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Opinión

21 de Octubre de 2023

Columna de cine de Cristián Briones | Los asesinos de la Luna: La gran epopeya americana

Scorsese Apple

Esta semana se estrenó en cines chilenos "Los asesinos de la luna", la nueva película de Martin Scorsese con Leonardo DiCaprio y Robert de Niro. En su columna, Cristián Briones ("Fílmico") dice que "no es del orgullo de una nación de lo que Scorsese podía hablar. Es de la vergüenza jamás asumida de la otra". Luego añade: "No es un acto culposo. No es cinismo. Es una constatación pétrea de los hechos. Una verdad que quizás no estamos dispuestos a aceptar, pero ha estado ahí desde siempre".

Por Cristián Briones

Hace ya cuatro largos años, Martin Scorsese hizo una declaración sobre la industria actual del cine que remeció bastante a los aficionados. Dividió aguas entre quienes consideraron un insulto decir que consumimos productos que se exhiben en una gran pantalla, pero que no representaban el arte mismo del cine y aquellos que lo asumían como una realidad cada vez más indesmentible. Lo que en perspectiva resulta al menos curioso, ya que es una frase clásica hollywoodense que se atribuye a John Ford: “El cine es una industria que, de vez en cuando, produce obras de arte”.

Scorsese dijo una verdad que quizás no estamos dispuestos a aceptar, pero ha estado ahí desde siempre. Pero su afirmación terminó teniendo un efecto aún más inesperado. Fue una profecía encima de la hora. Lo que estamos presenciando en las salas de cine estos últimos años, es la cada vez más contundente alza de la parte “industria” de la ecuación y viendo el ocaso de su “arte”. Pero aparentemente, en gente como Ridley Scott, Michael Mann o el mismo Scorsese, la decisión no es extinguirse, sino despedirse con la frente en alto, viendo arder los barcos.

Scorsese hizo aquel comentario en el marco de la promoción de ‘The irishman‘ (El irlandés). Ya fuera del sistema de estudios, el neoyorquino había encontrado hogar en una plataforma de streaming que le financió otra de sus miradas sobre el sueño americano. Esta vez, alrededor de Jimmy Hoffa, y que, como casi siempre le ocurre al cineasta, se confundió con una película de gángsters. Esta se vuelve una salvedad necesaria, porque el director de Taxi driver suele ser clasificado como alguien que insufla vida fílmica a criminales, cuando siempre ha sido una mucho más amplia mirada a la gran historia norteamericana del siglo XX.

Una muy buena teoría al respecto establece la conexión entre Jake LaMotta, Henry Hill y Jordan Belfort. Los tres personajes ascienden en sus entornos, cumpliendo con las exigencias “para soñar el sueño”, ser buenos en sus trabajos: Boxeador, gángster y especulador financiero. Y los tres tienen su caída cuando el sistema les quita el piso prometido y les cambia las reglas con las cuales el mismo sistema ha llegado a existir. Y los destierra. Lo mismo sucede con Frank Sheeran en ‘The irishman‘. Cumple con todo lo que “América” le pidió: fue soldado y mató por ellos. Y luego fue un guardián del poder en la sombra y mató por ellos. Y terminó exiliado y abandonado en un asilo, porque ya no les servía. Su existencia era una nota al pie de página. En ese sentido, ‘The irishman‘ es enorme, porque Scorsese decidió desgarrar el mito de Estados Unidos sin miramiento alguno. Y no sé si esperábamos que volviera a hacerlo.

Killers of the flower moon (Los asesinos de la luna), a nivel puramente cinematográfico, es difícil de celebrar. No tenemos ya términos para ello. Hemos manoseado y desperdiciado tanto los elogios en productos, que, parafraseando a Ethan Hawke: “Si este (blockbuster de excelente factura) es una obra de arte, ¿entonces qué es esto?”, que no quedan alabanzas para usar. Pero no debe evitarse intentarlo: la nueva película de Scorsese es una prensa que el autor va apretando con la pasividad de un artista que sabe que la estatua que está esculpiendo será un monumento, pero cada cincelada debe ser precisa. No hay pieza alguna de esta película que no esté donde debe estar. Cada centavo de los 200 millones de dólares que Apple financia lucen como en los tiempos de las épicas hollywoodenses.

