Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

La Ruta

14 de Septiembre de 2023

La ruta de la empanada: mis favoritas de la vida

Empanada FOTO: DIEGO MARTIN / AGENCIAUNO

En días llenos de rankings, una selección muy personal y subjetiva de esta gran preparación nacional.

Por

Mi último año de colegio lo realicé en Estados Unidos y debo decir que durante ese tiempo no sentí grandes nostalgias por los sabores que había dejado en Chile. Supongo que las novedades culinarias que se me pusieron por delante durante mi estadía fueron lo suficientemente novedosas y sabrosas como para evitar que extrañase las delicias nacionales. Además, a los diecisiete años uno suele andar preocupado de otras cosas.

Sin embargo, debo reconocer que tras algunos meses de vuelta en Chile sí me di cuenta que algo había extrañado. Y mucho. Caminaba un día -creo- por Avenida Tobalaba como a las once de la mañana y justo pasé por fuera de una panadería desde donde salía ese característico aroma a empanadas recién salidas del horno. Tan intenso se me hizo la fragancia que no me quedó otra que volver sobre mis pasos, entrar a la panadería y comprar una empanada de pino. Recuerdo que la comí ahí mismo, sentado en la solera. Bien caliente, grande y con mucho comino. Me pareció simplemente maravillosa. En ese preciso momento me di cuenta que hacia mucho tiempo que no me comía una empanada, tal vez más de un año. Y claro, la extrañaba. Fue un gran momento gustativo y también emotivo.

En semanas como las que estamos viviendo, en que los rankings, recetas y recomendaciones de empanadas abundan; me parece que vale la pena hacer una pausa y pensar en esas empanadas que siempre nos han gustado. Nuestras favoritas de la vida. Porque por mucho que uno lea por ahí o vea en la televisión, al final la empanada suele siempre ser una cosa muy personal y más bien próxima.

Primero, porque uno acostumbra a tener una empanada favorita y sacarla de ese pedestal en que la hemos puesto es prácticamente imposible. Y segundo, porque la elección del lugar donde uno compra sus empanadas suele estar definido también por una proximidad geográfica. Es que salvo contadas excepciones, uno siempre compra empanadas cerca de su casa, de su trabajo o “a la pasada” en alguno de sus desplazamientos cotidianos.

Al final, lo que pasa es que con la empanada no se improvisa ni se hacen experimentos. Simplemente se prueban y disfrutan, una y otra vez a lo largo de la vida, hasta dar con la elegida. Pero claro, los años pasan y más que cambiar de gustos uno puede cambiarse de casa, barrio o incluso de ciudad. Y en ese caso, no queda otra que partir todo de nuevo y buscar y probar. Buscar y probar. Hasta dar con esa empanada, la propia, la número uno de nuestro ranking personal.

Mi primer recuerdo de empanadas de pino está en las que hasta la actualidad se preparan en el Club Social de Santa Cruz (Plaza de Armas 174, teléfono 722822529, Santa Cruz). De masa suave pero resistentes, levemente doradas y con un relleno bien carnívoro aunque con los toques justos de cebolla y por supuesto comino. Una gran empanada. Curiosamente, en este lugar las empanadas para el día domingo se deben encargar durante la semana. Además, suelen suspender el servicio durante los meses más cálidos del año. En resumen, se trata de empanadas para gente bien organizada.

Otro lugar que recuerdo con mucho cariño son las empanadas de La Tinita, que compraba junto a mis padres, primero, en el antiguo Mercado de Providencia y luego en la construcción que se armó en la calle Santa Beatriz. Justo al frente vivía mi abuela paterna, por lo que cada visita a Santiago -yo vivía en provincia en esos años- era una excelente oportunidad para degustar estas empanadas. A diferencia de lo que pasaba en el Club Social de Santa Cruz, acá se ofrecían todos los días de la semana. Un verdadero festín para un niño goloso como yo. Lamentablemente en la actualidad las empanadas de La Tinta se mantienen en receso a la espera de la pronta remodelación del Mercado de Providencia y su vuelta al edificio original. Aunque todo indica que están a punto de abrir sus puertas en la calle Manuel Montt, frente al ex Teatro Providencia. Sugiero estar atentos.

Este año cumplo tres décadas viviendo en Santiago y al mismo tiempo son treinta años desde que comencé a consumir con cierta frecuencia -me quedaban cerca- las empanadas del Bombón Oriental (Merced 345, teléfono 936627761, Santiago). De masa fina y algo quebradiza, con un relleno un tanto húmedo. Sin duda una empanada delicada y que ameritaba cuidados tanto en el transporte hasta la casa (en bicicleta) y también al momento de comerla. Pero claro, en tiempos de estudiante universitario esta elección podía resultar algo cara, así que para el día a día -o las últimas semanas del mes- la opción pasaba a ser la de las empanadas que se vendían -para servir y llevar- en el hoy desaparecido Valle de Oro, justo en la esquina de Portugal con la Alameda. Eran todo lo contrario a las empanadas del Bombón Oriental. De masa gruesa y un relleno algo seco, pero con mucha carne. Seguramente despuntes de la buena parrilla que por esos años tenía ese local. Pero aún así, se trataba de una empanada más llenadora que exquisita, justo lo que alguien que apenas pasa los veinte años y maneja poco presupuesto necesita.

Pasó el tiempo y seguí conociendo buenas empanadas. Recuerdo las de Tomás Moro, que las comía en casa de unos primos que vivían cerca de la Rotonda Atenas, bien contundentes, grandes y con un pino más bien jugoso. También recuerdo las empanadas de La Punta, que se compraban año a año -en los 2.000- para los famosos asados de fin de año de The Clinic. Eran grandes, algo pálidas y rectangulares; con un pino muy suavecito pero bien sabroso. “Empanadas de gusto cuico”, como dice un amigo ídem. Pasaron los años y me fui a vivir a Providencia, por lo que me reencontré con La Tinita, aunque de tanto en tanto también me tentaba con las empanadas del Ambassador (Tobalaba 975, teléfono 222318145, Providencia) y esa masa tan delgada y tan rica.

Al final la mejor empanada es la que uno ha hecho suya y sigue comprando una y otra vez. Como ya lo dije antes, es un proceso que puede durar algunos años y que a lo largo de la vida puede ir sufriendo diversos cambios. Aún así, uno siempre recuerda las buenas empanadas de su vida. Esa de la infancia, esa que preparaba algún ser querido, esa que se probó por una única vez en unas vacaciones y así, suma y sigue. Poco importan los rankings y las sugerencias, porque todo es muy subjetivo a la hora de elegir una empanada.

Notas relacionadas

Deja tu comentario