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Entrevistas

21 de Octubre de 2023

Patricia Rivadeneira: “A todos los hombres que no tienen remedio habría que ponerlos en un campo de reeducación”

Patricia Rivadeneira Fotos: Felipe Figueroa

La actriz protagoniza "A los pies del árbol", en el GAM, intervención teatral que se sumerge en el pensamiento del biólogo Humberto Maturana. Una reflexión a partir de su teoría de la autopoiesis y el acto de crearse a uno mismo, proceso que la propia intérprete, gestora y ex–agregada cultural en Italia enfrentó al reinventar su carrera tras más de una década fuera de Chile. A sus 59 años, la musa del underground de los 80 repasa los costos de sus rebeldes inicios, su visión del feminismo y la discriminación a las mujeres maduras en la industria. Su siguiente revolución será la de las viejas, dice, y además cuestiona la gestión del gobierno en cultura: “Es curioso que no haya más agregados culturales y tanto agregado tecnológico con postítulo en universidades de países colonizadores”.

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Esta entrevista tenía otro inicio. Partía con Patricia Rivadeneira sentada en un café a cuadras de su casa, en la comuna de Providencia, hablando de su más reciente regreso al escenario. Sin embargo, un incómodo episodio ocurrido durante el mismo encuentro alteró este relato a último minuto y a petición suya. Mientras posaba para las fotografías que acompañan este artículo, se le acercó un hombre mayor y desconocido. Ella lo saludó amablemente y él respondió a balbuceos: “Vuelva a sacar así mismo la lengua, mijita”.

“No me di cuenta en el momento, o tal vez no quise hacerlo”, reflexiona horas más tarde la actriz en un audio de WhatsApp.

“Me gustaría que lo incluyas en la nota, porque constata la normalización de ese tipo de abuso de una cierta generación de hombres que no tienen remedio, y cómo las mujeres de mi edad tuvieron que luchar por cada pequeño espacio de dignidad y de independencia. A todos los hombres que no tienen remedio habría que ponerlos en un campo de reeducación”, agrega.

La violencia del patriarcado contra las mujeres ha cruzado la trayectoria artística de la intérprete de 59 años desde sus inicios, y hasta ahora: fue lo que la condujo nuevamente a los escenarios después de la pandemia, en julio recién pasado, cuando estrenó en el Nescafé de las Artes Imposible violar a esta mujer llena de vicios, bajo la dirección de Soledad Gaspar. El montaje formaba parte de una producción del Teatro Nacional Cervantes de Argentina compuesta por cuatro obras basadas en la Teoría King Kong, título clave del feminismo contemporáneo de la autora francesa Virginie Despentes.

Por estos días, Patricia Rivadeneira reaparece en una breve aunque contundente escena gore en El Conde, de Pablo Larraín, y además protagoniza A los pies del árbol, intervención teatral dirigida por Manuela Oyarzún que hasta este domingo 22 se presenta en el GAM con funciones agotadas.

Creada a partir de fragmentos del libro El árbol del conocimiento: las bases biológicas del entendimiento humano (1984) –el célebre ensayo del biólogo y Premio Nacional de Ciencias 1994, Humberto Maturana, y su discípulo, el también científico y filósofo Francisco Varela– la puesta se adentra en el pensamiento crítico del primero de los dos y plantea una reflexión en torno a su teoría de la autopoiesis, que define a los seres vivos como sistemas autopoiéticos moleculares, sistemas cerrados y autónomos en continua producción de sí mismos. Dicha producción es la que para Maturana constituye el vivir.

Bajo esa premisa, el montaje protagonizado por Patricia Rivadeneira se despliega complejo y experimental, con un dispositivo escénico cruzado por tubos led que se iluminan, entrelazados, como la mente de un genio. Acompañada en escena de un músico, un iluminador y técnico, además de su propia directora, la actriz cita el libro, se hace preguntas e interpela al público sobre “el acto de construirse a sí mismo”.

