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19 de Octubre de 2022

Tania Tamayo, autora de “El gran vuelo terrible”, libro sobre la tragedia del Casa-212: “Hubo un sinfín de acciones muy improvisadas que no salieron en los medios de comunicación”

tania-tamayo-casa-212 Patricio Vera

El 2 de septiembre de 2011, el Casa C-212 de la FACh que transportaba a equipos del programa Buenos Días a Todos, de la organización Desafío Levantemos Chile y del Consejo de la Cultura y las Artes cayó invertido al agua. Todos fallecieron en el accidente. Del evento en sí mucho se ha hablado, pero poco se conoce de los hechos y negligencias que llevaron a que el avión cayera en Juan Fernández. Precisamente esos detalles son los que quiso revelar la periodista Tania Tamayo en su libro “El gran vuelo terrible”. En conversación con The Clinic la autora abarca no sólo parte de su investigación, sino que también hace una evaluación del oficio y de su importancia para la sociedad.

Por

Han pasado poco más de 11 años, pero el recuerdo de aquel 2 de septiembre de 2011 sigue fuertemente adherido a la memoria colectiva chilena. Una catástrofe que conmocionó al país, tras conocerse que el Casa C-212 que viajaba a Juan Fernández había capotado.

Los equipos humanos del Buenos Días a Todos, Desafío Levantemos Chile, el Consejo de la Cultura y las Artes y la Fuerza Aérea de Chile desaparecieron en el mar. Con la caída de la nave de manera invertida en el agua, todos los tripulantes fallecieron.

Sin embargo, este caso mantiene hasta hoy muchos detalles relevantes desconocidos, enterrados en informes y en testimonios olvidados.

21 fallecidos dejó el accidente mismo, una persona perdió la vida unos días después, debido a la desorganización en el aeródromo en medio de las labores de búsqueda. Más allá de las condiciones meteorológicas adversas, la falta de protocolos y una serie de negligencias también fueron parte importante en el accidente.

Así lo revela una profunda y rigurosa crónica, transformada en el libro “El gran vuelo terrible” (Ediciones B, 2022), de la periodista Tania Tamayo, quien buscó exponer las historias detrás de la catástrofe. En él, la también académica de la Universidad de Chile revela por qué los pilotos no tenían chance de volver al continente o de aterrizar en la isla.

Con una narración fluida y precisa, Tamayo le da rostro e historia a gran parte de quienes iban a bordo del vuelo. Una “mirada más democrática de la cobertura hacia las víctimas”, dice la investigadora en conversación con The Clinic. En resumen, este relato es un intento de “mostrar quiénes eran estas personas que iban en ese vuelo que nunca se debió hacer”.

La investigación del accidente

En 130 páginas, la periodista hace un recorrido por todos aquellos detalles que quedaron hundidos en documentos y en palabras que se fueron con el viento. Tamayo, al igual que los buzos de aquellos fatídicos días de búsqueda en 2011, se sumergió para poder reunir los detalles que conforman su libro.

La necesidad de revisar el caso de la caída del Casa C-212 en Juan Fernández, en sus propias palabras, fue ir más allá de las figuras mediáticas. “Era importante abrirlo. Dentro de esas 21 personas había mujeres que tenían funciones súper relevantes en el país, entre ellas la piloto, pero también funcionarias del Consejo para la Cultura y las Artes”, dice.

Además, quiso sacar de las profundidades de la letra muerta a aquellos funcionarios de la Fuerza Aérea de Chile que “tal vez, por su jerarquía, tampoco habían sido relevados, y eso era muy fuerte”. Según explica Tamayo, “más allá de lo impactante y mediática que fue esta tragedia, desde un comienzo, sentí que había que seguir de alguna manera la noticia. Ver qué es lo que había pasado con los familiares, ver quiénes en Juan Fernández habían hecho esa labor de búsqueda súper relevante”.

¿Cuáles sientes tú que fueron los principales desafíos que implicó esta investigación?

