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10 de Marzo de 2022

Matrona del Hospital Tisné a dos años de la pandemia: “Tenía miedo de volver a trabajar”

En junio de 2020, The Clinic presentó la serie “Invisibles, pero fundamentales”. Historias de personas anónimas que con su trabajo, desde las orillas más impensadas, ayudaron a que la batalla contra el Covid-19 se mantuviera inquebrantable, aunque casi nadie de enterara de esos esfuerzos. Hoy, 21 meses después, los revisitamos para saber qué ha pasado con varios de ellos. Partimos con Carolina Quilodrán, matrona del Hospital Luis Tisné.

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“El 21 de junio del 2020 me diagnosticaron el Covid. Estaba con turno de 24 horas y me sentí mal todo el día: dolores musculares, de huesos, dolor de cabeza”, recuerda la matrona Carolina Quilodrán (45) del momento en que el coronavirus finalmente la alcanzó a ella.

Poco antes había hablado con The Clinic, donde su testimonio de su lucha contra el Covid-19 formó parte de la serie “Invisibles, pero fundamentales”. Ella y otros personajes anónimos desfilaron por esas historias que mostraban que en esa batalla todos los esfuerzos valían, incluso los más desconocidos e impensados. En esos días, Carolina contaba de los duros momentos que enfrentaban en el Hospital Luis Tisné. “Todo lo hemos ido aprendiendo sobre la marcha. Soy del sindicato del hospital y tuvimos algunas reuniones a finales de febrero por las medidas que íbamos a tomar con la llegada del virus, pero en verdad todo quedó chico”, reconocía entonces.

En ese reportaje, hace 21 meses, la matrona contaba que estaban atendiendo entre tres a cuatro partos con mujeres contagiadas de un total de diez: “Testeamos a las pacientes y hay muchas asintomáticas. Les tomamos el PCR antes de entrar. Llevamos como 40 partos y cesáreas con PCR positivo en estos dos meses”.

Era un estrés extremo, decía. Cuando volvía a casa después de esas jornadas, se relajaba haciendo puzzles de mil piezas o paseando a sus “perros-familia”. “Ni siquiera pienso en la posibilidad de contagiarme. Este tiempo ha sido bien terrible. Ha sido fuerte y bien solo. Sin ver a la familia, ni a los amigos, con un trabajo súper estresante que cambia de un día para otro… es complicado”.

Pero la posibilidad de contagiarse estaba ahí; y se hizo presente apenas unos pocos días después.

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Ese 21 de junio de 2020 comenzaron los síntomas con fuerte mialgia y cefalea intensa, cuenta. “Personalmente estaba muerta de susto. En esa época no había vacunas y la gente se moría no más. En caso de contagio ya tenía hecho todo un plan: tenía quien me llevara los perros a un hotel y sabía que me iría a una residencia sanitaria porque vivo sola y no iba a exponer a algún familiar a que me cuidara”.

El plan preparado funcionaba para Carolina. El lunes una ambulancia la fue a buscar a la casa y la trasladaron al hotel Park Plaza en Lyon con Providencia. “Yo estaba mal ese día, muy congestionada, con tos”, rememora. En ese tiempo, sin vacunas y sin saber mucho más del virus, cuenta que la entrada a la residencia cumplía los máximos protocolos: “Todos los trabajadores estaban con antiparras, pechera, mascarilla, escudo, guantes, con todos los elementos”.

“Ese 21 de junio de 2020 comenzaron los síntomas con fuerte mialgia y cefalea intensa, cuenta. “Personalmente estaba muerta de susto. En esa época no había vacunas y la gente se moría no más”.

No había contacto personal y cada paciente llevaba una maleta para los días que durase la internación.

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La idea era permanecer 14 días en cuarentena en una pieza normal de hotel, con baño privado, una ventana pequeña y una tele. La rutina se iniciaba a las 6:30 AM cuando controlaban los signos vitales de Carolina. A las 8 AM pasaba el personal de la comida con el desayuno y luego el almuerzo. Más tarde entraba la doctora para vigilar la evolución; y horas después el kinesiólogo para ayudarla a superar la tos.

La gente que trabajaba en la residencia eran mayoritariamente alumnos de últimos años de las carreras de Obstetricia, Medicina, Kinesiología y Técnicos en Enfermería, contratados por el Servicio de Salud Metropolitano ante el colapso del sistema con miles de personas recurriendo a hospitales y clínicas. “Los primeros días no dormí nada”, repasa Carolina.

A pesar del ostracismo en un cuarto de pocos metros, tenía el teléfono y la televisión para estar al tanto de la vida puertas afuera. También amigos y familia podían ir a dejarle cosas al hotel, que luego eran trasladadas a su pieza. “Pedí un pijama y ahí caché que no me lo iba a sacar nunca. Me bañaba y me ponía el pijama nuevamente; si estabas en la pieza todo el día. Qué más podía hacer”.

