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Opinión

10 de Febrero de 2022

Columna de Álvaro Peralta Sainz: 14 de febrero, ¿por qué celebramos como celebramos?

En la foto, Álvaro Peralta posa de frente, y de fondo se encuentra montada una foto de copas y velas.

En tiempos de parejas homoparentales, de madres y padres solos, de feminismo y -en definitiva- de libertad a la hora de celebrar una fecha de una u otra manera, pareciera que este verdadero “establishment” en torno a cómo celebrar el Día de los Enamorados se ve añejo, de otro siglo y hasta a ratos ofensivo.

Alvaro Peralta Sainz
Alvaro Peralta Sainz
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Invitado a escribir sobre comida y el Día de los Enamorados, como tantas otras veces me tocó hacerlo, al final terminé haciéndome preguntas sobre el sentido de esta fecha y si vale la pena seguir haciendo lo mismo de siempre.

Estamos probablemente en la fecha peak del verano, cuando en los balnearios y otros lugares de vacaciones ya prácticamente no cabe nadie más. Y los que aún no han salido, se esfuerzan por hacerlo pronto, porque en dos semanas más se acaba toda esta burbuja y llega el temido mes de marzo.

Sin embargo, la celebración del 14 de febrero o San Valentín o como quieran llamarle se esfuerza por congelar una jornada en medio del verano para decir presente.

Algunos restaurantes aprovechan la coyuntura y se lanzan con ofertas especiales de cenas románticas a precio fijo, con espumante incluido y otros chiches.

Aunque en privado los cocineros y dueños de restaurantes siempre dicen que salir a comer en fechas como éstas es fatal, porque los negocios que participan de esta efeméride suelen llenarse.

En los hoteles citadinos pasa algo semejante y se ofrecen no sólo cenas románticas si no que también estadías en suites especialmente decoradas y -últimamente- sesiones de spa y otras dádivas para la pareja. Todo esto, con una tarifa especial.

Según cuentan algunos conocedores del sector hotelero no es mala fecha el 14 de febrero, sobre todo porque para los hoteles de Santiago éste es el peor mes del año en cuanto a ocupación.

Aún así, comentan, la fecha se queda algo atrás en comparación a otros momentos del año como Navidad, Año Nuevo y -sobre todo- el Día de la Madre. “Eso es otra cosa”, me aseguraron.

“Algunos restaurantes aprovechan la coyuntura y se lanzan con ofertas especiales de cenas románticas a precio fijo, con espumante incluido y otros chiches”.

Pensando también en esta columna fue que hace unos días entré a una tienda de flores en Providencia y pregunté cómo les iba con sus ventas cada 14 de febrero. “¿Y a quién le vamos a vender en esa fecha si no anda nadie?”, fue la respuesta que obtuve.

En otro puesto, en una concurrida esquina de Las Condes fueron un poco más didácticos con la explicación: “Se vende más que cualquier otro día del verano, pero lejos mucho menos que para el Día de la Madre o el de la Secretaria, que es el mejor”.

Y conversando con actores del sector de la fabricación de chocolates -regalo típico en esta fecha- la respuesta fue similar. Algo se vende, pero nada como en otros momentos clave del año.

“En los hoteles citadinos pasa algo semejante y se ofrecen no sólo cenas románticas si no que también estadías en suites especialmente decoradas y -últimamente- sesiones de spa y otras dádivas para la pareja”.

Es curioso, por decir lo menos, que en nuestro imaginario -o al menos el de muchos- siga existiendo esa convención de la cena romántica a la luz de las velas que tantas veces vimos en las películas más una serie de caricaturas que parecieran estar aún a la orden del día en esta fecha.

Pienso en violinistas tocando al lado de la mesa, candelabros que iluminan tenuemente la sala, vinos y espumantes caros, langostas cocinadas enteras, chocolates en forma de corazón y toda esa larga farsa de lo afrodisíaco que a ratos pareciera querer transformar una comida que se supone tranquila en una suerte de pits -sobre todo para el hombre- antes de tener que lanzarse al circuito amatorio.

Porque ese es otro cliché de esta fecha: después de la comida se tiene sexo. Como si estuviese escrito en piedra. ¿Alguien ha visto alguna vez escenas como las que aquí se plantean o como las que venimos viendo desde siempre en el cine o la televisión? Creo que no.

Acá sin duda el 14 de febrero se celebra, pero “en la medida de lo posible” o en una suerte  de “vía chilena al romanticisimo”, por hablar en jerga política antigua.

“Porque ese es otro cliché de esta fecha: después de la comida se tiene sexo. Como si estuviese escrito en piedra. ¿Alguien ha visto alguna vez escenas como las que aquí se plantean o como las que venimos viendo desde siempre en el cine o la televisión? Creo que no”.

