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El análisis de Sonia Montecino sobre las identidades de Chile
Joaquín Alvújar

Entrevistas

6 de Agosto de 2023

Sonia Montecino, Premio Nacional de Humanidades: “Los chilenos tenemos algo muy cínico para no hablar de ciertos temas”

La antropóloga es una de las autoras más reconocidas al hablar sobre la identidad de Chile. Con una obra marcada por su observación sobre los cambios que ha vivido el país en su historia, analiza las transformaciones sobre los pueblos originarios, el feminismo y el cambio de discursos políticos y sociales en tan pocos años. "Hay una relación con las catástrofes, una idea como sociedad de que siempre se espera un terremoto. Hay algo en esta construcción que nos identifica: la ruptura con un orden", reflexiona.

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Mientras Sonia Montecino (69) habla, música de origen andino acompaña su voz, con instrumentos de aire que resuenen en su casa. En la entrada hay un cuadro de Santos Chávez con un poema de Elicura Chihuailaf en dos idiomas: mapudungún y español. “Montado sobre un arcoíris viajo por el mundo / También desde el Azul combatiremos contra nuestros enemigos, / me están diciendo los Antepasados“.

La ganadora del Premio Nacional de Humanidades de 2013 guarda artesanía de todo Chile. Podría hacer con todos ellos un recorrido de norte a sur de las distintas culturas y pueblos que habitan el país. Mientras camina, la acompaña su perrita Salma, un lebrel afgano que mira con sospecha a quienes entran, pero luego con desinterés. Toda su atención está puesta en ella.

En 1991 Sonia Montecino escribió Madres y huachos: alegorías del mestizaje chileno. En sus páginas recoge sus reflexiones sobre la identidad chilena. Con descripciones de los mitos de los territorios, los pueblos que los unían, los cambios que los transformaban, la antropóloga no solo habla allí de los eventos del pasado, sino que los enlaza: la Colonia, la Conquista y el Chile actual. Aparecen las voces de quienes, describe, no estaban presentes en quienes escribían la historia del país.

Actualmente la escritora hace clases en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, donde continúa investigando y escribiendo. “Cuando empiezo a pensar, a escribir de algún lugar nuestro, es inevitable posarse en las identidades que generalmente son negadas. Hay una particularidad bien chilena, que determinadas manifestaciones no son valoradas ni sentidas como como algo nuestro”, reflexiona de entrada.

Por ello, contextualiza sus palabras, les pone un orden. “Es importante entender la cultura como las formas que tenemos de habitar el mundo, no son solo las expresiones de lo que se entiende por “arte”, sino también los lenguajes con que construimos la noción de un nosotros, las prácticas, las maneras de comprender las cosas. La dicotomía entre alta/baja cultura nos ha perseguido, sobre todo porque asociamos las manifestaciones populares con el último término.  Desde mi mirada, la antropología es un intento de conocer y poner en valor, aquello que no es considerado en los sistema de prestigio y poder.

-¿Qué es lo que une hoy la identidad chilena para lograr una conexión más allá de todas las diferencias que tiene?

-Hoy asistimos a una gran atomización. Hay grupos separados que hacen políticas de sus propias identidades y no se disponen a una conversación sobre lo común. No se discute si existe un universal, o como lo construimos; lo particular se acantona como la verdad de cada grupo, quizás sea un mecanismo de defensa ante el horror que produce no visualizar un horizonte compartido.

-¿Lo universal como algo que nos una?

-Claro, entendiendo que ello no significa que eso sea el logro de una vida sin tensiones, precisamente las identidades particulares siempre están en tensión con un universal. Es preciso, ante la fragmentación feroz, alcanzar ese sentimiento de pertenencia, que es la cultura. De lo contrario, vivimos asediados de malestares, de desilusiones, de enojo que se expresan en los altos índices de enfermedades psiquiátricas, en las luchas encarnizadas por sepultar al ‘enemigo’, en la entronización en las instituciones de dirigentes autoritarios o mesiánicos. La pandemia, que por supuesto no hemos sino tematizado desde lo médico, puede ser un gran pivote de reflexión ¿qué hacemos frente a la muerte, ese universal ineludible?  

-¿Qué compone hoy lo chileno?