A la decena de puzzles de mil piezas que llevó, sus amigas le enviaron más. Además de un calentador de camas y un calefactor para la pieza, porque el termostato estuvo descompuesto en el hotel los primeros días de su estadía obligatoria. También le mandaron pastillas para dormir y un chocolate que decidió comer al tercer día con síntomas. Fue el momento exacto en que cayó en cuenta que los sentidos del olfato y del gusto habían desaparecido.

“Pedí un pijama y ahí caché que no me lo iba a sacar nunca. Me bañaba y me ponía el pijama nuevamente; si estabas en la pieza todo el día. Qué más podía hacer”.

“Ahí caché que no sentía sabor. Nada de nada. Estuve sin sabor ni olor durante un año. Actualmente tengo parosmia. Siento olores cambiados, no siento los olores reales”, cuenta. Ahora siente las bebidas cola tienen un “sabor cerdo”. Lo mismo con el aroma de los desodorantes ambientales.

La presión mediática también le empezó a hacer efecto en aquel encierro pandémico. “Leía noticias de jóvenes de 21 años sin antecedentes que morían por Covid y eso me hacía dormir nada. Un día estaba viendo tele y haciendo puzles y en las noticias sale que había muerto una persona x en una residencia sanitaria en Providencia. Y era la mía. Me dio ataque de llanto y me angustié”, relata.

Una tos de perro la acompañó hasta el día 14 cuando la doctora residente le indicó que su cuarentena se extendería por 4 días más.

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Finalmente, junto con el alta médica de la parte física, le siguió un bajón emocional. Carolina sufría una depresión post Covid: “Tenía miedo de volver a trabajar. Estaba con pánico escénico. Lloraba todo el día. Creo que 18 días aislada, sola, cagada de susto, me cobraron la cuenta. No quería nada. El siquiatra me dio tres días de licencia que finalmente se transformaron en dos meses”.

Con la licencia aparecieron otras secuelas: no se podía concentrar, era incapaz de leer un libro, de ver películas. “Se me olvidan palabras y algunos nombres todavía”, dice la matrona. La psiquiatra, que la atendía a través de teleconsultas, la medicó remedios para la depresión y la memoria que consiguieron estabilizarla.  

Cuando ya comenzó definitivamente con la vuelta al trabajo, la idea de re-contagiarse también pasó por su cabeza. “Al principio sabía de mi inmunidad por haber estado enferma y estaba mejor emocionalmente, pero después lo volvía a pensar”, dice Carolina.

“Tenía miedo de volver a trabajar. Estaba con pánico escénico. Lloraba todo el día. Creo que 18 días aislada, sola, cagada de susto, me cobraron la cuenta. No quería nada. El siquiatra me dio tres días de licencia que finalmente se transformaron en dos meses”.

En el hospital, a fines del 2020, las cosas continuaban en versión emergencia sanitaria. La sala de ginecología seguía siendo un sitio para pacientes Covid. Carolina recuerda que las embarazadas convivían con “hombres y mujeres de distintas edades que ya estaban desahuciados junto a otros que esperaban que les dieran el alta”. Esa sala duró un año.

Desde entonces, las estrategias del hospital han ido variando dependiendo de las olas del virus y sus intensidades. “Antes teníamos 1 ó 2 pacientes infectadas, ahora en cada turno hay más de cinco”, indica la profesional. Aprendieron a vivir con Covid. Se transformó en rutina.

“Igualmente creo que lo más terrible son las mujeres que están en parto. Van solas, muertas de miedo, sin verle la cara quiénes le atienden en un momento tan vulnerable. Los papás no pudieron entrar por muchos meses y ahora con el aumento de los casos y la disminución de los aforos, volvieron a sacarlos de la sala de preparto. En ese lugar que es grande, no tenemos filtros ni extractores de aire. Al parto aún pueden entrar”, dice acerca de la actualidad de la maternidad del Tisné.

Carolina ahora está de viaje en Colombia. Esta es la segunda vez en que ha podido viajar para encontrarse con su pareja, un colombiano cultivador de café orgánico, retomando la relación interrumpida por restricciones internacionales de viajes, olas pandémicas, PCRs y vacunas.   

 “El contacto humano es tan importante. Ya sea de amigos, familia, novio o mis perros que me acompañaron cuando más mal estuve. Es tan importante el contacto y hay que valorarlo tanto-tanto-tanto, que cuando no se tiene uno se da realmente cuenta de su falta. Y aunque esta pandemia sacó lo mejor y peor de la gente, debemos hacernos un tiempo para compartir”, reflexiona.

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