Reportajes

4 de Agosto de 2022

¿Por qué a los chilenos nos cuesta tanto sacarnos la mascarilla?: La visión de psicólogos, historiadores, infectólogos y neurobiólogos

Crédito: Agencia Uno.

A pesar de que no es requerido por las autoridades, es común ver a chilenos en la vía pública, en espacios abiertos y de bajo riesgo de contagio, utilizando mascarillas. Es una conducta que contrasta notoriamente con lo que se observa en otros países latinoamericanos, así como en EE.UU. y Europa. En cambio, países asiáticos como Japón o Corea del Sur son quizás el único ejemplo donde ocurre algo parecido. ¿Qué explica este llamativo comportamiento en Chile? Aquí, cinco personas de distintas disciplinas comparten sus reflexiones al respecto.

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Es un fenómeno a lo menos curioso, que se aprecia en cualquier paseo cotidiano por las calles de Santiago. Sin importar que se esté en un espacio abierto, cuando los riesgos de contagiarse de Covid-19 u otra enfermedad infecciosa son bajos, todavía es común ver a masas de chilenos y chilenas utilizando su mascarilla.

Y esto ocurre, curiosamente, a pesar de que las autoridades sanitarias anunciaran a principios de abril de 2022 que su uso ya no sería obligatorio en espacios abiertos, siempre y cuando se pueda mantener un distanciamiento adecuado con otras personas. No así con los espacios cerrados, donde la mascarilla es un requisito obligatorio en cualquiera de las fases de riesgo sanitario establecidas por el MINSAL.

Este comportamiento contrasta notablemente con lo observado en países vecinos. Ni en Argentina, Perú o Brasil, sucede algo similar: la gente se mueve sin cubrirse el rostro, sobre todo en los exteriores. En Europa y EE.UU., cunas de la cultura occidental -que en Chile se consume en forma de películas, series y hamburguesas-, tampoco es común el uso de mascarilla. Ni en lugares cerrados.

En esa línea, nos parecemos más a naciones del Asia Pacífico, tales como Japón, Corea del Sur y China. Nuestros amigos de oriente sí se caracterizan por ocupar este medio de protección a nivel masivo, y lo vienen haciendo desde mucho antes de la pandemia que cambió el mundo.

¿Qué explica entonces que a los chilenos nos cueste tanto sacarnos la mascarilla? The Clinic salió en búsqueda de respuestas, planteándole la pregunta a cinco profesionales y académicos de distintas áreas del conocimiento.

Entre las reflexiones -que en ningún caso intentan ser concluyentes o exhaustivas- hay de todo. Surge desde la supuesta obediencia del pueblo chileno hacia las autoridades, el perfil de ciudadano temeroso, hasta que en invierno hace frío y la mascarilla ayuda a calentar la nariz, usualmente abandonada a la intemperie.

Aquí, el resultado de esta novedosa indagatoria.

Paulina Cuadra, psicóloga clínica del Hospital de Día del CRS de Peñalolen

A Paulina le pasó que, justamente el día que le planteamos esta pregunta, caminaba por Av. Ricardo Lyon, en Providencia, con su mascarilla “bien puesta”. “Me topé con varias personas sin ella”, recuerda, para luego pasar a sentirse parte de una “minoría”. “Y pensé lo cómoda y segura que me sentía con mi mascarilla puesta (ojo que hacía mucho frío…. punto para la mascarilla) y pensé en la díada seguridad versus miedo”, agrega.

“Creo que los chilenos en general somos temerosos, aunque no lo parezca. Arrancamos igual para los temblores, aunque estemos más que acostumbrados”, explica la psicóloga clínica. Por lo mismo, sostiene que “el temor persiste especialmente por historias personales de contagio, de síntomas angustiantes como la disnea, por pérdidas directas de familiares o incluso por historias sumamente trágicas de ser intubado, hospitalizarse y nunca regresar a casa, o que tu familia no vuelva a verte etc. Pienso en cómo lo traumático de esa experiencia llegó a instalarse en lo colectivo”.

“Por otra parte no ayuda mucho que las cifras de contagio no bajen significativamente (…). Y muchísima gente sigue evitando el contagio para así no contagiar a sus familiares adultos mayores o enfermos crónicos, que en Chile hay muchísimos”, añade.

De súbito, le llega otra reflexión, pensando en las conversaciones que sostenía en los inicios de la pandemia, cuando decía: “Ahora entendemos a los chinos, eran visionarios. Siempre en la televisión los veíamos con mascarilla y nos parecían exagerados, ridículos. En cambio ahora nos parecen tan adecuados…”.

Proyectando hacia el futuro, Paulina cierra diciendo que “algunas personas han pensado que usarán todos los inviernos la mascarilla solamente para evitar los contagios, ya sea de Covid o de influenza, y hasta la viruela del mono, sin miedo al ridículo”.  

