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Entrevistas

3 de Septiembre de 2023

José Rodríguez Elizondo: “Estamos en circunstancias parecidas a las que antecedieron al Golpe, pero cómo actúen las fuerzas va a ser distinto”

José Rodríguez Elizondo y 50 años del Golpe

En entrevista con The Clinic, el abogado, periodista y Premio Nacional de Humanidades 2021 afirma que "el país está peor que al inicio de la transición, porque se ha mantenido la polarización, con gente que no nació en la época del conflicto". Además, a 50 años del Golpe, se refiere a las convicciones democráticas de Allende, el destino de su gobierno y la justificación del quiebre democrático.

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El 11 de septiembre de 1973, después del golpe de Estado, el entonces militante comunista y fiscal de la Corfo, José Rodríguez Elizondo (87), fue detenido por un funcionario militar. Él exhibió una credencial que demostraba que era funcionario público y logró seguir su camino.

Mientras estaba refugiado en la casa de una amiga, supo que lo habían dado por muerto y que, incluso, su familia había ofrecido una misa de difuntos en Rancagua, en su memoria. Después, se fue a una embajada. “Como yo estaba muerto, no pasaba nada”, pensaba en ese momento. Sólo cuando pidió un salvoconducto para poder salir del país, supieron que estaba vivo.

Hoy, alejado del entusiasmo por la revolución que en esos años, se define como “militante del extremismo de centro”, y asegura que “todos sabíamos que venía un golpe” y que las circunstancias actuales de Chile son semejantes a las que antecedieron al quiebre democrático.

Durante el exilio (1973 – 1990), Rodríguez Elizondo pasó por Perú, la Alemania Democrática, la Alemania Federal y España. En Perú, donde estuvo entre 1977 y 1986, trabajó como periodista en la revista Caretas, junto a Mario Vargas Llosa. En España, en tanto, fue designado director del Centro de Informaciones de las Naciones Unidas.

En su retorno a Chile tras la vuelta a la democracia, Patricio Aylwin lo nombró asesor del Ministerio de Relaciones Exteriores y luego, durante el gobierno de Eduardo Frei, fue embajador en Israel, entre 1997 y 2000. Ha publicado 30 libros entre los que se cuentan ensayos, novelas, memorias y reportajes, y ha sido profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Chile.

En su casa en Las Condes, donde destaca su colección de cuadros, pero también las caricaturas hechas por él mismo, el Premio Nacional de Humanidades 2021, abogado, diplomático y periodista, habla sobre la Unidad Popular, Allende, Pinochet y los 50 años del Golpe.

–¿Cómo mira esta conmemoración de los 50 años del Golpe? ¿Qué le parece el tono que se le ha dado desde el Gobierno?

-Con todo respeto para el Presidente Boric: si hubiera estado perfectamente asesorado -aquí “perfectamente” es una palabra fuerte-, se habría dado cuenta de que el país está peor que al inicio de la transición, porque se ha mantenido la polarización, y con gente que no nació en la época del conflicto, que ha recibido una versión de segunda o tercera mano, altamente ideológica.

Desde el 11 de septiembre de 1973, lo que ha primado en la mitad o más de la mitad de la población chilena es la consigna “ni perdón ni olvido”. Y con esa consigna se funcionaliza la polarización. Porque los descendientes de los militares, que no habían nacido en la época, se sienten aborrecidos, y los descendientes de las víctimas sienten que cualquier aproximación a los militares es una traición. Es un juego de suma cero en el cual el que pierde es el país. En ese contexto, se han producido situaciones que para mí son surrealistas.

–¿Se ha profundizado, cree usted, un sentimiento contra el mundo militar?

-Sí. Hemos profundizado, reconstituido, la mala relación de un Estado con su Ejército, y de la gente con su Ejército. Porque, justamente, un ejército es para defender el país. Y el país significa todos: blancos, negros, rojos, azules, comunistas, conservadores, amarillos. Entonces volvimos a un estatus en el cual los militares están en una especie de limbo y tú ves el problema que tenemos hoy. El gobierno tiene una ideología X, y todavía piensa marxianamente que las Fuerzas Armadas son la fuerza de represión del Estado burgués. Y como ellos no son un Estado burgués, no pueden usar la fuerza legítima. Y la fuerza legítima, entonces, está en un estatus en que dice “si no me llaman, no voy”.

