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Entrevista Canalla

1 de Octubre de 2022

Nelson Ávila, agricultor y escritor: “Fui tildado como el niño símbolo de la cannabis, pero las veces que consumí fueron muy esporádicas”

Se entregaron los resultados de los test de pelos a que se sometieron los parlamentarios y el ex senador, el emblemático defensor del consumo, analiza lo sucedido. Habla además de su libro sobre discursos, de vida como agricultor. Y, en medio de todo, lanza una impactante confesión, en torno a su leyenda como fumador de marihuana.

Por

“Mire, la verdad…”, afirma Nelson Ávila, 79 años, leyenda viva del Parlamento, ex congresista cannábico, el volado adscrito al Partido Radical, tótem de la Familia Ávila que fijó residencia en Los Andes, “…es que en la actualidad trabajo en el campo”. Y suelta un bufido rural, de campesino nuevo, como si a toda velocidad le hubiesen instalado un novillo sobre los hombros.

-¿Usted trabaja la tierra?

-Eee…superviso- y baja la voz.

-¿Quién trabaja la tierra?

-Mi señora, fíjese- revela con sinceridad.

-¿Usted qué hace en concreto, Nelson?

-¿Yo?

-Sí, usted.

Silencio. Un silencio con matiz urbano.

El campesino es un hombre con vocabulario que estudió Administración Pública. Es un hombre que por dieciséis años desplegó esdrújulas en el hemiciclo, que activó el lenguaje teatral entre los proyectos de ley. El año 2000 presentó un proyecto para despenalizar el consumo de la marihuana. Aspiró un pito de marihuana en un programa de televisión y su simpatía fue vinculada al acto de vivir aferrado a la yerba. Sus carcajadas, deslizaban los enemigos, permitían visualizar un cogollo. Sus ojos solían brillar por su entusiasmo natural hacia la prensa, pero siempre su luz, lo que emanaba Ávila, se asociaba a estar adherido a la sativa.

-Bueno, mire- consigue responder-…yo estoy pendiente de los nogales.

-¿Cuántas hectáreas plantaron?- el reportero también pone voz de campesino.

-18 hectáreas…por ahí…

-¿Usted supervisa en terreno?

-No…

-¿Ocupa botas para el barro?

-No, señor.

-¿Cómo supervisa?

-La verdad es que yo me ocupo de ir al banco. 

Eso también es relevante, Nelson…- apoya la prensa.

-¡Pero si es fundamental!- se entusiasma él.

Los nogales resultan ser el sustento de los Ávila. Y la creatividad, a su vez, es el sustento íntimo de Nelson. Si bien monitorea a distancia la producción de nueces, si bien jamás ha puesto en duda el firme oficio de Margarita Silva – su esposa, la estratega, la de las botas embarradas- para multiplicar el fruto, Nelson Ávila realmente aparece en su dimensión más inspirada al tomar asiento en su escritorio. Allí brota el artista. Allí aparece la versión andina de Joaquín Edwards Bello. El escritor. El cronista dotado de ingenio. El analista de políticos inauditos.

-Así es…bueno…acabo de publicar otro libro.

-¿De qué se trata?

-De los discursos emblemáticos que se han realizado en el Teatro Caupolicán. El libro, usted podrá entender, se llama “¡Caupolicanazo!”. 

A Nelson le empezaron a brillar los ojos. Incluso, le empezaron a brillar las palabras. Ya no es el campesino bancarizado, supone el reportero, estamos en presencia del literato. Se retiró de la política, es un radical en estado de reposo, pero persiste con los libros. 

-¡Los discursos en el Teatro Caupolicán eran la prueba de fuego para el liderazgo!- estalla.

-¿Cómo eran esos discursos?

-¡Tenían belleza formal y belleza de contenido! Radomiro Tomic, Eduardo Frei Montalva, los radicales y tantos otros…

-¿Y ahora- se inquieta la prensa- no hay discursos de ese tipo?

-¡No!

-Pero cómo…

-La comunicación política ha sido alterada por las redes sociales. Lo que prima es la velocidad con que se transmiten las cosas ocupando la menor cantidad de palabras posibles…

-¿Y Boric, Nelson? ¿Es verdad que tiene enjundia para el discurso?

-Mire, algo tiene, algo tiene…

Y Nelson se extiende y habla del origen del Teatro Caupolicán. Y dedica palabras emotivas a la familia Aravena, los fundadores, y luego deriva al futuro del discurso, proyecta un futuro sombrío para las grandes palabras y la teatralidad. Y el ánimo de Nelson declina un poco. Pero, por fortuna, rinde luego un homenaje a sus tres nietos. Y al poblado Rinconada de Los Andes, en el cual nació. Y presagia, eso sí, que ese poblado, ese lugar en que las tardes son tan tranquilas que duran exactamente el doble que en Santiago, se está urbanizando. “¡Será un Chicureo 2!”, tiembla, y se apaga.

Entonces el reportero genera un ambiente artificial de tensión, lo mira televisivamente, y le dice:

-¿Y la marihuana, Nelson?

-¿Qué pasa con eso?

-¿Ha visto que es un tema parlamentario? El examen de pelo…

-Eso es realmente una estupidez.

Se cruza de brazos.

El reportero atisba un enojo.

Y Nelson Ávila lanza una de sus frases:

-Este sainete que está montando el Congreso me resulta repugnante.

Y sigue cruzado de brazos.

La confesión

El examen de pelo se gestó a gritos. Los dos bandos de siempre, los conservadores y los liberales, argumentando sensatez o libertad. A mitad de semana se entregaron los resultados de aquellos parlamentarios que se hicieron el examen: de momento no hay volados en el Congreso.