Patricia Rivadeneira en la obra “A los pies del árbol”. Foto: Daniel Corvillón

A ratos es ella misma, leyendo con pudor e ironía el titular en portada de una entrevista que le hicieron años atrás en una desaparecida revista de papel cuché, y que aparece junto a un reportaje sobre la “vida espiritual de Manuel Contreras en Punta Peuco”. En otros, encarna al mismísimo Humberto Maturana, a quien, cuenta, no conoció personalmente sino a través de relatos de terceros y de su obra, que a la vez es la principal puerta de acceso a la obra.

A Patricia Rivadeneira le pareció desafiante volver a trabajar a partir de un ensayo, cuenta, pero hubo además una fotografía que terminó por encantarla y comprometerla con el proyecto. La imagen es de 1984 y en ella aparecen la fisióloga y psiquiatra Lola Hoffmann a sus 80 años, cuatro antes de su muerte, junto a Humberto Maturana, Francisco Varela y Claudio Naranjo. Este último “fue mi profesor, mi guía y mi psiquiatra”, cuenta la actriz: “Maturana les está leyendo un discurso que le han encargado y ella aparece como la matriarca de ese grupo de hombres y seres iluminados. Me pareció alucinante”.

“Es un tema que me ha apasionado desde siempre, más allá de la contingencia reciente. Lo que está pasando en Medio Oriente y en Ucrania constatan que la conflictualidad entre los seres humanos y en la política continúa siendo devastadora. Y que una obra como esta se llene en el GAM, quiere decir que hay espacios para estas mentes brillantes que intentan hacernos razonar. Todos esos satélites y soles de esa generación, Jodorowsky y Rolando Toro, son una bomba y representan, además, un contrapunto y una respuesta a un momento terrible en Chile, como fue la dictadura. Que haya habido personas estudiando la conciencia y la mente en ese momento me parece un acto de rebeldía absoluta”. 

–Pretendían generar una revolución de conciencia.

–Absolutamente. Desde su ineludible erudición y saber apegado a la ciencia, Maturana empieza también a comprender no solo la naturaleza de la mente sino la de la conciencia del ser vivo. Como él dice: podemos ser cualquier clase de personas según nuestro vivir y la historia de nuestro vivir. En la obra, él dice: “Puedo ser un torturador o puedo ser justo. Y lo único que me permitirá el vivir o no ser lo que no quiero ser, es saber que puedo decidir”. Ser y hacer, esa es la cuestión.

Maturana habla mucho también de la democracia y de los puntos que tienen que darse para que pueda ocurrir desarrollarse plenamente. Esos puntos claramente no se están dando. Estamos todavía atrapados en una lucha de egos sin cuarteles y de quién tiene la razón. O, peor aún, de los que quieren la silla del poder. La eterna lucha de los poderes fácticos. Aun así, creo que hoy hay más acceso a saberes y conocimientos que no están sujetos o controlados por esos poderes fácticos, y que permiten generar esa revolución de conciencia en las generaciones que vienen.

Concebida como una instalación para ser expuesta en espacios públicos, A los pies del árbol tuvo su primer vistazo a fines del año pasado, en una lectura dramatizada en las Ruinas de Huanchaca en el marco del Festival Puerto de Ideas. Llevada ahora al escenario, enfatiza su carácter pedagógico e incorpora una serie de códigos QR que amplían la información sobre la vida y obra de Maturana. Rivadeneira recalca la necesidad de que la obra circule en regiones.

“Para nosotros, la obra tiene un interés país y queremos que crezca. Y va más allá de la figura de Maturana, es el pensamiento que trasciende a la persona. Hemos construido este espectáculo con un foco de formación para que los jóvenes y los no tan jóvenes lo conozcan a través de su pensamiento crítico. La obra tiene distintas capas de lectura, y tanto alguien completamente ajeno a la ciencia, como alguien más cercano y erudito, pueden comprender y asimilar aspectos de distinta forma”, comenta.

La invitación es a vivir una experiencia escénica, no a querer entender todo. Está pensado como un juego de dudas, y cuando tú dudas siempre hay una hipótesis y otra parte que la contradice, como en la ciencia. La obra es experimental, porque la ciencia es experimental. Pero, si van a imponer verdades y creencias, se pierde la posibilidad de decidir y que los espectadores puedan confiar o no en su propia intuición”.