“El 14 de febrero salió postizo en Chile. Vaga compra de chocolates, parejas jóvenes en los restaurantes, un conato de ritual pobre y deslavado que enganchó algo a los adolescentes, los que descubren el amor, algo por lo cual hacerse la vida imposible cobrando cariños. Incrustado en medio del verano, alguno o alguna lo aprovechó para darle algún significado a un sentimiento furtivo, pero como ritual se quedó vacío. No tiene disfraces ni máscaras, apenas un regalo por delivery, una seducción por motoboy, alguna atención barata. Es más divertido el conejo de pascua o el ratón de los dientes. Su enemigo fue el verano y quizás la escasa estrategia de seducción del chileno”, reflexiona el siquiatra Marco Antonio de la Parra al ser consultado sobre este tema.

Pienso en violinistas tocando al lado de la mesa, candelabros que iluminan tenuemente la sala, vinos y espumantes caros, langostas cocinadas enteras, chocolates en forma de corazón y toda esa larga farsa de lo afrodisíaco que a ratos pareciera querer transformar una comida que se supone tranquila en una suerte de pits -sobre todo para el hombre- antes de tener que lanzarse al circuito amatorio.

Pero más allá de que el San Valentín al estilo Hollywood nunca haya cuajado en Chile -a diferencia de Halloween que en menos de treinta años se instaló a sus anchas-, la verdad es que los estereotipos ya no dan para más. Están añejos.

Es que en tiempos de parejas homoparentales, de madres y padres solos, de feminismo y -en definitiva- de libertad a la hora de celebrar una fecha de una u otra manera, pareciera que este verdadero “establishment” en torno a cómo celebrar el Día de los Enamorados se ve añejo, de otro siglo y hasta a ratos ofensivo.

Se supone que hace aproximadamente un millón y medio de años nuestros antepasados comenzaron a celebrar junto a sus pares en torno a un plato de comida. O, en estricto rigor, a algún animal muerto que tenía la funcionalidad de ser un alimento. Son muchos años atrás.

Y también desde hace mucho tiempo es que se celebra San Valentín, o el Día de los Enamorados, o del Amor. Como quieran llamarle.

“Pero más allá de que el San Valentín al estiloHollywood nunca haya cuajado en Chile -a diferencia de Halloween que en menos de treinta años se instaló a sus anchas-, la verdad es que los estereotipos ya no dan para más. Están añejos”.

Hay ciertos escritos que sitúan al año 1382, en los países anglosajones, como los inicios de esta tradición de celebrar el amor de pareja cada 14 de febrero.

Aún así, más allá de todo este tiempo y tradiciones, no hay razón para seguir arrastrando una manera de ver y hacer las cosas que pareciera tener poco y nada que ver con lo que somos hoy en Chile y el mundo. Una sociedad buscando cambios y sobre todo respeto y reconocimiento a todos los partícipes de la misma. Y hablando justamente de respeto recuerdo que cuando era niño, a inicios de los ochenta, aún no era mal visto regalarle a las madres en su día una lavadora, aspiradora u otro “chiche” de la incipiente oferta de electrodomésticos de esos años.

También recuerdo que había gente -hombres y mujeres- que abiertamente reconocían que con la salida a un restaurante en el Día de la Madre se cumplía con la única jornada en el año que la progenitora no debía preparar los alimentos para el resto de los miembros de su familia“.

También recuerdo que había gente -hombres y mujeres- que abiertamente reconocían que con la salida a un restaurante en el Día de la Madre se cumplía con la única jornada en el año que la progenitora no debía preparar los alimentos para el resto de los miembros de su familia.

Y aunque en esa época no muchos se hacían problemas con estas atrocidades, afortunadamente las cosas han ido cambiando.

En un principio muy lentamente y ahora, tengo la impresión, tomando vuelo para no quedarnos en el pasado en estas materias. Así las cosas, no me parecería descabellado el repensar la forma en que celebramos esta fecha.

Qué nos regalamos, qué hacemos e incluso quiénes participamos. En una de esas, tendría que ser algo familiar. O no. Mejor algo para los recién emparejados.

Ante este panorama Marco Antonio de la Parra tiene algunas esperanzas: “Habrá que ver si la migración con más cintura y Caribe le da un giro. Para ellos el verano es su estado natural y Miami queda más cerca de su inconsciente colectivo”, señala, pero también se entusiasma con los nuevos aires que se respiran en nuestra sociedad.

“Qué nos regalamos, qué hacemos e incluso quiénes participamos. En una de esas, tendría que ser algo familiar. O no. Mejor algo para los reciénemparejados“.

“El feminismo y la diversidad transformarían esta fiesta en una fiesta del encuentro y la amistad. De hecho, podrían salvar este festejo. Ya no sería la historia del ‘extraño que regala flores’ pero podría ser la de los o las o les que se encuentran”, explica con un entusiasmo que da envidia.

En una de esas, no hay nada que celebrar y lo mejor es tratar de seguir con nuestras vidas de la mejor manera posible durante todo el año y no perder el tiempo –y dinero– en revisitar estereotipos añejos y que acá en Chile no terminaron nunca de convencer. No lo sé. Esto no es una sentencia ni nada parecido, solo una invitación a pensar en sintonía con lo que somos y lo que estamos viviendo actualmente como sociedad.

*Álvaro Peralta es cronista gastronómico. Autor de “Recetario popular chileno” (2019) y “25 lugares imprescindibles donde comer en Santiago” (2016).

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