Entrevistas

18 de Noviembre de 2022

Sebastián Lelio, contra fanatismos y posverdades: «Aún hay quienes necesitan ver vírgenes en el cielo y reanudar sus votos»

El cineasta chileno está de vuelta en salas locales tras cuatro años y debuta en las producciones de Netflix con El prodigio, un thriller protagonizado por Florence Pugh ambientado en la Irlanda del siglo XIX, en el que una enfermera escéptica y un pueblo ultra católico se enfrentan ante el caso de una niña que sobrevive “milagrosamente” sin comer. De paso por nuestro país, Lelio habla de este nuevo filme –el tercero en inglés de su carrera y el primero que hizo tras ganar el Oscar por Una mujer fantástica–, cuenta que está escribiendo un largometraje musical, analiza el futuro del cine en tiempos de TikTok y dice ver a Chile sumido en una sobredosis de drogas químicas: “En el estallido el país estuvo en ayahuasca, con el covid pasó al LSD y ahora estamos en tussi”, dice.

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Entre los 12 y 17 años, Sebastián Lelio (1974) vivió en Cholguán, un perdido pueblo maderero en la región del Ñuble y a los pies de Antuco, en el sur de Chile. Era tan chico y cerrado como un sistema religioso, y con un halo de misterio y abandono muy al estilo Twin Peaks. Experimentó varias primeras veces allí: los primeros carretes, los primeros amores, las primeras películas, los primeros años después de la dictadura. Lelio estaba empecinado en considerarlo parte del mundo moderno, pero cada aspecto en ese lugar evidenciaba la fuerza avasalladora de un pasado conservador que a toda costa pretendía dominar el futuro.

Algunos de esos recuerdos e inquietudes en el gran escenario de su adolescencia, Lelio los plasmó en sus primeras películas, desde La sagrada familia (2005), y luego en Navidad (2009) y El año del tigre (2011). Una temprana obsesión con la religiosidad, los dilemas de fe y los paradigmas que tambalean y están a punto de caer, que el director de cine chileno de 48 años ha vuelto a atender en The Wonder, su nueva película, estrenada hace dos semanas y aún en cartelera local y salas como el Cine Arte Alameda, el Normandie y la Cineteca Nacional. Desde este jueves estará también disponible en Netflix. 

Basada en la novela homónima de Emma Donoghue, la historia de El prodigio –título con que fue estrenado el filme en Chile– transcurre en la región irlandesa de Midlands en 1862, diez años después de la gran hambruna que cobró la vida de un millón de personas y tensó las relaciones con Inglaterra. Un milagro improbable tiene dividido al pueblo: una niña de 11 años ha sobrevivido cuatro meses sin comer, y la enfermera inglesa Lib Wright –magistralmente interpretada por la actriz Florence Pugh (Midsommar, Mujercitas)– es convocada junto a una monja para observar e informar sus conclusiones a un fervoroso comité compuesto solo por hombres que ven en la mirada científica una amenaza. 

“Mi conexión con The Wonder fue primero emocional, con las dos mujeres al centro de la historia, con el viaje que hace el personaje de la enfermera y la conexión que establece con la niña a la que se le ha encomendado observar sin poder intervenir. Me pareció muy cinematográfica la relación entre estas dos mujeres, tan singular, compleja y que venía a retratar ya no un romance sino una sororidad transgeneracional que creó la autora en su novela. Si bien la especificidad cultural es distinta, también la época y el contexto, yo creo que por haber crecido también en una dictadura de machitos católicos y por haber vivido en el sur de Chile y mi adolescencia en ese pueblo llamado Cholguán, hay dinámicas de poder que operan en The Wonder que me sonaban conocidas”, comenta Lelio.

Estrenada en el último Festival de Toronto, uno de los más prestigiosos del cine, El prodigio es su tercera película en inglés y la primera que Lelio dirige bajo la producción de Netflix. También es la primera que estrena en cuatro años, desde los consecutivos estrenos de Disobedience (2017) y Gloria Bell (2018), y la primera en la que se embarcó inmediatamente después de ganar el Oscar a la Mejor película extranjera por Una mujer fantástica, en 2018. 

De paso por Santiago, el también director de Gloria y Disobedience concedió esta entrevista a The Clinic por Zoom desde su departamento. Días después partió a España, donde sigue promocionando el filme, y luego pasará por Londres, donde vive la mayor parte del año.