–En los últimos años, pasó de interpretar a Inés de Suárez en Xuárez (2015) a Virginie Despentes y ahora a Maturana. ¿Qué temas la atraviesan hoy?

–Creo que son siempre los mismos. Virginie Despentes, de alguna manera, es otra Suárez; ambas son personas que a través de sus propias experiencias de vida logran instalarse con propiedad y con una manera de rebeldía y de no seguir lo establecido. Todos ellos se atrevieron a correr el cerco. Eso lo hace también Maturana, que está lejos de ser un científico convencional. Él logra llevar las ciencias biológicas a lo social, y eso debe haberle costado muchas críticas de parte de cierta comunidad científica. Entonces, y respondiendo a tu pregunta: como actriz me interesa ponerme en la cabeza de otros para pensar y entender a los demás y al entorno desde otras ópticas, que es como se define la democracia.

Actos de rebeldía

“Correr el cerco”, expresión que Patricia Rivadeneira repetirá varias veces durante esta entrevista, ha sido su gran leitmotiv en casi 40 años de carrera. Su primera protesta fue contra su propio origen: venida de una familia conservadora, vinculada políticamente a Renovación Nacional y la Democracia Cristiana, y educada en colegios de monjas inglesas y ursulinas, Patricia Rivadeneira se desmarcó tempranamente y tomó su propio rumbo. No estudió secretariado como decía el mandato, sino teatro en la academia de Fernando González, aunque tampoco terminó la carrera. Su formación, dice tajantemente, “es ecléctica y de la calle”.

La actriz se rodeó de toda la escena contracultural de los 80, en los descuentos de la dictadura; esa que transcurrió entre El Trolley y las antiguas bodegas de Matucana 100, y de la que surgieron creadores fundamentales como Andrés Pérez, Ramón Griffero, Vicente Ruiz y otros. Con apenas 18 años, en 1986 fundó el colectivo Cleopatras junto a Cecilia Aguayo, Jacqueline Fresard y Tahia Gómez. Permanecieron juntas hasta 1990, en medio de una escena mayoritariamente masculina; exploraron la performance y la música –incluida la colaboración con Los Prisioneros en la letra de la mítica Corazones rojos (1990)–, abogaron por los derechos de las mujeres y los pueblos originarios, y denunciaron la violencia sistémica de los hombres cuando en Chile no se hablaba de feminismo ni patriarcado.

Años después, Patricia Rivadeneira se convirtió en dupla artística del destacado bailarín y performer Vicente Ruiz, amigo íntimo suyo hasta hoy. La actriz fue también una de las productoras de A tiempo real, el documental de Matías Cardone centrado en la figura del coreógrafo y performer que fue estrenado el año pasado. El registro vuelve a uno de los episodios cruciales en la vida de ambos: el 27 de febrero de 1992, la intérprete protagonizó la bullada performance Por la cruz y la bandera, en el Museo Nacional de Bellas Artes, en la que apareció crucificada, desnuda y envuelta en la bandera chilena. Fue el primer “gran escándalo” de ambos. Rivadeneira fue bautizada la “musa del underground”.

El año pasado, el Bellas Artes volvió a acoger y a exhibir dicha acción a 30 años de su estreno, en una muestra que a la vez tuvo el carácter de un acto reparatorio con la obra, sus creadores y la propia historia del museo.

“Esa performance seguía siendo una anécdota marginal y chistosa de gente loca. El museo la escondió debajo de la alfombra durante años”, comenta hoy la actriz.

“Fue súper importante para nosotros, y lo es también para esa institución, que esa obra se situara en un canon; para que se analice, se respete y se considere a futuro. Todo en esa época era muy efímero y ninguno de nosotros provenía de la academia, como el grupo CADA –el Colectivo de Acciones de Arte que integraron, entre otros, Raúl Zurita, Diamela Eltit y Lotty Rosenfeld–; ellos entendían muy bien lo que estaban haciendo, nosotros éramos más experimentales y arrojados, sin tanta noción de registro ni futuro siquiera. No teníamos afán de permanecer ni queríamos estar en la academia”.

