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Nacional

25 de Agosto de 2022

Lo que hay que leer del libro «Weichan»: Llaitul en primera persona, sus propias palabras para contar su historia

Agencia UNO

Durante una de sus reclusiones en la cárcel durante 2009, el líder mapuche conversó varias veces con el ex candidato presidencial Jorge Arrate. Sus reflexiones quedaron plasmadas en este libro, que hoy The Clinic recoge extractos para que sepas más sobre su historia, contada por el mismo.

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Cayó Héctor Llaitul. El vocero y líder mapuche de la Coordinadora Arauco Malleco fue detenido la tarde de ayer, 24 de julio, en Cañete por personal de la PDI. Un procedimiento que se da luego más de dos años y medio que le venían siguiendo sus pasos.

Durante esta jornada será formalizado por robo de madera, usurpación de tierras y amenaza contra la autoridad. Además por la Ley de seguridad del Estado, por llamamientos a desestabilización del gobierno. Aún no está claro si Llaitul irá a la cárcel, pero no sería la primera vez.

En una de sus estadías en prisión preventiva durante 2009, después del ataque perpetrado contra el fiscal Mario Elgueta, el dirigente mapuche accedió a conversar con el ex candidato presidencial, Jorge Arrate.

Esas íntimas reflexiones sobre la causa mapuche, la CAM y sí mismo, quedaron plasmados en el libro Weichan: Conversaciones con un weychafe en la prisión política (Editorial CEIBO). Aquí, siete extractos sobre reflexiones en las propias palabras de Héctor Llaitul.

«Mi abuelo era un mapuche conocido»

Soy un mapuche que nació el 19 de noviembre de 1967 en Osorno; hijo de Juan Llaitul y Florinda Carrillanca, ambos mapuche-huilliche originarios del interior de San Juan de la Costa, descendientes de líneas troncales mapuche-huilliche de Kofalmo Quilacahuin y del Riachuelo El Bolsón.

Debo explicarle que mi padre llevaba el apellido Llaitul, aunque su apellido original debió ser Llanquilef. La desestructuración del mundo comunitario mapuche posibilitó este hecho. Mi padre había nacido fuera de una familia, llamémosla, “formalmente constituida” y por eso se le asignó un apellido que no era el de su progenitor, sino que de la parte materna. Su padre, José Llanquilef, mi abuelo, no lo reconoció. Mi abuelo era un mapuche conocido, un longko de la zona de Kofalmo, destacado en su comunidad.

«Mis padres eran mapuche sin tierra»

Mis padres eran mapuche sin tierra. Como mi padre perdió su tuwun y kupalme, no recibió herencias, por decirlo de alguna forma, y trabajó siempre para poder sobrevivir. La familia, por el lado materno, era muy grande y el pedazo de tierra que hubiera correspondido a mi madre era insignificante. Por tanto, nunca lo reclamó. En definitiva, mis padres pasaron a engrosar la diáspora en la periferia de Rahue, en Osorno, como muchos en la zona williche. Si bien mi padre y en cierta forma mi madre, no tuvieron educación formal, poseían todos los saberes propios del trabajo en el campo y de la vida comunitaria y los trasmitieron a sus hijos. Usted no sabe cuánto les agradezco aquello, porque esos conocimientos han favorecido mi vida militante y me han permitido, como hombre de trabajo, sobrevivir ejerciendo diversos oficios y me han mantenido libre de paternalismos.

Juan Llaitul y Florinda Carrillanca se conocieron allí, en pleno desarraigo. Después de arrendar una pieza, se hicieron de un sitio de poco valor y construyeron una casita. Era una vivienda de pobres, auto construida por mi padre en un pequeño terreno que valía muy poco y que él fue pagando con su trabajo.

«Yo sé cuan fuerte es el racismo»

Osorno es una ciudad racista, donde la élite son colonos alemanes que tienen su propio “barrio alto”. Sentí el racismo en la escuela y en el liceo, también en la población donde me crié. Porque hay que tener presente que el racismo está muy asentado también en los sectores populares. Yo siempre converso con mis hermanos de comunidad sobre el tema y nos preguntamos ¿por qué vivir allí, entre ellos, los racistas? El racismo nos golpea en cualquier parte fuera de las comunidades.

