publicidad es tan simple como lo siguiente: tome Coca Cola. En cambio el mensaje del arte es ambiguo, tiene muchos caminos, muchas interpretaciones, tiene un final abierto. Si hay una persona que pinta y el mensaje es clarísimo, para mí en esa obra no hay ningún punto imaginativo  donde tú puedas soñar, interpretar o vagar. Entonces es fome y obvio porque no hay complejidad, no hay misterio.

¿Qué opinas del arte comprometido?

-No me interesa nada. El arte debe estar comprometido con la vida misma. El arte comprometido políticamente es lo que hicieron los nazis y los bolcheviques. Fue muy patético. Piensa tú que mientras Kandinsky y Malevich estaban cambiando la historia del arte, los pintores oficiales estaban haciendo el arte revolucionario de propaganda y puras tonteras. Los nazis hablaban del arte degenerado refiriéndose a los más grandes artistas del siglo 20. Entonces creo que el arte comprometido es peligroso porque depende de quién está en el poder y cuál es la corriente del momento. Si hay una corriente que dice que todos se deben comprometer, esto se transforma en un panfleto. Tiene que haber más profundidad. Y, además, las personas cambian todo el día y todos los días. Lo que tú piensas en la mañana no es lo mismo que piensas en la tarde. Otra cosa es que tengas una posición sobre ciertos temas para mantenerte parado en este mundo, pero los seres humanos somos cambiantes por naturaleza. 

Vivimos en un presente polarizado. ¿Eres optimista con respecto al futuro político?  

-A veces sí, a veces no. Nosotros estuvimos viviendo muchos años con algo que nos fue impuesto por un 40 por ciento de la población. Y ahora va a pasar que un cincuenta por ciento de la población le va imponer una visión del mundo al resto. A mí me gustaría que existiera un mínimo de acuerdos. Yo creo que una Constitución es un conjunto de normas que permite la convivencia entre todos los ciudadanos. No es una programa político. Y eso es lo que a mí me parece que algunos convencionales confundieron. Pienso que es fundamental para la democracia llegar a acuerdos más amplios. Y vernos enfrentados a esta situación de polarización no me gusta. Yo soy Laguista.  

¿Te gustó la carta que escribió Lagos pensando en el día después del plebiscito?

-Yo creo que dijo una cosa muy sabia. Y escribí un tuit de eso. Qué podemos esperar de este país si cuando hubo que elegir entre Lagos y un personaje irrelevante, se prefirió la segunda opción. Ahí dije: estamos listos. Hay dos hechos que han pasado en Chile que me hicieron perder la fe. La derrota de Lagos en ese momento y la quema del Instituto Nacional, diez días antes del estallido. 

¿Leíste el proyecto de nueva Constitución? 

-He leído algunas cosas. El artículo 34 que es sobre el autogobierno de los Pueblos Originarios lo encuentro francamente peligroso. Después de eso: ¿cómo convences a un determinado Pueblo Originario que no reclame su autogobierno si eso es lo que dice la Constitución? Es un artículo que puede generar más enfrentamientos y división.  

¿Qué otras cosas te preocupan?

-Me preocupa que los diputados tengan injerencia en el tema económico. Eso es la perdición. Porque los diputados con tal de salir elegidos van a regalar plata. 

Yo creo que una Constitución es un conjunto de normas que permite la convivencia entre todos los ciudadanos. No es una programa político. Y eso es lo que a mí me parece que algunos convencionales confundieron”.

-¿Y qué opinas de que se elimine el Senado?

-Se pierde el equilibrio de los poderes del Estado. Sería muy riesgoso que sólo una Cámara de Diputados que puede decidir las leyes por mayoría simple. Y si llegara a salir elegido un loco, podría hacer lo que quisiera y quedaríamos totalmente desprotegidos. Entonces esas cuestiones no están previstas en la Constitución y son peligrosas. La mayoría de mis más queridos amigos son de izquierda , pero yo ya no hablo mucho. 

Hoy la distancia crítica y el derecho a disentir son considerados reaccionarios. ¿En tu grupo de amigos te consideran de derecha por tener pensamiento propio?

-No, no lo creo, porque muchos no saben qué pienso. Mis amigos consideran que la Constitución es maravillosa porque van a dar más derechos sociales, y eso suena bien pero es irresponsable. Yo estoy casado con una economista. Y sé qué si no hay crecimiento económico, no hay de dónde sacar la plata para cumplir con lo prometido. Punto. El problema económico es tan simple como que las necesidades son infinitas y los recursos son escasos.

Crédito: Eduardo Sanzana.

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