—No tuve problemas más allá de ciertas incoherencias en las respuestas que me iban dando a través de la Ley de Transparencia. No tuve problemas en acceder al Tribunal de la Aviación y poder revisar en Fiscalía de la Aviación, por ejemplo, todos los documentos de los 15 tomos, que son muy grandes.

¿Y más allá del trabajo con la Fuerza Aérea?

—Sí tuve problemas con dos grandes líneas, más bien conceptuales. Una es que obtuve muchas entrevistas en off. Había funcionarios y ex trabajadores que tenían cierto temor de que esto tuviese algún tipo de consecuencia en sus trabajos y en sus redes. El mundo de la Fuerza Aérea es muy compacto. Lo otro difícil tiene que ver con el concepto del dolor, porque más allá de la investigación minuciosa o de viajar a Juan Fernández, la condición de dolor y de incredulidad de la Justicia que tienen los familiares ha sido bien dura.

Ese dolor, que yo en algún momento lo denomino como “innombrable”, como algo que no se puede decir, no era fácil de respetar ni de retratar. Las dificultades del periodista no sólo tienen que ver con acceder a información que está oculta, sino que también a tener una relación humana con quienes han sido víctimas, muy desde el respeto.

Levantando el velo

Muchos de los detalles que relata Tania Tamayo en su investigación eran elementos desconocidos para las personas de a pie. Por ejemplo, hasta el día de hoy no hay claridad -al menos de materia documental- de quién dio la orden de realizar el vuelo ese 2 de septiembre.

También la crónica da a conocer que la ubicación de los restos del avión se conoció por la geolocalización del iPhone de uno de los pasajeros, porque la nave no contaba con una antena GPS instalada. Una claridad de los hechos que, sin duda, cambia la perspectiva con la que se ha juzgado el caso.

¿Qué sensación deja, para ti, esta “pseudo”-claridad que das sobre algunos detalles de este vuelo que estaban insertos debajo de un montón de documentos que nunca salieron a la luz?

—Había documentos que eran, se supone, de menor importancia, como lo ocurrido con la baliza. Eso lo pude encontrar a raíz de los cuadernos secretos del proceso y estaban ahí. No habían salido a la luz pública porque, además, la respuesta que da la Fuerza Aérea en ese momento es que no se pueden referir a eso. Sin embargo, dentro de los documentos aparece concretamente que hubo cosas que no tuvieron un mantenimiento adecuado.

Hay cosas que son más pequeñas, que tienen que ver con lo técnico. Pero también hay otras más estructurales, muy importantes y que nunca salieron a la luz. Por ejemplo, quién dio la orden de vuelo. A mí lo que más me llamó la atención es que no es rastreable. Finalmente, uno tiene una opinión pero que se da casi por descarte.

Eso lo mencionas en el texto…

—Lo que creo yo, y que es a partir de todo lo que pude recabar, es que tengo la sensación de que esa orden de vuelo surgió desde lo más alto del Ministerio de Defensa, encabezado por el ministro Andrés Allamand, y de la institución (FACh). ¿Por qué yo creo eso? Porque, de todas las respuestas entregadas, ninguna se hace cargo de la solicitud que llegó a la institución de parte de Felipe Cubillos, que estaba a cargo entonces de la Fundación Desafío Levantemos Chile. Pero, también, en esa época era cuñado del ministro Allamand.

La FACh dice que nunca recibieron, en todos estos años, ningún tipo de solicitud. Esta habría llegado al Departamento de Comunicaciones y es el Comando de Combate quien baja la orden. Nada de eso es reconocido hoy por la FACh.

¿Y el Ministerio, entonces?

—El Ministerio de Defensa sigue diciendo, a día de hoy, que no participó en ninguna conversación, decisión o que tuvo información de que la cartera haya solicitado este viaje a la FACh. Hay una respuesta de la FACh que dice que todas esas órdenes vienen del Ejecutivo. Si tú entonces haces un cotejo de esas respuestas, llegas a la conclusión de que esta orden no es rastreable pero que, probablemente, vino desde muy arriba.

