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Cultura & Pop

11 de Marzo de 2022

Sebastián Errázuriz: “En Chile sobran tragedias y personajes insólitos para inspirar nuevas óperas”

La imagen muestra a Sebastián Errázuriz frente a una orquesta||| Archivo personal

El compositor de Viento blanco regresa a los escenarios con Patagonia, una nueva ópera inspirada en la expedición de Hernando de Magallanes y Sebastián Elcano por América del Sur (1519-1522), considerada la primera vuelta al mundo. “Es un thriller histórico con perspectiva territorial”, dice Errázuriz sobre la pieza que debuta este mes en el Teatro del Lago y el Teatro Biobío de Concepción. Desde Frutillar, el también productor y director habla de las dificultades de montar óperas en el país, del “estigma de clase” con que carga el género y las resonancias que adquiere hoy esta historia ocurrida hace 500 años: “En los ensayos se nos ha aparecido varias veces la frase de Elisa Loncon: ‘Te invito a descolonizarte’”, cuenta.

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En 2018 vendió su departamento en el barrio Lastarria y se fue a vivir a una parcela en Frutillar junto a su esposa y su hija. Allí levantaron la nueva casa familiar y, a pocos metros, una cabaña en la que el compositor, productor y director musical chileno Sebastián Errázuriz (1975) montó su propio estudio. Es donde se la pasa buena parte del día, a veces incluso desde las 5 y media de la mañana, dividido entre encargos y proyectos personales. Así como la página y el lienzo en blanco son indispensables para escritores y artistas, dice, todo lo que un músico necesita para comenzar su jornada de trabajo es silencio. Y allá lo encontró.

“Venirnos a Frutillar fue algo súper poco planificado. Hace cuatro años vivíamos al lado del GAM y teníamos una vida de barrio muy rica, pero mi hija estaba a punto de entrar al colegio y queríamos hacer un cambio en nuestras vidas en función de eso. Queríamos que fuera a un colegio con una propuesta educativa que nos interesara a todos como familia. Por ese tiempo, un grupo de amigos estaba postulando a Frutillar como Ciudad Creativa de la Música de la Unesco -y reconocida como tal en 2017- y uno de ellos me dijo: tú deberías irte a vivir allá, por todo lo que se está gestando. Me quedó el bichito, lo hablé con mi mujer y le encantó la vida. Mis dos hermanos viven en Puerto Varas, así que planificamos un viaje y al poco tiempo nos instalamos acá”, cuenta Sebastián Errázuriz vía Zoom desde su estudio.

Guitarrista de jazz y violista clásico en los inicios de su carrera, en los 90, y gestor, académico y divulgador de la música en los años posteriores, Sebastián Errázuriz es también considerado uno de los compositores nacionales más destacados y versátiles de su generación. Ha compuesto música para películas (como Fuga y Blanca oscuridad, entre otras), partituras para diversas orquestas y producido varios discos de artistas nacionales. Su obra, sin embargo, alcanzó mayor notoriedad sobre los escenarios.

En 2008 Errázuriz estrenó en el Teatro Municipal de Santiago la ópera Viento blanco, inspirada en la tragedia de Antuco y por la que recibió los premios Altazor y del Círculo de Críticos de Arte. Cinco años después y de la mano de la actriz María Izquierdo, Errázuriz volvió a los escenarios del GAM con Gloria, un montaje más arriesgado y a medio camino entre la ópera y el teatro contemporáneo musical en el que retrató las frivolidades de la farándula y la televisión chilena en un género irreconciliablemente esquivo al mainstream y los escándalos mundanos. En 2015, en tanto, el compositor y director incursionó incluso en la ópera para público familiar, con una elogiada versión de Papelucho.

-¿Cómo ha sido el cambio de vida y de escenario en términos creativos?

