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Opinión

14 de Julio de 2022

Dos textos

Como en un espejo, el proyecto de nueva Constitución al querer oponerse centralmente a la constitución del 80, repite su principal error que es su principal horror.

Rafael Gumucio
Rafael Gumucio
Por

No soy abogado ni menos abogado constitucionalista. No sé a ciencia cierta si el sistema político o el sistema de justicia quedó bien o mal en el proyecto de nueva Constitución. Soy escritor apenas, y también profesor de castellano. Me he dedicado toda la vida a leer textos, desde su estilo, la forma en que se repiten o no las palabras, la forma en que respira su sintaxis.

​Leer la Constitución del 80 como un lector que escribe, es una experiencia amarga. Escrita en una prosa de notario, uniforme y ploma, nada en ella quiere convencer, seducir, argumentar siquiera. Es una Constitución que se da el tiempo a ninguna digresión que no tenga que ver con sus fantasmales “grupos intermedios” y otras invenciones semi franquistas que las sucesivas reformas no han logrado erradicar de su centro. O más bien de su corazón, que es justamente ese, la imposición de una visión del bien y el mal jerárquicamente decretada por los adultos a cargo contra los niños “que sueñan cosas raras”.

​Muchos de los derechos que se dan por nuevos en el proyecto actual están en la constitución reformada del 80, pero anotados de modo tan silencioso, tan discreto, tan formal, que nadie los ve.

En el proyecto de Nueva Constitución, esa discreción es del todo imposible. No se ahorra aquí ningún adjetivo, se convoca cualquier palabra a la que se le puede agregar un multi, un inter o pluri. Si la Constitución del 80 es de un español gris pero correcto, la propuesta de la nueva, no le molesta adoptar del inglés conceptos enteros salidos recién de todas las memorias de fin de año, de todas las ONGs posibles. Así no puede evitar complicar hasta las fórmulas más aceptadas y tradicional del derecho constitucional, agregándole un “interdependiente” a “los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derecho”.

Es una Constitución que se da el tiempo a ninguna digresión que no tenga que ver con sus fantasmales “grupos intermedios” y otras invenciones semi franquistas que las sucesivas reformas no han logrado erradicar de su centro.

​Como en un espejo, el proyecto de nueva Constitución al querer oponerse centralmente a la constitución del 80, repite su principal error que es su principal horror. La Constitución del 80 es una Constitución moralizante que te dice cómo tienes que vivir y sobre todo cómo tienes que pensar. En su versión primera éste era justamente su centro: delimitar la posibilidad de la deliberación política, a pocas ideas aceptadas a regañadientes.

Prohibía el comunismo como la constitución alemana de RFA, pero no el nazismo con que, en su variante española, coqueteaba. No era solo de derecha, era sobre todo antizquierdista, o peor, antiallendista. Pretendía un país en que no se pudiera volver a “pensar mal”, a pecar contra lo correcto, lo sano, lo virtuoso establecido al ritmo de los bandos militares en la radio.

​La nueva Constitución es como su enemiga, moralizadora y sectaria. Pretende imponer “un buen vivir” y dejar a todos los que no sean parte de su fe en la fuerza de lo “primario puro y primordial”, fuera del debate político. Su concepto de la familia es más amplio que el de la Constitución del 80, pero el tono de monserga es mucho más fuerte y profundo, como son, mucho más fuerte y profundo, su intento de imponer una idea y solo una idea del mundo.

Así, usando la conciencia ecológica, que es imposible no compartir, impone una concepción de la naturaleza como sujeto de derecho, propia del ecologismo más radical, ese que nunca saca más de 5 por ciento en todas las elecciones en que se presenta. Pasa de la idea aceptada de los pueblos originarios son eso, pueblos y culturas que es necesario revindicar y defender, a imponerlos como naciones, sin que nunca hayamos antes discutidos en Chile seriamente el concepto de nación separado al de estado.

En ese mismo sentido nadie duda que el aborto debía ser ley y nadie piensa que se pueda abortar después de los cinco meses de embarazo, pero los convencionales dejaron esto sin plazo para conseguir lo que luego se quejaron de haber conseguido: horrorizar a los que su fe religiosa o sus convicciones, no se parecen al feminismo universitario, que por cierto, no dejó terminología por ensayar a lo largo de un texto en donde el astrónomo dejo plasmada su preocupación por los cielos nocturnos; el profesor pudo decir lo importante que son los profesores, y el afro descendiente pudo seguir afro descendiendo.

​Ningún grupo de interés, ninguna causa, ninguna sensibilidad pensó que en una Constitución era mejor dejar plasmada la versión más clásica y moderada de sus petitorios.

Su concepto de la familia es más amplio que el de la Constitución del 80, pero el tono de monserga es mucho más fuerte y profundo, como son, mucho más fuerte y profundo, su intento de imponer una idea y solo una idea del mundo.

Los pocos, pero valientes moderados sin etiqueta, se limitaron a convertir en ley la aplicación práctica de mucho de los delirios aquí plasmados. En el texto quedan muchas huellas del choque, que deja la impresión muy chilena de tener al mismo tiempo una Constitución de una audacia infinita y de una cautela total.

Un intento de todo, con algunos asomos de algo y en general, como su madre la Constitución del 80, la sensación de un texto escrito en contra de otro texto. Un Chile que quiere evitar otro Chile, versiones de dos fobias contrarias, en que los chilenos no acabamos de encontrar un lugar para nosotros.

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