“Lib es una mujer moderna, de ciencia, una racionalista indeseada, como la extranjera del western que llega a este pueblo católico donde están en el aftershock de la gran hambruna que devastó a Irlanda y donde surge, casi como un síntoma colectivo, esta niña que no come. Todos quieren que sea realmente un milagro, y Lib es, por decir lo menos, una agnóstica, una anti Mary Poppins que llega a analizarlos a todos y que choca con otro sistema de creencias, la visión católica irlandesa, que además deviene o se expone claramente en mecánicas y dinámicas de poder que imperan en esa comunidad”, dice el director sobre la protagonista del filme. 

“A diferencia de ella, esos hombres no están dispuestos a moverse de su verdad pero sí a deformar la realidad para imponer su verdad a los otros. Lib, en cambio, sí está dispuesta a desplazar sus límites. Ese choque entre elasticidad espiritual e intelectual versus la rigidez y el fanatismo es muy 2022; es lo que enfrentamos hoy como aldea global”, asegura.

Créditos: Daniel Mayrit

-Estás de vuelta con una nueva película a cuatro años de tu último estreno. ¿Te son necesarias las pausas?

-Lo que pasa es que filmé varias películas juntas antes del Oscar de Una mujer fantástica. Inmediatamente después de eso se estrenaron Disobedience y Gloria Bell, en 2020 vino la pandemia y ahí hubo un freno inevitable, por un lado. Por el otro, yo seguí trabajando en los guiones que venía desarrollando, uno de esos era The Wonder, y tan pronto pude volver a filmar, la hice. Si no hubiese sido por la pandemia, yo creo que la hubiese filmado en 2020, pero fue bueno parar y cuestionarme qué hacer. Después del Oscar, esta es realmente mi primera película, y la hice bien concienzudamente. Sabía que me había metido en un problema de manera completamente voluntaria. 

¿Sentías la presión de cómo y con qué volver después del Oscar?

No, es que siempre he sentido harta presión, incluso desde mi primera película. Hacer películas es un dilema sobre resistir o enfrentar diversos tipos de presión todo el tiempo. Entonces, esta presión nueva sí tenía un sabor nuevo, pero tampoco desconocido. Es otra más, otra capa más, pero también trae consigo mayor libertad de elegir, de presupuestos, de poder acceder a otras posibilidades. Entonces, son presiones bienvenidas, buenos problemas. 

La historia de The Wonder me recordó, guardando las proporciones, a la del vidente de Peñablanca en plena dictadura –llevada al cine por Esteban Larraín en La pasión de Michelangelo (2013)–. Tú hablabas del choque entre sistemas de creencias y esas otras formas de manipulación, que ahora se dan mucho y bajo otros códigos en las redes, por ejemplo. ¿Cómo lo ves tú?

-Sí, ese es otro súper buen ejemplo de cómo se puede manipular a las masas. Con Twitter y las redes sociales, tú puedes afectar aquello en lo que otro cree. Todos sentimos que tenemos una partecita del relato que se construye con nuestras diversas opiniones y que estamos en una coescritura. Aquello en lo que tú crees, le das poder, y a quien tú le crees, también, y hoy en día en las redes sociales estamos todo el rato viendo vírgenes en el cielo; vírgenes políticas, ideológicas, religiosas, de clase, de raza, de género. Aún hay quienes necesitan ver vírgenes en el cielo para reanudar sus votos, formas en las nubes, milagros. Como monos fabuladores, no podemos evitarlo. En The Wonder, es una niña la que queda al centro de este choque de creencias pero a nadie le importa ella. Todos quieren usar su caso como agua para su propio molino. Estamos en un momento de la evolución humana en el que estamos cachando que hay que hacernos responsables de las historias que decidimos utilizar como vehículos para coexistir, y que creer por default en ideologías heredadas es una responsabilidad mayor. Todo aquel que cree en algo debería tener la obligación de pensarse desde afuera al menos una vez en la vida y volver a esas historias si es necesario, pero creer por default a estas alturas es inaceptable. 

Créditos: Daniel Mayrit

“Representa el trabajo más logrado hasta la fecha del chileno Sebastián Lelio (…) Pero será recordada, sobre todo, por la monumental interpretación de Florence Pugh”, escribió el crítico del sitio especializado The Hollywood Reporter Stephen Farber sobre El prodigio. “Florence Pugh está espectacular (…) es una de las películas más persuasivas y con más garra que he visto esta temporada”, dijo también Benjamin Lee en The Guardian

¿Cómo fue tu trabajo junto a Florence Pugh?, le pregunto a Lelio, quien vuelve a tomar asiento luego de rellenar su tazón de café.   