-Es muy estimulante lo que está pasando acá. Está llegando mucha gente de distintas especialidades y con el denominador común de querer decir quiero sacar la pata del acelerador y bajar la velocidad de la vida santiaguina. Quiero parar y criar con un poco más de calma. Al poco tiempo de llegar a vivir acá vino el estallido social, y aún hablo con mis amigos del barrio y la mayoría se fue de ahí. No pudieron con la presión de vivir en la zona cero y creo que nosotros tampoco hubiésemos podido. Afortunadamente, nos tocó vivirlo desde acá, lo mismo la pandemia. La parcela es bien grande y no he sentido esa sensación de encierro que mucha gente ha tenido que bancarse viviendo en departamento y junto a mucha gente. Estando acá me ha cundido harto también el trabajo. He escrito mucho; música para películas, composiciones para orquestas y he podido hincarle a mis proyectos personales además, cosa que en la vida santiaguina no lograba. Tampoco la tranquilidad ni el foco.

-Tuviste, entonces, que salirte del ruido.

-Es que para la composición no queda más que el silencio. Por esa razón decidí alejarme del ruido de la ciudad. Podía ser al mismo tiempo muy estimulante y divertido, como lo fue durante mucho tiempo en mi vida, pero quisimos hacer un cambio y se combinó además con otros factores familiares. Y, bueno, aquí estamos, muy contentos y trabajando a toda máquina por estos días. 

Hasta hace unos meses, Errázuriz estuvo trabajando en la música de Antártica, ballet dirigido por Ítalo Tai recientemente estrenado en enero en Punta Arenas y que en julio próximo debutará en el GAM. En paralelo, hacía los últimos retoques al libreto y a las partituras de Patagonia, una nueva ópera de cámara en la que Sebastián Errázuriz ha estado trabajando durante los últimos cinco años y que el próximo viernes 18 y sábado 19 de marzo debutará en una innovadora coproducción en el Teatro del Lago de Frutillar y, una semana después, en el Teatro Biobío de Concepción, donde se presentará también el 25 y 26 de este mes.

Es un thriller histórico “con perspectiva territorial”, dice Errázuriz.

He escrito mucho; música para películas, composiciones para orquestas y he podido hincarle a mis proyectos personales además, cosa que en la vida santiaguina no lograba. Tampoco la tranquilidad ni el foco”, dice Errázuriz.

Escrita junto al guionista Rodrigo Ossandón -al igual que Viento blanco-, Patagonia narra el encuentro entre el pueblo aónikenk o tehuelche, habitantes de la bahía San Julián, con la tripulación encabezada por Hernando de Magallanes y Sebastián Elcano durante su expedición por América del Sur entre 1519 y 1522. Tras dos años de navegación, se convirtió en la primera vuelta al mundo y este 2022 se conmemoran 500 años del término de aquella travesía. Sebastián Errázuriz tomó como principal fuente de investigación e inspiración los diarios del cartógrafo y cronista italiano Antonio Pigafetta, titulados Relación del primer viaje alrededor del mundo, uno de los pocos y más completos registros que se tiene de dicha expedición, que la historia oficial recuerda hasta hoy como el “descubrimiento del Estrecho de Magallanes”.

A poco andar, sin embargo, cuenta su autor y compositor, nuevas lecturas surgieron a partir del mismo texto y dieron pie a una ficción que cambia de mirada y se aleja del relato occidental. Aquí la historia no recae en la figura del explorador, sino en dos mujeres tehuelche que buscan a uno de los suyos que ha sido raptado por los españoles.

Cuatro cantantes líricos –Evelyn Ramírez, Marcela González, Nicolás Fontecilla y Sergio Gallardo-, la actriz María Paz Grandjean y el actor-bailarín Francisco Arrázola suben al escenario en Patagonia, junto a la Orquesta de Cámara de Valdivia. Rodolfo Fischer estará a cargo de la dirección musical de las primeras dos funciones en Frutillar, y Errázuriz de las otras dos en Concepción. La puesta en escena, en tanto, es del aclamado director argentino Marcelo Lombardero y su compañía, Teatro Musical Contemporáneo.

Ensayos de la ópera.

-¿Qué te interesó en particular de esta historia?

