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Opinión

14 de Octubre de 2023

Columna de cine de Cristián Briones | Reestreno de películas en las salas chilenas y la trilogía de Batman de Nolan: De centenarios y cementerios

En su columna de esta semana, Cristián Briones ("Fílmico") escribe sobre la explosión de reestrenos en las salas de cine chilenas, desde la trilogía Batman de Christopher Nolan hasta Frozen. "El acto de ir al cine hoy es nostálgico en más de un cariz. Añoramos la vertiente casi análoga de la experiencia colectiva, y la industria echa de menos el poder equiparar el éxito de taquilla con su propio impacto en la formación y fidelización de audiencias", escribe Fílmico.

Por Cristián Briones

Dos estudios hollywoodenses celebran su centenario este año y, a propósito de ello, pareciera que las salas de cine se inundaron con películas que han sido significativas para la Industria en un nivel u otro: Frozen, Batman: El caballero de la noche, El señor de los anillos, El conjuro, Sueños de fuga, Toy story o Los increíbles han abierto una puerta a otra época en que, citando a los padres de cualquier edad hablando con sus hijos: “Las películas eran mejores”.

Esto va más allá de la constante programación de reestrenos en salas de nicho (donde cabría la llegada de Old boy, por ejemplo), porque estos últimos reúnen o, a cultores de una película en específico o a cinéfilos en general. Grupos que, a pesar de lo exiguo que representan para la industria, bastan para mantener vivos esos espacios. La suficiente para tener un circuito bastante activo, pero no tal para ilusionarse de que, mientras Hollywood baja la calidad de sus estrenos, el “cine de autor” vaya a comenzar a ocupar su lugar.

Acá no estamos hablando de títulos de cine de culto o películas hollywoodenses similares, como The Thing o Blade runner, fracasos de crítica y taquilla en su momento, y sostenidas en el tiempo por audiencias que las convirtieron en artefactos de cultura popular.

No. Acá hablamos de taquillas combinadas que pasan la decena de miles de millones de dólares. Y esto hace que los estudios lo vean como un negocio que es pura ganancia. El volver a ponerlas en salas, como un evento, no tiene un costo mayor a algunos residuales, y ya sabemos cómo se comportan al respecto.

No nos vamos a engañar y pensar que WB o Disney están haciendo esto como un acto de difusión cultural tampoco, ya que el re-estreno de grandes estudios tiene dos públicos objetivos bastante identificables. Por un lado, un público que sólo las ha consumido en sus versiones caseras y ahora tiene la oportunidad de verlas en la siempre reverenciada pantalla gigante. Y por otro, vuelve a apelar a un público que pudo asistir en su momento y busca volver a vivir esa experiencia.

Si pensáramos que existe una preocupación cultural de por medio, podríamos decir que es presentar un mundo a nuevas generaciones para unos, y llevarte de vuelta a un mundo para otros. A muchos niveles, eso es volver a ver una película que es importante para una audiencia: el intento de recuperar ese momento en que todo fue único.

Porque el acto de ir al cine hoy es nostálgico en más de un cariz. Y en ello sí podemos equiparar el aspecto industrial de la taquilla con su aspiración cultural. Por un lado, añoramos la vertiente casi análoga de la experiencia colectiva, y la industria echa de menos el poder equiparar el éxito de taquilla con su propio impacto en la formación y fidelización de audiencias.

Pero los cambios en los hábitos de consumo y en la distribución de las obras hace que esta experiencia cinéfila pierda cada vez más valor. Las audiencias privilegian la comodidad, tranquilidad y economía de sus hogares, y los streamings han tomado por asalto a los talentos que apuntaban a películas de prestigio (que Maestro, The Killer, Napoleon y Killers of the flower moon sean de Netflix y Apple, algo debiera decirnos, más allá de sus limitados estrenos en salas comerciales).

Esto se suma a que los grandes estudios están más empecinados en potenciar sus propiedades intelectuales, que les permiten invertir miles de millones de dólares en sus parques temáticos, que en sus propias obras audiovisuales, las que están cada vez más de capa caída en su nivel creativo. Y la verdad, es difícil culparles, tienen audiencias tan fidelizadas que es innecesario. No importa si se estrena en cines o en sus propios streamings, o si las destierran al olvido para recortar impuestos. Y así, con cada nueva arista, esas películas que llenaban las pantallas gigantes en todos los sentidos, son cada vez más un excepción.