Ese es el problema de Chile hoy en día, uno de los más graves. Porque, ¿cuál es el problema más grave de Chile hoy? La seguridad. Y eso significa que los carabineros o los militares, que eran considerados fuerzas represivas, están con una sensación de inseguridad frente a la desconfianza que tiene la ciudadanía y la política. Estamos en el peor de los mundos. Entonces, el futuro de Chile necesita que de una vez por todas pensemos que en vez ni perdón ni olvido llegó el momento de la reconciliación, que nunca es demasiado tarde.

–¿Es posible la reconciliación?

-Yo la he vivido en carne propia. En el exilio, en la empresa privada y en las Naciones Unidas, donde tuve que trabajar con gente de izquierdas y de derechas, de países de todo el mundo. Esa posición me llevó a definirme como extremista de centro. Cuando me preguntaron en Perú cómo podía ser yo tan objetivo en las cosas políticas y qué es lo que era yo, derecha, izquierda. “Soy extremista de centro”, contestaba. Hasta el día de hoy creo que debería fundar el partido del extremismo de centro.

–¿Extremista amarillo, podría ser?

-Cuando surgieron los Amarillos por Chile, congeniamos de inmediato, porque era el tema de los extremistas de centro. Y esto que fundó Cristián Warnken, que en pocos meses llegó a tener 70 mil adherentes, es una cosa muy seria. Ahora, yo aparecí como amarillo e inclusive firmé, acepte ser juez del Tribunal Supremo de Amarillos, pero yo no soy militante de nada. 

–¿Militante sólo del extremismo de centro?

-Yo soy militante del extremismo de centro. Pero simpaticé mucho con Amarillos por la gestión de Cristián. Ojalá que le vaya bien al partido. Yo, formalmente, soy miembro de su Tribunal Supremo…

–Y militante, también, por eso mismo…

-Me cuesta decirme “militante”, pero claro, lo soy técnicamente, porque soy del Tribunal Supremo. Pero no participo en ningún conciliábulo de políticos hasta que la política se mejore, lo que es muy cómodo. Me doy cuenta de eso.

–Es bien crítico de la clase política, entonces.

-Tengo una gran crítica con respecto a los políticos. En el nivel en que estamos discutiendo, reponiendo un discurso odioso de 1973 de la Cámara de Diputados.

–¿Qué le pareció esa iniciativa de las bancadas de Chile Vamos?

-Es lo que me impresiona a mí. Con un país inundado, con gente muriendo en el sur, con una economía que hay que sostenerla de la manera más férrea posible, con una Constitución en barbecho. Y los diputados sacándose la cresta por un documento del año 1973.

El otro día, uno de mis amigos políticos se quejaba de que yo escribo contra ellos. Yo le dije: “Tienen que hacer méritos ustedes, porque realmente, tal como están actuando, están al margen de los intereses de la inmensa mayoría del país”.

Salvador Allende bajo la mirada de José Rodríguez Elizondo

–¿Quién es, para usted, Salvador Allende? En algunos artículos lo ha llamado demócrata, pero también solitario.

-[Silencio largo] Máximo respeto. En la época de Allende, decirse socialdemócrata era un pecado de izquierda. Significaba reformista, falso revolucionario. ¿Y por qué? Por el embrujo de Fidel Castro. La Revolución cubana había impuesto un patrón según el cual, inclusive sin partidos políticos, había que hacer la revolución. “La guerrilla es el partido en germen”, decían los castristas. “Por lo tanto, ustedes, socialistas y comunistas, han estado décadas, un siglo, predicando la revolución y no lo han hecho. Nosotros la hicimos de inmediato. Saliendo de la universidad, hicimos la revolución”, decían. Por algún motivo misterioso, Salvador Allende romantizó la revolución cubana, emocionalmente le llegó al alma.

Allende era un político institucional al 100%, que amaba profundamente la evolución política de Chile. Él decía “nosotros podemos hacer la revolución sin necesidad de que corra sangre”, que era la posición de los socialdemócratas. Él era un marxista socialdemócrata. Y yo, como joven intelectual, sin saberlo, era socialdemócrata. Me identifiqué mucho con Allende, pero él lo dijo muy pocas veces.

–Pero tenía llegada con distintos sectores de la izquierda.

-Es que él era un tipo transversal de izquierdas, tenía en su casa a los del MIR y admiraba profundamente a Castro. La gran tensión de Allende era demostrarle a los miristas y a Castro que él podía hacer una revolución socialista en Chile gradual, de transición, por la vía constitucional y democrática. Y ahí estaba la utopía. De ahí vienen muchos problemas.

