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Opinión

13 de Enero de 2024

Columna de Cristián Briones | “Los que se quedan”: De esas películas que ya no se hacen

Los que se quedan

El columnista de cine de The Clinic, Cristián Briones, escribe esta semana sobre el estreno en salas chilenas de "Los que quedan", el nuevo filme de Alexander Payne. Y dice que "este tipo de películas ya no se hacen". Añadiendo que es "la construcción de un muy bien melodrama, de esos que muchas veces damos por agotados, pero que siguen volviendo a instalarse como género fundamental".

Por Cristián Briones

Sé que una declaración de este tipo suele ser representada con la caricatura de una nube y un hombre de avanzada edad levantando su puño. Y lo es, en un nivel. Como también es la constatación de un hecho: simplemente, este tipo de películas ya no se hacen.

No hay un juicio de valor en ello. Y no me refiero únicamente a que “Los que se quedan” parezca (además de transcurrir en) una película de la década de los 70. Si no a que el tema de fondo que decide abordar Alexander Payne está, en rigor, obsoleto. La bajada de texto de la cinta pudo perfectamente ser “nobleza obliga”, y eso es tanto o más añejo que su estética.

Paul Giamatti es un odiado (y odioso) profesor de historia en una escuela/internado de clase alta en Massachusetts, que es castigado por la dirección y debe encargarse de los estudiantes cuyos padres no podrán acoger durante las festividades de fin de año. Da’Vine Joy Randolph es la cocinera del colegio, quien recientemente ha perdido a su hijo en Vietnam y que deberá preparar las comidas para el grupo restante. Y el debutante Dominic Sessa, uno de los alumnos del grupo que ha debido quedarse.

Personajes solitarios y silenciosamente abrumados por la vida, que se encuentran entre ellos, por obligación. Cuestiones raciales, de clase, generacionales, un desgarrador duelo, problemas de salud mental coincidentes, etc. Alexander Payne consigue ir girando el dial sobre cada uno de estos tópicos alrededor de los personajes, sin caer en sermonear sobre ninguno (algo que en los tiempos que corren, produce una aversión profunda en las audiencias), pero dejando que todos vayan calando en los mismos protagonistas y en quienes tenemos el gusto embarcarnos en una obra visualmente precisa, tremendamente bien interpretada y exquisitamente escrita.

Los que se quedan

Y en esto último necesito detenerme un momento, porque creo que el guion de “Los que se quedan” es una perla escasa. El manejo de los tiempos siempre ha sido la clave en la comedia, y David Hemingson, otro debutante en largometrajes, se luce en ello. Los minutos precisos en donde introduce un chiste que hace que el drama sea un tanto más ligero, pero igual de punzante, son para estudiarlos.

El desarrollo de tres personajes que siempre tuvieron en su núcleo la fortaleza para aguantar el embate de la vida y el dolor de no haber podido hacer nada para poder impedirlo, en perfecto equilibrio. Personajes vivos, que te importan.

Y maravillas como “este no es precisamente un rostro hecho para el romance”, quizás de las mejores líneas del 2023. Acidez en su justa medida con carcajadas ganadas. La construcción de un muy buen melodrama, de esos que muchas veces damos por agotados, pero que siguen volviendo a instalarse como género fundamental.

La forma de revelar a los personajes responde justamente a esto. Cómo nos enteramos de la pérdida de la cocinera es un trabajo de joyería. Porque el comentario racial de “Los que se quedan” es tan evidente, como refinada su entrega. Y ese mérito es compartido con Alexander Payne, detrás de la cámara.

Este es otro detalle que emparenta a la película (y al cineasta) con un cine algo añejo: una cierta elegancia en las soluciones visuales. Un corte de pelo al pasar, para establecer que el conflicto generacional en cierta clase es inexistente, que siempre los mayores sabrán forjar a su prole para prolongar la estirpe y sus formas. Una fotografía o un disco que dejan caer el dolor de una pérdida irrecuperable y luego vuelven sobre sus pasos para mostrar un atisbo de esperanza. Una botella sobrecargada de simbolismos hasta su última aparición, en donde sabes que hay algo más en el gesto, y te obligará a buscarlo.

La combinación de un director a sus anchas y receptivo al proceso, (por ejemplo, el impedimento visual del personaje de Paul Giamatti, fue adición del propio actor e incorporado en el guion para terminar entregando de los mejores momentos de la película) y de un guionista que hace notorio un conocimiento sobre el espacio en que se desarrolla la historia, sumado a un grupo de actores que llenan a sus personajes y los convierten en memorables y sumamente humanos, ya debiera bastar para hacer de “Los que se quedan” una buena película.

Pero dar ese pequeño paso extra y convertirla en una “gran” obra requiere siempre de un factor complementario. Y acá, aquello es la sensación de haber visto algo que te dice todo lo que necesitas saber de forma explícita y entre líneas a la vez. “No es sólo para nosotros mismo para lo que nacemos”, parece otra frase más de este profesor amargo, y sin embargo, marca todo el tono y el peso de la película.

Cada personaje tiene su propio viaje. Cada uno necesita toparse con un nuevo desafío en la vida. Nada de eso significa que de ahí en adelante todo vaya a estar bien. No había finales felices en aquellas películas y cineastas que “Los que se quedan” reverencia y referencia, y no tiene por qué haberlos acá. O sí. Porque hay nobleza en el sacrificio. Y hay compromiso en la nobleza. Compromiso, en más de una de las acepciones del término.

Ser “un hombre de Barton” se transforma en una obligación más allá que una simple consigna para dos de los personajes. Mientras la otra hará lo que su raza y su clase le dictamina, y tratará de que la siguiente generación tenga otra oportunidad. Todo dicho y no declarado, todo establecido y no pregonado. Un nivel de distinción de los que ya no se ven.

A pesar de lo mucho que al mismo Alexander Payne le termine pesando esto, lo que él pretendió al retrucar “Merlusse” de Marcel Pagnol, terminó siendo una película navideña de tomo y lomo. De esas con algo que decir y abrazar en ese momento anual en que se puede recibir mejor que nunca. Balas y gente saltando de explosiones en cámara lenta podemos tener todo el año. Gente que en una pantalla hace sangre valores al borde de la extinción, de esas debiéramos tenerlas en Navidad. Lo mejor de 2023 sigue apareciendo por salas nacionales. Y es un disfrute de los que ya no se hacen.

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