EntreLatas, Kmasu y Sala Murano: las historias del diverso carrete millennial que marcó los 2000
Un bar que reunía a pokemones, hip-hoperos y metaleros, Charly García y el Negro Piñera sobre un escenario a punto de pelear y futbolistas tomando consomé en las mañanas, eran algunas de las escenas que se vivieron en los locales millennials más concurridos de Santiago. The Clinic habló con sus dueños y organizadores para saber de qué manera empezaron, cómo llegaron al éxito y también lo que los llevó a su ocaso.
Por Valentina Hoyos 20 de Abril de 2024Compartir
Dantte Rodríguez (40) aún recuerda la primera vez que entró al bar EntreLatas en el 2003. Recién había sido contratado como jefe del local que estaba en Alameda y apenas tenía 23 años. En ese tiempo, el recinto -que luego destacó por sus icónicos retratos de John Lennon, Bob Marley y Ghandi en sus paredes-, aún no se convertía en la meca fiestera de los universitarios.
“Cuando llegué, el local era muy tranquilo. Las personas se tomaban una cerveza, se comían unas papas fritas, una chorrillana”, recuerda Rodríguez. “Sin ambiente propicio como para pasarla bien. Solamente era un lugar de paso”.
Su llegada fue parte de un cambio que el gerente del lugar, Hugo Dávila, hizo en el EntreLatas: contrató a un personal nuevo, llevó promotoras al bar e, incluso, inventó el mítico carnet de socio. “Con él se les hacía descuentos a todos, universitarios sobre todo. Ellos iban y podían tomar cerveza a menor costo”, dice Rodríguez. Eso junto con los concursos que hacían entre los clientes, en los que regalaban papas fritas o chorrillanas, lograron que el local se hiciera conocido entre los jóvenes.
A mediados de la primera década del 2000, el negocio ya estaba en su peak y se expandió a otros lugares de Santiago, uno cerca del metro República -que se llamó EntreLatas Light-, y otro en Matucana. El comediante Alex Ortiz, por ejemplo, visitó varias veces el primero.
“Yo tenía el carnet de socios. Era como una cartulina plastificada y ahí para tu cumpleaños tenías una chorrillana gratis y un 10% de descuento”, recuerda. “Y yo esperé todo un año para cobrar mi chorrillana y fuimos con varios amigos. Justo había otro amigo que estaba de cumpleaños, así que mostramos nuestros dos carnets y cobramos nuestra chorrillana. Pero no pudimos comerla porque ese día se cortó el gas”, cuenta entre risas el comediante.
De hecho, Ortiz frecuentaba el lugar porque estudiaba cerca de allí. Los precios accesibles, como la cerveza Escudo individual a mil pesos eran lo que lo atraía del lugar. “Había un wurlitzer donde uno podía poner su música favorita por 100 pesos. Era un ambiente bien cálido, con hartas teles y rodeado de latas”, dice el comediante.
De acuerdo con los trabajadores, el lugar reunía a jóvenes de todo tipo de tribus urbanas de la época. “En el EntreLatas Light llegaban de todas las universidades privadas. Habían pokemones, punkys, metaleros, hip-hoperos. Era como bien bizarro el ambiente, porque después se mezclaban todos”, cuenta Tamara Novoa (38), quien fue mesera del lugar en el 2005. “Los chiquillos de las universidades llegaban tipo una de la tarde y pasaban de largo”, agrega.
Novoa trabajaba los días más concurridos, como el jueves, viernes y sábado. Abría a las 11 de la mañana, y terminaba su turno a las 6 de la tarde, poco antes de que el público se desbandara. “Competíamos con los (turnos) de la noche, y hacíamos como dos millones en ventas. La Heineken de un litro quedaba a $1.300, entonces imagínate el furor”, dice Novoa.