-No es fácil definirlo, pero intuyo que son capas, algunas se expresan en los discursos políticos. Pero hay otras, más profundas y viejas que han sido magníficamente expuestas por ejemplo por Raúl Ruiz, y lo mismo con José Donoso en el El obsceno pájaro de la noche; también Diamela Eltit y Lumperica. El ladinismo, la elusión, las frases que nunca se terminan, el imbunche como fetiche y dolor de las identidades clausuradas, la estructura mental de la hacienda que no se borra, la ciudad iluminada en un eriazo, en fin. También siento que hoy lo chileno está atado a diversos malestares.

-¿Qué malestares?

-Son variados, y quizás subjetivos, pero que nos han sido heredados. Las catástrofes. Hay una idea que nos recorre como sociedad: siempre se espera un terremoto. Hay algo en esta imagen heredada que nos identifica: la ruptura con un orden. Los chilenos tenemos desafección con las materialidades, como los monumentos y los patrimonios tangibles. No tenemos una afección porque siempre se han caído. Se construye, pero con la idea inconsciente que se destruye.

El Chile actual bajo los ojos de Sonia Montecino

-En el Estallido de 2019 la foto emblema fue la de la bandera mapuche ondeando en Plaza Baquedano. Tres años después, el Consejo Constitucional solo tiene un escaño reservado, con el Partido Republicano dirigiendo el proceso, y con otros símbolos. ¿Cómo se entiende una transición tan rápida de identificación?

-No es algo tan extraño. Lo interesante fue que en la revuelta se enarbolaron los símbolos mapuche, eso fue una novedad, pero lo que sucede hoy es fruto de una sociedad que tendió a invisibilizar, por un lado, y por el otro a folklorizar lo indígena. Cuando digo invisibilizar, me refiero a velar, sobre todo, las luchas políticas de los mapuche, olvidando que han estado presentes a lo largo de todo el siglo XX y que hoy se manifiestan en variadas prácticas y discursos. Creo que también las maneras en que hemos abordado el mestizaje,  como una suerte de blanqueo, ha implicado que veamos lo indígena como extraño, como una alteridad que nada tiene que ver con nosotros.

-Pero, ¿cómo se entiende los cambios tan veloces de identidades que vive Chile?

-No sé si hay cambios tan veloces, más bien grupos que enarbolan políticas de las identidades. Y en eso hay que establecer diferencias, si pensamos en la historia contemporánea mapuche, las reivindicaciones identitarias tienen una larga data de confrontación con las estructuras de poder chilenas. O el movimiento feminista que pone en escena las identidades de las mujeres desde inicios de siglo XX. El problema es que esa historia no se enseña y hay una total ignorancia de sus logros. En 2019 tuvimos una eclosión de esas identidades, pero que no son extrañas, sino de larga duración. Lo que sí emergió como cambio, son las identidades no reivindicativas sino destructivas, son estas pulsiones de violencia, de narco expresiones, de barras bravas, situando un colectivo masculino al lado de la destrucción como mensaje.

-Pero también decayó hasta quedar, por ejemplo, fuera de la discusión en el Consejo Constitucional.

-En 2019 apreciamos un quiebre en la discusión sobre la identidad en Chile. Emergió eso que estaba oculto, y aunque no nos guste somos parte de esa historia de mestizaje, de colonización, de resistencia. Por ello no me extraña que la gran pérdida del Consejo Constitucional haya sido el mundo indígena y las reivindicaciones de las mujeres por paridad, aborto libre, entre otras. La cara conservadora que atraviesa al país es la que ha primado. Y esta suerte de llamado al orden: frente a lo carnavalesco -muy necesario para soltar tensiones sociales- debemos mostrar sobriedad, eso de ser los “ingleses de américa latina”.

-Durante el período de iniciativas populares, lo que más se repitió fueron propuestas para identificar el rodeo o la cueca como manifestaciones nacionales de identidad. ¿Cómo entendemos que hasta hoy mantengamos esta discusión?

-Eso se relaciona con ese volver a un orden, con tratar de imponer símbolos que universalizan lo chileno; el rodeo, por ejemplo, es algo que identifica a un Chile campesino que aún existe. El rodeo se ha oficializado como deporte y tiene muchos bemoles en tanto elemento de cohesión social, sobre todo desde el punto de vista animalista. Acá también es preciso producir una conversación sobre lo que una parte de la población rechaza. Pero es interesante leerlo desde el punto de vista de la asociatividad, con miles de esas organizaciones, en un país que lo ha perdido.

-¿Usted ve posibilidad de llegar a acuerdos sobre nuestra identidad?

