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12 de Abril de 2024

El Crucero: la historia del mítico antro santiaguino de los años 90

El Crucero 1999 Fotos: Javier Godoy Fajardo

¿Quién no pasó por este bar ñuñoíno durante fines de los años noventa e inicios de los dos mil? Carrete pesado, rock, baños rotos y fiesta hasta el amanecer son solo algunas de las historias que quedaron de este lugar y que aquí tratamos de rescatar. Un lugar para cien personas, pero donde llegaban 400, donde se combinaba la música rockera, artistas que lo frecuentaban y hasta noches donde la gente terminaba bailando hasta el amanecer, en avenida Irarrázaval.

Por

Jaime Vergara es de formación actor, aunque a lo largo de su vida se ha dedicado también a la iluminación y producción de obras de teatro, además de ser mánager de bandas como los FIskales Ad-Hok y actualmente trabajando en el mundo de la banquetería.

“En algún momento, a principios de los noventa, recuerdo que algo pasó en el Jaque Mate (mítico bar de fines de los 80 e inicios de los 90 que funcionaba en la esquina de Alameda con Irene Morales), que era el lugar en que un montón de gente relacionada con el teatro, la música y el arte en general nos juntábamos por las noches. Entonces, empezamos a frecuentar el Bauhaus (recinto que más tarde tomaría el nombre de El Astronauta), que era de una onda similar y que quedaba en la esquina de Irarrázaval con Emilio Vaisse”, relata Vergara. “En ese lugar yo conocí a Mario Lippi y la Coca Charme, una pareja que estaba trabajando ahí y que siempre me comentaba que tenían arrendado un boliche cerca y que se podría hacer algo ahí”, agrega.

El lugar en cuestión era justamente El Crucero, pero uno muy distinto al que muchos conocimos después, a lo largo de los años noventa. “El Crucero era un lugar antiguo, donde se vendían sánguches de pernil y cervezas, todo muy diurno y de barrio”, cuenta Coca Charme, quien junto a su pareja -Mario Lippi, fallecido el año pasado- trabaron amistad con el matrimonio propietario del bar y así comenzaron a tener una relación también comercial. “Lo primero que hicimos fue tomar la hora de almuerzo, dar colaciones. Nos fue muy bien, vendíamos como trescientos almuerzos diarios”, explica Coca, quien más tarde arrendaría por primera vez el local a unos amigos.

“Eran unos cabros que venían del exilio, eran mitad venezolanos, y a ellos les pasamos el local un tiempo. Justo ahí empezamos a ir y luego a trabajar en el Bauhaus que estaba cerca y nos dimos cuenta que en la noche había mucho movimiento”, dice Coca. Con este panorama tan tentador en frente fue que convencieron -junto a Mario Lippi- a Jaime Vergara y partieron con este nuevo El Crucero.

Los inicios

“En un principio lo que hicimos fue tomar la noche del local (El Crucero). O sea, que funcionaba en el día como fuente de soda y nosotros entrábamos tipo ocho de la noche con la onda bar. Éramos la Coca, Mario y yo más un administrador, o algo así, que ya existía ahí en el local y así partimos, haciendo todo los cuatro”, relata Vergara, quien cuenta también que gracias a su experiencia en iluminación diseñó una atmósfera lumínica especial para las horas nocturnas del local.

“Instalé varios focos a media altura con una luz azul, más tenue, y apagábamos los tubos fluorescentes que funcionaban de día. Así pasábamos de la estética fuente de soda a bar sin tener que remodelar nada. También pusimos varios afiches de obras de teatro y de bandas de rock. Además la música siempre fue importante y actuó como un gancho para el público. Recuerdo que tocábamos mucho rock y mucho punk… mucho Sumo”, dice.

Según se comenta, El Crucero tuvo éxito desde el primer día. “Abrimos un lunes y se llenó”, dice Coca Charme, mientras que Vergara reconoce el éxito inicial, pero recuerda que “fuimos a Plaza Ñuñoa con unos vales por schop gratis, y fue el mejor gancho para llenarnos”, asegura. Agrega que a la semana “el negocio ya era un éxito”. Coca Charme pasa a números: “Metíamos hasta cuatrocientas personas al bar, cuando en realidad cabían cien”. Otra cosa que ayudó, cuenta Vergara, fue la música de la banda Morphine. “Unos amigos venían llegando de Nueva York y me pasaron unos discos de Morphine que recién estaban sonando en Estados Unidos y yo los ponía en el bar. Y alguna vez la gente del Wikén los escuchó y escribieron algo al respecto, lo que fue bien potente”, recuerda.

Así, sin más promoción que unos schops gratis, el boca a boca, la música y los amigos que se arrastraban desde los tiempos del Jaque Mate y el Bauhaus, este nuevo bar pasó rápidamente a perfilarse como uno de los buenos lugares para terminar la noche santiaguina. Es que ese fue otro sello de El Crucero: se abría y se cerraba tarde, bien tarde. “El local se abría recién a las once de la noche para limpiar un poco y ordenar. Pero antes de las doce o doce y media prácticamente no llegaba nadie”, cuenta Carlos Corzario, vocalista de la banda de ska Santiago Rebelde, quien se desempeñó como DJ de El Crucero durante la última etapa del bar.