-Fue una gran cocreadora. Ella es muy joven, tiene 26 años, es una gran actriz y tiene una integridad genuina y una autoridad moral natural que se traspasó muy naturalmente al personaje. En una película donde el espectador tiene que hacer un viaje intelectual y enfrentar un dilema moral con ella, sus pensamientos se hacen palpables y eso es un testamento al talento de Florence. En medio de todos los relatos, religiosos y científicos en este caso, su personaje logra conectar lo único real, que es el dolor de la niña. Dicen que para identificar algo real en el salón de los espejos de los relatos en que vivimos hoy, hay que buscar el dolor, que es inenarrable, y Lib pasa del desafío intelectual al dilema moral al involucrarse como lo hace. Seguir de su lado y de Florence durante la película y asumir con ella las decisiones a veces no tan correctas que toma para resguardar a la niña, también es parte de su talento. Con una actriz menos dotada, se podría caer mucho más en la sospecha del juicio rápido en lugar del juicio concienzudo que logra con su interpretación. 

La crítica ha aplaudido las actuaciones que han brindado Paly García, Julianne Moore, Rachel Weisz y otras grandes actrices en tus películas. Hablan de un sello en tu trabajo como director, ¿lo sientes así?

-Lo que me pasa es que no ha sido programado. En 2011, cuando filmé Gloria, no dije ya: de ahora en adelante voy a hacer historias con narrativas femeninas y las voy a traer al centro, no. Fueron golpes de intuición dados a ciegas, y sobre todo siguiendo la emoción que esa intuición genera y la emoción de pensar que esas películas podían ser posibles. Mirando para atrás, obviamente, sobre todo los otros por supuesto dicen ‘oye, qué onda, por qué lo has hecho así’. Me cuesta responder a la pregunta porque la respuesta sincera es esa. Ha sido sobre todo una conexión intelectual con las peleas que dan estos personajes en los distintos géneros en los que me he metido. Son todos personajes que están en la tensión entre la libertad individual y el mandato comunitario. Yo conecto con eso, conecto con ellas, y me ha resultado. Yo siento más como un honor que estos guiones despierten el interés de actrices que quieran estar en ellos y, digamos, bailar el baile conmigo. Siempre me lo tomo como un honor. Quizás es una etapa. Nunca sé lo que voy a hacer en el futuro, me aferro a mi derecho a la fluidez de la exploración. 

Créditos: Daniel Mayrit

¿Dices entonces que no ha habido un plan en tu carrera?

-Así ha sido. Yo nunca pensé como un objetivo filmar en inglés, por ejemplo. Estaba demasiado lejano pero fue apareciendo como posibilidad, entre muchas otras, porque las películas fueron abriendo esas puertas. 

Un Chile en drogas

Llegó a Chile para el estallido, la pandemia lo retuvo aquí y se postergaron casi todos sus proyectos. Durante el encierro de casi dos años se dedicó más que nada a escribir, cuenta ahora Lelio, y a trabajar silenciosamente en lo que vendría inmediatamente después de salir del confinamiento. En su caso, ocurrió recién a fines de 2020, cuando logró partir a Inglaterra e Irlanda a filmar The Wonder con más de un año de retraso. Durante ese periodo de aislamiento dio poquísimas entrevistas en las que no se guardó opiniones: respaldó el trabajo de la Convención Constitucional, llamó a votar por Gabriel Boric y luego a aprobar el texto de nueva Constitución. Su análisis del país hoy es más escueto y llamativo. 

¿Con cuánta regularidad vienes a Chile?

–Depende de lo que esté pasando. El año pasado me la pasé principalmente entre Irlanda e Inglaterra, volviendo lo que más podía, pero ahora, como estoy en promoción, estoy viajando desde septiembre y seguiré en eso. Entonces, paso dos semanas afuera, una acá, así ha sido durante este último tiempo. 

Entre tantas idas y venidas, con una pata adentro, la otra afuera y todo lo que ha pasado en los últimos años, ¿qué imagen tienes de Chile ahora mismo?

Desde el estallido, fue como que el país estuvo en ayahuasca, con el covid se sumó un LSD y ahora estamos en el tussi. 

Quizás pasamos ya al bajón químico, ¿no?

-Claro, en la resaca, despertando en una cama extraña, como si no fuera la nuestra. 

-¿Fue productiva la pandemia para ti en términos creativos? 

