Opinión
18 de Noviembre de 2021Columna de Rafael Gumucio: Explicación de un voto
Para ser claro desde un principio, voy a votar por la senadora Yasna Provoste. Para explicar mi voto, creo es importante explicitar cuales son los criterios me acompañan a la hora de votar. El primero es que no voto por personas.
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Los norteamericanos tienen la sana costumbre de que tanto los periódicos, como sus columnistas, declaren abiertamente por quién van a votar y por qué. Se rompe así el mito, siempre un poco patético del periodismo imparcial, que es siempre parcial hasta los dientes.
Cumplo con este pequeño deber yo también aquí. Para ser claro desde un principio voy a votar por la senadora Yasna Provoste. Para explicar mi voto, creo es importante explicitar cuales son los criterios me acompañan a la hora de votar.
Primero, no voto por personas. Tengo, por ejemplo, la mejor impresión de Gabriel Boric como persona. Creo que es un hombre inteligente y sagaz. Creo que es un “amarillo” convencido, un concertacionista que no quiere decir ese nombre, que llenaría su gabinete de los viejos panzer de siempre, si lo dejaran. ¿Lo van a dejar? Es más o menos evidente que el PC ha elegido que este Gabriel sea el otro Gabriel, Gabriel González Videla. Esperando que Gabriel los traicione, han preferido adelantarse y traicionarlo ellos. Pero el PC no es ni de cerca ni de lejos el principal problema del diputado. Boric es demasiado joven para ser presidente, dicen todos, pero quizás su problema principal es que es demasiado viejo para controlar los delirios a la vez buenistas y totalitarios de su conglomerado. La generación que vienen después de la suya lo aguantan como candidato, no creo que lo aguanten como presidente. Son alérgicos al poder, tan imbuidos en el papel de víctimas eternas que prefieren siempre el testimonio al gobierno. Muchos de ellos no han salido o querido salir de la universidad, es decir lo contrario del mundo real.
No votaré por Boric porque las elecciones no son una competencia de simpatía. Tampoco son un test de inteligencia. Si lo fueran, no tendría dudas en votar por Marco Enriquez-Ominami, que es quizás el candidato perfecto, con humor, verbo, didáctico, soberbio, peinado invencible, capaz, impaciente pero experimentado como nadie. Si las elecciones además tuvieran algo que ver con la cercanía, no hay duda qué votaría por mi primo hermano, en que la palabra hermano solía no ser sólo una metáfora. Pero se elige aquí el que debería gobernar un país en crisis total de todas sus instituciones. Se deberá elegir alguien que deberá esencialmente negociar para sobrevivir, para que sobrevivamos. La Convención no dará ya la cuota suficiente de profetas e iluminados que este país necesita, lo que necesitamos es justo un antiprofeta que haga política con todos, amigos, enemigos, y todo lo contrario.
Se trata de gobernar un país ingobernable. Ni Sichel, que tiene serios problemas gobernando su carácter, ni Kast que no quiere siquiera gobernar sus impulsos pinochetistas, pueden pretender gobernar este país en que Parisi no puede siquiera aterrizar. Paso por alto a Artés: es un chiste repetido que sale cada vez más podrido. Chile en este momento crucial de su historia necesita una pausa y un recuerdo. Algo como lo que logró Gloria Valladares en la Convención, el recuerdo de que las instituciones funcionan. Necesita lo que parece haber perdido, la continuidad de una búsqueda, de Pedro Aguirre Cerda a Bachelet pasando por Allende y Frei Montalva, que han encontrado en la política la vía para que la tierra fuera para el que la trabaja, y la universidad para el que estudia en ella, para con todos los tropiezos del mundo tener más enfermedades en el Auge, más gratuidad, calles limpias, Registro Civil en las más apartadas regiones, y en las más marginadas comunas el vacunatorio universal que nos salvó de lo peor de la pandemia.
No votaré por Boric porque las elecciones no son una competencia de simpatía. Tampoco son un test de inteligencia. Si lo fueran, no tendría dudas en votar por Marco Enriquez-Ominami, que es quizás el candidato perfecto, con humor, verbo, didáctico, soberbio, peinado invencible, capaz, impaciente pero experimentado como nadie.
Todo eso que nos pareció poco en Octubre (y era poco), pero que sabemos ahora es mucho mejor que la nada creciente en que vivimos, todo eso lo encarna mejor Yasna Provoste que cualquiera de los otros candidatos. Es cierto que Yasna no es dulce, aunque se pase sonriendo. Tiene un carácter fuerte, es pícara, politiquera, exigente, irónica. Sabe decir que “no” cuando hay que decir que “no”, lo que quizás es su mejor cualidad en un país en que vamos a tener que decir “no” muchas veces. Ha sido víctima de las peores canalladas de la elite política que la acusaron constitucionalmente sin méritos. Resucitó de una muerte perfectamente orquestada por los príncipes de su partido y ha seguido trabajando con ellos sin dejar de saber lo que valen.
Se trata de gobernar un país ingobernable. Ni Sichel, que tiene serios problemas gobernando su carácter, ni Kast que no quiere siquiera gobernar sus impulsos pinochetistas, pueden pretender gobernar este país en que Parisi no puede siquiera aterrizar. Pasó por alto a Artés: es un chiste repetido que sale cada vez más podrido.
Su piel morena, que la hace pasto de todo tipo de insultos racistas, cicatriza mejor que cualquier otra piel. Es diaguita, es mujer, es profesora, pero esto está lejos de ser sólo datos de su biografía. Sichel fue pobre, abandonado, humillado, pero ya no es nada de eso. Yasna sigue siendo todo lo que fue y puede representar a los que han quedado excluidos porque no los entiende como seres puros e inmateriales para los que el precio de la UF no les importa, sino como personas que saben mejor que nadie cuanto cuestan las cosas. Gente que votó por el Apruebo y quiere una nueva Constitución, pero saben que quemar la casa vieja para construir una nueva es prometerte años de descampados. Yasna, y la centro izquierda, con todos quiebres y requiebres, sus ruinas y sus vergüenza, es, creo, el único techo creíble ante la tormenta que está siempre pronta caer sobre nuestras cabezas.