-Esta expedición dio inicio al proceso de globalización. Fue un negocio de los españoles y se explica como un emprendimiento. Ellos llegaron hasta acá de la manera más económica posible; salieron cinco naves y 275 personas, y tres años después llegó una sola y con 18 sobrevivientes. Es un punto inicial del proceso de globalización que hoy nos parece tan normal. Además, absolutamente todo lo que sabemos de esa expedición fue por los diarios de Pigafetta, que fue este aventurero italiano que venía de una familia influyente y que quiso ir a esta aventura y escribir esta bitácora. Al leer ese texto, dije: guau, acá hay una ópera. Gracias a él sabemos que hubo intercambios entre ambos pueblos y que además los españoles se llevaron a un tehuelche a España para presentárselo a su majestad, una costumbre muy de la época y que siglos después derivó en los zoológicos humanos. Nos propusimos entonces que desde ahí íbamos a contar esta historia y que nos íbamos a alejar de la mirada eurocentrista. Lo que se genera en la construcción de esta ópera es un thriller donde hay una persecución; los españoles van por agua con este tehuelche que secuestraron, y las dos mujeres van caminando en su búsqueda junto a Juan de Cartagenas, uno de los tres capitanes españoles que se amotinaron contra Magallanes y que fue condenado a permanecer allá. Él las acompaña en su intento por recuperarlo. 

-¿Cómo te das cuenta cuando una historia tiene el potencial dramático para convertirse en una ópera?

-El primer impulso tiene que ser muy consistente, porque sé que me voy a meter en un proyecto que va a tomar años. En general, me ha llegado esa convicción desde la perspectiva escénica. Con Viento blanco me pasó eso. Vi la escena final: los soldados caminando, la tormenta de nieve y ellos congelándose y cayendo uno detrás de otro. La potencia escénica que tenía esa imagen y ese hecho profundamente doloroso, es lo que me dio el empujón para comenzar a investigar esa historia. Con el diario de Pigafetta me pasó eso. Se trata de un viaje que sucede arriba de un barco, hay motines, rivalidades y la expedición misma, además del encuentro entre ambos mundos. Hoy el hombre va a la Luna y lo hace seguro de que nada va a pasarle, pero estos compadres, los españoles, miraban las estrellas y decían vamos, sin tener idea hacia dónde iban. Esa incertidumbre en escena me pareció otro componente total.

Uno de los grandes y más complejos desafíos que requería esta nueva historia, cuenta el compositor, era incluir una escena hablada en tehuelche.

“No podíamos caer en caricaturas de ningún tipo y teníamos que hacer que las dos personajes tehuelche hablaran tehuelche. Me pegué varios días de navegación investigando sobre esta lengua y en muchos lados se la señala como extinta. Di entonces con los trabajos de un antropólogo y lingüista que se llama Javier Domingo, quien en uno de sus estudios sobre el pueblo aónikenk se encontró con Dora Machado, quien fue la última hablante nativa del tehuelche. Murió en 2018”, cuenta Errázuriz. “Me contacté con Juan Domingo, le conté del proyecto y me contó que existe un grupo muy organizado de personas descendientes directas de tehuelche que está en el intento de rescatar su lengua. Tienen necesidad de ser reconocidos. Son en su mayoría gente mayor y a algunos les negaron siempre hablar tehuelche al interior de sus familias porque sus padres o abuelos lo habían pasado mal y sido muy discriminados por hablarlo en sus escuelas. Silenciaron la lengua a sus hijos, y ahora, una generación después y que no creció nunca escuchando esta lengua, pretende recuperarla e incorporarla a sus vidas”, agrega.

-¿Qué cruces haces entre esta historia y lo que está sucediendo en Ucrania? En ambas hay una invasión e intentos por imponer una cultura sobre la otra. ¿Cómo lo ves tú?