-Sí, sobre todo avancé con las tres próximas películas. La primera es The Wonder y las otras dos que vienen son guiones que vengo trabajando desde hace cuatro años. Ese tiempo de la pandemia lo ocupé, cuando podía y no estaba loco viendo polvo en las esquinas y chocando con la ventana de mi pieza, en escribir harto, en pensar bien, en enriquecer esos guiones y en definir los próximos tres gestos. Uno ya lo di.

Otro de sus proyectos en carpeta es un nuevo largometraje musical que filmará en Chile.

“No me gusta hablar antes de hacer las películas; de las películas hay que hablar cuando están hechas. Sí te puedo contar que es un proyecto musical que es muy importante para mí, una nueva película chilena en ese género y que llevo ya algunos años escribiendo. Ahora, ¿cuándo la voy a hacer? No lo sé”, dice Lelio. 

Vuelve a levantarse para rellenar su tazón de café. 

Cortesía Netflix

“Sin concesiones, no hay cine”

A diferencia de varios de sus colegas cineastas, Sebastián Lelio no se resiste a hablar de la “industria” del cine chileno. Tampoco cree que TikTok y sus nuevas narrativas vayan a revolucionar ni a impactar, sino más bien convivir junto al formato tradicional del cine, y no le hace el quite a la –por estos días– reiterada pregunta acerca de las concesiones y negociaciones comerciales a las que ha tenido que acceder para que sus películas –“y desde la primera”, dice– hayan sido posibles.

Tenía poco más de 30 años y dos o tres egresado de la Escuela de Cine, cuando Lelio aterrizó y desromantizó la idea de estrenar su primera película a lo grande. Puso los pies en la tierra, tomó su cámara y filmó en tres días un guión de apenas doce páginas que se convirtió en su honesta y conmovedora ópera prima: La sagrada familia (2005). 

Premiada como la mejor película en el Festival de Cine de Toulouse, la historia transcurre en la casa de playa de una familia de arquitectos durante el feriado de semana santa. Marco, el protagonista (Néstor Cantillana), visita a sus padres (Sergio Hernández y Coca Guazzini) para presentarles a su nueva novia, Sofía (Paty López). La llegada de esta última quiebra todos los equilibrios, despierta oscuros instintos y desata un viaje con pequeñas dosis de MDMA y otras sustancias con un inesperado final en domingo de pascua de resurrección.  

17 años han pasado desde el estreno de La sagrada familia y, aun cuando está consciente de la ventaja con que corre respecto a casi cualquier otro colega suyo en la actualidad, Lelio sigue pensando que hacer películas en Chile es una verdadera odisea. 

“Es cierto que hoy existe mucho más industria de cine local que cuando yo empecé a filmar hace casi 20 años. En la maquinaria se involucran distintos saberes, entre la producción, las distintas fuentes de financiamiento, pensamiento y crítica, escuelas de cine. Todo eso hoy en día está mucho más desarrollado, pero siempre vamos a ser una industria pequeña porque somos un país pequeño, pero hay más oportunidades, vínculos, experiencia y generaciones activas”, opina Lelio. 

Eso no quiere decir que sea más fácil hacer películas en Chile, ¿o sí?

-No. Yo creo que hacer películas en Chile sigue siendo una odisea. Mi primera película, La sagrada familia, la hice porque encontraba que no podía seguir esperando para hacer una película grande y para estrenar en cine toda la vida. La filmé tres días y sin parar porque era la manera que encontré de solucionar un problema creativo pero también de producción. Además ya existían las cámaras digitales y era imposible e inexcusable decir que no querías filmar porque no había plata. Ahora estamos en eso todavía: se puede hacer una primera película con muy poco y eso es bueno, más “fácil”, en ese sentido. El problema, como decía Kubrick, no es filmar sino qué filmar. Y ahí, bueno, ese es un problema de cualquier cineasta con cualquier película. Uno sabe en qué se está metiendo.

¿Ves películas, el trabajo de tus colegas?

-Trato de ver lo que más puedo. 

¿Qué impresión tienes de la escena actual del cine chileno?