Foto tomada en Providencia, en la calle, a fines de julio de 2022. Crédito: Agencia Uno.

Marcelo Sánchez, doctor en Estudios Latinoamericanos y experto en historia de la salud en Chile

Para Marcelo Sánchez, destacado académico de la Universidad de Chile, el fenómeno evidentemente tiene una explicación de “índole cultural”. “Y es el hecho de que somos un pueblo reprimido, disciplinado, obediente, para el cual, por ejemplo, un período de protestas y de rabia social constituye prácticamente un epicentro dentro de un continuo de obediencia y de disciplina”, postula.

“Estamos muy acostumbrados a seguir órdenes, a seguir instrucciones, a respetarlas… Por más que se hable de lo contrario, hay un respeto a la autoridad. Entonces, hay una cierta condición un poco tímida y obediente de parte del pueblo chileno”, dice Marcelo, para luego desechar que en Chile exista una tradición libertaria que se oponga a “todo tipo de medidas disciplinarias”.

Por otra parte, está el “miedo”. Habla de un pueblo “tal vez todavía muy traumatizado por los eventos de la dictadura militar. Sin duda. Torturas, exilio, autoritarismo. Hay un trauma que no se sana, y que por lo tanto, hay una parte de la población que vive con una dosis no menor de miedo”. Grafica su punto con que, en el estallido de 2019, eran mayoritariamente los jóvenes quienes se enfrentaban a Carabineros o incluso las Fuerzas Armadas, “cosa que para otra generación resulta impensable, y profundamente angustioso”.

En seguida, pasa a comparar con el uso de la mascarilla que se observa en algunas naciones asiáticas, donde identifica “un sentido de protección del colectivo. De hacer un pequeño sacrificio personal para proteger al colectivo”. “En cambio, creo que los chilenos usamos la mascarilla como si esto fuera un seguro de inmunidad frente al otro. Es más bien un signo de desconfianza, de extremo individualismo”, sostiene.

A eso suma que “hay una sensación de tratar de lograr una cierta inmunidad simbólica frente a todo lo que te agrede del exterior. La contaminación, la violencia en la calle, la mirada del otro. Porque además, esto simbólicamente es muy fuerte, porque es la ocultación del rostro, digamos”. Así, homologa la mascarilla incluso con la “capucha”, siendo que “ahí también hay una ocultación del rostro”.

Basándose en sus estudios históricos, Marcelo cree que existe una probabilidad de que la práctica de usar la mascarilla se mantenga generalizada, “pero también no hay que subestimar la capacidad de olvido y recreación de las prácticas de los pueblos”.

Trae a colación un ejemplo: “En Chile existió una epidemia de tifus exantemático (transmitida por piojos, con una mortalidad del 25%), que llevó a cerrar los cines y escuelas, limitar el número de pasajeros en los tranvías, solicitar pasaportes sanitarios a los obreros, capturas indiscriminadas de pobladores que eran rapados para eliminar los piojos… Y todo eso no está tan lejano. Está en la década de 1930. Y sin embargo lo teníamos totalmente olvidado. Se aplicaron medidas muy punitivas y disciplinares para lograr la higiene de la población… Esto fue muy traumático”.

“Y eso se olvidó completamente. Entonces, creo que aquí, si ya cuando se supere un poco más definitivamente la prevalencia de casos, va ir actuando suave pero poderosamente el olvido, y nos va a traer de nuevo a la vida social a rostro descubierto”, sintetiza.

Claro está, “siempre y cuando no prevalezca por sobre esta consideración más racional o social, la eternización del miedo al otro, y esta suposición irracional de que, simbólicamente, una mascarilla de papel prensado tiene la capacidad de defenderte de algo”.

Dra. Fernanda Cofré, pediatra e infectóloga del Hospital Dr. Roberto del Río

La Dra. Cofré parte la conversación afirmando que su respuesta no es “definitiva ni sociológica”. Lo suyo es la observación en base a lo que la rodea.

“Entenderás que trabajo en salud y que me relaciono mayoritariamente con gente que trabaja en salud, o con pacientes, y de todas maneras, en ese escenario, la mascarilla sigue siendo un desde en la interacción día a día. No sólo en la atención médico-paciente, si no que en la relación entre los colegas o en las cosas administrativas asociadas a la atención de salud”, comienza.

Esto porque así lo señala la normativa, “pero también porque existe mucha más consciencia o es mucho más explícito que sigue habiendo gente enferma, de que la mascarilla nos protege no solo del Covid, y que desde antes del Covid uno ya funcionaba o interactuaba con pacientes o colegas que igual usaban mascarilla”.