En cambio, el EntreLatas de Matucana era más complicado. Rodriguez, de hecho, recuerda que una vez, hubo un tiroteo. “Se formó una balacera por unos tipos de la calle de atrás. Y fueron con pistolas porque querían pegarle al guardia, lo golpearon y quedó la embarrada. Quedaron las balas incrustadas en las paredes, tuvimos que agacharnos debajo de la barra. Y llegó un tipo del Persa de apodo ‘El Diablo’, y él paró a esos tipos. Ahí salvamos”.
Para Haroldo Salas, dueño de la cuenta Los Bares son Patrimonio (@losbaresonpatrimonio), el valor del bar EntreLatas reside en el hecho de que entregó un espacio de recreación a las universidades que no tenían dónde hacerlo. “Yo lo que recuerdo más del EntreLatas es que era un bar para ir después de clase. Bueno, algunos iban antes de la jornada de clase y terminaban en un horario medio de previa”, dice Salas, mientras ríe.
Esas tardes de fiesta, en las que se escuchaba rock y canciones de Axe Bahía en menos de diez minutos, vivieron su ocaso cerca del 2009. De acuerdo con Rodríguez, los propietarios del local comenzaron a tener problemas monetarios y quisieron abaratar costos, lo que terminó perjudicando el local. “Yo hacía solicitudes para mejorar el ambiente, pero no me escuchaban”, recuerda Rodríguez. “Entonces, dije: ‘si no van a hacer esto, no cuenten conmigo’. Y cuando yo me fui, renunció el 90% del personal que trabajaba conmigo”.
De lo que vino después, el exjefe del local no tiene mucha certeza. “Lo que he escuchado de la gente que trabajaba conmigo, me dijeron que netamente era una cosa antro, rockera, donde consumían drogas”.
Ahora, EntreLatas no es más que un recuerdo para los milennials. La sucursal de República fue demolida, mientras que las de Alameda y Matucana cerraron. Esta última, actualmente, es una ferretería.
Sala Murano: universitarios, el VIP y el carrete del Negro Piñera con Charly García
Antes del nacimiento de Sala Murano -ubicada en Avda. Las Condes 14950, en la Plaza San Enrique-, estaba la discoteca Café Vallarta. La última no tenía nada que ver con lo que después se convertiría en uno de los recintos más famosos de Santiago: tenía un estilo pachanguero y la barra era al costo.
Sergio Arriagada, gerente de Sala Murano, aún recuerda la música que sonaba en aquel entonces. “Se escuchaba mucho Los Cadillacs, Los Auténticos Decadentes, que estaban en su apogeo. Era música muy bailable, mucha pachanga latina y también anglo”, cuenta.
Todo cambió el 2002, cuando decidieron cerrar Café Vallarta y modificaron el recinto: al principio era un salón de un piso, y con las remodelaciones, llegó a tener tres. Uno de ellos, incluso, se convirtió en un VIP después. La música pachanguera que se escuchaba antes, pasó a convertirse en mezclas de música electrónica. Esos fueron los comienzos de Sala Murano.
Fernando De La Cerda, dueño de la discoteca, aún recuerda cómo llegó a bautizarla así. “A mí papá le gustaba el cristal de murano. Y en un viaje que hice a Europa, vi que las discotecas no se llamaban así, se llamaban salas. Entonces me acordé del cristal y dije: ‘Sala Murano queda muy bien’”, explica.
De esa manera, el recinto comenzó a abrir los jueves, viernes y sábados. Al principio no le fue tan bien cómo lo haría en su peak: llegaban máximo 300 personas, cuando el local tenía una capacidad para más de mil. “No nos daba para los costos y gastos que estábamos invirtiendo, así que empezamos a abrir los martes y miércoles”, cuenta Arriagada. “Entonces, cómo abrimos bien esos dos días, empezaron a llegar universitarios de la zona: de la Andrés Bello, de Los Andes, de la Universidad del Desarrollo”.
Ahí fue cuando instalaron el VIP: necesitaban un espacio en el que el público más adulto pudiera convivir con los jóvenes que estaban en la pista de baile. Sin embargo, a medida que el lugar iba ganando popularidad, el sitio pronto se convirtió en la zona que resguardaba a varios personajes de la farándula. “En esa época iba el Chino Ríos, Nicolás Massú. Varias modelos y actores: Benjamín Vicuña, por nombrar alguno”, recuerda Arriagada.