Yo creo que el cine chileno atraviesa por un momento de vitalidad que está vinculado con el proceso de transformación social que está sucediendo en el país. El otro gran momento colectivo de cine chileno que ha habido, y que además es uno que yo admiro mucho, es el Nuevo Cine Chileno, del 65 al 73 y que es un cine que tenía una identidad muy clara, una urgencia, una presencia de la calle. El Nuevo Cine Chileno fue Dogma antes que el Dogma, y tenía esa electricidad que también estaba en la sociedad. Hubo varias películas que estaban tocando los temas que después toda la sociedad se puso a hablar, como tanteando la temperatura de lo que venía e identificando las zonas más delicadas, de vacío, deudas de todo tipo. La vitalidad del momento actual, si bien me encantaría que fuese aún mayor, está inevitablemente conectada con el momento colectivo por el que estamos pasando. 

Con Una mujer fantástica se dio ese efecto y puso por primera vez la realidad de las personas trans al centro, en el cine y además produjo un impacto político con la promulgación de una Ley de Identidad de Género. ¿Trabajas también bajo esa lógica que mencionas y que aborda esas zonas de vacío en la sociedad?

-No. Así como la gente busca agua con palitos y por alguna razón que nadie más entiende, salvo ellos, dicen aquí, cabemos aquí, así es como uno busca las historias. Y seguramente tiembla la mano al intentar dar con el punto exacto donde está lo que tú llamas vacío, lo pendiente, la llaga, lo no narrado, lo que todavía no tiene nombre pero sabemos que está allí y hay que encarnarlo, nombrarlo, apuntarlo, iluminarlo. A mí me gusta pensar las películas y el cine, citando a Godard, como un pensamiento en forma de espectáculo. Y agregaría filosofía y política, también en forma de espectáculo. Las películas son unos animales complejos, son bichos que tienen hartas dimensiones y una de ellas es la política, pero no es la única. De hecho, si no hay esplendor estético, la dimensión política pierde fuerza, no tiene vehículo. Nosotros fuimos testigos no más de lo que pasó con Una mujer fantástica, perseguimos a la película y vimos cómo ayudó a reactivar la discusión en torno a la necesidad de la Ley de Identidad de Género, después con mucho orgullo vimos cómo eso devino en una ley imperfecta y perfectible pero que ahora está ahí. Cambió la narrativa colectiva en torno a la legitimidad de la existencia de las personas trans, se expandió el relato, y yo te digo: honestamente lo miraba todo agarrándome la cabeza, diciendo: qué increíble. 

Se está hablando bastante de cómo las nuevas narrativas que trajo TikTok podrían modificar el cine que se haga en el futuro. ¿Tú qué piensas al respecto?

Cuánto de lo que está pasando en TikTok, en las redes y con esas nuevas sinapsis que están ocurriendo va a traspasarse a los formatos audiovisuales, está por verse. Yo creo que el formato del cine, de 90 minutos a dos horas, sigue siendo un formato que va a seguir estando en su lugar. No va a caducar sino que va a existir junto a las nuevas formas de expresión audiovisual. Hay algo bastante sabio en ese formato. El cine está muriendo desde que nació, ha estado siempre agonizando y en amenaza por algo, y siempre ha habido gente rasgando vestiduras con que ahora sí que se murió el cine. 

Bueno, con Netflix también moría. 

-Exacto, los streamers son los últimos asesinos del cine, y mira el bien que le han hecho. Más allá del formato de producción y de las formas de distribución y exhibición, el cine es por sobre todo un lenguaje, que va a seguir modificándose en la medida en que la tecnología vaya avanzando. Está sucediendo en todas las áreas del conocimiento: la tecnología va mucho más rápido que nosotros y estamos tratando de seguirle el ritmo a los avances tecnológicos que son casi insolentemente más rápidos, inteligentes y audaces que nosotros, que somos los que supuestamente los controlamos. Yo estoy convencido de que el cine no va a morir y encuentro que rasgar vestiduras con eso es un poco exagerado. Solo quizás si muriera la tecnología, el cine también moriría, pero la tecnología está ferozmente viva y dominante. 

El Zoom se acaba, le digo a Lelio, está a punto de expulsarnos. Él aprovecha para lanzar un último descargo: “Lo divertido, ahora que queda 1 minuto, es que me preguntan si he tenido que hacer muchas concesiones ahora que filmo en inglés. Y yo digo: siempre he tenido que hacer concesiones”. 

¿Como cuáles?

-Es siempre tensa la relación entre el arte y el mercado, pero siempre hay una negociación que es posible. Si no hay concesiones, no hay cine, porque las películas existen entre lo posible y lo soñado. Yo prefiero que haya una película posible, con todas las tensiones y lo bastardo que implica hacer cine, y que de ahí salten unas chispas que valga la pena que queden registradas”.

Cortesía Netflix

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