Eso sí, para la población general que la sigue usando en espacios abiertos, dice no tener una explicación “muy clara”. “Pero sí creo que nos han ayudado varias cosas. Uno, nosotros como latinos y prepandémicos, siempre hemos sido bien portados como país en relación con lo que tiene que ver con las indicaciones o las instrucciones de salud”, afirma, colocando como ejemplo la excelente cobertura de vacunación en Chile a nivel pediátrico. “No solo porque uno las indicaba, sino porque las mamás entendían que era una parte normal, esperable y deseable”.

“Yo entiendo que en esa misma filosofía la gente, en la medida en que uno ha mantenido la comunicación de riesgos, o la información de que la mascarilla sirve y protege, sobre todo en los niños chicos y las personas de tercera edad; la gente adhiere mucho más a la indicación”, opina.

Otro factor sería el invierno: “Es mucho más explícito o evidente que hay otros virus circulando, que estamos resfriados, que los inviernos anteriores no solo no hubo Covid, si no que no hubo otros virus o enfermedades infectocontagiosas, por el uso de la mascarilla. Y probablemente, además, la mascarilla, en una cosa así como más coloquial”. Sugiere, entre risas, que la mascarilla protege del frío en la mañana, y que tapa la cara de sueño.

Por eso es que proyecta que, “en la medida de que empiece a hacer calor, o que hagamos más vida exterior que interior, probablemente se va a relajar el uso de la mascarilla. Porque físicamente da calor, transpiras, molesta, se te empañan los anteojos…”.

Asimismo, cree que también afecta la “inercia”, o “esta cosa que sí tenemos los chilenos de que hay que hacer lo que todos hacen”. Tiene que ver con el status quo, con el “qué dirán”. “Y de todas maneras la mascarilla llegó para quedarse. No sé si la vamos a usar como los asiáticos, en todos los escenarios, pero claramente desde el punto de vista social o cultural, ya es aceptado. No solo tolerado, si no que es aceptado y bien visto”.

Agrega un bonus track: las variedades de diseños técnicos y estéticos que ofrece el mercado de mascarillas “me permiten a mí tener mi sello personal o mi estilo, y en función de eso adaptarlo a mis circunstancias”.

Mauricio Onetto, doctor y máster en Historia y Civilizaciones de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París

Mauricio, además de ser un investigador de renombre en la Universidad de Magallanes y la Universidad Católica de Temuco, es autor del libro “Discursos desde la catástrofe. Prensa, solidaridad y urgencia en Chile, 1906-2010”.

En esa línea, su análisis frente a la pregunta central de este artículo es uno basado en la historia. En primer lugar, afirma que la idea de un espacio “seguro” -al aire libre y en la vía pública, con menos probabilidad de contagios-, habría que “relativizarla”. “Históricamente el espacio público no ha sido sinónimo de seguridad en Chile. Desde antes de instaurada la República y a lo largo de ella, el espacio público ha sido más bien un espacio en que se transita, se está ‘un rato’, en el cual podemos gritar, rayar, pero no uno en donde se generan los sentimientos de pertenencia y confianza que permiten afiatar a una sociedad, construir en sólido (relaciones y materialidades) o delinear estéticas para un mejor convivir. Nos podemos encontrar en él, pero no tenemos una relación íntima con él ni en él”, comenta a The Clinic.

“Las razones son múltiples y pueden explicarse tanto por la forma en que se configuró políticamente el territorio (en términos históricos) que privilegió las formas privadas de seguridad ante la precariedad existente en todas las épocas (un constante sálvese quien pueda desde sus casas. Así fue siempre con los terremotos y los patios interiores coloniales), pero también al desgano de las élites por potenciar un Estado que invirtiera en él y permitiese construir armónicamente, por ejemplo, nuestras ciudades”, especifica, antes de agregar que “el espacio público muestra nuestras diferencias, nuestras fragilidades como sociedad, pero también nuestra desconfianza dada por esa fragmentación que las élites han impuesto en nuestros espacios comunes”.

Continuando con la reflexión, sostiene que “hoy el espacio público, luego de un estallido social, un proceso Constituyente único en la Historia de Chile, un gobierno muy fracasado como el de Piñera y una pandemia, esas fragilidades están a la vista, en forma de heridas como de temor a lo que viene”.

Es entonces que llega al meollo del asunto: “El uso innecesario de la mascarilla es la representación de este conjunto de cosas que, por supuesto, se pueden explicar históricamente. No lo veo como un cuidado por el otro, sino de una protección propia ante un espacio que puede ‘atacarnos’, en el que ocurren (constantemente) los desastres. Interpreto que se usa para mantener sigilosamente un cierto orden ante un evento repentino que no solo puede contagiar a una persona, sino que puede desconfigurar su mundo. En otras palabras, es una forma de regulación social desde la aceptación de la fragilidad de la que estamos constituidos. Esa misma persona, de seguro, no utiliza mascarilla cuando está en su casa o en un espacio propio, incluso, con personas ajenas a ella”.