Eso a mí me pareció que era bien extraño que nunca se haya investigado. Incluso, en la FACh hay un sumario administrativo donde se reconoce que hubo una solicitud de la Fundación Desafío Levantemos Chile, pero no se habla más.

Es raro que investigaciones periodísticas, que fueron muy buenas y dieron indicios de lo que había pasado, no se basen en investigar esa orden de vuelo. Probablemente sea porque no es rastreable, pero también porque había una condición de dolor del ministro de Defensa que es innegable, por el tema familiar que involucraba. Pero claro, hay una responsabilidad que nadie termina de asumir.

Sobre esto, viendo que nadie tiene tan claro de dónde viene la orden pero que la sensación que hay es que es un viaje que tiene que hacerse sí o sí, ¿crees que finalmente este vuelo tenía presiones políticas para hacerse en esa fecha?

—Sí. Esto tiene que ver con mi impresión y con lo que pude obtener, además de la versión de algunos familiares. Para el Gobierno de Piñera era un momento muy álgido, porque estaba el movimiento estudiantil, estaba muy incipiente el tema medioambiental respecto de HidroAysén, con las primeras grandes marchas, el tema de las AFP… Y una popularidad muy baja.

Yo creo que era necesario que una fundación, como era Desafío Levantemos Chile, que había concretado labores muy exitosas y que estaba relacionada con el Gobierno, realizara ese viaje. Y que lo realizara con el matinal Buenos Días a Todos, que era uno de los más vistos en ese momento en Chile. Entonces, juntar a estas dos grandes personalidades, que eran Felipe Camiroaga y Felipe Cubillos, no había sido fácil.

De hecho, ya se había suspendido el vuelo porque no se había podido coordinar a las dos grandes figuras. Cuando eso se logra, el viaje tiene que hacerse sí o sí. Y se hace en condiciones climáticas muy inhóspitas, de lo cual hubo una cantidad importante de advertencias que no fueron escuchadas.

¿Sientes, también, que hubo un aprovechamiento comunicacional, de cierta manera, del evento? 

—Era tan grande la tragedia y había tenido una cobertura tan grande ese mismo día que la acción de la FACh fue un poco apresurada. En esta vorágine de esa noche, lo que se intentó hacer, y yo creo que efectivamente se intentó, fue una arremetida comunicacional de que las cosas se estaban haciendo bien.

Hubo varios errores. El primero, enviar un avión Hércules C-130 donde iban periodistas de TVN, por cuanto les involucraba a ellos el accidente. Todas las personas a las que entrevisté de la FACh y entendidos dicen que un avión Hércules no puede aterrizar en Juan Fernández. Es muy extraño que se suba a periodistas como Gonzalo Ramírez o Mauricio Bustamante a ese vuelo, diciéndoles que iban a llegar, pero estando arriba el mismo piloto les dice que jamás podrían haber aterrizado.

Y no pasó sólo eso con ese avión Hércules, como lo cuentas en el libro…

—El avión se devuelve, pero ocurre algo también improvisado, que es que se lanza al mar a ocho comandos paracaidistas PARASAR, en medio de la noche. Esa acción fue mediática y exhibida en directo. Lo hacen sin haber otorgado a estas ocho personas ningún tipo de capacitación. Eso hace que caigan al mar de manera muy peligrosa, uno de ellos se enreda en las cuerdas del paracaídas y hay un buzo de la isla, Germán Recabarren, que dice que tuvieron que rescatarlos.

Es una serie de situaciones improvisadas. Está la situación de acudir a videntes, acción que realizó el mismo ministro de Defensa. Le dice a este mismo buzo ‘estamos ocupando esta opinión que nos está dando una vidente, ¿podemos seguir por ahí?’, y le indica en su BlackBerry algunos puntos de búsqueda. Recabarren le responde que le parece que una situación de esa relevancia nacional no debiese, en ningún momento, ser dirigida por la versión de una vidente.