–Entonces, ¿Salvador Allende era un utópico?

-Eso está en discusión, porque la utopía es una cosa que se dice como resultado de un proceso. Pero el proceso, a su vez, tiene componentes que pueden llevar a otro resultado si se actúa de otra manera. Y Allende confiaba en que, con su liderazgo, iba a convencer a su propio partido de que no era la Revolución cubana el modelo. Y su partido lo mandaba Altamirano, que estaba en contra de eso. Los comunistas lo aceptaron, pero hubo desgajes de la Democracia Cristiana que se pusieron ultristas de inmediato, que adoptaron las posiciones más favorables a Altamirano y al MIR que a Allende.

Todo eso hizo que al final todo esto pareciera una utopía. Pero como la política muchas veces es irracional, todo esto confluyó en que terminó en la catástrofe que terminó. Y hoy se puede hablar de la utopía de Allende. Pero eso, incluso filosóficamente, es complejo y discutible. No hay soluciones simples para los problemas complejos.

–¿Allende reconoció ser un socialdemócrata? ¿Cómo fue esa conversación con Miguel Enríquez?

-“Usted es un socialdemócrata”, fue la acusación de Miguel Enríquez a Allende. “Y a mucha honra”, le respondió Allende. O sea, al final, Allende, que nunca había dicho “yo soy un socialdemócrata”, se lo dijo en su cara al líder del MIR. Todo esto tiene una dimensión shakesperiana.

El relato de la muerte de Allende

–La muerte de Allende tuvo varias teorías durante muchos años.

-Esto de que se hable de ‘las teorías’ sobre la muerte de Allende me indica hasta qué punto falsificó Fidel Castro la historia de Chile. Por generación, por vivencia, yo tenía amigos dentro de La Moneda. Entre ellos, Arturo Jirón, exministro de Salud de Allende, médico de la familia de Allende, Pepe Quiroga, amigo de la infancia, cardiólogo, y Patricio Guijón, vecino mío. Los tres me contaron el suicidio de Allende en forma precisa y concordante, como dicen los abogados, para calificar a los testigos. Yo, desde el principio, lo supe de primera fuente de quienes habían estado ahí. Toda la gente que estuvo ahí me lo ratificó después de los años.

–¿Y qué pasó con ese relato?

-Una vez en Caracas, conversando con Arturo Jirón, habrán pasado 10 o 15 años, hablamos de esto. Y en un momento yo le digo “Arturo, pero tú que viste esto, ¿por qué no le dices a la gente la verdad de lo que pasó? ¿Por qué no lo aclaras?”. Y la respuesta de Arturo fue: “¿Y tú quieres que me meta debajo de las patas del caballo?”. “Caballo” le decían a Fidel Castro en Cuba. Era un adjetivo admirativo de sus seguidores. Fidel Castro impuso esa versión, porque desde que emergió Allende como posible victorioso en 1970, percibió el peligro de un socialista convocando a la revolución, que le quitara el liderazgo a Fidel, que quería la revolución armada para América Latina. Como era muy inteligente y muy astuto, una vez que ganó Allende, pensó ‘no puedo combatir a Allende. Pero yo no voy a ceder en demostrarte que el enfrentamiento es inevitable’.

Y Salvador Allende ahí experimentó esta ambigüedad dramática de su vida, de haberle querido demostrar a Fidel que él podía hacer una revolución sin necesidad de sangre. Esa invención de Fidel tenía como único objetivo decirle a los chilenos y al mundo “si Salvador Allende me hubiera hecho caso, habría tomado las armas desde el primer día”. Uno de los párrafos de su homenaje a Allende dice: “Ahora sabrán los revolucionarios chilenos que no hay otra vía que la de las armas para hacer la revolución”. Tácitamente, dice que Allende estaba equivocado. Esa es la historia de la muerte de Allende, una falsificación de la historia de Chile.

–¿Qué planteaba la versión de Castro?

-Según la versión de Castro, Allende estaba con una bazuca disparando desde la ventana y destruyó un tanque del ejército. Después, otro que estaba al lado de él destruyó otro tanque. Al final, Allende bajó por la escala que conducía hacia la puerta de Morandé 80. Subieron los militares fascistas disparando sobre él y Allende disparando con su metralleta. Lo acribillaron a balazos y una vez en el suelo, le siguieron disparando. Se retiraron en una contraofensiva los acompañantes de Allende y los militares recogieron el cadáver. Lo sentaron en el sillón presidencial y lo cubrieron con la bandera. “Un gesto de insólita grandeza”, como decía Castro. Diablos. Esa es la versión que quedó en la historia.