-Partimos los ensayos hace tres semanas, con todos los nervios por estar montando una ópera en pandemia, que no ha sido nada sencillo. Llegó también por fin todo el elenco y mientras estamos viviendo todo este proceso, vemos las noticias y no podemos creer que la humanidad siga dando muestras de no entender nada. La primera reacción es decir que Putin es un hijo de Putin (ríe), pero este asunto tiene muchas más capas. El imperialismo desde la OTAN y desde Estados Unidos, hace rato está intentando meterse en el patio trasero de los rusos y eso en los medios aparece muy poco. Lo que uno más lamenta es que se repita la historia de esta plaga humana que tiene que deshumanizar y pisotear a otros para validarse a sí mismos. El cantante que interpreta al personaje de Pigafetta en la ópera, había llegado con una propuesta muy romántica de este italiano que escribe en su diario, casi un poeta, pero a Lombardero y a mí nos empezó a hacer ruido todo eso. Hay que releer a estos personajes sin el romanticismo de antes, y mucho más en estos tiempos. A Darwin, por ejemplo, lo conocemos como uno de los padres de la ciencia, pero olvidamos cómo él describió a Jemmy Button -el joven yagán secuestrado por ingleses en el siglo XIX-, como a un bicho o un animalito. Tampoco pretendemos caer en el juicio y decir que los españoles eran unos hijos de puta. Eran, como Darwin o el mismo Pigafetta o Magallanes, hijos de su tiempo. Hoy día vemos (la serie) Vikings y nos llama la atención que estos tipos fueran así de violentos, pero así eran y hoy hay que tenerlo más presente que nunca.

“Lo que se genera en la construcción de esta ópera es un thriller donde hay una persecución; los españoles van por agua con este tehuelche que secuestraron, y las dos mujeres van caminando en su búsqueda junto a Juan de Cartagenas, uno de los tres capitanes españoles que se amotinaron contra Magallanes y que fue condenado a permanecer allá”, , dice Errázuriz.

-¿Cómo esta misma historia, ocurrida hace 500 años, sirve también para retratar el Chile de hoy y el paso que estamos dando con la Constitución hacia un mayor reconocimiento de los pueblos originarios?

-En los ensayos se nos ha aparecido varias veces la frase de Elisa Loncon: ‘Te invito a descolonizarte, porque todos los personajes de esta ópera están aún en esa lógica occidental. Y ha sido un ejercicio increíble: cuando Elisa Loncon salió electa presidenta de la Convención, llamé a Rodrigo Ossandón y le dije loco, esto está pasando ahora. Nosotros jurábamos que estábamos contando una historia de hace 500 años, pero no. Muy pronto nos dimos cuenta de que la obra se abría también a que pudiésemos hablar de lo que está sucediendo hoy en el país, cuando parece haber mayor conciencia de la sabiduría que los pueblos originarios nos pueden entregar. Otro punto de inflexión importante durante el proceso fue cuando logramos reclutar a la actriz María Paz Grandjean, quien fue una de las primeras víctimas del estallido social. Ella ha estado viviendo un proceso de sanación y búsqueda de justicia muy admirable, y surgió la necesidad y oportunidad de poder contar esta historia también desde hoy. Al igual que ella, su personaje, que es una de las dos mujeres tehuelche, está en un proceso de auto reconocimiento como heredera de esta cultura que hemos acallado y no hemos sido capaces de ver ni valorar como sociedad. De ahí en adelante tuvimos claro que no estábamos haciendo una pieza de museo. Con Lombardero siempre tuvimos claro que Patagonia no iba a ser un documental y que teníamos que alejarnos de la estética National Geographic. Eso nos permitió tener una mirada más panorámica y territorial respecto a esta historia. La ópera instala un diálogo que no hace muchos años visualizó Nicanor Parra y que hoy es un tema neurálgico de la Convención Constitucional: “El error consistió / en creer que la tierra era nuestra / cuando la verdad de las cosas / es que la nosotros somos de la tierra”. Esa mirada hoy es más necesaria y urgente que nunca.

“AÚN EXISTE UN PÚBLICO MILITANTE DE LA ÓPERA QUE SE PARECE MUCHO A LAS BARRAS DE FÚTBOL”

-El estreno de Patagonia ha sido anunciado como el primero de una ópera después de la pandemia. ¿Qué tan real es eso?