-Déjeme decirle que, de haber estado yo en el Congreso, no habría permitido por ningún motivo que me hicieran ese examen…

-¿Habría huido, Nelson? ¿Sería un parlamentario prófugo?

-No lo sé, pero no me habría dejado.

-¿Para qué sirve ese examen?

-Dicen que con el test de drogas si hay vínculo entre los parlamentarios y el narcotráfico…¡Es de una ridiculez asombrosa! 

Y grita:

-¡Si a Pablo Escobar, el colombiano, le hubiesen hecho un test de drogas habría sido el más limpio de todos! ¡Los grandes del narcotráfico no consumen! Y más encima, aquellos que han consumido deberán liberar sus secretos bancarios…¡ridículo! ¡Todo aquel que esté metido en el narcotráfico sabe que no debe dejar huellas en sus sistemas bancarios!

Se ofusca. Respira. Es un lobo molesto.

El reportero lo mira y le pregunta:

-¿Cuántos pitos está fumando en la actualidad, Nelson?

Él no titubea:

-Ninguno.

-¿Qué?

-Ninguno, amigo.

El impacto es mayúsculo: Nelson Ávila, el primer político adscrito al pito, el defensor díscolo del THC, el superhéroe verde, de pronto está limpio. El reportero suponía que Nelson abría un ojo y luego encendía la pipa. Efecto medicinal, suponía que Nelson argumentaría. Lo cierto es que Nelson Ávila transparentó su pulmones.

-La verdad- continúa Nelson- es que todo lo que se decía, todas esas caricaturas que se hacían conmigo nunca fueron reales…

Estamos ante un quiebre en la historia.

Aquí hubo una mentira.

-¿A qué se refiere, Nelson? ¿Usted no fuma ni ha fumado marihuana?

-Se me intentó vincular al uso reiterativo de la marihuana y la verdad es que eso jamás ha ocurrido.

-¿Fumó alguna vez?- al reportero le tiembla la voz.

-Alguna vez, hace muchos años, muy ocasionalmente…No podría calificarlo como un consumo abusivo. De hecho, me habría gustado haber consumido más marihuana para poder acercarme mejor a esa realidad.

-¿Pero fuma o no fuma?

-Nadie podría calificarme de fumador, ni siquiera de tabaco. Lo que pasa es que yo fui tildado como el Niño Símbolo de la cannabis. Pero las veces que consumí cannabis fueron muy esporádicas.

Nelson aclara con elegancia que no es marihuanero, que todo responde a mitología, a habladurías, que él no ha plantado marihuana en su jardín, que él no va por ahí, angustiado, hurgando dealers. Todo es una leyenda. Al reportero le da la sensación que está ante un caso semejante al del Pelao Vade, pero en un modo más cósmico y anecdótico: Nelson fraguó una estrategia cannábica para luchar por la causa.

-¿Por qué hizo todo esto, Nelson?

-Quería demostrar que la marihuana no hace mal. Que me vieran a mí, y dijeran que no hace daño. Se puede trabajar y ser fumador de marihuana. Aunque yo no fume.

–Se sacrificó por el pueblo cannábico, Nelson…- se emociona el reportero.

-Na…- Nelson también se conmueve.

Y se produce un largo silencio.

Héroe cannábico

-Pero por qué- se activa el reportero- usted no frenó lo que se iba diciendo…

-Qué…

-¡Decían que usted era enfermo de marihuanero, Nelson! ¡Siempre se insinuaba que usted estaba volado!

-¡Y la gente me hacía chistes!- explota Nelson.

-¡Claro!

-¡La gente me regalaba pitos por todas partes! El otro día un señor me regaló un pito, en agradecimiento por tantas luchas.

-¿Por qué no frenó eso? ¿Por qué no dijo: amigos, respeto la marihuana, pero no la consumo…?

-Nunca me pareció necesario hacer algo de ese tipo. Yo sólo quería normalizar el consumo para ayudar a aquellos que consumían.

-¿Cree que es un héroe de la patria verde?

-Un estoico luchador solamente. Un estoico que sacrificó su imagen personal en pos de los marihuaneros de este país…

Y añade, nostálgico:

-Me dejé manosear deliberadamente en aras de un propósito mayor.

-¿Y su familia? ¿No lo presionaban para que dijera la verdad?

-Había presión, es cierto. Me decían que tenía que desmentir. Pero yo iba por otra causa…

Hoy Nelson Ávila no fuma. 

Ya ni recuerda la última vez que consumió marihuana.

Tan sólo se vuela al escribir, admite. 

Y señala en voz alta:

-A los que se les debería hacer ese famoso test es a los que están vinculados a los grandes intereses económicos del país. Esa es la droga que carcome las bases de nuestra nación. El senador Orpis, por ejemplo…no debe consumir marihuana, pero eso no significa que esté verdaderamente limpio.

Y el mito, a fin de cuentas, se diluye veinte años después. Nelson, el rebelde, se vuelve a enderezar. Dedica su tiempo a analizar discursos, a proyectar libros, a hacer trámites bancarios, a mirar nogales, a mascar nueces. Si Nelson Ávila se hubiese hecho el examen de pelo, se habría comprobado que fue un fumador impostado. Sus pulmones estarían limpios.

-¿Y es, al menos, un volado sin cannabis?

Nelson sonríe.

-Mis voladas son más sanas de lo que la gente cree- y el campesino, el escritor, el hombre que casi nunca fumó, vuelve a su día tranquilo. A esa vida sana que siempre ha llevado.

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