–Pero no para siempre.

-Hasta que se rebeló la familia y dijeron “¿por qué le están quitando su digna muerte a Salvador?”. E Isabel Allende buscó una verdad judicial… que un juez determinara cuál había sido la causa de la muerte de Allende. Entonces, vino un proceso, unas pericias y hay un dictamen del Servicio Médico Legal del 2011 según el cual murió suicidado. No tenía una bala en el cuerpo. Pero en todo el mundo creían que había muerto en combate. Esa mentira de Fidel hizo que, además, la admiración por Allende fuera superlativa.

–¿Se ha creado un mito en torno a Allende?

-Claro. El Presidente que defendió la democracia y la República combatiendo contra los fascistas es una parte del mito muy poderosa.

–¿Y cuánto cree que prendió ese mito en Chile?

-Como digo, duró hasta que lo desmintió la familia. En un momento determinado, un político de alto rango le dijo a Arturo Jirón: “Mira, es el momento en que la Tencha, la mujer de Allende, sepa la verdad. Y como tú eres el amigo de la familia, te encargamos contarle la verdad”. “¿Y la reacción de Tencha cuál fue?”, le pregunté yo. “Qué valiente fue Salvador”. Lo había sospechado al principio, que estaban engrupiendo al mundo. Y después vino la Isabel con la búsqueda de la verdad judicial. Le estaban falsificando la muerte no sólo un chileno ilustre, sino a un jefe de familia.

Entonces, es muy siniestro esto, y me hizo acordar a mí uno de estos dichos graciosos que tenía Gabriel García Márquez: “Fidel Castro es el peor perdedor que yo he conocido en mi vida”.

–A su juicio, ¿Allende cumplía la Constitución y las leyes?

-Era un gran socialdemócrata con una gran emoción revolucionaria que quería hacer el socialismo en Chile de acuerdo con la Constitución y las leyes.

–Pero hay gente opositora a él que no cree que las cumpliera.

-Ahí viene el choque de las teorías con la realidad. Yo soy muy poco ideológico. En la teoría funcionaba eso, había vías legales para hacer la revolución. Pero claro, no preveíamos que no basta una norma jurídica para detener o para lanzar un proceso político. Está la reacción de los políticos, de las masas, de la economía. Si tú empiezas un proceso con esa posición teórica, y al día siguiente se te arrancan los capitales, ¿qué pasa? Se van las industrias a otro país, empieza a acaparar la gente porque va a venir la escasez, viene el descontento popular, surge un movimiento de extrema reacción que empieza a hacer sabotaje. Todas esas cosas son las cosas de la vida real.

Estos gobernantes de hoy día, por ejemplo, que llegan posiblemente con ideología romántica, combatiendo a los carabineros, combatiendo a los militares, porque ellos traen una visión de un nuevo Chile, una refundación. Pero, se instalan en el Gobierno y se dan cuenta de que refundar Chile no es fácil, porque en el sur los mapuche tampoco son una masa homogénea. Hay un tipo Llaitul que quiere la guerra, que quiere la lucha armada. Hay mapuches que quieren otras reivindicaciones, hay otros mapuches que se contentarían con la restitución de tierras ancestrales. Como no se llama a los carabineros y los estados de excepción son acotados, los delincuentes dicen “pucha, ahora está el campo libre” y los narcotraficantes “ay, caramba, se abrió un campito en Chile muy favorable para nosotros”. Bueno, ese es el país en que estamos viviendo.

–¿Estuvo solo Allende durante su gobierno?

-Yo mismo lo experimenté. Cuando estaba en la Corfo, en los trámites más estratégicos económicos del país, estatizando la banca, pedía entrevistas al Presidente. Salvador Allende me recibió en su oficina y empezaba a plantear el tema, para que me diera directivas que eran cosa de Estado, y me interrumpía a los 3, 4 ó 5 minutos. La interrupción consistía en la queja que él tenía contra los partidos de la Unidad Popular, donde nadie lo pescaba. “Mire, compañero, yo soy un coordinador de los partidos de la Unidad Popular”. Él ironizaba consigo mismo. Yo no le podía decir nada, si yo era un pendejo.