-Las identidades se viven y como dije están siempre en conflicto, pero hay universales a los que apelar. Una metáfora para explicar esto es la cazuela. Esta preparación está en el norte, en el centro y en el sur y hasta en Rapa Nui. Sin embargo, cada una de ellas es distinta. Tiene variaciones familiares, locales y regionales, pero todos consumen y hablan de cazuela.

Foto: Joaquín Alvujar

“Estamos viviendo en un Chile bastante complicado”

Sonia Montecino sonríe constantemente, y remarca cada ciertos minutos algunas oraciones. Antes de cerrar sus ideas, dice haciendo un gesto con sus manos, como docente: “Esto es muy importante”. Cada ciertos minutos toma una pausa, y baja sus reflexiones a ejemplos prácticos. Utiliza platos y momentos para ilustrar lo que busca decir.

En los últimos años ha publicado diversas obras recorriendo Chile. Uno de los tópicos de interés, las comidas y ritos locales de las comunidades que componen los territorios. En los platos de cada zona reconoce no solo gustos, sino historias compartidas. Modos de entender lo que nos une y las identidades que confluyen en un lugar. Sin embargo, también comenta la actualidad política, las discusiones que hoy se dan sobre identidad. Un tema que conoce.

-Hoy, el Consejo Constitucional y las propuestas de Constitución están marcadas por la voz del Partido Republicano, cuyos discursos antes estaban en segundo plano. ¿Ha cambiado el modo de entender Chile tras la década pasada?

-Esa es otra cara chilena que ha estado siempre y que ahora tiene una voz amplificada, pero siempre estuvo. La sociedad chilena fue diversa en miradas e interpretaciones sobre nuestra historia, pero unas pasan a dominar a las otras dado el momento. En un análisis, lo digo de modo superficial, si uno analiza los imaginarios chilenos de la educación: ¿Qué decimos sobre nosotros? ¿Qué historia se ha enseñado?

-¿En la educación chilena se puede rastrear quiénes somos?

-En un momento no se quería hablar de historia, sino de ciencias sociales. Está el ejemplo del golpe de Estado. En la década de los 90, cuando se hace la reforma educacional, se pensó en tener personas útiles para este sistema. Lo digo por lo experimenté, lo vi. Allí se comenzaron a construir imaginarios sobre Chile. Uno debe preguntarse: ¿qué es lo que circula hoy entre la gente? Las ideas de Republicanos son imaginarios construidos en un determinado grupo, en un determinado sector. Hablan de libertad en unos espacios, y coartar la libertad en otros. Están sus contradicciones en el modelo neoliberal.

-El Presidente Boric habló de derrocar el capitalismo, como un tema que apareciera seguir rondándonos en el resto de discusiones que tenemos sobre el Chile actual.

-La sensación que tengo, sin ser cientista política, es que tenemos una serie de ensamblajes y prácticas que, a veces, chocan entre sí. Observo este momento cultural con una discursividad que, diría, está vacía, un poco ritualizada, un poco mántrica. Ello quizás porque las prácticas no dialogan con los contenidos de los discursos, y en esto puede influir el mercado, que lo fagocita todo sin que nos demos cuenta.

-¿Qué ejemplos concretos ve?

-Por ejemplo, hoy se dice : ‘Barbie es espectacular, porque habla de feminismo’. No vamos más allá y no nos interesa analizar el contexto de negocios que gana con los discursos de reivindicación de los derechos de las mujeres. Nos quedamos en la superficie.

Otro fenómeno que grafica esto es la alienación de las maquinarias del mercado, Lo que José Joaquín Brunner llama la ‘universidad capitalista’. Las universidades como fábricas de saberes y discursos. ¿Hacia dónde van? A reproducir el propio sistema de la universidad con sus papers, rankings, jerarquias. El drama es la transferencia de esos conocimientos, como están encapsulados y no hay una socialización. Solo se discuten entre pares, se toman hilos, se transforman en modas, quedando fuera de esos saberes la gran mayoría de la gente y cuando se quieren convertir en políticas públicas o en principios y enfoques son incomprendidos. La licuificación entonces tomará su lugar y seguimos en el reino de lo mántrico.

-¿La sociedad chilena ha cambiado sus focos de discusión en los últimos años? ¿Es más difícil un punto de acuerdo sobre la identidad?