“Se muere el cine”, se escribe en las columnas. Otra vez.

Y es que esta parte se nos olvida: El cine hollywoodense se ha muerto muchas veces. Murió cuando pasó de mudo a sonoro. Y cuando surgió la TV. Y cuando llegó el VHS. Y con el cable. Y muere ahora con el streaming. Pero el cine resucita sobre sí mismo: la generación de cinéfilos de los 70, que fue fundamental en el Nuevo Hollywood y en el cambio de la Industria para siempre, se criaron viendo re-estrenos en el cine y la TV.

La generación de cinéfilos noventeros se educaron en sus formas visuales gracias a los videoclubs. Hoy, estamos viendo a generaciones de nuevos cineastas que llegan de diversas escuelas. Los hay quienes vienen de facultades de cine con estudios sobre perspectiva de género y teoría queer bajo el brazo y youtubers que se sacuden las parodias en sus debuts.

El cine es un arte que se pierde constantemente y por lo mismo, se reinventa. Por demasiadas razones: competencias, cambios en las audiencias, en la tecnología de producción, exhibición, distribución, etc. Y esa reinvención implica también una ganancia y aquella no es solamente su propia supervivencia. Es la mutación que esto conlleva. El cine huye hacia adelante. Ni la industria, ni sus consecuencias culturales son las mismas ya. Ni las películas, ni sus temas. Tampoco el hábito de asistir a una sala. La experiencia cinematográfica ya no es colectiva. Es individual. Lo mismo ocurre con su apreciación. Hoy se califica una película, no se debate. Desde Rotten Tomatoes hasta Letterbox. Desde los lives en Instagram hasta los vídeos de reacciones en YouTube. Lo que importa es la cuña agresiva que más atención genere.

De alguna manera el reestreno y revisiones de obras que nos definieron son inmunes a todo esto. Es un hecho asentado en nuestra percepción. Por mucho que haya nuevos acercamientos que determinen que algunas de ellas son “problemáticas”, eso no tendrá trascendencia sobre lo que la obra ya es. Un clásico es inamovible. Estos eventos nos llevan a sopesar la idea que siempre saca respingos en las proles, no importa de cuándo en el tiempo esta esté: “Todo tiempo pasado fue mejor”, frase que, paradójicamente, pasa de generación en generación. Porque acá es donde más resulta cierto que toda ficción es siempre la falsificación de la historia.

El revisionismo de los 80 de Stranger things es un excelente ejemplo de esto. Nos son los 80 que fueron. Son los 80 que queremos que sean. No, esa década no fue de bicicletas tiradas en los antejardines y personal stereos donde solo sonaban grandes éxitos. Fue una época oscura en que las noticias en TV eran aterradoras y el asentamiento de un modelo de sociedad occidental se comió los tiempos y energías de una generación. Armageddon time, de James Gray, es una revisión más cercana a la sensación que esa era tuvo, pero la máxima de que “nunca hay que dejar que la verdad entorpezca una buena historia” tiene un firme asidero en Hollywood.

Pensemos un minuto en el enorme mérito que tiene la trilogía de Batman: el caballero de la noche, de Christopher Nolan: definió Batman para el mundo. No importa que Batman tenga casi nueve décadas de historias, que su serie de TV de los 60 marcara una percepción del personaje, o que más tarde llegara Tim Burton y sus dos Batman. Ni hablar de sus adaptaciones a otros medios. Mucho menos de los cómics. Nunca va a existir una mejor película de Batman que The dark knight, El caballero de la noche. Porque aunque alguna vez la haya, Batman: The Dark Knight siempre habrá estado ahí antes. Quizás esa es la mejor definición del concepto de un “clásico” que se pueda hacer. Uno que es definitivo. En el sentido más puro de haber  definido un tiempo, ese que disfrutamos alguna vez en una sala a oscuras en una pantalla gigante y perseguiremos volver a vivir de nuevo, aún a sabiendas que esa experiencia solo está allá en el pasado.

Y el pasado está muerto tanto como el cine, y ambos se reinventan y renacen de sí mismos. Y los dos vuelven a nosotros de esa manera: como los queremos recordar.

Podemos ir a la cartelera, elegir un clásico en reestreno y confirmarlo nosotros mismos.

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