Ese fue un tema enorme, las videntes…

—Esas mismas videntes decían que Felipe Camiroaga estaba vivo, que estaba en una cueva. Hubo otra que dijo que estaba sobre un bote. Eran tantas las versiones que molestaron a los locales, a los isleños, porque eran ilógicas respecto de la geografía de Juan Fernández y de los movimientos del mar. De alguna manera, Germán Recabarren termina increpando al ministro.

Hubo un sinfín de acciones muy improvisadas que no salieron en los medios de comunicación, obviamente, porque no se conocieron, y el libro trata un poco de eso. De mirar desde atrás cómo fue la situación.

Los responsables y la Justicia

Una de las críticas más importantes que han realizado las familias de las víctimas del accidente es el secretismo y la falta de Justicia. De hecho, como dice la periodista en su propio relato, “la historia judicial del caso tomó distintos caminos”.

Mientras la Justicia Civil determinó que existió una importante responsabilidad del Estado en el accidente, la Justicia Militar sobreseyó el caso. Y, a pesar de todos los años de pericias, críticas y las dolorosas pérdidas humanas, pareciera que pareciera que la institución no aprendió de la lección.

Dentro del libro, Tania Tamayo determinó, en base a fuentes documentales, que la Fuerza Aérea de Chile realizó 16 vuelos más tras el accidente sin los famosos estanques subalares. Como dice la periodista, “esa falta de autonomía fue una de las grandes razones de la tragedia, porque el avión podía llegar a Juan Fernández, pero no se podía devolver”.

Uno de los factores más relevantes del accidente fue la falta de combustible. “Si no se puede aterrizar, obviamente los pilotos se van a poner nerviosos, van a hacer algún tipo de acción que no corresponde, porque tienen que aterrizar sí o sí”, explica Tamayo.

Con todos los antecedentes que recabaste y en tu opinión, ¿qué responsabilidad le cabe, entonces, a los altos mandos de la FACh y al Gobierno de ese minuto… en resumen, al Estado? 

—Yo creo que toda la responsabilidad. Después de eso, por ejemplo, la Dirección General de Aeronáutica Civil se ha esmerado en entregarle a ese aeródromo todas las condiciones necesarias, pero antes del accidente no. Y eso ocurre no sólo en Juan Fernández, sino que en muchos aeródromos que no son los más conocidos y se ubican en zonas lejanas o retiradas. Y eso sigue pasando. Entonces, viene una arremetida de preocupación por las condiciones de los aeródromos, por ejemplo, o de los aviones.

Desde la FACh, en algún momento del 2013, el ministro Juan Cristóbal Mera sobresee el caso diciendo que la responsabilidad era toda de los pilotos y no había ningún tipo de responsabilidad institucional. Es evidente que fue todo lo contrario. En el accidente del Hércules C-130 en el Mar de Drake, con muchas más personas fallecidas, la FACh de alguna manera tiene esta misma manera de proceder. Esto es no reconocer cuáles son sus propios errores y poner un manto respecto de sus investigaciones o de lo que ellos creen que fueron sus errores.

Se repite la historia, dices tú…

—Es casi el mismo patrón que en el caso del Casa C-212. Si a eso uno le adjunta las campañas comunicacionales que se hacen después de eso, trabajar con una agencia de comunicaciones (Extend) luego del accidente, es porque sabían que había que tener una respuesta uniforme, que no evidenciara los errores.

Básicamente fue un control de daños. Yo creo que se han mantenido las mismas prácticas. Me parece que es lamentable que las instituciones no asuman sus culpas, porque en la medida en que no asumen sus errores, se pueden seguir cometiendo de manera pública.

Considerando cómo ha sido el proceso judicial de todo este caso, viendo que recién a 11 años del accidente emitió una sentencia de reemplazo en el caso, condenando al fisco a pagar una indemnización, ¿sientes que, de cierta manera, la Justicia le ha fallado a las familias de las víctimas?