-El gran tema me parece es el de la democracia y de los derechos humanos. Hoy se ha actualizado por efectos de los 50 años del golpe. En ese sentido hay identidades como las de las mujeres y los feminismos que están directamente relacionados con esos dos términos, lo mismo los pueblos indígenas. Si pensamos en su trayectoria durante la dictadura podemos apreciar que el horizonte común y que sigue vigente es ese: como acordamos que la democracia y los derechos humanos son nuestros universales. Estamos viviendo en un Chile bastante complicado sobre qué entendemos por democracia y derechos humanos y cómo nos hacemos cargo de la historia y de la memoria.

-¿Cómo usted piensa que llegamos a esto?

-Tienes, por un lado, discursos oficiales, institucionales. Pero también están los imaginarios familiares. Hay cosas que se transmiten, que es algo más complejo porque están los núcleos familiares. Uno siempre escuchó y vio ciertas actitudes. Tendremos a echarla la culpa a la institucionalidad. ¿Dónde aprendimos a discriminar? ¿Dónde aprendimos a valorar el arte popular? Cuando tú hablas de cultura, hablas de un imaginario que se transmite.

“La historia de las luchas feministas es que, una vez que logras un derecho, aparece otro por conquistar”

En los libros de Sonia Montecino la dictadura y el impulso feminista aparecen como el corazón de sus obras. El centro de sus palabras, reflexiones. Ella misma lo señala al hablar sobre los temas de su interés, en el modo en que sus oraciones acaban siendo un modo de entender las transformaciones en torno a la mujer en su historia.

Es así como habla de las tendencias, cambios de identidad que ha vivido el feminismo: “Tiene que ver con la renovación del feminismo chileno de principios y mediados del siglo XX. ¿Por qué lo digo? Porque antes se miraba desde la clase, pero había un universal: la mujer”.

-¿Ha cambiado esa mirada?

-Hubo en el pasado feministas que estaban entroncadas con los movimientos políticos de izquierda, que leían los problemas de las mujeres desde una perspectiva de clase. En ese sentido, es importante leer los escritos de Gabriela Mistral que fue parte del sufragismo feminismo y que, sin estar ligada a la izquierda, tenía una visión de la clase, la educación, el trabajo y la política como claves de comprensión de la posición de las mujeres.

-¿Cómo se transforma la realidad de la mujer en Chile hoy?

-Hay una marca global, pero que en Chile se lee de un modo especial. Cuando uno analiza nuestra historia, hay una dictadura y demandas feministas de las mujeres de todo tipo. Unas muy progresistas, otras muy rupturistas y otras que menos. Cuando se crea el Servicio Nacional de la Mujer muchas dirigentas forman parte. El Estado enmarca y hace entrar este discurso en un sistema liberal. En el sentido de que el trabajo libera a las mujeres.

-Cambia la discusión, el foco y margen.

-La historia de las luchas feministas es que, una vez que logras un derecho aparece otro por conquistar. La razón es sencilla: las estructuras no cambian. ¿Por qué no cambian? Porque un determinado tipo de mirada feminista no está pensando en una transformación de la sociedad, sino piensan en las mujeres adaptándose a un determinado modelo. El horizonte utópico del feminismo de transformar para construir otros modelos sociales, como ocurría  en los sesenta, hasta los noventa, ha ido declinando y sucumbiendo a la fragmentación y el ideal individualista del liberalismo.

-¿Ha cambiado el límite de lo posible? ¿Estamos más abiertos a aceptar otras identidades, otros modos de entender el mundo?

-Diría más bien que hoy se descorren los tupidos velos en Chile. Corrimos el tupido velo sobre lo sangriento y sacrificial de la dictadura, sobre los pueblos indígenas, los derechos de las mujeres. Hoy estamos desvelando muchas cosas por los movimientos sociales potentes que han colocado, desde hace mucho, una práctica, un discursos y reivindicaciones que han permitido esos develamientos.

-¿Pero se mantiene la estructura?

-No ha cambiado la estructura parental, por ejemplo, de madre presente y padre ausente al hablar de las identidades masculinas y su construcción como pater, corresponsables de la crianza. Corriste un tupido velo, sacaste a la luz un marco social, pero aparecerá otro. Cuando tú mueves el margen, nuevamente se expandirá tu marco, porque queremos el desarrollo, el progreso, pero manteniendo los hábitos culturales porque estos son una gramática inconsciente de la cual no es fácil despojarse.

-¿A qué progreso se refiere usted?

-Son políticas, discursos que el mercado también está exigiendo. No hay que hacerse los locos: todo el sistema funciona al interior de esas otras estructuras. Por eso digo: los chilenos tenemos algo muy cínico para no hablar de ciertos temas.

Foto: Joaquín Alvujar

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