Entiendo que efectivamente así es. Según Lombardero, que siempre está más al tanto de lo que está pasando en el mundo de la ópera en cuanto a estrenos, Patagonia es incluso la primera ópera post pandemia en Latinoamérica. Es un estreno importante, pues además se trata de una coproducción entre dos teatros regionales, que por lo general compran espectáculos. Se habla mucho de la red de teatros regionales, pero realmente se trabaja muy poco en red y aquí sí hay un muy buen ejemplo de ello. En este proceso ha habido un traspaso de saberes entre ambos teatros y se ha involucrado mucho la comunidad también. Distintas expresiones están contribuyendo a que este espectáculo aparezca. Luego, el mismo equipo irá a Concepción para que el estreno allá sea exactamente igual que acá en Frutillar. Ese intercambio interdisciplinario es muy significativo. Yo siento que mi trabajo está en la frontera entre la ópera y el teatro, porque este último me ha enseñado e inculcado como método el trabajo más colaborativo. Es importante además que se genere un circuito y una economía de escala que permita que estos y otros proyectos sean viables sin tener que pasar por tanto tiempo de esperas y postulación a fondos. También para que cada vez sea más amplio el número de espectadores y localidades donde el montaje pueda ser visto, y acortar la brecha entre unas regiones y otras.

“Hay que releer a estos personajes sin el romanticismo de antes, y mucho más en estos tiempos. A Darwin, por ejemplo, lo conocemos como uno de los padres de la ciencia, pero olvidamos cómo él describió a Jemmy Button -el joven yagán secuestrado por ingleses en el siglo XIX-, como a un bicho o un animalito”, , dice Errázuriz.

-¿Cuál es la mayor dificultad de crear y montar una ópera en Chile?

-Por lo general, estos son proyectos muy costosos y que requieren muchos recursos y alianzas. Por eso siempre me toca hacer un largo recorrido y tocar varias puertas antes de estrenar una ópera nueva. Yo postulé Patagonia dos veces al Fondart, a contar de 2019, y solo en la tercera postulación nos ganamos el fondo. En paralelo, y en vista y considerando que aún no nos ganábamos nada, una amiga me dijo que postulara a Iberescena, cuyas postulaciones cerraban en dos semanas. No podía creer lo simple del formulario, porque el Fondart te exige fundar una empresa y presupuestos para todo. Acá, en cambio, te pedían cifras redondas y muy al voleo. Lo postulamos una semana antes del cierre de las postulaciones y nos lo ganamos. Recibimos 15 mil euros y esa plata nos permitió recién sentarnos a escribir el proyecto. Llevo cinco años en esto y mis honorarios no alcanzan a ser 5 millones de pesos en total. Súmale a eso que durante los últimos tres años he estado dedicándole mi tiempo completo a Patagonia. Entonces, dividido en 36 meses no alcanzo ni siquiera a tener un sueldo mínimo mensual. A mí siempre me pintan como el compositor emprendedor, una especie de empresario artístico, pero no sé qué parte de la historia están viendo, porque no me da para eso. Vivir de los fondos y del fondart, en particular, no es para emprendedores. Nadie emprende así. Lo más costoso es estrenar la obra, hacer que se concrete, pero los teatros en Chile programan solo dos funciones. Con Gloria (2013) nos pasó e hicimos 12 funciones. Después tuve la obra guardada durante un año y tanto, pagando bodega todos los meses para la escenografía. Logramos vender tres funciones a CorpArtes y después de la última función le dije al encargado de bodega: te la regalo, chao, ya no la quiero. Es insostenible este modelo de producción, y lo peor es que después de este periodo de receso que trajo la pandemia va a venir una crisis económica muy fuerte. Y va a costar que los teatros reactiven este género arcaico, que es un dinosaurio. Muchos se están haciendo hoy la pregunta de qué va a suceder con la ópera.

-¿Cuál sería el escenario ideal para ti?