“Como no existía todavía esa ley que te obligaba a cerrar a cierta hora, muchas veces pasábamos de largo hasta el otro día. Nosotros seguíamos hueviando adentro y por la calle pasaban los cabros que ya se iban al colegio”, recuerda entre risas Jaime Vergara. “Funcionaba mucho como un after de la gente que trabajaba en La Batuta, porque éramos lo único que quedaba funcionando en Ñuñoa cuando ellos cerraban (junto a Las Alegrías de España). Así que se venían para acá”, agrega.

Todos juntos

¿Quiénes visitaban El Crucero en sus años de éxito? “Era común ver a los elencos de Ramón Griffero, de la compañía Fin de Siglo, que después de las obras llegaban a este bar”, relata un actor que también frecuentaba este lugar por esa época. “De alguna manera, en El Crucero había una continuación de lo que muchos vivimos en El Trolley de la calle San Martín, algunos años antes”, añade.

Para Jaime Vergara, sobre todo en la primera época de El Crucero había una buena mezcla de gente noche tras noche. “Primero había un grupo que venía del tiempo del Jaque Mate más los que nos siguieron desde el Bauhaus. Y también fuimos contemporáneos del Puro Chile de la calle Maipú, que era mucho más cuico, pero igual había gente que iba a ambos lugares. Me acuerdo también que el Víbora (Marcelo Larralde, ex guitarrista de los Fiskales Ad-Hok) era cocinero en La Terraza de Plaza Ñuñoa y cuando terminaba de trabajar llegaba al bar. Había mucha gente del teatro y del audiovisual que muchas veces vivía por el barrio; y así se fue armando una clientela fiel”, relata.

Javier Godoy, autor de las fotografías que ilustran esta nota, recuerda que hacia la segunda mitad de los noventa comenzó a frecuentar El Crucero. “Abría muy tarde y muchas veces pasábamos de vuelta desde La Batuta. En realidad, siempre lo pillabas abierto. Recuerdo que iba mucha gente del mundo audiovisual, muchos técnicos, y siempre había grupos grandes de gente. Recuerdo también a un barman que le decíamos ‘El Vampiro’, porque trabajando en el horario que tenía ese lugar solo vivía de noche”, dice el fotógrafo.

El comunicador audiovisual Mauricio Apablaza comenta desde Sudáfrica, donde actualmente reside, lo que recuerda de este recinto ñuñoino. “Era un lugar para rematar la noche, un ‘after’ antes de que nosotros los conociéramos como tales. Varias veces llegamos de noche y salimos de día. Pero más allá del horario, recuerdo al Crucero como un lugar transversal, donde te podías encontrar a todo tipo de gente: estudiantes universitarios, profesionales, actores y hasta algún rostrillo de la incipiente farándula de esos años. También recuerdo que había siempre mucho ruido y grupos grandes de amigos, que podían estar celebrando un cumpleaños mientras en la barra un tipo solo se tomaba una piscola. Todo en relativa calma”, comenta. Sobre esto último concuerda Javier Godoy: “A pesar de todo lo que pasaba adentro, era un lugar tranquilo. Nunca vi grandes peleas, como sí pasaba en otros lados”.

Sergio Gutiérrez, más conocido como Keko Morton, es el vocalista de la banda Los Morton y también tiene recuerdos de El Crucero. “Nosotros éramos clientes del bar y amigos de los dueños, así que pasábamos mucho ahí. Entonces, cuando sacamos nuestro segundo disco en 1995, que lo hicimos con el sello Alerce y teníamos presupuesto, elegimos al Crucero como una de las locaciones para la grabación del video del tema El Tres. Recuerdo que se llenó hasta la calle con gente, fue un domingo en la tarde. Pero sí, al menos en el tiempo que nosotros fuimos más al bar nunca nos tocó nada terrible. Nada más allá de un par de empujones. Al final era un sitio tranquilo”, cuenta.

También se comenta que algunos integrantes de la banda vasca La Polla Récords llegaron alguna noche a terminar la juerga a El Crucero después de haber ofrecido un concierto en Santiago. Pero claro, como tantas otras cosas de este bar a estas alturas es un recuerdo, a lo menos, difuso.

El principio del fin

Según cuenta Coca Charme, El Crucero -en la versión que nos convoca- funcionó entre los años 1992 y 2005. En realidad, ella es la única fuente consultada en esta crónica que se atreve a lanzar fechas concretas para establecer los años de existencia de este bar. El resto de los entrevistados no tiene nada demasiado claro. “Un día, o más bien una noche, alguien dijo ‘vamos al Crucero’ y partimos. Y de pronto, algún tiempo después, tal vez años, El Crucero había cerrado para dar paso a un restaurante peruano”, resume sucintamente un actor que fue habitué de este lugar.