No sé si me entiende bien: yo soy hijo de hombre y mujer mapuche que habitaban fuera de una comunidad mapuche. Entonces, yo sé cuan fuerte es el racismo. Tuve primos y primas, tías que negaban u ocultaban su condición mapuche, se rizaban el pelo para ocultar sus rasgos indígenas, querían perder los signos de identidad, porque la identidad sólo era rescatable en campos y ferias. Fuera de allí, la cultura chilena era la dominante y era racista.

«Rememoro escuchar a mi madre referirse a Pinochet como “perro” y “asesino”»

A su vez, heredé de mi familia un sentimiento de izquierda. En 1973, cuando se supo que Allende había muerto, recuerdo a mis padres llorando. Podría decir que ellos tenían cierta “conciencia de clase”, que se sentían parte del pueblo. Rememoro escuchar a mi madre referirse a Pinochet como “perro” y “asesino”. La vi patear la radio de ira al oír las noticias sobre el nuevo gobierno militar. Ella decía que los ricos, para sabotear a Allende, habían botado la leche a los ríos y ahora los llenaban de sangre. Estas expresiones, esas imágenes, calaron muy profundo en el niño que yo era.

Fue en el liceo donde primero me vinculé a un grupo de izquierda. Éramos bien inquietos. Violeta Parra, Víctor Jara, la Nueva Trova y toda esa música me hacía vibrar y más tarde, Silvio, los Inti Illimani, Illapu. En verdad, me impactaban. A partir de los ochenta, tuvieron lugar las protestas. La recesión resultante de la grave crisis económica resintió a la dictadura. La situación era apremiante, las necesidades básicas insatisfechas eran visibles. Recuerdo a mucha gente golpeando las puertas y pidiendo un trozo de pan. Comenzaron entonces las manifestaciones espontáneas, masivas; más tarde con barricadas y una fuerte resistencia. Participé en esos acontecimientos junto a un hermano. Me pareció que lo que hacíamos era audaz.

«Soy el producto de un encuentro de influencias»

El weychafe es un personaje que surge de la historia mapuche, de nuestra lucha eminentemente política y de reafirmación de lo propio. Por eso un weychafe debe ser, expresión de la convicción plasmada en la formación y en el compromiso con su pueblo: porque el establecimiento del weychan es la resistencia y la reconstrucción nacional mapuche.

En mi caso, soy el producto de un encuentro de influencias. Por una parte, tengo experiencia como militante revolucionario, soy lo que la izquierda acostumbra llamar un cuadro. Fui formado en la preeminencia de las miradas y propósitos colectivos, en la utopía del hombre nuevo. Por otra, soy parte del proceso que he señalado: el regreso del weychafe. Cumplo un rol político e histórico-cultural en el contexto de la lucha de mi pueblo, de la nación mapuche.

«El mapuche tiene como deber proteger su espacio territorial»

Para los mapuche la compresión del mundo esta muy ligada a una concepción de territorialidad, de cómo se vive en este espacio vital y cómo se comprende en vida lo que en el pasado fue estructurando una normativa y leyes que interrelacionan a los mapuche en un espacio definido. El territorio no debe ser visto desde una concepción del positivismo, como lo hace la mirada occidental, entendiendo la tierra en mediciones concretas, como hectáreas más o hectáreas menos, sino como un espacio vital integral en el que estamos relacionados con los demás elementos del entorno natural y espiritual, y donde tienen gran relevancia la espiritualidad tanto de nuestros antiguos, como de los ngen mapu, lo que en el fondo son considerados vitales.

El mapuche tiene como deber proteger su espacio territorial, sobre todo aquellos lugares definidos como sagrados y vitales. En tal sentido no se debe hablar desde un concepto de propiedad, personal o comunitaria, sino de un sentido de pertenencia relacionado a un linaje y emparentamiento que es lo que entendieron los mapuche para decir “esto es nuestro, nos pertenece, porque se vive ahí con un pasado, presente y futuro común”.

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