Agrega otro elemento, relacionado al hecho de que en Chile crecimos con el discurso de que estamos situados en las antípodas del mundo, y que por eso tenemos una suerte de “competencia” por acercarnos a lo que pensamos es “el centro del mundo”. “Nuestra referencia es siempre la misma: pensar que somos más modernos o estamos a la vanguardia de los cuidados, de la pandemia, etc., llevando al extremo de la perfección las cosas, cuando quizás no es necesario. En Europa no tienen cuatro dosis, porque no ven sentido ni usan mascarillas desde hace un año. Acá, es al revés porque suponemos que eso nos pone primeros. Y como pocos debaten al respecto, en parte porque hay todo un entramado moral detrás para quien ose decir lo contrario, se hace difícil contrarrestarlo”, explica.

Ahora bien, observa un escenario donde ve posible que se acabe “este comportamiento”. “La nueva Constitución creo que aportará a cambiar esto, gracias a que promueve espacios de comunión diversos y nos permitirá entender que estamos todos dentro de un mismo proyecto. La lógica sálvese quien pueda nos ha hecho mal, no somos una sociedad feliz, nuestra historia lo demuestra: es una historia de guerras, batallas, catástrofes. No es una historia feliz”, cierra Mauricio.

Juan Andrés Orellana, neurobiólogo de la Escuela de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile

Juan Andrés opina que “es ‘predecible’ que algunas personas duden en seguir las nuevas recomendaciones sanitarias, y este comportamiento cauteloso tiene un origen evolutivo y de conservación natural que hace al ser humano ‘sobre analizar’ demasiado el riesgo”. Una conducta que, según explica, “puede exacerbarse en individuos con trastornos de salud mental”.

“En Chile, el prolongado periodo de confinamiento durante la pandemia junto a la numerosa perdida de seres queridos fue un caldo de cultivo para la aparición de desórdenes psiquiátricos relacionados a la ansiedad. Esto último, probablemente potenció la conducta de ‘sobre análisis’ del riesgo en nuestro país. A esto hay que sumar que diversos estudios han mostrado que los chilenos, incluso antes del estallido social, teníamos unos de los mayores índices de estrés psicosocial de la región”, detalla.

“Por último, la evidencia indica que los individuos sintomáticos o asintomáticos que han sido infectados con el virus del Covid-19 pueden manifestar diversos trastornos neurológicos, aun varios meses después de la infección inicial. Si acaso la historia emocional reciente de nuestro país, incluyendo el estallido social, confinamiento y daño neurológico asociado al Covid-19, podría explicar la fuerte compulsión de usar mascarilla en espacios abiertos, es algo que merece ser investigado”, afirma, sacando a relucir su veta más académica.

También apunta a la herencia arquetípica del “orden Portaliano” -por el autoritarismo político impuesto por Diego Portales-, aún presente en nuestro imaginario. “Ahí hay una pulsión bastante individualista que nos diferencia en parte del resto de las idiosincrasias de la región, que ciertamente son mucho más cálidas y colectivas. En ese sentido, uno podría aventurar que el uso de las mascarillas por parte de algunos chilenos les ha servido como una ‘barrera natural’ para los encuentros sociales no deseados. En efecto, uno podría intuir que algunos han disfrutado de poder mantener la ‘distancia’ con las personas, particularmente, aquellos que no son buenos para establecer límites o se sienten cómodos con la paz de tener interacciones sociales limitadas”, dice Juan Andrés.

“El chileno en general es reacio a cambiar sus rutinas y parte de este comportamiento puede explicarse por tratar de mantener cierto control sobre un periodo de bastante incertidumbre. Esto se combina con la idea colectiva de ‘Juan Segura vivió muchos años’ y en el fondo se potencia ese signo de cautela junto con el de animadversión al cambio”, advierte.

Y finaliza con la aseveración de que es “muy probable” que una parte de los chilenos transiten “paulatinamente al uso de mascarilla ‘a todo evento’, tal y como sucedía en Japón antes de la pandemia. Fruto de su propia idiosincrasia, la cultura japonesa desde hace varias décadas adoptó el uso de las mascarillas para proteger a otros o a sí mismos de enfermedades, alergias o polución, por vanidad o para preservar su privacidad”.

Resalta un paralelo llamativo con los nipones: “Ciertamente, tal y como ocurre con parte de la población chilena, los japoneses tienen una gran prevalencia de enfermedades de salud mental e índices altos de estrés y depresión. Por tanto, el uso de mascarillas es una conducta que llegó para quedarse”.

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#Chile#Mascarilla#pandemia

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