Pero más allá de los primeros años de este bar, de su música y su funcionamiento hasta prácticamente la madrugada del día siguiente; lo que muchos recuerdan de El Crucero es el carrete pesado que se dio en la medida que fueron pasando los años y -de alguna manera- el bar agarró ese sello. “Nos fue bien desde el principio, muy rápido, y teníamos costos fijos muy bajos”, explica Jaime Venegas,. Luego, agrega: “Por lo mismo en algún momento nosotros salimos del día a día. Yo anduve por Argentina y la Coca con Marcelo se fueron a Europa. Y claro, fue pasando a otras manos el negocio y la cosa cambió”.

Vergara cuenta que en algún momento retomaron la administración del negocio pero la cosa ya estaba distinta. “Iba gente más joven, de carrete más pesado y se nos llenó de dealers”, dice. Algo parecido recuerda Javier Godoy: “El Crucero fue de los primeros lugares donde se veía mucha cocaína, probablemente había dealers incluso adentro del local”. Uno de los arrendatarios temporales del bar fue “El Pepe”, quien era dueño de la botillería vecina que estaba en Irarrázaval con Salvador. “El Pepe era más joven y más metalero, imagínate que después puso cerca un bar que se llamaba Tóxico”, explica Vergara.

De alguna manera, aunque la administración original volvió varias veces, las cosas ya no eran como antes. No quedó nada de los ciclos de cine que alguna vez Vergara organizó en el bar o de los amigos pintores que se juntaban en El Crucero y que incluso una vez pintaron entre todos el local. “Hicimos un asado, los chiquillos se fumaron unos pititos y se pusieron a pintar” recuerda Coca Charme sobre esa ocasión. Sin embargo ahora lo que mandaba era la música, como siempre, pero con ritmos más pesados y carrete más pesado también. Tal vez la rutina más clásica y que daba cuenta del tonelaje de las noches del Crucero fue lo que pasaba con los baños. “Los rompían todas las noches”, afirma Venegas.

Y claro, la fiesta no se interrumpía por ese detalle, así que muchas -pero muchas- veces se terminaba tomando cerveza y bailando con el piso del bar completamente inundado. Probablemente por esos años, hacia fines de los noventa, fue cuando los mismos parroquianos rebautizaron al bar, ahora como El Crucerdo. “Así le empezaron a decir porque había otra onda. Ya no estaban los dueños de siempre que eran amigos y por lo mismo poco a poco empezamos a dejar de visitarlo con tanta frecuencia”, admite Keko Morton.

Palabras al cierre

Jaime Vergara se retiró antes del negocio, así que no sabe mucho sobre el final de El Crucero. Carlos Corzario asegura que fue el DJ del bar hasta el cierre del local. ¿La razón? “Muchos problemas con los vecinos del edificio de departamentos que estaba encima del bar”, dice tajante. Coca Charme insiste en que el Crucero cierra sus puertas en 2005: “Nosotros con mi marido nos fuimos a México ese año, por eso me acuerdo. Se lo dejamos arrendado a unos amigos pero no les duró ni tres meses y ahí cerraron”.

¿Qué fue lo que pasó? Más como una teoría que como una certeza, Coca cuenta su forma de trabajo durante sus años a cargo de El Crucero. “Fueron veinte años de sobriedad para mí, porque yo era la que me preocupaba de saber llevar todos esos asuntos o conversar con carabineros cuando llegaban. De hecho alguna vez me dijeron que si yo hubiera estado en El Crucero en esos meses finales, nunca lo habrían cerrado”, expone. Como sea, las noches eternas y desordenadas de El Crucero en algún momento de los inicios de la década del dos mil dijeron adiós. Sin despedidas ni lamentos, la verdad es que no muchos se dieron cuenta ni lo extrañaron inmediatamente. “Tuvo una agonía larga”, reflexiona Jaime Vergara.

Al final, fue como una luz que se fue consumiendo de a poco. Por lo mismo, no muchos lo extrañaron. Hasta ahora, cuando el bálsamo de la nostalgia y los recuerdos nos ha hecho pensar en este lugar por el cual pasamos tantas veces y que ahora, más viejos y menos desordenados, nos damos cuenta que no fuimos los únicos. Para rematar la historia y alimentar el mito, vale decir que testimonios gráficos de El Crucero hay muy pocos. Están las fotografías de Javier Godoy, el ya mencionado videoclip de Los Morton y poco más. Algunos por ahí aseguran tener fotos o incluso grabaciones en video, pero claro, “hay que encontrarlas primero”.

Así las cosas, las imágenes de esa larga barra que llegaba hasta el final del local y que ofrecía básicamente piscola y cerveza, más al otro lado del recinto, con las sillas y mesas desparramadas solo habitan en la memoria de quienes pasamos por este bar durante esos años. Aunque Coca Charme risueñamente dice: “Menos mal que en esos años no existían los teléfonos con cámaras, si no la cantidad de problemas que habríamos tenido”. 

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