Para el 2004, Sala Murano ya se encontraba en su apogeo. Los días martes, miércoles y jueves se atiborran de estudiantes: el local llegaba a tener más de mil personas dentro. Arriagada enumera las razones del éxito:
“Lo principal era la música. Dj Zapete (quien falleció el 2022), era un emblema. Estuvo desde el principio hasta el final siendo DJ de Sala Murano y él combinaba muy bien la música en inglés y el latino clásico(…) también empezó un poco con lo del baile axé, y eso fue mutando también al reggaetón. Eso no podíamos no ponerlo”.
Fue tanta la popularidad de la discoteca que incluso una vez Charly García fue a tocar al local. “El Negro Piñera lo llevó para su cumpleaños. La gente lo esperó y lo esperó. Llegó a tocar como a las tres de la mañana. Se portó fantástico, pero llegó muy tarde”, recuerda Arriagada.
Consultado por The Clinic, Miguel “Negro” Piñera, recuerda bien esa noche: “Charly no se quería bajar del auto, tuvieron que traer a unos de seguridad para que pudiera entrar. Ahí la gente se le tiraba encima. Fue caótico”, recuerda.
Cuando por fin se subió al escenario, Charly García empezó la noche con su hit No me dejan salir y luego entonó Los Dinosaurios. Sin embargo, la noche fue interrumpida por varias molestias del ícono del rock argentino.
“En ese tiempo, el Negro estaba con Belén Hidalgo y ella se subió con la Adriana Barrientos arriba del escenario, a un costado. Y eso a Charly le molestó. Entonces, él dijo a micrófono abierto: ‘saquen las patas de mi escenario’”, recuerda De La Cerda, quien también estuvo esa noche.
El grito de Charly, según De la Cerda, terminó molestando al “propio” negro Piñera, pues este último escuchó ‘saquen las putas de mi escenario’.
“(El Negro) Me dijo: ‘le pego un combo, huevón, y esto es noticia, va a salir en todos los diarios. Y yo le decía: ‘no, estái’ loco, cómo se te ocurre’. Al final no le pegó el combo, por supuesto”, recuerda De La Cerda, sobre la casi pelea más emblemática de su local.
La fiesta en Sala Murano duró hasta el 2013, cuando cerró sus puertas definitivamente. Con el paso del tiempo, las personas y los famosos dejaron de ir, y la nueva manera en la que se empezaron a hacer fiestas dejó a Sala Murano atrás. “Ya a fines de la primera década del 2000, empezaron a aparecer las productoras y comenzaron a hacer fiestas itinerantes”, cuenta Arriagada.
Kmasu: casa e historias de farándula
María Meneses (78), mejor conocida como la “Tía Mane”, trabajó en varios rubros comerciales antes de abrir la discoteca. Sin embargo, desde que tuvo una residencia en la que recibió más de 40 estudiantes, le quedó claro que quería trabajar con personas jóvenes.
Así ahorró el dinero y empezó a hacer los trámites para inaugurar su primera discoteca en 1999, en Irarrázaval con Pedro de Valdivia. “La verdad es que empezó con la idea de Kamasutra, pero recibí llamadas de que no podía, por eso lo abrevié y quedó en Kmasu”, explica Meneses. “Era porque los sillones tenían forma de cama”.
En un principio tuvo varios problemas con las patentes y permisos para que el lugar funcionara: por ejemplo, le exigían tener un baño para discapacitados y rampas de acceso. “Empezamos de a poquito. Tuve problemas con el espacio, con la acústica. Pero gracias a Dios fui cumpliendo todo lo que me pedían”, dice Meneses.
“En ese tiempo estaba muy de moda Mekano, Rojo, así que empezaron a ir todos estos chicos a la discoteca. Y ahí, se fueron sumando en ese momento todo lo que fueron modelos y los futbolistas de la época”, dice Óscar Vergara, hijo de la tía Mané, quien la ayudó a producir las fiestas de Kmasu.