—O sea, claro, porque hay que pensar que existe la Justicia Civil y la Justicia Penal. En este caso, la justicia penal se adscribe a la jurisprudencia de la justicia militar, porque dentro de estas víctimas o posibles responsables había funcionarios de las Fuerzas Armadas.

La justicia militar, como ya lo he dicho antes, en esa época tenía completa jurisprudencia en estos casos. Además, no es suficientemente transparente. Desde que un juez que participa en uno de los procesos de las resoluciones puede ser de una jerarquía menor a una de quienes están siendo investigadas o detalles como que los documentos no estén digitalizados, hay un sinfín de situaciones que hacen que esto no sea transparente y, muchas veces, injusto.

El caso tuvo varias instancias, de hecho…

—Acá el primer ministro en visita, que fue Juan Cristóbal Mera, sobreseyó el caso. Luego vino Dobra Lusic, que a mi parecer fue quien más tuvo intenciones de encontrar responsables dentro de la institución, y luego también fue sobreseído total y temporalmente por el ministro Hernán Crisosto, que son ministros de la Corte Suprema pero trabajan su investigación dentro de este proceso dentro de la justicia militar.

Por otro lado está el sistema civil y, como el Estado fue encontrado responsable de esta situación, se entrega una indemnización a las familias de las víctimas. Pero eso no dice relación con un proceso penal, con quiénes fueron responsables. Hay ahí una incoherencia y una falta de justicia, a mi modo de ver, y también tomo esta opinión de algunos familiares, porque no se ha hecho responsables a quienes realmente lo fueron. Desde el Alto Mando hacia abajo.

El periodismo de investigación como herramienta democrática

Tania Tamayo es una profesional reconocida dentro del periodismo de investigación. Estudió periodismo en la Universidad de Chile, donde también obtuvo su Magíster en Comunicación Política. Actualmente es académica de la misma casa de estudios, y durante su carrera ha colaborado con medios como Revista Paula, Ciper y The Clinic.

Sin embargo, su mayor mérito está en sus libros de investigación. Es autora de los libros “Caso Bombas, la explosión de la fiscalía Sur”, “Todos somos Manuel Gutiérrez, un mártir de la democracia” e “Incendio en la Torre 5, las 81 muertes que gendarmería quiere olvidar”.

Además, escribió en conjunto con Alejandra Carmona el libro “El Negocio del Agua, cómo Chile se Convirtió en Tierra Seca”, donde ambas periodistas indagaron en profundidad los hechos que provocaron que Chile sea uno de los pocos países del mundo que tiene sus aguas privatizadas.

Sin embargo, y a pesar de tener una carrera en este rubro, Tamayo es crítica respecto de la eficiencia del periodismo de investigación, a pesar de que este está en un momento muy relevante a nivel internacional. “No llega a la gente. Como dijo un colega, finalmente terminamos leyéndonos y premiándonos los unos a los otros. No estamos haciendo el esfuerzo de entregarle a los afectados herramientas para que puedan observar qué está pasando”, asegura.

Te has dedicado al periodismo de investigación en sí mismo, eres un referente en esta rama, por lo mismo y en tu opinión, ¿por qué este tipo de periodismo es una herramienta que no deberíamos perder?

—Yo creo que tiene dos cosas buenas y una no tan buena. Lo bueno es que es un periodismo que tiene una intención muy honesta y que va más allá de la persona. Eso lo podemos ver con distintos tipos de investigaciones colaborativas, mundiales, continentales o en Chile, que tienen la intención de buscar ciertos patrones de corrupción o de falta de políticas públicas en distintas partes del mundo. Yo creo que es un periodismo que va más allá de cualquier tipo de ego.

En ese sentido, me parece que es importantísimo, y es necesario que se financie de alguna manera, porque es muy evidente que un periodismo como este va a generar recelo en las grandes empresas y en los grandes empresarios. Incluso, en los gobiernos de turno, porque los está fiscalizando. Entonces, tiene una necesidad muy de base de poder financiarse de una manera independiente.