El problema estuvo en el origen de todo esto. Allende no fue el candidato del Partido Socialista. En la votación del Comité Central fue mayoría de voto en blanco o nulo, y fue por default que fue el candidato socialista. Además, los partidos de la Unidad Popular, que eran seis o siete, lo comprometieron a que actuara de consuno en cada decisión. Un Presidente que tiene en Chile las atribuciones de un rey, que de repente diga que antes de dictar cualquier edicto, va a pedirle el acuerdo a todos sus súbditos. Para cada cosa importante había por lo menos un partido que decía “no se puede”. Y eso es lo que se me quejaba Allende.

–¿Cómo ve la relación que tuvo con el PC?

-Aunque él no quería mucho a los comunistas, por su formación como socialista, se daba cuenta de que el Partido Comunista era el partido más serio, era el más disciplinado, el que tenía en su estrategia el que terminara el Gobierno. La consigna última del PC era “no a la Guerra Civil”. Esa fue la última consigna que sacaron los mandamases del Partido Comunista. Y conversando con ellos, lo que decían era que teníamos que llegar a 1976. No había un horizonte insurreccional para los comunistas de la época, porque también dependían mucho de la Unión Soviética, que tampoco quería una segunda Cuba.

La Unión Soviética era partidaria de la vía pacífica, que no le iba a demandar los millones que le costaba Cuba. Pero hubo un vuelco increíble de la Unión Soviética cuando fue el Golpe. Ellos acusaron a los comunistas chilenos de no haber sabido defenderse, de no haber tenido preparados los contingentes militares.

–¿No lo sabían desde la Unión Soviética? Para usted, ¿lo dejaron caer?

-En la política hay mucha trampa, hay mucho ‘make believe’, como dicen los ingleses, fingimiento. La Unión Soviética apoyó firmemente la vía pacífica chilena. Kruschov era el mandamás. Pero, al mismo tiempo, Cuba era una especie de joya de la corona, un país que se había hecho comunista a 90 millas de los Estados Unidos. En la Unión Soviética decían “bueno, Fidel Castro es un loco, pero ha sabido defender la revolución y nosotros tenemos en Chile un partido muy estructurado, pero que no lo supo defender”.

Entonces, de repente, en el verano, y esto me consta por mis contactos con los cientistas políticos soviéticos, y yo les cuento cómo era el proyecto de la vía pacífica, de las empresas y que todo esto no había funcionado porque en vez de 91 empresas, la ultraizquierda llegó a hacer como 300, porque estaban divididos los partidos de la Unidad Popular. Y nunca olvidaré su reacción. Me quedan mirando y me dicen: “Planes napoleónicos, con hechuras de zapatero. Zapatero, a tus zapatos”. Terrible. Y eso estaba en el fondo de la reacción de la Unión Soviética que le dijo a los comunistas chilenos “ustedes no supieron defender la revolución”. En el fondo, que “Fidel Castro tenía razón”. Entonces fue un momento muy terrible, que te marca la diferencia que hay entre el PC de mi época y el PC de la época actual, que se volcó hacia Fidel Castro.

Pinochet, la interferencia de EE.UU. y el escenario actual

–A su juicio, ¿las circunstancias a las que llegó el gobierno de Salvador Allende ameritaban el Golpe de 1973, como dicen algunos?

-Ningún Golpe se justifica, ninguno. Un Golpe es un atentado de lesa patria. Pero la pregunta es otra. La pregunta es si las dos almas de la Unidad Popular no llegaron a tal nivel de exasperación entre ellas que obligaron a las Fuerzas Armadas a intervenir. La intervención de las Fuerzas Armadas es, como quien dice, “que alguien controle este descontrol que hay en el país”. Pero si alguien me pregunta por el golpe de Estado, con sus efectos, eso no lo justifica nadie. No hay respuesta simple para problemas complejos.

Tal como estaba el país, todos sabíamos que venía un Golpe. Para los soviéticos, nos pilló desprevenidos. Es lo que dijo Brezhnev, que estaba en el mando supremo de la URSS: “El Golpe pilló al Partido Comunista chileno desprevenido”. Qué cosa más ridícula. Pero todos sabíamos. Y en mi libro de memorias cuento cómo me salvé. Un oficial de ejército me paró y yo le mostré un carnet de la Contraloría, que era mi pega anterior, y me dijo “vuelva a su casa, señor”. Entonces ahí me volví a la casa y no me mataron, y al que mataron fue a otro. Pero lo que nadie pensó, y que no se justifica, es que el liderazgo del Golpe haya conducido a las barbaridades que vinieron después. Yo confiaba en que, como decíamos todos en los primeros tiempos, después de unos tres o cuatro años, iba a haber elecciones y se iba a acabar todo.