–30 años después, ¿qué sigue siendo lo más transgresor en esa performance: el desnudo, la bandera o la cruz?

–No lo sé. Pienso que la cruz, aunque la bandera siempre genera lo suyo. Y más ahora.

–¿Echa de menos ese arrojo que movía a la escena y a los artistas de esa época?

–No echo de menos nunca, soy para nada nostálgica. Tengo montones de amigos ya más viejos que viven en eso, que es algo que le va pasando a los viejos. Yo me aburro y hasta encuentro latero pensar que tu mejor momento fue cuando tenías 19 años o 20 años. Cuando estrené la obra sobre Humberto Maturana me sentí en mi mejor momento. Y sintiendo, creo, el mismo arrojo. No siempre viví con los pies en el presente, pero ahora sí. O sea, me miro al espejo y digo: ser vieja es como convertirse en monstruo (ríe). Ya voy a cumplir 60 años.

Volviendo a lo que decía: no tengo nostalgia de esa escena. La encuentro más bien interesante. Si hay algo que aprendí mucho en Europa, porque lo hacen tanto–tanto–tanto que llega a ser agobiador, es que ellos sostienen su historia y homenajean a sus artistas y creadores. Nosotros somos un país de terremotos que no acumula la sabiduría y que se construye sobre dunas de arena. Se remueven capas todo el tiempo, impermanencia total.

El episodio del Bellas Artes tuvo costos personales y profesionales para la actriz: fue despedida del área dramática de Canal 13, donde hizo su debut televisivo, en producciones como Secreto de familia (1986), La intrusa (1989) y Acércate más (1990).

“Yo, muy tempranamente, critiqué a la Iglesia Católica, y tenía razón, al parecer, pero en ese momento me costó caro. Perdí la pega en el canal y estuve alejada de mi familia durante años”, recuerda Patricia Rivadeneira.

–¿Logró reconciliarse con ellos?

–Con los años, sí. Todo ese mundo cambió, partiendo por mi madre. Me alejé de casi todos, menos de ella. Hoy mi familia, mis sobrinos y todos son mucho más parecidos a mí de lo que pudieron haber sido antes. Hay artistas entre ellos, incluso, son definitivamente más progres (ríe) y tenemos otros temas y puntos de encuentro. De chica yo era la cabra loca, la cabra porfiada. Después, supongo que comprendieron que yo era así nomás”.

–¿Así cómo?

–Incómoda, supongo.

Política y reinvención de Patricia Rivadeneira

Su carrera tuvo un segundo tiempo a contar de su salida de Canal 13. A los dos años, Patricia Rivadeneria fue fichada por el área dramática de TVN, donde participó en exitosas teleseries como Trampas y caretas (1992), Estúpido Cupido (1995), Sucupira (1996) y Aquelarre (1999). En paralelo, saltó a la pantalla grande en filmes claves de la época, como Caluga o menta (1990) y El chacotero sentimental (1998). Incursionó además en política y la actividad sindical: fue vicepresidenta de Chileactores y en 2001 el exPresidente Ricardo Lagos la designó agregada cultural en Italia, cargo que ocupó hasta el 2006.

Le tocó estar al frente de la participación de Chile en diversos festivales de arte, fotografía y teatro, de una muestra de artistas emergentes de ambos países y de la dirección de la conmemoración del centenario de Pablo Neruda en 2004, entre varias otras iniciativas.

Uno de los grandes hitos de su gestión fue el primer pabellón de Chile en la 49ª Bienal de Venecia –con la obra About Cage, de Juan Downey–, que días atrás estuvo al centro de la polémica tras la renuncia del artista Patrick Hamilton y de la destacada dupla de realizadores audiovisuales compuesta por Cristóbal León y Joaquín Cociña. Las razones apuntan a que el Ministerio de las Culturas no pagó el arriendo del pabellón ni realizó las gestiones a tiempo. Hecho similar a lo sucedido con la Feria del Libro de Frankfurt, en junio pasado.