El montaje a cargo de Thelma Schoonmaker es de una elegancia avasalladora. Que secuencias completas sólo lleguen a tener significado por la exactitud con que fueron puestas en la pantalla, con una narración en off que pesa en el momento justo cuando debe hacerlo, es un caso a la altura de una exposición académica. La fotografía de Rodrigo Prieto para Los asesinos de la luna es de una belleza que raya en la crueldad y se acomoda de forma exulta al tono total de la obra. Lo del fallecido Robbie Robertson en la banda sonora marca el compás narrativo, no con la maquinación del tictac de un reloj para acelerar tus pulsaciones, sino metiéndose bajo tu piel al mismo paso primario e inexorable de la película y es, quizás, el aspecto que mejor define lo que Scorsese está relatando. Si quieren escoger un solo ejemplo de cómo todo esto funciona en su conjunto: “El suicidio en vestido blanco. Sin investigación”.

Y luego está el reparto de Los asesinos de la luna. Uno que funciona como engranajes intrincados, dando exactamente lo que hubiéramos esperado de ellos, pero condimentados para que sea algo mucho más grandioso y siniestro. Robert De Niro, en un personaje que Scorsese explota de la mejor manera posible. La maldad, sin dudas, pero con la sutileza y encanto suficiente para confundirnos. Y Lily Gladstone haciendo carne viva en la pantalla el dolor de un pueblo envenenado, asaltado y destruido por quienes habían jurado protegerles. Es, lejos, el personaje más intrincado e inabordable de la película. Es muy probable que Scorsese eludiera conectarla con la audiencia, en aras de que el personaje que te sedujera fuera otro: Ernest Burkhart.

Scorsese se vale de un Leonardo DiCaprio en un nivel soberbio y plagado de complejidades en su interpretación de un hombre llano y simple, que a veces hasta raya en el patetismo. Un flamante mascarón de proa para hacerte pensar que estás viendo un héroe y luego que en algún momento lo verás, para finalmente darte cuenta que nunca será así. Porque nunca fue un héroe. Es el primer paso a decirte que tampoco lo somos nosotros.

Porque en Los asesinos de la luna, Scorsese no toma el punto de vista de aquellos agraviados. No cuenta la historia de un exterminio indígena. No es la historia de las víctimas. No es la historia de los asesinatos cometidos en la adinerada comunidad Osage hace casi un siglo. Está contando la historia de los asesinos. De los ladrones. De los avaros que arrasan con todo para quedarse con las ganancias. Esos son nuestros protagonistas. Esos son nuestros héroes. Está contando esa historia. La historia de EE.UU. de toda América. De los internados de la Iglesia Católica en Canadá. La del genocidio maya en Guatemala. De la pacificación de La Araucanía. De las esterilizaciones forzosas en Perú. Del exterminio del búfalo. El Wall Street negro de Tulsa.

No es del orgullo de una nación de lo que Scorsese podía hablar. Es de la vergüenza jamás asumida de la otra. Y lo hizo haciendo una torsión implacable del relato. Nos hace sentir de parte del protagonista, para luego ir cortando los respaldos de la butaca en la que estábamos cómodos. Jesse Plemons no está ahí para resolver los crímenes y salvar la situación. John Lithgow no tiene un discurso emocionante y grandilocuente que remata con los textos finales mostrando las condenas de los criminales. No es el proceso de culpa y redención. No hay vuelta atrás. No hay salvador blanco en esta película. El cierre es el travestismo del sistema hecho espectáculo.

Y en un mundo en que es resentimiento o discriminación decir a los privilegiados que efectivamente lo son, en que se validan en el debate público aberraciones intelectuales como “clasismo inverso” o “inclusión forzada”, lo de Martin Scorsese a sus 80 años es un atrevimiento de un nivel mayor. Se para en la pantalla para decírtelo con todas sus letras: “Esto es lo que somos”. No es un acto culposo. No es cinismo. Es una constatación pétrea de los hechos. Una verdad que quizás no estamos dispuestos a aceptar, pero ha estado ahí desde siempre. Esta es su historia. Esta es mi historia. Esta es tu historia. Es nuestra épica. La gran epopeya americana: escuetos e incontables obituarios sin mención alguna a los crímenes perpetrados. La historia de Los asesinos de la luna.

“¿Puedes encontrar a los lobos en esta ilustración?”.

*Cristián Briones, comentarista de cine y TV, dueño de la Tienda Fílmico.

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