De hecho, en el 2001, fue que Meneses tuvo la idea de traer a las modelos de la época a desfilar en el recinto. En su momento, esa fue la clave de su éxito. Pronto, el recinto comenzó a llenarse con más de 1.500 personas. “Llevé a todas las modelos: la Marlen Olivarí, la Kenita Larraín (…) ellas se encargaban de repartir los souvenir: entregamos bufandas, poleras que dijeran Kmasu”.
Junto con ellas, llegaron los futbolistas. “No podría nombrar a alguno que no haya ido. Los que son más adultos ahora, fueron cuando eran más jóvenes. Y los más jóvenes iban cuando eran chicos todavía, como 18 o 20 años”, dice la tía Mané.
En esos tiempos, la dueña les daba consomé en las mañanas. “Son regalones de la casa, de mucho tiempo que venían. Ellos no eran famosos cuando venían. Y ahora que lo son, nunca se han olvidado de los cariños de la tía”, dijo en el 2008 en una entrevista con Emol.
De hecho, su hijo aún recuerda cómo trataban de llegar algunos para que no fueran molestados por la prensa. “Teníamos guardias que los iban a buscar, era todo un tema súper mediático. Era como una alfombra roja en la que llegaban todos estos personajes(…) Fernando González, una vez, hizo como que venía en una camioneta y todos fueron detrás de él. Pero, en realidad, venía atrás en una bicicleta”, recuerda Vergara.
Evidentemente los famosos no eran las únicas personas que frecuentaban Kmasu, su presencia se sustentaba en atraer al público general. Para Beto Cornejo, DJ local desde 2001 hasta el 2005, la transversalidad era uno de los sellos de la discoteca.
“Se tocaba de todos los estilos. En ese tiempo no se había masificado el reggaetón todavía. Se pasaba por todos los estilos: electrónica hasta pachanga”, dice el músico, que agrega: “Creo que Kmasu marcó un antes y un después en la bohemia de Santiago y también a nivel nacional. Tenía mucha onda, la gente bailaba de principio a fin. Lleno casi todos los días”.
Si en Sala Murano tocó Charly García, en Kmasu ocurrió otro hito musical. Tanto el DJ Beto Cornejo como la Tía Mane recuerdan el día que Daddy Yankee llegó a la discoteca para hacer un show en el 2003.
“Tuvimos que ir a buscarlo al aeropuerto. Me acuerdo que fuimos en una limusina, y nosotros lo trajimos. Fue muy bonita la llegada a la disco”, dice la antigua dueña del local, quien agrega: “Yo creo que la primera actuación de Daddy Yankee en Chile fue en el Kmasu”.
Daddy Yankee no fue la única leyenda reggaetonera que se presentó en la emblemática discoteca: Wisin y Yandel también tuvieron su show propio.
Además de las fiestas protagonizadas por los por esos años emergentes reguetoneros, en Kmasu se realizaron diversas fiestas temáticas, hubo algunas dedicadas a personas con síndrome de Down y otras realizadas los domingos para que los adultos mayores pudieran bailar.
“Yo recuerdo haber juntado a más de 300 chicos con síndrome de Down los días miércoles. Les daba una velada desde las 3 de la tarde hasta las 6 de la tarde. Iban muchos con monitores, otros iban con los papás. Yo ahora ando en la calle y muchos de esos niños me reconocen”, recuerda Meneses.
El fin de Kmasu llegó en el 2005, la discoteca se vio obligada a cerrar. De acuerdo con Mariana Meneses, la clausura fue el punto cúlmine de una batalla que Pedro Sabat, exedil de Ñuñoa.
“Al alcalde le dio con que yo me estaba haciendo millonaria”, acusa Meneses, quien añade que la cantidad de autos que frecuentaban el lugar y el horario de cierre, también le molestaban al edil: “Yo me sacaba la mugre trabajando, y no tenía por qué compartir mi ganancias con el alcalde”, concluye la tía Mané.