De paseo por las barras de Santiago: el discreto encanto de las columnas vertebrales de los bares
Para beber e incluso comer algo. Solo o acompañado. De pie o sentado en un taburete. Al final, la barra es otra cosa, tanto en bares como restaurantes. Este es un recorrido por barras clásicas, otras nuevas y también algunas de hoteles.
Por Alvaro Peralta SáinzCompartir
“Si, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones”, escribió el poeta Jorge Tellier en Confesiones, un texto dedicado a la memoria del poeta ruso Serguéi Yesenin. Probablemente Tellier es el artista chileno más asociado a las barras de los bares, puesto que fue más que conocida su afición por visitar este tipo de lugares y -por supuesto- ubicarse casi siempre en sus barras.
Una que está irremediablemente asociada a su frágil figura física es la del Bar Unión, en la céntrica calle Nueva York, local que tiene al poeta nacido en Lautaro como el más célebre de sus parroquianos, que no son pocos. Y no son poco los artistas chilenos que frecuentaron todo tipo de boliches e hicieron de estos espacios parte importante de su creación.
Así a la rápida pienso en Pablo Neruda, Poli Délano, Jorge Edwards y Raúl Ruiz. Pero obviamente son muchos más. Sin embargo, al igual que la mayoría de los chilenos, nuestros artistas preferían las mesas a las barras. Alguna vez escuché decir a Ruiz en una entrevista que la barra era para los que iban a la pasada a los bares mientras que él y sus colegas preferían ubicarse en una mesa porque pasaban ahí horas y horas.
Como sea, hasta la actualidad es común escuchar quejas de los chilenos ante el acto de tomar posición en una barra. “Me duele la espalda, ahí es muy incómodo, prefiero una mesa”, suelen ser las frases más escuchadas. De hecho, basta darse una vuelta por todo tipo de locales para comprobar que en innumerables recintos la barra es el último rincón del boliche que se termina ocupando.
O peor aún, en muchísimos lugares el mesón está destinado únicamente para despachar comandas e incluso acumular vasos y platos limpios. Una pena. Como sea, siempre habrá personas que gusten -o gustemos- de sentarse en una barra a beber o comer algo, tal vez en soledad o tal vez acompañados. Por lo mismo, si buscamos un poco la ciudad aún mantiene barras con buenas dinámicas de uso y algo de vida. Solo hay que saber buscarlas y, por supuesto, disfrutarlas.
Las clásicas barras
Aunque Jorge Tellier murió en 1996, lo cierto es que el Bar La Unión y sobre todo su barra gozan de muy buena salud. Aunque ahora cierra a eso de las diez de la noche y funciona solo de lunes a viernes, lo cierto que su barra suele permanecer ocupada mientras el local está en funcionamiento. Sin asientos pero con la clásica vara metálica para apoyar un pie y así mantener el algunas veces esquivo equilibrio, se trata de una barra para profesionales.
Un lugar donde se toma bastante, se habla aún más y se come sólo cuando es estrictamente necesario. Mucho vino barato, cerveza y bastante trago largo; sin hacer mucho caso a restricciones y prohibiciones varias. Probablemente, la última gran barra del centro de Santiago.
Muy cerca de ahí está la hoy peatonal Bandera, otrora calle de bancos y bares que hoy vive una suerte de lenta transformación. Aún así sobrevive el Ciro’s, que si bien ya no tiene atención en la barra la conserva intacta y -de tanto en tanto- atiende a algún antiguo cliente regalón que quiere tomar un vaso de cola de mono con un sándwich de pierna mayo.
Un poco más hacia el sur sobrevive el Bar Nacional y una barra -con asientos- que sigue recibiendo parroquianos sedientos, sobre todo después de almuerzo pero no hasta muy tarde, porque a eso de las seis cierra sus puertas. Las piscolas acá son para valientes, aunque también se bebe bastante cerveza.
Aún en el centro pero ya en pleno Barrio Lastarria sigue funcionando el clásico Don Rodrigo, con su minúscula barra estilo capitoné y el fiel barman Santiago, preparando sours que pueden despachar a un diabético.
En la misma zona está el Bar Liguria donde a falta de una tiene dos barras, una en el primer piso y otra en el segundo, donde se come y se bebe a discreción. En lo personal prefiero la que está al nivel de la calle porque permite tener una buena visión de quien entra y sale del local. Además, tiene tele, algo que también se agradece en un bar y está cerca de la entrada donde se puede salir a fumar. Porque claro, las barras hace rato que son libres de humo. Y ojo, las barras ligurianas de los locales de Manuel Montt y Luis Thayer Ojeda siguen teniendo esa onda de antaño, esa que invita a instalarse solo y hacer poco caso de lo que pasa alrededor. Solo el cliente, la barra y su trago; como tantas veces ha sido.