También hablando de lo bueno, es que observa, no siempre de manera explícita, cuánto cambio podría generar esta verdad que se devela. No es develar por develar, tiene una intención respecto de qué cambio podría hacer en el Estado o en instituciones privadas que se aprovechan de la falta de políticas públicas. Además, hago un mea culpa, porque tenemos mucha culpa los periodistas que hacemos investigación, que no llegamos a la gente.

¿Falta conectar con la gente, crees tú?

—En general, hay una necesidad de hacer periodismo para periodistas o gente especializada, porque las investigaciones tienen que ser súper rigurosas, con muchos resultados y validadas dentro del mundo periodístico. Y eso hace que nos preocupemos muy poco de qué es lo que le va a pasar a la gente con estas investigaciones.

Además, cuando yo hablo de la gente, chilenos, chilenas, chilenes, hay que preguntarse si van a acceder a esta investigación, si van a entenderla y si les va a hacer sentido. Yo creo que eso no se está logrando, no lo estamos logrando, porque escribimos, en el fondo, textos para que nuestros colegas los lean.

Yo intenté hacerlo un poco en este libro y creo que va a ser mi camino en adelante, que el esfuerzo que tiene que hacer uno, además de ser una buena investigación, es construir los relatos con muchísimo cuidado. Trabajar las palabras de una manera simple, narrativa, cercana, amable. Eso es lo único que hace que todos puedan entender estos conceptos y que quien empiece a leer el libro, termine de leer.

En Chile tuvimos varias instancias, en medios masivos, donde el periodismo de investigación era un poco más cercano. Teníamos Contacto, lo que eran las revistas Qué Pasa y Sábado… ¿Crees que ha sido una jugada contra el rol social del periodismo que se hayan ido eliminando estos espacios en los últimos años?

—Más allá de algunos casos específicos, siempre me pareció que el periodismo de investigación que se daba en televisión estaba supeditado a muchos poderes. Había un reportaje sobre Colonia Dignidad que yo encontré que era maravilloso, pero en un momento una autoridad decía ‘hay personas dentro del mundo político muy involucradas con Colonia Dignidad’. Esto era en los años 90, pero me llamó la atención que el periodista no preguntó quiénes eran esas personas.

En el fondo, se puede observar o investigar lo que está convenido, pero no lo que genera ruido. Me pasó mucho tiempo con las investigaciones a las violaciones de Derechos Humanos que se hacían en los 90 y en los 2000, que eran súper crudas e importantes para establecer una verdad histórica, pero fue porque el tema se instaló como algo que se podía investigar. Eran los derechos humanos relacionados con la dictadura, pero no los relacionados con violaciones actuales, ocurridas en democracia.

¿No se te ocurre ningún ejemplo, quizás, de buen periodismo de investigación en esa época?

—Hubo situaciones importantísimas y que tal vez, en la época, marcaron la historia del periodismo de investigación. Estoy pensando cuando Marcelo Araya entrevista a Michael Townley, en los años 90. Era súper importante.

Para qué decir las investigaciones que hizo Contacto respecto de Zacarach, Jorge Lavandero o sobre el destino de Paul Schäfer, yo creo que son irrepetibles. Pero mucho de eso investigado, yo tengo la sensación de que no tocaban todo lo que podían tocar, porque iba a generar algún tipo de desestabilización. En esa época hay registros del Presidente Aylwin frente a periodistas diciendo algo como ‘tenemos que resguardar la democracia y ustedes son entes importantes para resguardarla’.

Yo creo que ese periodismo que se hizo en los años 90 o a principios del 2000 siempre estuvo como supervisado por esta sensación de que no se podía generar mucho revuelo, que había (personas) intocables. Entonces, no me queda tan claro si siempre se cumplió eso de investigar lo incómodo.

Sobre lo mismo, de investigar lo incómodo y del rol del poder que hay en nuestro país, ¿ha perdido el oficio el rol de “perro guardián” frente a los abusos y excesos del poder?