-Hay un tema que anhelo, y es poder vivir de lo que hago. Me gustaría que la ópera entrara en el circuito de los teatros y que las obras itineren y giren, como lo hace el teatro. Siempre soñé con estas compañías como Teatrocinema, Viajeinmóvil y Tryo Teatro Banda que se encierran a hacer una obra, levantan fondos y se las arreglan para sacar sus proyectos a flote. La diferencia es que el teatro da hasta 200 funciones y no diez como sucede con la ópera. El mundo de la ópera o de este teatro musical contemporáneo, como digo yo, no hemos logrado meterla en un circuito de producción. Los teatros no pescan; encuentran que es muy caro y no se la juegan. A Patagonia, eso sí, le tengo mucha fe. Espero y cruzo los dedos para que esta vez pasemos las cuatro funciones. Nos propusimos con mi equipo no marearnos con para dónde vamos después. Esta no es una expedición como la que se cuenta en la historia. Aquí hay un destino fijo, que es el estreno, y es ahí donde debemos llegar primero. Luego veremos qué pasa.

-Se ha hablado hasta el cansancio del carácter elitista de la ópera. ¿Quiénes ven hoy ópera en Chile?

-Muchas veces se pinta a la ópera como este género súper de elite, pero no es más que un estigma de clase que pesa sobre ella. Nos hemos criado con la idea de que a la ópera se va poco menos que con cierto código de etiqueta y bajo un manual de protocolos. O sea, tienes que saber cuándo se aplaude y cuándo no, y tienes que, idealmente, entender la obra y conocer la biografía de su autor. Aún existe un público militante de la ópera que se parece mucho a las barras de fútbol. De fútbol entienden poco y les gusta solo su equipo, pero si el equipo juega pésimo no saben por qué. No entienden mucho, es más una militancia ideológica y de fanáticos. La gente que no tiene esa concepción de la ópera, se divierte y se ríe y la disfruta. La ópera como género está muy viva y no necesita de ese afán erudito para disfrutarla. A mí siempre me ha interesado mucho el cruce popular y docto. Los grandes maestros operísticos miraron el folclor, observaron sus costumbres y sus propias historias. Construyeron una mitología también, como Wagner, que fue a las profundidades del mito germánico y muy propio de su época, al punto de hacer de su obra algo muy nacionalista también. La ópera surge desde la observación de lo que sucede con los pueblos, y así es como yo la concibo e intento que otros lo hagan.

Patagonia es incluso la primera ópera post pandemia en Latinoamérica. Es un estreno importante, pues además se trata de una coproducción entre dos teatros regionales, que por lo general compran espectáculos”, dice Errázuriz.

-En 2008, cuando estrenaste Viento blanco, dijiste: “Esta es una tragedia griega”. ¿Qué otras tragedias, episodios y personajes locales merecen su propia ópera?

-En Chile sobran tragedias y personajes insólitos para inspirar nuevas óperas. Un tema en el que me estoy metiendo ahora, y para seguir con la temática sureña y del territorio, es la cultura selk’nam. Me interesa mucho esa historia, leí el libro Menéndez, rey de la Patagonia (de José Luis Marchante) y quedé loco. Ahí hay un personaje increíble para contar una historia. A cada rato me pasa: hay noticias que escucho y digo: oh, tema de ópera. A veces me quedo con algunos recortes de prensa e ideas dándome vueltas. Antares de la Luz, por ejemplo. Sería una estupenda ópera gore, gótica incluso. Ese personaje y esa historia, así como muchísimas otras, sin duda merecen su propia ópera. La historia de Chile, sin ir más lejos, tiene el carácter y el potencial dramático que toda gran ópera requiere.

-Te veo rodeado de discos. ¿Qué música escuchas actualmente?

-Siempre estoy muy atento a la cantautoría local. Muchas veces Spotify me orienta en eso con su radar de novedades acústico-indie o no sé qué, pero por ahí voy. Pero en general, como es parte de mi trabajo escuchar música, si hago un carrete en mi casa no es natural en mí poner música. Es mi mujer la que me dice: ya po, ponte música. Yo prefiero conversar sin música. En realidad, prefiero varias cosas sin ella. Muchas veces está de más. Últimamente, valoro mucho más el silencio.

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