–Pero no pasó.

-Claro, y la cosa fue terrible.

–Hace algunas semanas, en conversación con The Clinic, el fotoperiodista Chas Gerretsen, autor de la icónica foto de Pinochet en su primer Te Deum, aseguró que “sin la interferencia de Estados Unidos y sus sanciones, no hubiera habido un golpe de Estado“. ¿Cómo lo ve usted?

-Esa es otra de las mentes teóricas que no ven la realidad del país, porque están afuera. La gente de afuera influye mucho, pero sabe muy poco, no tienen la experiencia de haber vivido todo el proceso durante Frei, durante Allende. Estábamos en el clímax de la Guerra Fría, que significaba “este mundo para la Unión Soviética, este mundo para Estados Unidos”. Estados Unidos había experimentado un golpe estratégico mortal con Cuba y no podía permitir una segunda Cuba. Efectivamente intervino Estados Unidos, pero también estaba interviniendo Cuba, que era el gran agitador para los EE.UU. Estaba interviniendo con el MIR, estaba interviniendo en el Partido Socialista. Entonces, lo que dice este fotógrafo es una verdad parcial.

Es un error tremendo, para comprender el proceso chileno, hablar sólo de la intervención norteamericana, que existió y que fue fuerte. Porque Estados Unidos estaba actuando en comandita con la intervención de Cuba. Y que me digan a mí que Cuba no intervenía, si yo tenía el embajador de Cuba frente a cada medida que yo tomaba. Hacía un festival de cine de la Corfo y venía el embajador de Cuba a decirme que tales y cuales películas no eran correctas…

–Hablando del actual gobierno, hay quienes apuntan a que hay un escenario con ciertas semejanzas a 1973. ¿Qué opina usted?

-De una manera excepcionalmente rotunda, respondo que sí. Estamos en circunstancias parecidas a las que antecedieron al Golpe. Porque hay estructura de conflicto, pero los desarrollos de esa estructura a veces varían, son distintos. Las dos almas que había en el gobierno de Allende las tenemos acá, en el Gobierno actual, por mucho que se nieguen. Hay dos almas, lo que significa distintas estrategias. La estrategia de Carlos Altamirano y la estrategia de Allende eran dos almas antagónicas.

Esas almas, a su vez, son polos de atracción para las otras fuerzas políticas, significan distintas maneras de reacción de las oposiciones. Entonces, cuando digo que la estructura del conflicto es parecida, es porque existe una estructura de conflicto dentro del Gobierno y en la oposición. Pero cómo actúen las fuerzas va a ser distinto, y está siendo distinto. Lo que se llama “volteretas” del Presidente Boric, yo las llamo “evoluciones”, y me acuerdo mucho de un texto de Lenin que dice “dos pasos atrás y uno adelante”. Es decir, a veces hay que retroceder para seguir en lo mismo, pero a veces hay que retroceder para cambiar de rumbo. Entonces, eso es lo que habría hecho Lenin tal vez.

–Para usted, ¿cuál es la imagen con la que ha quedado Augusto Pinochet?

-No lo voy a excusar de toda la barbaridad que cometió. Fui víctima de él, aunque nunca me he autoinvocado como víctima. Me tuvo 17 años fuera del país. Pero no puedo desconocer que era un tipo inteligente. Uno de los dictadores inteligentes, que manejó el país con crímenes, asesinatos, torturas, fregando a mucha gente del Ejército. Esa es una de las dimensiones que nunca se ha manifestado entre los sectores de izquierda y de centroizquierda. Todos los que están en Punta Peuco, seguramente en su fuero íntimo, dicen “caramba, nos dejó aquí archivados para siempre el Capitán General”. Porque él siempre dijo que no tenía nada de que pedir perdón. Fue de una gran crueldad.

Entonces, en el Ejército yo creo que hay sentimientos muy fuertes. He conversado académicamente con los intelectuales militares y el espíritu de cuerpo de ellos es muy fuerte, pero al mismo tiempo, como gente inteligente, saben perfectamente bien esto que digo. No hubo responsabilidad del mando asumida. Para mí, el gran pecado de Pinochet, fuera de los delitos que se le adjudican y por los cuales fue condenado, es que nunca haya dicho “mire, yo respondo por toda la gente que actuó por mí”.

–¿No lo dijo nunca?

-Nunca.

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