“Aceptar el cargo de agregada fue para mí una decisión enorme y que cambió mi vida para siempre, por varias razones. Iban a ser cuatro o seis años, terminaron siendo trece o catorce. Para mí, ese periodo fue como ir por primera vez a la universidad. Yo no tenía esa formación. Había hecho performance, era una productora eficiente, muy trabajadora, pero claro, estar en un lugar así te obliga y te ayuda a estudiar desde la cuna de Occidente. Fue un tremendo desafío”, recuerda ahora la actriz.

“No todos los embajadores trabajan igual, hay algunos que no hacen nada, y pasa lo mismo con los agregados culturales. Me fui con muchos propósitos. De partida, ni siquiera decía que era actriz, porque no es la tónica en general del cargo, que, históricamente, se suponía que eran embajadores de la cultura; personas importantes, notables y que iban con su portafolio y su maestría a desarrollar nuevas redes. Como no eran cargos con recursos, no iban a generar proyectos de gestión sino a estrechar nuevos lazos. O sea, Raúl Zurita estuvo antes que yo en Italia y lo que se buscaba era que escribiera el mejor libro estando ahí y relacionarse con la élite cultural de allá”.

–¿Cómo recuerda ese periodo en el plano más personal?

–Yo estaba en otra, quería hacer otras cosas y, además, tenía una depresión muy fuerte. Tomaba terapia y pastillas. Fue la época en la que Claudio Naranjo me sostuvo. Lo que hice fue ponerme al servicio del cargo, como una manera de conocer y de estudiar, como te decía. Aprendí otras cosas, de arte contemporánea, arquitectura, literatura… Trabajé mucho con áreas muy distintas y tampoco me focalicé en lo mío, curiosamente.

Terminado su periodo en la agregaduría, Patricia Rivadeneira asumió como Directora Cultural del Instituto Ítalo Latinoamericano en Roma, entre 2007 y 2011. Volvió a Chile en 2013 casada con un artista italiano y con su hijo Adriano, hoy de 35 años. Se había borrado completamente del mapa y la intérprete supo que tendría que reinventarse: explotó su veta de productora teatral, con títulos que ella misma protagonizó, como La contadora de películas (2014) y Xuárez (2015), y años más tarde fundó Escenix, plataforma de streaming que almacena un catálogo de obras recientes del teatro chileno filmadas a cuatro cámaras.

Más recientemente, Patricia Rivadeneira se sumó a exitosas nocturnas como Vuelve temprano (2015), Perdona nuestros pecados (2017)y Demente (2021). En esta última interpretó a Flavia Betancourt, pareja en la ficción Javiera Cáceres, personaje interpretado por Ingrid Cruz. Gracias a este último rol, experimentó algo que nunca antes: ahora tiene una comunidad de fans LGBTIQA+ de todas partes del mundo dedicada a Flavia y Javiera, que le envían cientos de mensajes por las redes y hasta regalos a la puerta de su casa.

–¿Siente que sacrificó su carrera cuando se fue a Italia?

–Lo siento ahora, aunque no en ese momento. Pero bueno, yo estaba en otra cosa y uno toma decisiones en la vida todo el tiempo. Nunca sabes qué te va a deparar el destino. Indudablemente, me perdí de varias cosas acá. Afortunadamente, y estoy muy agradecida de eso, hubo gente que rápidamente me dio trabajo cuando volví.

-¿Se involucraría nuevamente en política de esa forma, a tiempo completo?

-Apoyé la campaña de Lagos y apoyé también la de Boric hace poco. La diferencia es que en esos años yo sí quería tener un cargo público, ahora no me veo mucho ahí. A veces lo pienso, no creas que no, pero quizás me gustaría aportar y asesorar al Ministerio de las Culturas en política exterior o relaciones institucionales, asuntos de este tipo, que aprendí súper bien en mi periodo en Italia. Me gustaría no tener que sacrificar mi principal capital, que es mi carrera como actriz.

A Patricia Rivadeneira no deja de llamarle la atención el escaso número de agregados culturales en el actual gobierno. El Presidente Boric solo designó al actor Alejandro Goic en Buenos Aires, junto a tres agregados en Tecnología, otros tres en Inversión, dos en Derechos Humanos y uno en Cooperación.