Otra barra clásica de la capital es la siempre ruidosa del Bar de René, también del estilo de las barras de pie y famosa por tener precios más que moderados para tomar piscola o un Jack Daniels en generosas proporciones. Después es problema de cada uno si se va a casa o enfila hacia el fondo del local para escuchar algo de metal.
Las nuevas generaciones
Las buenas barras en Santiago no están solamente en los bares más tradicionales, si no que también se pueden encontrar algunas en sitios nuevos que van incluso más por la onda de lo que hoy se llama “coctelería de autor” en vez de lo tradicional.
Así nos encontramos con Siete Negronis, un sitio que partió hace años en Bellavista pero que tras la pandemia reapareció en Vitacura. En este lugar se encuentra una buena oferta que mezcla lo clásico con lo nuevo y -lo importante para esta crónica- presenta una barra respetable, con buen movimiento por las noches y mejor atención. Es, probablemente, uno de los mejores bares de Santiago.
En la otra cara de la moneda está el Backroom, un bar originario de Buenos Aires que hace tan solo algunos meses abrió una sucursal en la calle Pérez Valenzuela de Providencia. Y aunque el local es amplio y hasta tiene música en vivo, su barra es más que atractiva para pedir algo ya sea clásico o moderno para beber. Aunque claro, puede ser por la novedad, aquí sentarse solo en la barra es prácticamente imposible porque el bar en general suele repletarse.
Otro bar con una barra respetable y recomendable es el Prima Bar, con casa matriz en Providencia y una sucursal en CV Galería de Vitacura. Para el final un bar que no es precisamente nuevo pero podemos decir que se ha reinventado un par de veces, siempre conservando dos características principales: que debe ser el bar más pequeño de Santiago y por lo mismo ostenta una barra minúscula pero funcional. Actualmente se llama Hiddenbar y funciona en el formato speakeasy. Es decir, hay que llegar a la recepción del hotel Nipón -en la calle Barón Pierre de Coubertin- y preguntar por el acceso al subterráneo, donde está el bar.
Las barras de hotel
Más allá de las particularidades del Hidden bar la verdad es que también es posible encontrar buenas barras en algunos hoteles capitalinos.
Para partir tenemos al siempre elegante y clásico The Ritz-Carlton Bar, del hotel del mismo nombre y donde en su barra es posible abstraerse de todo lo que pasa alrededor junto a un trago clásico. Se trata de un bar pequeño y acogedor, ideal para una pausa en medio de un día agitado o para rematar tras una jornada de trabajo.
Otra buena barra de hotel es la del Singular del Barrio Lastarria, pero no me refiero a la de su bar de la azotea si no que a la del más pequeño que se ubica en el primer piso y que tiene una barra única, con vista a la calle. Ideal para sentarse con una copa y mirar a la gente pasar.
Mucho más discreto es el D BAR & LOUNGE ubicado en el subsuelo del hotel Renaissance de Avenida Kennedy. Un bar más que piola, lejos de todo y todos. Ideal para juntarse con alguien privadamente o para ir solo sin posibilidad alguna de encontrarse con alguien que interrumpa el momento.
¿Para comer?
Pero como no todo en la vida es beber, también vale la pena mencionar buenas barras santiaguinas en las que se puede comer -justamente- en la barra.
Hay restaurantes como el italiano Buriana o el céntrico Blue Jar, donde si se anda solo la barra es una excelente opción. Lo mismo pasa en el exquisito Ambrosía Bistro de calle Nueva de Lyon, donde la mejor ubicación para comer en este pequeño local es precisamente en la barra y desde donde se puede ver el trabajo de la cocina.
En los bares de corte español también se puede comer muy bien ubicado en la barra, tal como se puede comprobar en cualquier visita al tradicional De la Ostia de calle Orrego Luco o al más nuevo El Madrileño del Barrio Italia.
En el restaurante Japón, en cualquiera de sus dos locales, también se puede comer en la barra mirando a los itamae que arman las preparaciones. Y claro, en nuestras tradicionales fuentes de soda también se puede comer en la barra. Buenos ejemplos de esto son Fuente Alemana, Antigua Fuente y el Lomit’s, además del Il Successo, a pasos de Teatinos. Para el final un lugar no tan conocido pero muy bueno: Intrinsical, ubicado debajo de las torres de Carlos Antúnez y donde se puede tomar buena cerveza y probar mejores hamburguesas. Todo esto, por supuesto, en la comodidad de su barra.