—Claro. Hay situaciones, además, de amiguismo en las que se cae permanentemente. Por ejemplo, los trascendidos, cuando se entrega algún tipo de investigación de alguna policía o de alguna oficina de inteligencia a algún periodista, o cuando trasciende algún tipo de informe porque una autoridad la entregó.

Eso pasa en gran parte de los medios de comunicación, porque se entiende que es importante esta cercanía con las autoridades y por la necesidad de obtener una primicia. Esas son dinámicas en las que podemos caer todos y que entorpecen un poco lo democrático de esa revelación.

O sea, no molestar a quienes ostentan el poder…

—Conozco muchos periodistas, cercanos, que se vanaglorian de lo cercanos que pueden ser a algunas autoridades o un agente de poder. Tampoco es fácil ejercer el periodismo sin eso, pero hay ciertos vicios en la dinámica que finalmente nos supeditan a ciertas instancias de poder. Eso, independiente de medios tremendos, como el caso de Ciper o El Desconcierto, o incluso investigaciones que ha hecho The Clinic, que ejercieron un rol súper independiente.

Pero la gran mayoría de los medios tiene esa necesidad de no molestar a quienes tienen encima. Y eso ha pasado en todas las grandes investigaciones de los grandes medios, que hay que tener ciertos acuerdos, generar cierto equilibrio, desde el Caso Caval para abajo. Siempre tiene que estar aprobado de cierta manera, aprobado por una línea editorial, los editores, pero también por quienes son dueños de esos medios.

Dentro de este mundo del periodismo, tiende a haber más mujeres que hombres, aunque existe una tendencia a que los rostros sean mayoritariamente masculinos. ¿Crees que todavía existe ese sesgo de género al ejercer el periodismo, incluso dentro del mundo de la investigación?

—Sí y no. No, porque hay tremendas referentes del periodismo de investigación que son mujeres, y eso es un ejemplo para todas las que venimos después. Yo diría que son muy respetadas por los periodistas hombres. Sí creo, y esto para ser meticulosa, que la narración del periodismo de investigación tiende a ser muy masculina.

¿A qué te refieres?

—Se entiende que es una narración que está dada principalmente por los datos y por la necesidad de la denuncia. Entonces cuando hay un acercamiento que es un poco más testimonial, que en general viene de las mujeres que hacemos periodismo, no siempre es bien mirado. Y esa manera, que es más emocional, que muestra cuáles son los vicios del Estado o del mundo privado y lo bajamos como testimonio, no siempre es bien mirado.

El periodismo de investigación se entiende desde el número, desde el cruce de datos, la cifra, el documento. Entonces, está lleno de mujeres maravillosas en el periodismo de investigación, pero el relato, cuando es asociado a lo femenino, es menos valorado que cuando está construido sólo de datos duros.

Para cerrar y como reflexión, ¿qué rol crees tú que debe tener hoy el periodismo de investigación en nuestro país, sobre todo en el contexto en que estamos insertos?

—El rol es el mismo de siempre, pero pasa por no adentrarse sólo un poco en la contingencia. Tengo la sensación de que el periodismo, luego del estallido social, empezó a destacarse evidentemente en los medios de comunicación masivos una línea mucho más investigativa que hoy. Particularmente hoy, no sé si fue después del plebiscito de salida, pero está sólo ligada en lo mediático a la delincuencia.

Y las temáticas en la televisión y en algunos medios de comunicación escritos están solamente ligadas a la delincuencia y carteles, que es importante, pero yo creo que nuestro rol es no dejarnos llevar por la temática de moda. Porque siempre va a tener como múltiples aristas, que van desde los social, lo político, lo económico, etcétera, y eso es lo que yo creo que hay que resguardar.

EL GRAN VUELO TERRIBLE
La tragedia del Casa C-212 en Juan Fernández
Tania Tamayo Grez
Ediciones B
2022
152 páginas

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