“Parece que a nadie le llama la atención ese hecho, y es curioso, pues devela que no hay una política cultural que requiera agregados ni interés en crear redes que son primordiales en el ámbito de la cultura. Es insólito que nadie haya salido a decir por qué, así como es curioso que no haya más agregados culturales y tanto agregado tecnológico con postítulo en universidades de países colonizadores. Supuestamente, ese no era el discurso. Los agregados culturales son quienes van narrando el país que somos, y al parecer ese relato ha dejado de ser relevante o necesario para algunos, lo que me llama profundamente la atención”.

–¿Falta un Estado más presente en ese sentido?

–Un Estado, sí, pero también un sector de esta sociedad que dice estar interesada en la cultura. Pero, cuando tú ves que la gran sala del GAM está botada hace seis años y que al parecer va a seguir ahí, ves el verdadero interés que hay. En Chile no hay ricos interesados en cultura; si no, ¿dónde está la catedral cultural que dejó Piñera? No existe. ¿Dónde está el Centro de Arte Contemporáneo de Cerrillos? Tirado. ¿El MAC? Cayéndose a pedazos. Eso es lo que hacemos los chilenos: tiramos lo que no nos importa.

“Cuando a Cristina Fernández le preguntan: ¿cómo, si no hay un peso, ustedes van a construir el Centro Cultural Kirchner? Y ella dice: porque si el Estado no lo hace, no lo va a hacer nadie. Justamente, cuando más se necesita cultura es cuando hay más problemas, y no al revés. Pero, como nosotros tenemos nuestra formación de Chicago Boys, a los artistas nos exigen el excel del 300%. Esa es una sola mirada, pero no la única ni la más óptima, ¡menos en cultura! Es cosa de ver Notre Dame, la Torre Eiffel y otros lugares que tanto les gusta visitar a esa gente. ¿Creerán que todo eso se levantó con el excel del 300% y del tonto más tonto? ¡En cultura es a pérdida siempre! Obviamente, no es un negocio rentable para ellos”.

Días antes del plebiscito de salida de la propuesta constitucional anterior, Rivadeneira salió en defensa de colegas y rostros televisivos que estaban siendo duramente criticados en redes sociales por apoyar la opción del Apruebo. “Aún tengo la camiseta del ‘Yo soy del 38%’. No me la pongo, duermo con ella”, revela hoy la actriz entre risas.

“Durante esa época, una vieja huevona me insultó en una rotisería de por aquí. Y no fue la única”, cuenta.

“Negarle la libertad de expresión y de opinión a otros es algo que no se puede hacer. Ellos no estaban matando a nadie ni atacando a nadie ni incumpliendo la ley. Tampoco eran secuaces de Manuel Contreras, solo estaban ejerciendo su derecho. Pasa que estamos abducidos por nuestros teléfonos. Son esas nuevas formas de abducción, como dice Byung-Chul Han, y contamos cualquier tontera de nosotros mismos para vender. En eso hemos caído bajo. Se puso muy procaz el panorama y ahora estamos expuestos a todo, incluso a que te griten viejas huevonas en la rotisería”.

El presente y el más allá

Desde hace años, Patricia Rivadeneira tiene en mente la historia de una serie. “Una comedia lacaniana sobre una viuda que pierde a su marido a la que después se le empieza a aparecer”, cuenta. Lleva un tiempo desarrollando el guión con una amiga, y es solo uno de sus proyectos en carpeta: también pretende producir una versión local y para las tablas de la Teoría King Kong, de Despentes.

Tiempo atrás, la actriz recibió una copia del libro La revolución de las viejas, de la política y escritora feminista argentina Gabriela Cerruti. El título dio origen a un movimiento de mujeres maduras en Argentina en torno al dilema de la longevidad extendida. “¿Cuál es la vida que podemos tener a partir de los 60?”, se pregunta su autora. Tiempo después, la agrupación la sondeó para una campaña para hablar del envejecimiento de mujeres con una ONG. “No califiqué, porque aún no estoy tan vieja”, recuerda la actriz.

La obra de Patricia Rivadeneira en el GAM tiene entradas agotadas. Foto: Daniel Corvillón

Este mismo año, Patricia Rivadeneira sorprendió al convertirse, a sus 59, en rostro publicitario de una conocida multitienda. La musa del underground ochentero llegaba al retail. Fue modelo de joven, cuenta, pero tardó y le costó decidirse a dar este nuevo paso.

“Está tan precarizado nuestro trabajo, que tuve que abrir mi portafolio a todo lo que pueda pagar el pan de cada día”.

–Usted ha dicho que lo que más le ha costado deconstruir de sí misma es la vanidad.

–Y aún. La seducción es una de mis características esenciales de mi carácter, de acuerdo al estudio que yo hago de la psicología. Todos seducimos, pero hay algunos que lo tienen más desarrollado. Uno siempre va a ser vanidoso, aunque mucho menos que antes.

–¿Es más inclusiva la industria con las mujeres mayores hoy?

–Creo que aún las excluye, y no solo aquí, eso es un hecho. Pero, claro, ahora hay pretenders, está la pretensión de incluirnos y de que nos quieren aceptar, pero es hasta por ahí. A las mujeres se nos sigue enrostrando el envejecer, y mi respuesta ha sido volverme cada vez más independiente del ojo de la industria que se mueve y lo mira con ese prejuicio.

“La revolución de las viejas es un tema que definitivamente me importa, y quiero que sea mi siguiente revolución por esa razón. Debemos enfrentarnos como sociedad a ese alargamiento de la vida, que constantemente evadimos. Los hombres no quieren hablar de su andropausia ni de sus problemas de próstata, así como las mujeres no quieren hablar, aunque hoy un poco más, de la menopausia y de cómo es envejecer, que es muy propio de la vida. Yo ni siquiera puedo jubilarme, porque no tengo previsión, y la sociedad dice que retirarse es irse a morir. El punto es que ya no nos morimos, y que alguien de 70 está como tuna, aunque puede, y es lo más probable, que económicamente no lo esté. El planeta entero está con este problema y nadie se ha atrevido a ponerle el cascabel al gato”, opina.

El ageismo –o discriminación por edad– es un fenómeno que a la actriz le preocupa. “Puede llegar a ocurrir que ya no discriminemos a los viejos porque ya no sirvan para trabajar, sino porque habrá que mantenerlos. Eso puede desatar un escenario súper violento”, dice.

“Hace poco vi la noticia de un hombre que ahogó a su mujer en el mar, en Japón, y después se fue a entregar. ¿Qué van a hacer con los viejos? ¿Dónde los van a meter? Tampoco hay eutanasia. ¿Cómo vamos a vivir todos esos años que nos quedan, que son muchos, de una manera digna, entretenida, creativa? Una vida en la que no te encierren en tu casa. Los europeos, en eso, nos dan un gran ejemplo, que está en crisis también. La once, El agente topo y La memoria infinita de Maite Alberdi tocan varios aspectos de esto, que es un temazo y que ya tocó nuestra puerta, con el estallido”.

El exitoso y premiado documental sobre Augusto Góngora y Paulina Urrutia tocó a la actriz en su dimensión más privada. Su madre, de 80 años, está desde hace algún tiempo con Alzheimer, cuenta: “Viendo yo todo su proceso, hay algo que es muy interesante de alguien que deja de poner barreras y ver cómo caen sus resistencias. Hace de espejo de una misma, que está siempre a la defensiva y alerta. Estoy viendo a través de ella cómo es, qué pasa cuando eso sucede”.

“Siento que ella sigue siendo la misma persona, aunque ahora su cabeza está en otra parte y a ratos está tan perdida que a veces me pregunto quién es. Y en varias ocasiones, no sé quién está aquí ahora realmente”, cuenta Patricia Rivadeneira. Luego agrega: “Lo increíble es que hubo momentos en que ya estando ida, ella se dejó cuidar y estar. Ese es un buen momento: cuando no tienes que aparentar. Estamos siempre en un juego de apariencias, y ver a alguien que ya está así, vulnerable como un niño, como una anciana, que es mi madre, me da mucha calma”.

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